Autor: Miguel Ángel Fraga
No tengo claro lo que pienso hacer, sólo que voy a su encuentro. Cómo ubicarlo si no tengo dirección alguna. Camino cuadras embotado en ideas que no se aclaran. Imagino escenas detestables a mis ojos. Estoy muerto de celos.
Me detengo con un sobresalto. Acabo de recordar que guardo su número de teléfono en la agenda de mi móvil. Intercambiamos los números en la cena de fin de año en tu centro de trabajo hace algún tiempo. Después de unas copas, uno se vuelve afectivo, hace relaciones y promete montones de cosas que, después de la resaca, olvida cumplir. No lo llamé porque no me interesaba su negocio. Él tampoco lo hizo.
Respiro hondo muchas veces antes de comenzar a hablar. Mi voz suena calmada, amable. Me cuesta sonreír, pero lo consigo. Él percibe mi sonrisa a través de la línea. Reconoce mi voz; está ocupado en una reunión pero me devolverá la llamada en cuanto quede libre. Es urgente –le digo–. Necesito verte. Por favor.
Lo espero a la salida de la empresa como acordamos. Me lleva a su auto y pregunta dónde quiere que vayamos: a un café, a un restaurante, a un parque... Me encojo de hombros. Sugiere que vayamos a su casa. A mí me da igual. Dentro del auto no pienso en nada, me dedico a mirar el paisaje. Apenas hablamos.
Cruzamos la vista a intervalos mientras subimos en el ascensor. Abre la puerta de su apartamento y me deja entrar primero. Al cerrarla, quedamos de frente, mirándonos a los ojos. Pone su mano en mi hombro y yo no me atrevo a quitársela. Acaricia con el dedo el pabellón de mi oreja y después la nuca. Me atrae hacia él. Su cuerpo se pega al mío. Me ha rodeado con sus brazos y yo busco su cara y lo beso.
Caemos sobre la alfombra y nos ayudamos a quitarnos la ropa en medio del desenfreno. Hacemos el amor en el suelo y terminamos en la cama. He saboreado su esperma y he sufrido su cabalgata. Estoy extenuado y me duermo. Al despertar, él está sonriendo a mi lado para recordarme que no ha sido un sueño. Me ha traído a la cama una merienda con jugo y frutas.
En casa me esperas nerviosa. Me abrazas, me ruegas otra vez que te disculpe, que estás arrepentida de lo que ha pasado. Todo fue tan imprevisto. Nunca lo habías deseado y pasó así, de repente. Por eso, en tu contrición, has preferido contármelo todo para salvar nuestro matrimonio. Es mejor confesarlo que vivir con el remordimiento de la infidelidad.
Me agotan tus explicaciones. Tratas de convencerme de algo que yo estoy convencido. Me siento a la mesa del comedor y te pido que me sirvas un trago de gin con tónica. Bebo sin parar, con sed. Más relajado, miro insistentemente lo que queda en el vaso y lo aparto. Me desahogo sin levantar la vista.
– Yo también te he sido infiel con él. Supongo que estamos en paz.
¨NO importa lo que se escriba sino CÓMO se escriba.¨
ResponderEliminarHermoso comienzo...
ResponderEliminarTiene brío el comienzo y el final --a mi juicio--, Angélica Mora. Este blog hace alusión a una biblioteca sin censuras... pq en las bibliotecas hay todo tipo de libros... ¿y en el paraíso también?
ResponderEliminarMe gussta el inicio, su ritmo.
ResponderEliminarPero ya a manera personal y sólo pensando en la situación, creo que un segundo silencio sería mejor venganza. De cualquier forma es mejor la vida en paz.