autor: Pedro Merino
Camino derecho. La vista recta guía mi intuición. Me gusta mi trabajo, pero a veces las personas no comprenden que tengo que cumplir con mi deber.
Paso una cuadra. Cruzo la calle. La dirección es Desamparado 5678 00. Los ceros deben sobrar, aunque los de la izquierda son los que no valen, porque he visto una enumeración de cuatro dígitos... Doblo a la derecha. Llegué.
Empujo el portón y a ambos lados, hileras de puertas de madera cerradas y ventanas arriba, casi abiertas, me incitan a pasar por en medio de tendederas, unas al alcance de mi estatura, otras levantadas con una vara.
—¡Roberto Menéndez! –grito–. ¿Es Roberto... sí?
Una mano sale de entre las hojas de una puerta y me indica hacia el fondo.
Mis zapatos son los primeros en humedecerse por un salidero albañal. Aprovecho para revisar en la mochila demás nombres y apellidos, a ver cuál de ellos se encuentran en casa. Paso una puerta que tiene un ojo gigante. Otra puerta pintada esboza una lengua con un puñal en el centro que la inmoviliza. Avanzo. Entreveo en el piso un plato con dulces y frutas, para un santo, y pienso que si fuera un guayabito me diera un gran banquete. El orine y la mierda hacen que me tape la nariz con el pañuelo.
Los vecinos de enfrente casi se vuelven locos. Me ven y no me preguntan lo que no entienden.
¡Le llegó, le llegó la salida!, gritan extasiados por la vecindad.
Unos brazos abren la empotrada puerta de hierro y cristal:
—A quién busca.
—A Roberto...
Me interrumpen los conciudadanos.
¡Ya tú ves que todo llega en la vida!, irrumpe una vozarrona. ¡Te llegó el bombo, Robectico, el sorteo de emigración!, ¿no te lo dije?
—Espérense, señores.
Calmo al gentío.
—Esto es...
Ocvídate, broe, ¿qué bolá con mi aché?, me dice otro con cara de yo-no-sé. ¿A mí me llegó también?
—Mi hermano, esto es...
Me interrumpen otra vez.
Todavía no he sacado los sobres amarillos y me van a regalar un vaso con algo líquido. Sin inspeccionarlo me lo trago como medicina. Para mí es mejor que el café. Me manda a pasar sin señalarme un asiento. Sin embargo, Roberto... Robertico no está seguro y me pregunta:
—¿Qué traes ahí, muchachón?
—Ah, usté es ... Robeeerto Menéndeeez.
Le respondo con eco y humorismo.
—¡Ño! –cierra los ojos.
Me ha cambiado la cara al ver la notificación.
—Compadre –dice Roberto–, pero si es... el agua.
¡¿El cobrador del agua?! , se sorprende un vecino.
—No, yo soy...
¡El gas! ¿Usté viene a “cortarlo”?, me pregunta la mujer de Robertico.
—¡Nooo! –grita Roberto–. ¡No es el gas ni el agua... es la luz, coño!
—Sí.
Ya me descubrieron.
—Yo soy el inspector.
Observo que el billete verde que me iba a regalar de propina lo ha retirado.
—Mire, cálmese, es que a usté se le advirtió respecto al fraude eléctrico, o sea, el tomar corriente que no es suya, y este sobre amarillo, esteee, aquí dentro está la citación para el Tribunal de Justicia. Bueno, familia, chao... y gracias por el “veneno”.
—¡Suéltale el perro, coño... suéltalo!
Me despetronco a correr. Resbalo por un patiñero cerca del portón. No tengo con qué limpiarme y escucho: ¡Pero si estaba vestido como un cartero!, cuando el jau-jau sin bozal viene hacia mí. Cierro de un portazo y quedo en la calle como hace un rato y pienso que hoy no cumpliré con mi deber... qué alivio. Al fin. Get out!
Nota: publicado en la revista Extramuros, La Habana, 2005
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.