A veces alguien encuentra cosas
Autor: Miguel Ángel Fraga
Desde esta ventana te veo y es como si fuera yo quien estuviera plantado allí esperándote. El muchacho cumplirá dieciocho años si no anticipa su muerte. Apenas una semana para su onomástico pero él no piensa en festejos. Toda la noche la ha pasado en la ventana mirando la oscuridad del jardín. Su hermano menor tampoco ha pegado un ojo, lo observa con discreción desde su cama y teme por él. Es el único que comprende a su hermano pero no dice nada. No puede decir nada porque todos dicen que se le pasará. Sobre todo papá, que es el más sabio, lo ha convencido de que son extravagancias de jóvenes y no hay que hacerle mucho caso. Pero no deja de preocuparse. Su hermano no ha dormido, toda la noche mirando al jardín y él, temeroso de que suceda algo desagradable. Mamá tampoco da mayor importancia al asunto ya que aprueba de antemano las decisiones de papá. La hermana, por su parte, ronca en el otro cuarto, se ha desentendido totalmente, poco o nada le interesa el estado actual de las cosas y duerme como un lirón, despatarrada envuelta en una sábana caliente que la anima a prolongar el sueño.
El joven mira hacia el jardín y su hermano lo espía. A ratos distingue una frase entrecortada, su hermano habla a media voz y dirige su plegaria al ser amado. El amor nace así y yo amo y sé que tú, aunque no lo digas, me amas intensamente porque no hacen falta palabras sino ánimo y riesgos para sentirse enamorado. Esto no es una locura.
Pudiera suponer que está loco por las cosas que le ha visto hacer, pero no se atreve a insinuar nada y mucho menos exigir una explicación. Él es el único que conoce las prácticas nocturnas del hermano. La primera noche pudo dar el aviso a la familia pero comprendió que eso no arreglaría las cosas. Como testigo se limita a un cuidado de vigilia para evitar cualquier desgracia. Pero tiene sueño y le pesan los párpados.
Al amanecer, cuando el sol se cuela por el filo de la ventana, se asusta el muchacho y enfadado se amonesta por haberse dormido. Busca al hermano y lo halla esta vez sobre la cama. Parece ser que el cansancio también lo venció y ahora reposa con un sueño intranquilo, da vueltas a uno y otro lado y más que dormir, sufre las molestias de una pesadilla. El otro se ha levantado y lo mira tratando de comprender. Cierra la ventana y consigue oscuridad, el ambiente propicio ante la llegada de la aurora. Si él pudiera cortar la comunicación entre el jardín y su hermano. Algo le está haciendo daño y teme lo peor. Ojalá no suceda lo que teme.
Despertó a las once de la mañana con las ojeras del mal sueño. Desayunó con desánimo. Sólo dos veces miró hacia el jardín, al punto de siempre. Sonrió. La hermana le dio un codazo y le dijo que, por si fuera poco, también se reía solo. Entonces el hermano menor intervino con su nueva pistola fabricada con trozos de madera clavados por él mismo y le disparó a la hermana. A que no me alcanzas. Como la hermana se mostró indiferente le escurrió sobre el cabello los restos de agua contenido en un vaso y corrió y corrió lejos, todo cuanto pudo porque sabía que su hermana estaba furiosa y esta vez sí le daría alcance. La sentía maldecir a cinco metros detrás de él y él corría y pensaba en el hermano y en las cosas que este hermano pensaría, una trama de proyectos muy complicados para su edad.
