"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


1 de mayo de 2011

Havana 1953

havanajournal.com



EN SU PORMENORIZADO relato Allen Ginsberg en La Habana, acerca de
la segunda visita del poeta norteamericano a Cuba, el desaparecido
poeta José Mario refiere: “...Le llevamos una tarde por La Habana. Él
mismo nos fue conduciendo hacia la parte del Parque de La Fraternidad.
Se sentó en la esquina que hace la Sears y nos pidió que lo dejáramos un
rato. Cuando volvimos estaba triste. “Hace unos diez años me senté en
este mismo sitio y escribí un poema; hoy no me ha salido nada”.
Eran en realidad 12 años los que mediaban entre su primera,
entonces anónima visita y aquella de 1965, pública, espectacular e
inconclusa.

Durante mi visita a la ciudad de Miami en 1996, el poeta Néstor
Díaz de Villegas con proverbial generosidad me obsequió su ejemplar de
Reality Sandwiches, editado por la legendaria City Lights Books de San
Francisco, autografiado por su autor el día 11 de julio de 1985. El libro
agrupa los textos escritos por Ginsberg entre 1953 y 1960 y en la página
17 comienza el poema escrito entonces por él en aquella esquina
habanera.
Ahora, en homenaje a los tres poetas, he osado emprender su
versión al español, con más devoción que destreza.
Rogelio Fabio Hurtado

HAVANA 1953
El café nocturno — 4 am
     Cuba Libre 20¢:
           azulejos blancos cuadrados,
              luces triangulares de neón
la larga barra de madera al fondo,
     una gran vidriera de exquisiteces
frente a la calle.
       En el centro
los noctámbulos de la gran ciudad bebiendo.
          En el Palacio Aldama,
en la esquina de Gómez,
         hombres blancos y mujeres
con tumbadoras
        mariachis, voces, guitarras—
tamborileando en las mesas,
      repicando con cuchillos en las botellas,
taconeando en el piso
     y entrechocando
claves de madera,
     silbando y ululando,
una gorda en un strapless de seda.

       El policía está conversando con la gorda
del resplandeciente vestido negro.
    Irrumpe, como una extraña visión de Cezanne
imposible en ninguna otra parte, un chulo cubano:
    alto, delgado, el traje gris a cuadros,
zapatos grises de gamuza,
    al desgaire el sombrero de apostador,
el bigotico perfilado a lo Cab Calloway
    —que se esfuma en el punto central—
con el ímpetu de generaciones de cubanos locuaces,
     su dedo ensortijado de oro
apuntando al cielorraso amarillo,
    y el cigarrillo en la otra mano
con el brazo ceñido al costado del cuerpo,
    afeminado —mira al policía—
ambos corren a encontrarse —y se estrechan en un largo abrazo
    como dos hermanos hace mucho perdidos—
olvidando a la gorda.
     Delicados acordes
del negro guitarrista
    cantan El Rancho Grande,
con desentonados falsetes
    borrachos de agonía,
¡VIVA JALISCO!
    Me como un sándwich de pescado
con cebolla y salsa de tomate
            20¢
   Un sitio realmente romántico
más guitarras, Plaza de Colón
      frente a la Catedral de Colón.
—Estoy en el Restaurante París
        colindante, el mejor de la ciudad,
Cuba Libres 30¢—
      antigüedad curtida por el trópico,
como de roca cariada,
     diferente a los puros
tamboreros chinos de piedra negra
     cuya pulida armonía aún puede escucharse
(Procesión de Músicos) en el Freer,
    con sus cornucopias y cuernos
de conquistadores hechos de piedra.
     Una gran iglesia muda y abandonada.
Noche, ventanas encendidas,
     empinados balcones de piedra
sobre la vieja plaza,
     habitaciones verdes
iluminadas por lámparas fluorescentes,
     una comodidad moderna.

Me siento horrible.
        Me sentaría con mis sirvientes y permanecería callado.
He gastado demasiado dinero.
       Electricidad blanca
en las farolas empotradas del callejón.
       agujeros de balas y clavos en la muralla.
El preocupado capitán de camareros
      permanece parado entre las arecas
junto a la puerta de madera de quince pies de
     alto mirándome.
Adentro, una filarmónica de mariachis
     ataca todavía al Banjo on My Knee.
Sus trajes lucen desgastados y estrechos.
     El antiguo alumbrado de la angosta calle que enfrento,
El arco, la plaza,
     palmas, borrachera, soledad;
voces a través de la calle,
     un bebé se queja, una muchacha chilla,
los camareros se codean entre sí,
    el murmullo y el cacareo de las risas de los jóvenes
que están en la esquina,
     ladra un perro fuera de escena
el bebé lloriquea de nuevo,
     banjo y armónica,
patinazo de un auto y brisa fría—
    Súbita percepción paranoica los camareros están observándome.
Bien podrían,
     los cuatro reunidos en la puerta
y yo solo en una mesa
     del patio en la oscuridad
observando la plaza, borracho.
      25¢ para ellos
y les pido “Jalisco”—
      al final de la canción
una carreta de bueyes balanceándose
      entromete sus ruedas
sobre la música de la noche.

                     
A l l e n       G i n s b e r g a



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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.