Autor: Leonardo Venta
El árbol de la ciencia de Pío Baroja y Nessi (1872-1956), si bien tañe notas de pesimismo e insatisfacción, conformes al sentir de las disímiles personalidades literarias españolas agrupadas bajo el nombre de generación del 98, refleja un espectro filosófico más amplio que el de una simple postura generacional.
A través de los diálogos establecidos entre el joven Andrés Hurtado, el protagonista, e Iturrioz, su ilustrado tío, la novela examina temas como el dolor, el epicureismo, el matrimonio, la muerte, la ciencia, la religión, la prostitución, la pobreza, la soledad existencial, la predestinación, la voluntad, el semitismo, la representación de la realidad; en fin, la vida en sí.
Según el pensamiento filosófico pesimista de Arthur Schopenhauer, la angustia de vivir radica precisamente en la arrolladora naturaleza insaciable de la voluntad (entiéndase por voluntad el desear). La voluntad, que conduce al dolor, encuentra en la muerte, según Schopenhauer, la solución a una crisis en que el querer es invalidado mediante un estado de ataraxia (imperturbabilidad). Según Schopenhauer, existen dos muertes que nos ayudan a deshacernos del dolor originado por la voluntad: la muerte física, o literal, y la muerte a los deseos.
El árbol de la ciencia sugiere que el individuo debe renunciar a su afán de comprender y explicarlo todo, ya que el hombre es solamente un elemento de la objetivación de la voluntad que al nivel de la representación, como propone Schopenhauer, se diferencia sólo en cierto grado del resto de las otras criaturas orgánicas e inorgánicas.
Según dicho filósofo alemán, el conocimiento implica desdicha, ya que la felicidad proviene de la inconsciencia (el no conocimiento). Un episodio que aparece en el libro bíblico de Génesis, que genera el título de la novela, propone que aquel que coma del fruto del árbol de la vida, o el conocimiento, morirá. De lo que se deduce que el conocimiento, desde una perspectiva semítica, significa muerte.
Tanto Schopenhauer como Baroja cuestionan la armonía y racionalidad del mundo, y proponen la imposibilidad de que éste pueda ser mejorado mediante el conocimiento, ya que el saber sólo engendra dolor.
Hurtado persigue la armonía consigo mismo, ataraxia (imperturbabilidad), búsqueda manifiesta en todas sus inquietudes filosóficas, en sus constantes viajes e indagaciones, como una especie de anhelo ontológico de realización, de conocimiento, hasta cerciorarse de que ese estado ideal no existe, culminando así con el suicidio. Por su parte, Iturrioz opera desde un nivel en que aparentemente ha alcanzado ese anhelado estado de ataraxia, o nirvana, precisado por la madurez intelectual o la aceptación de la no solución a los problemas que le asechan.
Hurtado siente la existencia como irreal, le produce desasosiego vivirla, y opta por el suicidio, que se le ofrece como fuente liberadora. Busca la paz, pero se convence de que esa imperturbabilidad, armonía, no existe sino en la nada. Por eso se suicida, no sólo porque hayan muerto su hijo y su esposa, sino porque está convencido de que la muerte es la única solución a la angustia ocasionada por su desmedido anhelo de encontrarle un porqué al mundo grotesco, injusto y hostil que le abate.
La novela nos incita a preguntarnos: ¿Existe alguna verdad?, y si existiera, ¿es posible conocerla, explicarla? ¿Existe un ineludible destino ya prefijado para el ser humano?, y al decir de Hurtado, “¿Por qué incomodarse, si todo está determinado, si es fatal, si no puede ser de otra manera?”
Como afirma Edith R. Rogers: “Schopenhauer mantiene que el mundo es el infierno, poblado de almas atormentadas y demonios, y Baroja le agrega una nueva dimensión a este infierno, a través de su personaje Andrés Hurtado, el infierno que existe en la propia conciencia del hombre”.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.