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La eternidad
Cuando lo supo experimentó el regocijo de los triunfadores, se exaltó su ego y la ambición celosamente guardada: era superior al género humano. Viviría eternamente. Como mortal había temido el tránsito a otra dimensión; ahora podía burlarse de cualquier amenaza. Tenía ante sí la eternidad para realizar cuanta cosa se le antojara; todo el tiempo del mundo a sus pies.
Como hombre nacido en el siglo XII soñó que asistiría a la segunda etapa de la historia de la humanidad, al renacimiento del hombre como centro del universo, la Inquisición, los concilios papales y la escisión de la cristiandad; sería testigo ocular de la conquista de América, de las matanzas de indios y la trata negrera; estaría inmerso como creador en los estilos barrocos y neoclásicos; participaría como líder en la revolución francesa y ayudaría en la derrota del imperio napoleónico; tomaría parte de las transformaciones radicales del arte y de la Revolución rusa; narraría sus impresiones como superviviente rescatado de las frías aguas donde zozobró el Titanic; se convertiría en reportero de la primera guerra mundial, del fascismo y del neocolonialismo en América; sufriría las consecuencias de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki; constataría los millones y millones de muertos de la segunda gran guerra del XX, las víctimas de Viet-Nam, el conflicto bélico del medio oriente, la hambruna en el África, la destrucción de la capa de ozono, las penetraciones del mar, los desastres ecológicos; lo razonable y perverso en una sola experiencia.
Al día siguiente se hizo un agujero en la cabeza.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.