"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


11 de enero de 2013

Tengo pareceres algo cartesianos, de Eduardo Vladímir Fernández Fernánde


  1. TENGO PARECERES ALGO CARTESIANOS
    “Pienso, luego Existo...” (R. Descartes, El discurso del Método)

    No degusto ser un inquilino de mi especie,
    afecto a pagar la renta
    y encerrarse en su nicho de prepago,
    ... con el alma en ayunas
    y el artilugio cerebral pleno
    de ideología chatarra,
    como piñata cumpleañera.

    Será porque me parieron
    en tiempos de descolonización
    y
    sin ocultar las purgas estalinianas,
    ni los experimentos maoístas,
    ni los excesos de los barbudos
    que bajaron con crucifijos de la Sierra Maestra,
    no me introyectaron el egoísmo como pasión,
    ni la superioridad de mi supuesta blancura,
    ni los dogmas de la libertad empresarial.

    Estuve largo rato en fila
    para ver la momia del “továrish” Lenin
    duro político pragmático,
    asesino de zares,
    según desclasificaciones,
    pero no menos pecador
    que un Sir Churchill
    o un Mister Reagan.

    (En fin la política es meretriz
    y esto es digresión).

    Tampoco vale negar
    que me etiquetaron con su nombre
    (“Vladímir”),
    que es viejo vocablo eslavo
    con dos significaciones:
    “poseedor de... la paz o
    ... el mundo”.
    Obviamente me dejo la primera.

    No creo en los mitos rojos,
    pero me yugulan más
    los dorados,
    cuando las calles emiten aullidos
    al tantearlas
    con mi bastón de ciego.

    Habito país “en desarrollo”
    (Costa “Rica”),
    que eliminó el ejército
    y quiso arar surco propio,
    empero,
    de las becas estatales
    dedicadas no sólo a ingenieros,
    sino al Arte,
    como zánganos de colmena
    se procrearon los sacerdotes
    de los “Chicago Boys”,
    termitas gordinflonas,
    -perdón “tecnócratas”
    que sudan campagne-
    con experticia en carcomer
    la médula espinal de la nación.

    Me duele,
    porque me desolla
    las gónadas,
    (con ausencia metafórica
    en esta rampante y prosaica
    tesitura del texto
    puesto el hosco mundo
    es la mejor metáfora del dolor)
    que los ilusos,
    como abejorros primaverales,
    revoloteen con fascinación suicida
    en torno a puntos imperiales,
    imantados como brújulas locas,
    porque ya no hay “Norte”
    sino multipolaridad petrofágica,
    en autista espera de salvación
    en el más acá
    y olviden que el mal
    no es demoníaco,
    ni principio inaprehensible,
    ni entelequia disfuncional,
    ni ángeles renegridos,
    ni llamas eternas,
    viles objetos de razón extrasensoria.

    Hablo de los impolutos,
    los químicamente “puros”,
    sacados con precisión milimétrica
    de las cadenas de montaje de la nube global.
    Aquellos hijos de la humana condición,
    quienes “contranatura”
    traen corazoncito remachado
    con mandamiento unitario,
    el más anti-evangélico,
    el menos cristiano,
    el “gran capital de los pecados”:

    ¡Hartaos
    con orejeras caballunas puestas;
    haced perfumados el amor;
    esbozad campanitas de papel
    una vez cada año:
    arrojad las moneditas del diezmo
    y dormid como marranos la madrugada
    de las noches “ebrias”,
    -libro de autoayuda en cabecera-
    puesto que en el reino de este mundo,
    como dice Sabina,
    y en cada farmacia
    “venden pastillas para no soñar”!

    © Eduardo Vladímir Fernández Fernández, diciembre de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario

"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.