"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


1 de abril de 2010

La suma (cuento) Autor: Pedro Merino

"La mirada"
Pintora cubana Sheyla Castellanos

Es Yuney. No la miro. No le caigo atrás; sin embargo, no deja de adivinar lo que pienso y se sienta frente a mí. Edad..., me pregunta la enfermera. Doce más veinte. La enfermera se asombra y Yuney se ríe. ¿Por qué separa la edad, señor? No enfe... son doce perdidos, pero veinte de experiencias. ¿Le molestan los años? Tampoco, enfe.
Yuney comienza a reírse más alto más alto más alto y la Jefa irrumpe con un “psss” por los usuarios. Enfe, ¿usté no tiene un calmante?... esa joven se va a morir. Así que veinte más doce, repite Yuney y la enfermera procede al examen alérgico. Me pincha cinco veces en el brazo y luego que espere un tiempo, agrega, y se marcha.
Me levanto y doy una vuelta por la biblioteca, mientras Yuney vuelve a su buró sin desencajarme la vista la vista la vista. Mi buró está frente a ella y aunque las mesas de los usuarios ocupan el centro de la Sala de Lectura, hay un ángulo recto recto recto y si miro más abajo, las piernas de Yuney siguen abiertas. Es raro porque las mujeres se sientan con las piernas unidas, así tengan puesta una licra.
No quiero mirar, pero un demonio vira mi rostro. Inclina mis ojos y ven las piernas de Yuney, qué piernas, piernas lampiñas, piel esponjosa, ¡y un blume rosado!

Con los años aprendí que a las mujeres hay que mirarles a los ojos, fulminarlas a base de miradas, pero a los ojos, si no piensan que soy un solterón.
Simulo escribir. Tengo pendiente decenas de libros, todavía sin clasificar ni catalogar. Agarro uno y lo abro y las piernas de Yuney se abren también. Los libros son mi pasión y las libras de carne de Yuney continúan abiertas hacia mí.
Los nervios me irritan el corazón. He leído que la lujuria afecta a la presión sanguínea. Pero no me importa. O sí. Que no me pase nada. Mientras la Jefa a veces me sorprende a mi lado: Te falta, eres lento, ponte para esto.
Yuney ahora está seria. Ha cerrado las piernas. Ha bajado la vista. Ha logrado despejarme. Se vira y busca en el bolso, colgado en la silla, una goma. La encuentra y borra quién sabe qué palabra o dibujo. Es lo que imagino y trato de levantar a mi espíritu para que vuele y arriba del buró, me diga qué vio. Pero no lo hago.
Varios libros están clasificados y catalogados. Los acomodo uno encima del otro y me levanto. Yuney ha terminado unos cuantos libros y me imita.
La enfermera regresa. Sigue tomando el ketotifeno, me dice, y desaparece luego de entregarme el examen de alergia.
De pie sostengo los libros con las manos. Mis brazos pueden aceptar más peso y le digo a Yuney que coloque los suyos encima de los míos. Ella lo niega y me acompaña. Sube la escalera delante de mí y lo que estaba oculto ya se descubre al subir cada pierna. Ella arriba; yo abajo. De espalda es una mole de carne. El vestido se arruga en cada ascenso. Un muslo se levanta y otro soporta al cuerpo y así se van alternando.
Al principio cuento los escalones, quizá por el silencio y la inercia de hacer algo, así sea inútil y me doy cuenta que suenan los tacones en la madera.
Llegamos al fondo documental y depositamos los libros en un buró.
Qué bueno, el orden es consecutivo.
Con el Dewey, le digo, había que remover los estantes.
¿Qué tiempo llevas...?
¿De graduado? No te entiendo, Yuney.
... De casado.
Ah, qué chica más precoz.
Así que veinte más doce.
Chica, para que tú veas, yo soy un solitario acompañado.
Yuney vuelve a reírse, se tapa la cara con las manos y niega lo que es verdad. Que tiene ganas.
Yo hago maravillas con la boca, me dice.
Caminamos hacia el final del fondo documental para acomodar los libros. Le pongo los míos encima de los suyos y Yuney responde que ‛ se me van a caer ‛.
Mi portañuela se hincha se hincha se hincha. Coloco uno a uno cada ejemplar, mientras me mira.
¿Maravillas con la boca?
Eso dije.
Miramos alrededor y no vemos a nadie. Escaleras abajo no sentimos que alguien puede subir, pero los escalones de madera avisan con el taconeo.
Termino de colocar los libros.
¿Y ahora?, me pregunta Yuney.
“Hacer la tarea”.
Niño mentiroso.
Chica mala.
Le toco el mentón y dilata los labios. No sé si empezar por abajo o por arriba. De todas formas tengo que acabar...
Yuney se pega al botón más alto de mi camisa. Los labios descienden verticalmente hasta la mitad de mi cuerpo y hurga dentro del zípper por el “alimento”.
Sentimos pasos cercanos, pero son del local aledaño que no tiene acceso al nuestro. Solo el taconeo en la madera es la señal de separarnos.
Sin pensar, empujo la cabeza de Yuney hacia mi pantalón “abierto”.
Avísame,pipo, eso me hace daño.
Qué, Yuney.
A los minutos la comprendo y saco de un bolsillo la protección.
Espera, le digo.
Ella, agachada, detiene la succión, mientras me ajusto la protección. Le subo el vestido. Quiero virarla y dice que no, por ser la primera vez, dame por ahí, pipo, duro duro duro, así, dale.
Toma lo que te mereces, merenguita.
Tosco, tosco.
La levanto y la pego a un estante donde ella se agarra de ambos extremos, crucificada. Mis piernas: firmes.
A medida que avanzo, carne adentro, imagino el cuento de El Dedo y La Naranja. Después de pelarla, penetras el dedo, casi siempre el índice (o el de en medio). Al principio pasas trabajo. Al final la estrechez te traba, ¡claa, claa, claaa!, y se abre la naranja mediante hilitos de zumo con hollejos separados. Sin embargo, siento una picazón. ¡Son los ácaros!... la polilla, el polvo. Estornudo. Estornudo. Estornudo y “salpico” a Yuney por arriba y por abajo (sin embarrarla).
Mis piernas electrocutan a Yuney. Mi boca en su boca y somos dos en uno.
Los pasos aledaños.
La cercanía del taconeo en la madera.
Las voces confusas.
Yuney y yo.
Los ácaros.
La polilla.
El polvo.
Los estornudos.
—Yo voy a ver... desde que ustedes —dice mi jefa— subieron... los libros... ¡ay!


Nota: publicado en la revista Extramuros, La Habana, 2005. Visite Blog Quinta de la Caridad

7 comentarios:

  1. Muy erotico como todo lo cubano, ?seremos de veras tan pasionales o es que el comuninismo no nos dejo otra cosa que dedicarnos al desenfreno y a la picason carnal?
    saludos, tania

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    1. Parece que la mayoría de las cubanas son exajeradas carnalmente no le echen la culpa al comunismo, Eso sí, son fáciles de ¨comer¨.

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  2. me gusta tiene el toque cubanisimo de azucar prietaaaaa y miel y cañaaaaaaaa

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  3. me encanto!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  4. DESDE ISLA MUJERES wfp21 de agosto de 2011, 15:59

    IMPRESIONANTEMENTE PODEROSO POST.

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  5. Bien, Pedro, muy bien. Aunque las lecturas eróticas no son mi fuerte... me gustó. Un abrazo, estás perdido de FB.

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  6. Hola, Rossy, qué bueno verte por aquí. Pronto voy a tener 10 libros míos en ebooks online.

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.