"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


26 de diciembre de 2009

El extravío / IL DISGUIDO (cuento), de Pedro Merino

Autor: Pedro Merino
Estaba allí. Tirado. Doblado en varias partes. Con el ómnibus en movimiento lo vi. Memoricé el lugar. Calculé los metros. Justamente detrás del Lada, parqueado en un parque. Seguro es un dólar. Pero dudé del valor. Sólo tenía la idea de bajarme. Correr. Buscarlo. Encontrarlo. No era un billete verde olivo. Era verde. No podía parecerse a un Martí. Ni siquiera a un Maceo; aunque son de un verde claro.



Enseguida pensé en la cuantía del billete. De cinco. Diez. Quizás veinte. Cincuenta. A lo mejor de cien. Podía ser cualquiera de esos valores. Pero aún me encontraba en el ómnibus. La siguiente parada no quedaba lejos. Retrocedí mentalmente hacia el parque. El Lada continuaba parqueado. El billete doblado se estaba abriendo. Síntoma de los dólares. ¿Los demás billetes no hacen eso? No podía ser un euro por el color. Ni un yen. Ninguna moneda blanda. Tenía que ser un dólar. Y un dólar “gordo”. Vale pensar en grande. Soñar. Cambiar la realidad. Enriquecer la fantasía.

Delante de mí una persona impedía moverme hacia la puerta de bajada. Detrás, alguien pedía permiso, con ansias superiores a las mías. Supe que físicamente aún seguía en el ómnibus. Pero corría en busca del billete. Para encontrarte dinero necesitas dos factores: la suerte y la vista. Con suerte puedes ser lo que quieras. Con vista disfrutas de la suerte.

Sin embargo, no podía avanzar. Sentí halones a mi espalda, mientras los árboles de la calzada rozaban el ómnibus. Escuché gritos y pensé que el chofer había pasado la parada. Dudé del billete, pero fue corta la duda. Volví a sentir los halones y un roce en un bolsillo delantero. Al bajar la vista sorprendí a unos dedos. Eran negros. Sucios. De uñas largas. Me viré y no vi de quién.

Todavía pensaba en el billete. La parada se acercaba. Entre mis sienes me aproximaba al billete. En realidad debía bajarme en la otra parada. Pero si lo hacía me alejaba del billete.

De súbito me acerqué a la puerta de bajada. Sudaba. Sentía una frialdad. Un dolor de cabeza. Hasta que el aire fluyó por la puerta de bajada. La claridad encandiló mis ojos. Bajé. Acalambrado caminé por la acera. Crucé la calzada. Me orienté en dirección al parque. Imaginaba que husmeaba alrededor del Lada. Entre mis sienes volví a ver el billete. Más verde aún. No quise mirar hacia atrás. Lo despejé. Llegué a la otra acera. A más de trescientos metros calculé el parque. Había sacrificado una parada. En estos momentos estaría subiendo la escalera de mi edificio. Tal vez me hubiera cruzado con un vecino. Lo hubiera saludado. Pero caminaba solo. Recto. Sin mirar atrás. Pensaba banalidades. Son los vacíos de la ignorancia. Noté la diferencia de la brisa. El oxígeno. Las sombras de los árboles. Me viré y vi la diferencia atrás: árboles talados. Ñongos. Pensé que así es la vida. Nacer. Crecer. Fallecer. Seguí adelante. Recobré el recuerdo del billete. Ya estaría más abiertico. Enseñando la carota del mártir. ¿Pero alguien no se lo habría encontrado? ¿Cuánta gente lo habrá pisoteado? El chofer. ¡El chofer del Lada! Se lo habrá encontrado. A lo mejor era de él. No. Dios no es un sinvergüenza. Es mío... ¡Míralo allí! Qué vista de águila. Diría que de espía. Me acerco más. Hay personas en dirección... Tengo que correr. Pero... el niño, el niño tropezó y cayó delante. Lo ha visto. Lo ha recogido. Se ha mandado a correr. Lo sigo. Ya no corre. Bueno, es un niño. Lo gastará
en mierdas. Le pertenece y me despido del billete. Adiós, papelito de la felicidad. Quedaste en pobres manos.

De repente el niño retrocedió. No sostuvo el billete y un joven se lo encontró. El niño no sabe pedírselo. Imbécil. Mientras, el joven camina diferente. El sueldo le aumentó. ¿En qué lo gastará? Sigo dudando de la cuantía. Pero seguro es un billete “gordo”. Veo al niño. Ha dado media vuelta. No disputa lo suyo, y sin embargo, es feliz.

El joven ha colocado el billete en la billetera. La guardó. Ya no siente a una piedra que lo aplasta. Ni le pesa el bolsillo trasero. Se detuvo. Va a comprar en la shopping del otro extremo de la calzada. Pero los autos no lo dejan cruzar. Quiero ver el final del billete. Gastado por un extraño. Luego regresaré. Subiré la escalera. Me acostaré.

Y cuando voy llegando a mi edificio veo un billete en la acera... ¿cinco pesos? Qué carajo, cinco pesos son cinco pesos.


