"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


1 de julio de 2011

El pollo y su guadaña (cuento) de Elia Casillas


corsarios.cl

¿Por qué…? Tal vez sería el calor, si eso pudo ser, aunque estaba desnudo, más desnudo que muerto de revolución. En mi caso, la ropa era ligera, bueno, la poca ropa que usaba en casa, por lo mismo, si algo hacía sufrir a un cristiano, era mi cocina, y más en agosto, cuando el infierno viene a posesionarse del campo, del asfalto y sus paredes, de cada camino despierto y olvidado. Sin embargo; destilando cualquier líquido fui al infiernillo, debía estar segura que el pollo se cocinaba perfectamente bien en la olla.
                       

El agua hervía cuando le puse el ajo, chile verde y pimienta negra entera; aunque debía esperar cinco minutos y después meter el ave, no lo llevé a cabo, porque era costumbre hacer tiempo para que el caldo hiciera amarre con los condimentos, era tradición, y de mi abuela pasó a mi madre y de ésta a mí, pero venía de un siglo atrás. Sólo que a ellas nunca se les fue un pollo... No esperé, puse la cabeza en el congelador para asegurarme y ensartándolo en la olla, salí disparada al baño.
Nada me importó, la regadera dejaba correr tanta frescura, y sentí que la vida era eso; un buen remojón helado. No supe cuanto me dejé ir en el torrente, como si un sueño me arrastrara fuera de mí, vi algo saliendo de la cazuela. Fue patético observar como se le iban agregando las partes, de pronto se estaba armando un rompecabezas, un acertijo que precisamente no tenía cabeza. Era el pollo dando traspiés, con la dificultad que da no tener ojos, ni oídos, ni un pico para cantarle al campo. Ahí mismo solté la ropa mojada, y amarrándome en una toalla corrí a la hornilla.
Ya no estaba, sólo noté chorros de sangre por cualquier lado y la barra era un río escarlata; y el piso un mar púrpura, y había sangre por aquí y por allá, de pronto todo era rojo y a mí, me brotaba la humedad por cualquier lugar. Era la segunda vez que un pajarraco de esta categoría me dejaba plantada en la estufa, en ese momento, armada con la ira del hambre, intenté seguirle los pasos, regresé a llenarme de sudor, sudor, y furia, no entendía cómo este animal escapó.

La primera vez que me pasó fue en un rancho, ahí nadie cuida a sus animales, es tan común encontrarte una vaca o a un toro, y a correr, si a correr ya que éstos, si son de lidia, nadie te salva de una cogida. Los perros eran otra canción desafinada, la mayoría son perros bravos que a veces ellos mismos se animan con sus ladridos ante un automóvil, bicicleta, o cualquier individuo desconocido. Lo mejor era poner piernas de por medio o arriesgarse a perder un pedazo de carne. Bueno, yo tenía todo listo, pero, pero mientras lavaba el pollo recordé que, no puse la olla en la parrilla y que arranco a la cocina, ya que el lavadero quedaba fuera de la casa. Cuando regresaba vi que un enorme perro traía en el hocico al pollo, y yo con mis piernitas. No me alcanzaron los pies para ir detrás del perro y ahora sí que me quedé como el chinito. Me entró una tristeza, con ese pollo comería dos días. Ésa fue la primera vez, hoy…
La calle era un lago de luz, el sol caía abrazando hasta la más mínima chispa de polvo, pero ahora, no iba a quedarme sin comida como aquella vez. Al fin; después de fijarme en cada piedra empolvada, debajo de cada hoja, agarré camino, mal mi día o mi suerte, el periférico y sus tráileres iban como gigantes arrasando con el viento y uno que otro fantasma, extraviado en el horario.
¿Y el pollo…? -No pudo irse a la colonia de enfrente, dije convencida, ahí su destino hubiera sido peor-. Aquellas casuchas de palos y techos de cartón quemado, tienen en su interior como seis infelices muriendo de hambre, ni sus huesos hubieran respetado, porque hay de pobrezas a pobrezas y en ese territorio se habían acumulado todos los mendigos de pueblo, los malqueridos, los que llegaron tarde y sólo encontraron acomodo en ese pedazo de tierra.
Pero yo insistía en mi pollo. Entraba seca a la cocina y en medio segundo la transpiración se arrastraba hasta la última hendidura de mis carnes, y no quisiera contar la desesperación que invadía el rostro y éste se llenaba de ronchas y no había uña suficiente para la comezón. Entonces; mis olores se iban a cualquier lado, y cuando tropezaba con ellos, sentía unas ganas desesperadas de hombre, por eso, siempre caminé apretando las piernas y el culito, para no divagar con machos, porque luego me culpaba de no tener a tiempo la comida y muchas veces observé a los santos, acusándome por cada individuo que venía a quitarme la concentración.
Con antojo de prójimo, me daba por divagar y escribía poemas dedicados a mi amado Drácula, o a personajes del mundo deportivo y continuamente, terminé enamorada de ellos y hasta pude sentir las caderas de Rafa Márquez columpiándose en las piernas, escuchaba su respiración y me brincaban las entrañas y en menos de un segundo volaba con él por la alcoba. Su barba siempre ha sido una maravilla moviéndome el ombligo, ya encendida, quería cerrar los ojos, pero éstos eran niños perdidos entre mis gritos y la figura de Rafael que mordía hasta la última descarga que ceñía los muslos, y al fin, reposaba con mis aromas, libre, y con sueño.
Aunque después de unos minutos de relax regresara al fogón, ya iba ligerita, y de nuevo, volvía a llenarme de coraje contra la comisión federal de electricidad, porque con tarifas de luz tan elevadas, nunca me atreví a poner un aire acondicionado ahí. No, no, no, esos precios por kilo watt jamás entraron en el presupuesto. …O compraba un aire acondicionado más, o comía, las dos cosas no pueden hacerse a estas alturas del verano, cuando el desierto brama su calor espeso, su aire violento, su aroma áspero, que deja ardiendo la piel y sus reveses.
Por eso, la cuestión era traer las legumbres de la nevera y adelantar en el comedor el guisado, nunca fue el mejor sitio, pero era el único lugar que toleraba el cuerpo, antes de entrar a los sesenta grados que manejaba mi guarida culinaria. Seguro tanto bochorno le afectó al pollo, y aunque no tenía cabeza, se fue. Creo que el error fue dejarle las patas, sin esas me hubiera esperado o quizá en la polvareda que uno descarga cuando huye, le alcanzo.
Estaba segura que lo metí a la olla, si, porque el cilantro al levantarse le quedó en la pechuga. Ni siquiera esperé los cinco minutos que marca el recetario de la abuela, eso hubiera sido más fácil para él, el infiernillo no sería tan cruel, como entrar a ese volcán vivo de la cacerola después de arder cinco minutos seguidos. Sin embargo; lo metí, estoy segura. En el comedor estaban las papas, zanahorias, y calabazas, incluso ya las había cortado. Las papas las puse en salmuera, estoy segura; y bueno, en el refrigerador, está la prueba.
¡Ohhhh! No puedo creerlo, es patético ver cómo van quitándose las piezas, de pronto se está desarmando un rompecabezas, un acertijo que precisamente… Deja una sonrisa cristalina, una mirada vidriosa, y entre el hielo y la sangre seca, un rostro perfectamente maquillado se burla de mí, desde su orilla más helada.

1 comentario:

"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.