El Sirviente (The servant, Joseph Losey, 1963)
Decadencia y caída
Eduardo Nabal Aragón
Joseph Losey, realizador estadounidense exiliado en Gran Bretaña, como consecuencia de “la caza de brujas”, sigue siendo uno de los directores más misteriosos -pese a su enorme popularidad- del apodado “cine moderno” que tuvo su origen en la posguerra y el neorrealismo y se consolidó con la aparición de los nuevos cines (“free cinema”, “nouvelle vague”, “nuevo cine alemán”). Su gran reconocimiento se produjo con el éxito de El sirviente, un filme británico hasta la médula pero enfocado con la mirada acerada del extranjero que, huyendo de un modelo social donde había sido señalado por sus simpatías izquierdistas, y con una carrera, todavía tímida pero apreciable, indaga en las entrañas de otro modelo social en un momento igualmente crispado: la Gran Bretaña de principios de la década de los sesenta. Es el momento de “Los jóvenes airados” que contestan desde los escenarios y la gran pantalla a una sociedad anclada en valores caducos y donde los jóvenes por primera vez comienzan a rebelarse contra modelos, culturales en general y cinematográficos en particular, que ya no responden a sus expectativas.
Losey incorpora en su cine algunos elementos del free cinema en títulos como El criminal o Eva pero empieza a incorporar otros que predominarán en el cine inglés a partir de ese momento como la elegancia plástica, la belleza formal y el gusto por el contraste entre las clases altas, medias y bajas con sus historias de arribismo, decadencia, sexo, dolor y corrupción.
El sirviente es una de las películas de Losey que mejor han resistido el paso del tiempo gracias a su fuerza expresiva, las magistrales interpretaciones y la adecuada compensación entre fondo y forma. Con una contrastada fotografía en blanco y negro de Douglas Slocombone, Losey relata la historia de una vampirización, la de Barret, el joven criado (una inquietante y magistral composición de Dick Bogarde) hacia Tony (James Fox), un joven representante de un tipo de clase alta británica, incapaz de ver que los tiempos de la aristocracia están quedando atrás. Llevando al extremo el juego del gato y el ratón El sirviente tiene ecos de Fausto y también del cine gótico dentro de un microcosmos pero asfixiante hasta lo claustrofóbico. Compuesta por reencuadres, espejos deformantes, inquietantes contrapicados y una iluminación que va desde la claridad a lo tenebroso esta historia de suplantación y celos, plena de connotaciones homoeróticas entre los dos protagonistas, contó además con un inteligente guión de Harold Pinter,. No obstante, el guión de Pinter, lleno de ironía y juegos de palabras, no sería lo que es sin la deslumbrante puesta en imágenes de Losey, imágenes que siguen desbordando poesía y sensualidad en medio del microcosmos sórdido y crispado de una tragedia triangular en la que los personajes nunca son lo que parecen.
Decadencia y caída
Eduardo Nabal Aragón
Joseph Losey, realizador estadounidense exiliado en Gran Bretaña, como consecuencia de “la caza de brujas”, sigue siendo uno de los directores más misteriosos -pese a su enorme popularidad- del apodado “cine moderno” que tuvo su origen en la posguerra y el neorrealismo y se consolidó con la aparición de los nuevos cines (“free cinema”, “nouvelle vague”, “nuevo cine alemán”). Su gran reconocimiento se produjo con el éxito de El sirviente, un filme británico hasta la médula pero enfocado con la mirada acerada del extranjero que, huyendo de un modelo social donde había sido señalado por sus simpatías izquierdistas, y con una carrera, todavía tímida pero apreciable, indaga en las entrañas de otro modelo social en un momento igualmente crispado: la Gran Bretaña de principios de la década de los sesenta. Es el momento de “Los jóvenes airados” que contestan desde los escenarios y la gran pantalla a una sociedad anclada en valores caducos y donde los jóvenes por primera vez comienzan a rebelarse contra modelos, culturales en general y cinematográficos en particular, que ya no responden a sus expectativas.
Losey incorpora en su cine algunos elementos del free cinema en títulos como El criminal o Eva pero empieza a incorporar otros que predominarán en el cine inglés a partir de ese momento como la elegancia plástica, la belleza formal y el gusto por el contraste entre las clases altas, medias y bajas con sus historias de arribismo, decadencia, sexo, dolor y corrupción.
El sirviente es una de las películas de Losey que mejor han resistido el paso del tiempo gracias a su fuerza expresiva, las magistrales interpretaciones y la adecuada compensación entre fondo y forma. Con una contrastada fotografía en blanco y negro de Douglas Slocombone, Losey relata la historia de una vampirización, la de Barret, el joven criado (una inquietante y magistral composición de Dick Bogarde) hacia Tony (James Fox), un joven representante de un tipo de clase alta británica, incapaz de ver que los tiempos de la aristocracia están quedando atrás. Llevando al extremo el juego del gato y el ratón El sirviente tiene ecos de Fausto y también del cine gótico dentro de un microcosmos pero asfixiante hasta lo claustrofóbico. Compuesta por reencuadres, espejos deformantes, inquietantes contrapicados y una iluminación que va desde la claridad a lo tenebroso esta historia de suplantación y celos, plena de connotaciones homoeróticas entre los dos protagonistas, contó además con un inteligente guión de Harold Pinter,. No obstante, el guión de Pinter, lleno de ironía y juegos de palabras, no sería lo que es sin la deslumbrante puesta en imágenes de Losey, imágenes que siguen desbordando poesía y sensualidad en medio del microcosmos sórdido y crispado de una tragedia triangular en la que los personajes nunca son lo que parecen.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.