IL DISGUIDO
Stava lì. Steso. Piegato in varie parti. Proprio dietro il Lada, parcheggiato in un parco. Sicuro che è un dollaro. Ma dubitai del valore. Avevo solo
l' idea di scendere dall' autobus. Correre. Cercarlo. Trovarlo. Non era un biglietto verde oliva. Era verde. Non poteva somigliare ad un Martí. Neanche ad un Maceo; benché siano di un verde chiaro.
Subito pensai all'ammontare del biglietto. Da cinque. Dieci. Magari venti. Cinquanta. Forse cento. Poteva essere di qualsiasi valore. Ma mi trovavo ancora sull'autobus. La fermata successiva non era lontana. Retrocessi mentalmente verso il parco. Il Lada era ancora parcheggiato. Il biglietto piegato si stava aprendo. Tipico dei dollari. Gli altri biglietti non fanno questo? Non poteva essere un euro per il colore. Né uno yen, nessuna moneta bianca. Doveva essere un dollaro, ed un dollaro "grasso." Meglio pensare in grande. Sognare. Cambiare la realtà. Arricchire la fantasia.
Davanti a me una persona mi impediva di muovermi verso la porta di discesa. Dietro, qualcuno chiedeva permesso, con ansia superiore alla mia. Sapevo di essere fisicamente ancora sull'autobus. Ma correvo in cerca del biglietto. Per trovare denaro hai bisogno di due requisiti: la fortuna e la vista. Con la fortuna puoi essere quello che vuoi. Con la vista godi della fortuna. Tuttavia, non potevo andare avanti. Sentii premere contro la mia schiena, mentre gli alberi della carreggiata sfioravano l'autobus. Udìi delle grida e pensai che l'autista avesse passato la fermata. Dubitai di riuscire a prendere il biglietto, ma fu fugace il dubbio. Sentii ancora una pressione e uno sfioramento nella tasca anteriore. Abbassando la vista sorpresi alcune dita. Erano nere. Sporche. Con unghie lunghe. Mi girai e non vidi di chi fossero.
Ancora pensavo al biglietto. La fermata si avvicinava. Mentalmente mi avvicinavo al biglietto. In realtà avrei dovuto scendere all'altra fermata. Ma se lo faceva mi allontanavo dal biglietto.
Prontamente mi avvicinai alla porta di discesa, sudavo, sentivo freddo, mal di testa, fino a che, l' aria affluì dalla porta.
La chiarezza abbagliò i miei occhi. Scesi. Intorpidito camminai lungo il marciapiede. Attraversai la carreggiata. Mi orientai in direzione al parco. M'immaginavo di aggirarmi con dissimulo attorno al Lada. La mia mente tornava a vedere il biglietto. Più verde ancora. Non volli guardare indietro. Lasciai perdere. Arrivai all'altro marciapiede. Oltre trecento metri, calcolai, la distanza dal parco. Aveva sacrificato una fermata. In questi istanti avrei salito le scale di casa. Forse mi sarei incrociato con un vicino. L'avrei salutato. Ma camminava solo. Dritto. Senza guardare dietro. Pensavo alle banalità. Sono i vuoti dell'ignoranza. Notai la differenza della brezza. L'ossigeno. Le ombre degli alberi. Mi girai e la differenza dietro: alberi tagliati.
Situazione difficile. Pensai che così è la vita. Nascere. Crescere. Morire. Proseguii. Recuperai il ricordo del biglietto. Sarebbe stato già più aperto. Mostrando la caratura del martire. Ma qualcuno non lo avrà trovato? Quanta gente l'avrà calpestato? L'autista. L'autista del Lada! L' avrà trovato. Forse era suo. No. Dio non è una vergogna. È mio.... Guardalo lì! Che vista d' aquila. Si direbbe di spia. Mi avvicino. Ci sono persone nei pressi... Devo correre. Ma... il bambino, il bambino inciampò e cadde davanti. L'ha visto. L'ha raccolto. Si è messo a correre. Lo seguo, oramai non corre più. Bene, è un bambino. Lo spenderà in merda. Gli appartiene e saluto il biglietto. Addio bigliettino della felicità. Sei rimasto in povere mani.
Di scatto il bambino retrocede, non trattiene il biglietto e un giovanotto se lo prende, il bambino non osa chiederglielo. Imbecille. Nel frattempo, il giovanotto cammina in maniera diversa, gli sono aumentati gli averi. Come lo spenderà? Continuo interrogandomi sul taglio del biglietto, sicuramente era di taglio grosso. Ha fatto mezzo giro,non discute il suo ed è felice.
Ha messo il biglietto nel portafoglio,lo ripone.Di sicuro non sente una pietra che lo schiaccia, nè gli pesa la tasca posteriore.
Si ferma, va a far compere nel negozio all' altro lato della strada, però le macchine non lo lasciano passare,voglio vedere la fine del biglietto. Speso da un estraneo. Quindi ritornerò. Salirò la scala. Mi coricherò.
E quando sto per arrivare a casa vedo un biglietto sul marciapiede...cinque pesos? Che accidenti, cinque pesos sono cinque pesos.


Nota: En caso de reproducción cite al autor y al blog. Traducción de Lisa Cocco

4 comentarios:

  1. ¡Hola! Me ha gustado mucho el cuento; pero pensé que el final iba a ser diferente, cuando le rozan el bolsillo delantero pensé que por estar "soñando" con el billete lo habían "cartereado" a él. Me gustó más tu final, después de todo, el escritor eres tú.
    ¡Éxitos!

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  2. Pedro Merino muy bueno felicidades y exitos. Bendiciones
    Cecilia Diaz

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  3. "Veo al niño. Ha dado media vuelta. No disputa lo suyo, y sin embargo, es feliz".
    Pedro Merino

    “El extravío”, de Pedro Merino, ganador con su novela Operación fula del Premio Juan March 2003, en España, es una deliciosa tapa de su producción literaria.

    Este cuento, que encabeza su nuevo libro Pan con tomates verdes (2010), ilustra cómo el autor es amo de sus palabras, sin colas, sin vanas distracciones.

    Al igual que el niño de su historia, “sin disputar lo suyo”, con la justa precisión y pericia del buen escritor, Merino ya reclama un sitial "feliz" dentro de la narrativa cubana contemporánea.
    Leonardo Venta

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  4. Gracias un poco tarde pero a tiempo para todos por su opinión. Sigan leyendo a los demás autores.

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.