Si la familia llegara a saber lo que él había visto hacer al hermano... Qué cosa tan rara, hasta la propia hermana se hubiera escandalizado. El hermano seguía con la vista a los dos
muchachos que corrían despavoridos sobre la hierba del jardín y los vio detenerse justo ante la mata de plátanos. Uno de ellos se volvió para buscar al hermano y este ya se había levantado de la mesa muy preocupado por lo que iba a suceder. Sin darse cuenta derramó el vaso con leche y la mano de la muchacha atrapó el hombro del hermano menor. Ante el peligro de estropear la planta, su primera reacción fue encontrar los ojos del hermano que, efectivamente, estaban sobre él y la hermana que empujaba al hermano y lo hacía rodar por tierra. Si la hermana supiera lo que hacía el hermano por las noches cuando suponía que todos dormían. Este era un buen secreto que lo libraría de sus garras. Estaba perdido y sólo algo muy importante podría salvarlo. La hermana estaba sobre él a horcajadas y le batía el rostro a palmadas con una carretilla de sinvergüenza, te lo mereces, toma esto para que no me lo vuelvas a hacer. Si viniera el hermano en su ayuda... Pero el hermano no se movió de su sitio, solamente tembló y lo hizo tan fuerte que temblaron además la mesa, los vasos y los cubiertos. Ya estaba a punto de hablar, decir que el hermano se levantaba desnudo por la madrugada y se paraba en la ventana. Sí el hermano le quitara de encima a la hermana, si él aguantara lo suficiente como para no revelar el secreto. Pero no puede, quiere resistir pero está a punto de decirle a la hermana que el hermano se para eso y lo agarra con una mano y lo echa para atrás con fuerza y luego para adelante y para atrás y para adelante, muchas veces, tantas veces hasta que va cambiando de expresión y se vuelve sensible y se queja porque algo le hace daño, gime, y creo que hasta llora en la ventana dedicándole su sufrimiento a esa parte del jardín. Si su hermana supiera estas cosas ahora quien fuera embromado sería el otro y no él que aguanta el peso de la hermana y su hermano tan lejos de él sólo teme que le estropeen la planta. Entonces piensa en la cara de placer del hermano y en las convulsiones. La primera vez estuvo a punto de correr y ayudarlo, parecía que se moría con tanto temblequeo. Pero fue sólo un momento. La cara pertenecía a otro ser, alguien que se había extraviado en otro mundo. Las manchas en el piso eran la prueba de lo que hacía. Él quería soltar también esa cosa y se frotaba su pistilo muchas veces consiguiendo sólo alcanzar la erección. El día que su hermano lo sorprendió debajo de la sábana frotándose el sexo lo amonestó y entre las cosas que dijo, que fueron muchas, le preguntó quién le había enseñado a hacer eso y a él no le quedó más remedio que responder: tú. Entonces el hermano despeinó su cabeza y le dedicó una sonrisa mitad airada mitad descubierta y musitó bajito, como quien se vuelve cómplice, que él era muy pequeño para esas sensualidades: hay cosas que no deben hacerse pero si te decides, tienes que hacerlo a escondidas para que no lo sepa nadie.
El hermano no llegó a comprender lo que el otro le dijo y mucho menos cuando en las siguientes noches le vio hacer algo más que soltar la baba y manchar el suelo. Creyó el hermano que su hermano dormía y se atrevió a desafiar la nocturnidad y escapar al jardín. El hermano, por supuesto, había cerrado los ojos e improvisado aquél ronquido suave. Lo vio caminar despacio, con sigilo, mirando dos y tres veces hacia atrás para no ser descubierto. Por fin llegó a donde quería y casi llora de contento. Estaba tan emocionado que se olvidó del mundo y hasta del hermano que ya no fingía el sueño y andaba descalzo por la habitación buscando un taburete o una silla o cualquier cosa para trepar hasta la ventana y ver lo que el otro hacía en el jardín. El ruido que hizo al correr el mueble apenas fue significativo para los oídos del hermano que tampoco escuchaba a los grillos ni al resto de los insectos nocturnos. Sólo tenía ojos para el ser amado y le acariciaba como a una diosa susurrándole palabras de amor porque no había dudas que aquello era amor, ese amor parecido a los romances de las
películas en los que el hombre y la mujer se unen y cuchichean mucho para acabar luego dándose un beso, ya lo dije, de película. Y esto fue lo que hizo el hermano. Allí mismo, sin otro testigo que la noche y su hermano, le plantó un beso a la corteza y acarició el tronco con las dos manos hasta rodearlo y se pegó tanto que juntaron las sombras y ya no eran dos sino uno y sólo un movimiento imperceptible llegó hasta la ventana donde el hermano con una mano se frotaba los ojos para ver mejor, más que ver, encontrar sentido a lo que veía antes de despertar a todos y decir que el hermano ahora sí se había vuelto loco.
