Por Leonardo Venta
El teatro postmoderno se caracteriza por su intensa oposición al funcionalismo y racionalismo que marcó la llamada era moderna, así como replantea las formulaciones ya establecidas, al mismo tiempo que propone otras novedosas.
El eclecticismo es un rasgo esencial de la postmodernidad en ese intento de conciliar disímiles manifestaciones del pensamiento, en lugar de seguir lineamientos rígidos. Otro aspecto que precisa los postmoderno es la manipulación de ciertos elementos lingüísticos, como el vaciar la palabra de su valor semántico original para que el espectador sea quien le confiera su propia interpretación. Un signo puede archivar innumerables significaciones.
La llamada “des-función”, o “deconstrucción”, es otra de las facetas que matiza el semblante del teatro postmoderno. Des-fundar o deconstruir, dentro de este contexto, significa reestructurar el archivo del discurso oficial, cuestionando lo tradicionalmente establecido como genuino y razonable. Esto implica en muchos casos la caída de ideales y valores, creando un cierto pesimismo sobre lo previamente reverenciado.
A partir del nuevo paradigma, los relatos del presente ya no se explican estrictamente desde el pasado, sino que abren nuevas y profusas avenidas a la elucidación. Los personajes teatrales dejan de ser simples villanos o héroes para mostrar las multifacéticas tonalidades que determinan el carácter humano en toda su complejidad. Lo relativo a este movimiento artístico prescinde además de las propuestas totalizadoras que no dejan mucho campo a la imaginación y a la creatividad del público.
Del mismo modo, el teatro postmoderno revalúa los textos respetados ancestralmente. Ridiculiza la grandilocuencia; cuestiona la historia, la religión, la moral: todos los valores. Pone en duda el concepto de nacionalidad. Para la mirada postmoderna, la nacionalidad existe en la medida que el individuo se la imagina.
Formula más de una verdad, sugiere más de un ángulo de conocimiento, y, por consiguiente, brinda diferentes respuestas válidas a los innumerables cuestionamientos. Honra lo cotidiano, lo inmediato e íntimo del ser humano. Genera verbos como “reinterpretar”, “reinventar” y “replantear”.
El teatro postmoderno altera no sólo las unidades tradicionales del drama sino también los esquemas más comunes. El espacio del público es constantemente violentado por los actores. En muchas oportunidades los personajes dialogan abiertamente con la audiencia, estimulando el pensamiento crítico . El público es inmiscuido en la trama como un personaje más.
Este nuevo teatro, por lo general, renuncia a elementos escénicos superfluos que distraen la atención del mensaje que se intenta trasmitir. Las obras postmodernas se alejan de lo espectacular para concentrarse en lo primario. El espectáculo es generalmente diseñado desde una perspectiva global que incluye formas de expresiones artísticas poco comunes, como el llamado “performance”, que apenas se apoya en el texto con el propósito de conformar un espacio en el escenario que sustente su propia significación.
El posmodernismo propone valoraciones múltiples o polisignificación: Lo bello no está en el arte, sino en la interpretación. El espectador interpreta el mensaje de la obra como si fuera una imagen poética. Las conclusiones pueden ser tan diversas como asistentes existan en la sala de teatro.
La disyuntiva entre la pequeña historia que afecta a cada individuo y la escrita aparatosamente en los grandes textos es también cuestionada. Un acercamiento postmoderno al arte tiende a evitar las categorizaciones; registra una mezcla de propuestas, una gran diversidad de códigos, armonizando lo individual con lo universal.
Esta nueva propuesta teatral tiene muy en cuenta el comportamiento y las relaciones socio-culturales del espectador que determina ciertos niveles cognitivos y emotivos en la recepción de la obra. Tiende a ser más visual que auditiva (menos empleo de los parlamentos), más sinuosa que lineal, más simbólica que evidente, más de sensaciones que de explicaciones: más afín a la psiquis humana.
En el entorno de las inquietudes y situaciones más cotidianas, el teatro postmoderno propone una búsqueda interior y subjetiva. Analiza los argumentos socio-culturales de una manera amplia, distante, irónica y desmitificadora. Lanza múltiples guiños sin ninguna jerarquía para que el espectador sea quien los reagrupe y procese. En fin, remite nuestros aletargados sentidos a cavidades soterradas de nuestra compleja psiquis para devolverles la satisfacción de ejercitarse.
