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No sé por qué sudo nada más que en la frente, me empapo ahí, con gotas que la pueblan desde adentro y puedo sentir el motor que las impulsa hacia fuera, su rugir como un león maquinando su salida y todo el fuego que produce su energía y luego el parir, el nacer en mi frente que les da cobertura, cobijo a inundaciones de surcos, de chorros de sudor.
Eso no está parejo.
Debiera tener un poco de sudor así en mis brazos, hacerlos largos de agua salada, que se crisparan un poco las venas con sus manantiales, bullendo desde adentro, como guardas de mis recogidas y que propusieran el temblor o el ardor de mis dedos, tenerlo ahí como al alcance, que si su motriz rebuzna sienta yo el agua correr desde los hombros y no halla codo, no halla piel, no halla músculo ni mano sin el premio.
También en mis ingles, por esos territorios que conmueven, sal, agua y sal. Me gustaría que por allí me visitara el propulsor de estos ríos del cuerpo. Una noche, digo yo, una noche, pero que palpe su bendición recorriendo los pliegues, cada orificio emitiendo el sonido final del ahogado, en cada poro un carnaval de gotas que danzan, posibilitadas de poner pie en la carne que goza.
Y en las piernas, que no queden secas, que mi frente les preste el asidero. Sería bueno verlas con la cinética empujándolas afuera, sacudiendo el sudor en estocadas, zurciendo el camino y empapadas, imitando al destino: botas, transpiración de las montañas, pasos y el mar que se devuelve, listo, justo a recogerme.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.