"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


1 de marzo de 2010

El vicio más caro (cuento infantil-juvenil), de Pedro Merino

Autor: Pedro Merino

Este cuento es para los niños pequeños con ganas de ser grandes.
En cierto barrio de La Habana nació un 29 de febrero de 1970 un niño llamado Bienvenido, cuyos apellidos, bueno, agrégale los tuyos.
A sus padres los tenía tan preocupado que no sabían hasta qué extremo le iba a seguir pidiendo. Primero comenzó con los tetes. Ay, Dios mío, mira que le hemos comprado de todos los colores y no se conforma con ninguno, los bota o los rompe.
Siguió creciendo su persona y los precios de las cosas que enviciaba, ahora con los pitos, las flautas, las corneticas y por ahí para allá lo que sonara.

Pero no, a él le gustaba algo que tuviera vida y se mojara. Se encaprichó en los pececitos. Empezó por los chiquiticos y terminó con un criadero de biajacas en la bañadera que al final se murieron porque el agua faltaba cada vez con más frecuencia.
Luego pensó en los pajaritos y le compraron desde tomeguines, azulejos, canarios, hasta las palomas que volaban y revoloteaban y cuando les convenían, retornaban al palomar.
Tuvo un gato y un perro que comían igual que una persona y el hogar era muy reducido.
Qué va, para seguir así en un lugar tan estático donde siempre ves lo mismo, mejor me hago de una carriola. Pero era tan lenta, gastaba los zapatos y se ensuciaba más la ropa cuando montaba en carretillas. Se le hizo más eficiente una bicicleta. Esa sí, más veloz, más cómoda. Cuando le fallaban los frenos, todo se volvía un desastre y el hambre era peor después.
Transcurrieron años.
Igualmente le asolaba la bebida. Pasado de unos tragos le dejaba una acidez al otro día que lo mantenía empinado de varios vasos de agua, en conflictos personales, mareos de visiones algunas veces y el estómago vacío por el dinero esfumado. Alternó ese malestar con los cigarros, ¡por Dios, qué olor a ...! Los dientes se le picaban, quemaba la ropa y bajaba de peso como si hiciera ejercicios. Con embullo comenzó a levantar pesas para hermosear los músculos hasta que el esfuerzo y el apetito lo disiparon.
Por tanto, cuando pensó que ya había aprendido a leer y a escribir, se le ocurrió que la cultura podía proporcionarle conocimientos; además, se le mantenía la ropa limpia, el calzado le duraba más, usaba menos desodorante y así continuó leyendo cuantos libros, revistas y documentos que a juicio de los más autorizados le iba a prevenir de enfermedades. Siguió profundizando como buen discípulo y cuando algún incrédulo le contradecía, le citaba frases de célebres eruditos. Sin embargo, el tiempo fue pasando y cada vez necesitaba compensar la lectura de obras clásicas con algo igualmente tentador o de más beneficios. Todo lo que hacía era una mera teoría como un gran bibliófilo. Bah, los teóricos siempre alardean de lo que saben. Comprendió que la suerte es casada (con “s” y con “z”) y que lo más difícil es retarla con respecto a casi todos los cosas y fenómenos de este mundo mortal, cuyo mérito de pasar a la posteridad es para los más sacrificados, competentes e hipócritas adinerados.
Ya estaba decidido y para ensayar algún cambio, intentó el sexo con una mujer y conoció a la Práctica. Entonces se creía capaz de todo en la vida. A toda la gente le decía: Yo no fumo, no bebo, no juego a la bolita ni como maní; mi único vicio es la mujer.
Esa sugestión le fue tan melosa como agria, pues succionaba más que los tetes de la infancia; pitaba o gritaba más alto que una flauta, sin romperse; se mojaba y se bañaba con él, casi siempre terminaban empapados de agua y de sudor; le cantaba más que los pajaritos, con voz afónica y melódica y en ocasiones la encontraba en otro “palomar”; era más comilona que un perro; daba más vueltas que una carriola y superaba la velocidad de cualquier bicicleta y a veces no podía controlarle los frenos, lo cual le dejaba chichones y con hambre de náufrago, además de la enjabonada que se daba, el desodorante que se untaba más; la ropa le permanecía limpia y sana según la acción que ejecutara, aunque debía tener más para cambiar de imagen, al igual que los zapatos, de varias tonalidades, que se desteñían y se gastaban de tanto caerles atrás; que con tal de complacerla, bajaba de peso la cantidad de libras que levantaba; era más abierta que una revista, menos abarcadora que una enciclopedia , pero más precisa y más calculadora que una computadora por la poesía que lo embobaba y lo enterraba en la bóveda del amor.
En fin, lo que le obsesionó en un tiempo pasado, lo iba a rebasar en la vida futura. Soñaba, amaba, envidiaba, mentía, sentía celos, hurtaba, estudiaba y trabajaba por su interés.
Cuando la juventud comenzó a transformarse en vejez, la llevó consigo por la experiencia, la comparó con los gustos enviciados y se quedó con ella hasta el último de sus días porque era un ser humano a su semejanza.
Así, Bienvenido fue en la vida (junto con Bienvenidito). Asimiló la teoría y la práctica. El último de los vicios le consumió un sueldo millonario, que pagó él mismo e indemnizó a los padres las malacrianzas.
Por ello es que cada quien paga su gusto, pero éste, compadre, ¡ñooo, qué vicio!

Nota: este cuento fue promocionado por el Proyecto Cultural  Banco de Ideas Z, en especial por  Tona Rodrìguez Barroso y el pintor cubano, Ludovico. Fui miembro de ese proyecto desde 1995 hasta 2002.
Promociones Literarias BIZ calle 19 No 1362 Apto 15 E/ 24 y 26 Vedado. Ciudad Habana. CP: 10400. Cuba. Telèfono: 37327 email:eureka@jcce.org.cu

2 comentarios:

"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.