Su hermana y aquél que ella llamaba novio también hacían estas cosas detrás de la alambrada, en el espacio libre que hay entre una casa y otra. Allí el hermano menor los había encontrado y sacado ventajas al asunto al amenazar a la hermana de ir con el cuento a papá. Pero esto era demasiado para su comprensión, alarmante. Se bajó del mueble asustado y abrió la puerta del cuarto. No gritó, no pudo porque el ahogo le dio fatiga y quiso recuperar el aliento. Tomó rumbo al jardín en dirección al hermano. Que el hermano declamara versos al pie de la ventana y sostuviera un monólogo con lo imposible, pueden ser cosas, si bien extravagantes, de poco cuidado según criterio del padre; a esa edad uno se enamora de irrealidades. Pero llegar a consumar la pasión de tal modo era ir contra natura. Eso lo aprendió más tarde cuando visitaba al hermano en la clínica. No pudo creer que en el intervalo de tiempo empleado para llegar junto al hermano, este había dejado caer su pijama y desnudo trataba de fundirse con la mata de plátanos. El hermano vio como su hermano introducía su dotado miembro en una pequeña abertura de la corteza y realizaba esa cochinada que hacía su hermana con el novio. Ni el rocío de la madrugada lograba refrescarlo. El sudor corría, continuaba por la espalda y bajaba hasta las nalgas. Desde el lugar en que se encontraba no podía describir completamente la escena, veía al hermano frenético esforzándose cada vez en poseer a la planta, la golpeaba con su pelvis muchas veces hasta ocasionarle particular daño y arrancarle la sabia o el orgasmo o lo que él deseara imaginar.
Hay cosas que no deben hacerse, pero si te decides, tienes que hacerlo a escondidas para que no lo sepa nadie. Así me hablaste una vez cuando yo apenas tenía cuatro años, ¿recuerdas? Como pasa el tiempo, ya eres un hombre –fue la respuesta del hermano y siguió mirando el péndulo del reloj. El hermano trató de acercarse lo más posible, quería llenar ese hueco que la soledad y el aislamiento habían horadado en el corazón de su hermano. Creía entenderlo más que ningún otro, por eso estaba allí en medio de sentimientos de pena y amor, compasión y duda, expectativa y rechazo. Admiró por mucho tiempo la fidelidad del otro e hizo lo posible por comprender, siempre quiso comprenderlo sin saber por qué. Pese a todo, aumentaban las diferencias. El hermano se obsesionó en amar lo que catalogaba amor y este fue el precio: soledad profunda. Ni los médicos ni la sociedad comprenderían, ni aún su propio hermano que en más de una ocasión le confesó que él sabía que no estaba enfermo. Pero quién se acuerda de eso; han pasado muchos años y cada vez que el hermano lo visita trae noticias nuevas sobre la vida allá fuera. Primero supo que el hermano menor tenía novias, una diferente de acuerdo al mes o al año, luego que había terminado los estudios de técnico medio, más tarde por fin consiguió asentar cabeza y se casó con una de aquellas mujercitas y ahora, su segunda esposa, le ha parido un varón. Eh, hermano, ¿no te alegras? Por supuesto que sí, cómo pasa el tiempo. Imaginaba que un día, cualquier día, el menos pensado, su hermano le presentaría a su sobrino y él vería crecer al muchacho que pronto se volvería un hombre, del mismo modo que el hermano ostentaría las canas en calidad de persona
respetable. Todo ocurriría en una secuencia de espacios irreconocibles e imperecederos, en el breve espacio en que él se detiene a mirar el péndulo del reloj resignado a permanecer indefinidamente en aquel sanatorio donde no pasaba nada, solo el tiempo.
