"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


31 de julio de 2010

EL VINO DE LA MUERTE (relato)


Autor: Alexei Dumpierre

- ¿Pretende hacernos creer esa historia? –me preguntó el teniente de la policía alemana con visible cinismo cuando empecé a recuperarme en la cama del hospital.
- He declarado toda la verdad que puedo decir sobre los hechos –respondí con la lengua todavía medio dormida.
- Mi amigo, ¿cuántas botellas de vino usted bebió ese día?
- No bebo habitualmente. Esa noche quise probar el regalo que me hicieron en Pekín.
Llegué al hotel donde me hospedaba en la capital de Alemania alrededor de las siete de la noche del viernes. Debía descansar, pues mi vuelo para Brasil tenía marcada la salida a las cinco de la mañana. Mis maletas estaban listas y no tenía otra cosa que hacer, a no ser cenar a las diez, como de costumbre. Decidí abrir la botella de vino que me regaló la hermana de la china que fue mi traductora durante quince días de arduo trabajo.
Antes de abrirla la contemplé detenidamente. Su imagen era desagradable para cualquier criatura de la civilización occidental. La serpiente tenía los ojos abiertos y daba la impresión de estar viva. Encendí el ordenador y busqué información sobre ese vino tradicional. Se trataba de una bebida alcohólica producida por infusión de serpientes enteras en vino de arroz. Se creó en China durante la dinastía Zhou, siendo considerado un remedio importante en la medicina tradicional de ese país. Puede encontrarse en China, Vietnam y por todo el sureste asiático. Hay dos variedades de vino de serpiente:
Mezclado: Los fluidos corporales de la serpiente se mezclan con vino, consumiéndose inmediatamente en pequeñas dosis. El vino de sangre de serpiente se prepara cortando una serpiente por su vientre y vaciando su sangre directamente en un vaso lleno de vino chino. El vino de bilis de serpiente se hace de forma parecida, usando el contenido de la vesícula biliar.
Infundido: Se mete una serpiente venenosa grande en un tarro de cristal con vino de arroz, a veces con otras más pequeñas o hierbas medicinales, dejando infundir varios meses. El vino se toma como reconstituyente en pequeñas dosis. Su nombre en mandarín es 蛇酒.
Destapé la botella con inmenso cuidado, me serví la mitad de un vaso pequeño y volví a cerrarla con la extraña tapa hecha a base de resinas de árboles mitológicos. Antes de probar el primer trago volví a pensar en Ikita. Desde el primer día que llegué a Pekín sentí una misteriosa atracción por ella. Era una joven fina, de pronunciados rasgos asiáticos, pero con el encanto de una diosa del Olimpo. Cuando caminaba parecía flotar en el espacio. Su sensualidad era de alto quilate y la melodía de la voz era extremamente seductora. El embajador me había advertido que por causa de un problema derivado de la cultura tradicional no era prudente que me dejara sentir atraído por ella, pues eran renuentes a las relaciones entre nativos y extranjeros. De todas formas no hubo como evitar que se produjera una mutua y profunda atracción, que no tuvo oportunidad de concretarse en la práctica, lo cual hubiera deseado profundamente.
El día antes de salir de la capital del gigante asiático el joven que trabajaba en la carpeta del hotel me entregó el paquete cerrado donde estaba la botella muy bien envuelta. Después supe, a través del chófer de la embajada que había sido la hermana de la traductora quien me la había dejado.
- Si yo fuera usted la dejaba en el cuarto del hotel –me dijo casi en susurros.
- ¿Por cómo? Es una bebida muy cara. –respondí.
- Es sólo un consejo. Olvide el comentario.
Horas después el vaso con el extraño vino estaba entre los dedos de mi mano derecha. Lo volví a observar con calma y olfateé su buqué. Era indescriptible. Llevé el borde hasta mis labios y tomé un trago suculento. Intenté comparar su sabor con otras experiencias de mi paladar etílico, pero no se parecía a nada. Por unos minutos mi mente navegó por diferentes lugares. El largo viaje que me esperaba, mi familia, el trabajo, etc. De repente me pareció como si en el contenido de la botella se hubiera experimentado un movimiento, aunque rápidamente descarté la idea.
Después de tomar el segundo buche aguardé unos instantes y me decidí a colocar una segunda dosis en el vaso. Tomé la botella con la diestra y cuando iba a abrirla reventó como una bomba entre mis dedos. Por unos instantes el vino que cayó en mis ojos me dejó ciego. Percibí que algo se deslizaba por mi cuerpo y antes de poder deshacerme de aquello sentí una especie de picada en el vientre. Poco a poco fui recobrando la visión, aunque mi boca estaba reseca y los dedos de las cuatro extremidades con calambres.
Repentinamente el vaso que estaba sobre la mesa se suspendió en el aire y fue lanzado violentamente contra el espejo, que se quebró en añicos. La maleta de donde había sacado la botella pegó fuego y todos los objetos del cuarto comenzaron a ser destruidos, como por arte de magia. Busqué por el piso la serpiente que estaba dentro de la botella y no la encontré por ninguna parte. Los vidrios de la ventana se quebraron y me pareció que un huracán se apoderaba del cuarto. Un fuerte dolor en el pecho me sacudió todo el cuerpo y me desmayé.
Volví en mí a medias dentro de la ambulancia. La careta de oxígeno no me dejaba hablar y mi cuerpo temblaba de pies a cabeza. En la mano del enfermero puede ver, agarrada por el cuello, la serpiente venenosa que movía su cola violentamente.

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