El teatro postmoderno se caracteriza por su intensa oposición al funcionalismo y racionalismo que marcó la llamada era moderna, así como replantea las formulaciones ya establecidas, al mismo tiempo que propone otras novedosas.
El eclecticismo es un rasgo esencial de la postmodernidad en ese intento de conciliar disímiles manifestaciones del pensamiento, en lugar de seguir lineamientos rígidos. Otro aspecto que precisa los postmoderno es la manipulación de ciertos elementos lingüísticos, como el vaciar la palabra de su valor semántico original para que el espectador sea quien le confiera su propia interpretación. Un signo puede archivar innumerables significaciones.
La llamada “des-función”, o “deconstrucción”, es otra de las facetas que matiza el semblante del teatro postmoderno. Des-fundar o deconstruir, dentro de este contexto, significa reestructurar el archivo del discurso oficial, cuestionando lo tradicionalmente establecido como genuino y razonable. Esto implica en muchos casos la caída de ideales y valores, creando un cierto pesimismo sobre lo previamente reverenciado.
A partir del nuevo paradigma, los relatos del presente ya no se explican estrictamente desde el pasado, sino que abren nuevas y profusas avenidas a la elucidación. Los personajes teatrales dejan de ser simples villanos o héroes para mostrar las multifacéticas tonalidades que determinan el carácter humano en toda su complejidad. Lo relativo a este movimiento artístico prescinde además de las propuestas totalizadoras que no dejan mucho campo a la imaginación y a la creatividad del público.
Del mismo modo, el teatro postmoderno revalúa los textos respetados ancestralmente. Ridiculiza la grandilocuencia; cuestiona la historia, la religión, la moral: todos los valores. Pone en duda el concepto de nacionalidad. Para la mirada postmoderna, la nacionalidad existe en la medida que el individuo se la imagina.
Formula más de una verdad, sugiere más de un ángulo de conocimiento, y, por consiguiente, brinda diferentes respuestas válidas a los innumerables cuestionamientos. Honra lo cotidiano, lo inmediato e íntimo del ser humano. Genera verbos como “reinterpretar”, “reinventar” y “replantear”.
El teatro postmoderno altera no sólo las unidades tradicionales del drama sino también los esquemas más comunes. El espacio del público es constantemente violentado por los actores. En muchas oportunidades los personajes dialogan abiertamente con la audiencia, estimulando el pensamiento crítico . El público es inmiscuido en la trama como un personaje más.
Este nuevo teatro, por lo general, renuncia a elementos escénicos superfluos que distraen la atención del mensaje que se intenta trasmitir. Las obras postmodernas se alejan de lo espectacular para concentrarse en lo primario. El espectáculo es generalmente diseñado desde una perspectiva global que incluye formas de expresiones artísticas poco comunes, como el llamado “performance”, que apenas se apoya en el texto con el propósito de conformar un espacio en el escenario que sustente su propia significación.
El posmodernismo propone valoraciones múltiples o polisignificación: Lo bello no está en el arte, sino en la interpretación. El espectador interpreta el mensaje de la obra como si fuera una imagen poética. Las conclusiones pueden ser tan diversas como asistentes existan en la sala de teatro.
La disyuntiva entre la pequeña historia que afecta a cada individuo y la escrita aparatosamente en los grandes textos es también cuestionada. Un acercamiento postmoderno al arte tiende a evitar las categorizaciones; registra una mezcla de propuestas, una gran diversidad de códigos, armonizando lo individual con lo universal.
Esta nueva propuesta teatral tiene muy en cuenta el comportamiento y las relaciones socio-culturales del espectador que determina ciertos niveles cognitivos y emotivos en la recepción de la obra. Tiende a ser más visual que auditiva (menos empleo de los parlamentos), más sinuosa que lineal, más simbólica que evidente, más de sensaciones que de explicaciones: más afín a la psiquis humana.
En el entorno de las inquietudes y situaciones más cotidianas, el teatro postmoderno propone una búsqueda interior y subjetiva. Analiza los argumentos socio-culturales de una manera amplia, distante, irónica y desmitificadora. Lanza múltiples guiños sin ninguna jerarquía para que el espectador sea quien los reagrupe y procese. En fin, remite nuestros aletargados sentidos a cavidades soterradas de nuestra compleja psiquis para devolverles la satisfacción de ejercitarse.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.