Cuando quiso huir, hombres vestidos de blanco lo atraparon y amordazaron con una bata verde. Aunque trató, no pudo soltarse y sintió el dolor que causa una aguja hipodérmica cuando penetra en la piel para calmarle. Se acostumbró por la fuerza que debía portarse bien y no realizar intentos imposibles, porque de aquí no escaparía nunca. Se complace en mirar el reloj y las manecillas que giran y giran marcando minutos, horas, días, años, mientras la auxiliar de limpieza le cuenta bajito al hermano las cosas que le ha visto hacer y muy categóricamente afirma que no hay remedio, era un pervertido y tenían que protegerse.
¡Pero qué cosas me cuentas, mujer! La auxiliar de limpieza baja la voz y lo conmina a alejarse un poco. Añade que puede oírla el enfermo que en los últimos meses ha desarrollado este sentido sobre todas las cosas. Esto no lo sabe ni el médico, aún no se lo he contado pero tendré que hacerlo: las aberraciones pueden llegar más lejos. El hermano nota que a la mujer le brillan los ojos y hay cierto regodeo y disfrute de lo que va a contar, algo nerviosa casi gaguea y se confunde porque nunca antes ha conversado esto con un hombre y le da vergüenza y se le hace difícil continuar y el hermano la sacude por los hombros para que suelte de una vez lo que tiene que decir si es que lo quiere decir, que no ande con ambages y por fin dice un par de palabras y luego un camión repleto de palabrerías, donde lo único claro que saca el hermano es que su hermano tiene un perro al que le da de comer y algo más. Ahora no se pervierte con la mata de plátanos sino también con los animales y el perro le lame esa cosa por un pedazo de pan con aceite y qué le importa al perro pasar la lengua por ahí si lo importante es garantizar el sustento, porque el perro y él han hecho una buena pareja y sabrá Dios si hasta duermen juntos. Yo echaría de aquí al perro, dice la mujer y añade que eso evitará la inmoralidad en la institución; sí, sí, al perro, ¿a quién otro podría ser? A los locos se les permite cualquier cosa, pero a los perros... los perros son inteligentes, no ha oído usted decir que los perros son el mejor amigo del hombre; pues si este es el mejor amigo de un loco, vaya usted a saber si lo tiene entrenado y un día de estos comience a lamérselo a todo el mundo. ¡Jesús, qué cosas digo! Si cada vez que veo al perro me siento desnuda, tiene unos ojos ese animal... La mujer se persigna y el hermano supone que poco puede hacer en favor del hermano. No obstante trató de convencer a la auxiliar de limpieza para que callara el incidente, pero en su próxima visita buscó al perro, mas no estaba y el hermano sin pestañear, con los ojos en el reloj a cada pregunta del hermano contestaba sí, como pasa el tiempo.
Tiene ojeras y los rizos del pelo caen sobre los hombros. La nariz se ha alargado y los pómulos sobresalen igual que unos cuantos huesos del cuerpo. Cuando me ve entrar no me reconoce y permanece en la misma condición de ausencia escuchando el tic tac del reloj y por qué no, evocando alguna que otra fantasía que para él es toda la realidad del mundo. Está muy enfermo y no es de la mente. El médico dice que se muere como un gorrión en una jaula, pero no pueden dejarle regresar a la casa porque ha pasado tanto tiempo que no reconocería nada; aquella casa ha dejado de ser suya y no tiene más hogar que este. Si buscara el amor por el que sacrificó su vida hallaría un rosal de espinas en el sitio donde arrancaron la planta depravada que lo sedujo. Lo abrazo, lo acaricio y recuerdo nuestra infancia cuando le veía masturbarse junto a la ventana. Creo que ha adivinado quien soy, se alza un poco, le cuesta mucho, pero le ayudo a incorporarse. Entonces me hace señas para que le alcance el vaso que
está cerca de la cama. Se siente muy débil, apenas si sostiene el vaso y me confiesa que se ha bebido la última gota de esperanza. Sin saber qué decir miro el interior del vaso, pienso en la respuesta y sonrío. No seas bobo, hermano, fíjate bien, aún queda un fondito.
Nota: Este cuento fue publicado en Cuentos de lo Probable, lo Posible y lo Imposible. Editorial Génesis, Stgo de Chile.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.