Autor: Alexei Dumpierre
Salí de la oficina un poco más tarde de lo común. Conducía preocupado con el cúmulo de trabajo que me esperaba el día siguiente. Decidí colocar una música relajante para cubrir la hora y media que me faltaba hasta llegar a la nueva casa que compré el mes pasado, pues estaba en las afueras de la ciudad. El final de la tarde parecía bañado con un misterioso manto de matices fríos azules y lilas. Por suerte el tránsito había menguado y no se veían carros en ningunas de las dos direcciones. Después de los cincuenta los embotellamientos me alteran mucho. Sin notar el transcurso del tiempo llegué a mi destino. Tomé el ordenador y salí del auto.
Al alcanzar la entrada, ya oscuro, sentí la más horrible sensación de pánico. Me pareció que la puerta estaba abierta de par en par, pero al observar bien pude apreciar que no estaba allí. La habían quitado de su lugar sin ninguna señal de violencia. Miré por los alrededores y no había señales de ella. Por unos instantes quedé paralizado en el mismo lugar. Poco a poco fui venciendo el miedo y me decidí entrar. Encendí las luces y percibí que todo estaba normal. Recorrí todos los rincones de la casa. No faltaba nada y permanecía el orden en que acostumbro a mantenerla.
Me senté en la sala intentando darle una explicación al hecho, pero era literalmente imposible hacerlo. Sentí la sensación de impunidad, de estar indefenso, totalmente inseguro, vulnerable. Nunca había experimentado algo igual. Me pareció que llamando a la policía no iba a lograr nada. De cualquier forma tendría que tomar una decisión, pues no podría dormir así. Por los alrededores no había otras residencias a cuyos vecinos pudiera pedir ayuda u al menos orientación. Busqué en la guía telefónica las carpinterías más cercanas y llamé, pero a esa hora no había ninguna abierta. Un volcán entró en erupción dentro de mi cabeza. Así pasaron las horas y yo en vela, derrumbado sobre el sofá, frente al marco de la puerta desaparecida.
Por la mañana conseguí entrar en contacto con uno de los talleres y en dos horas había una puerta nueva con doble cerradura. Claro que inventé una historia para no decir la verdad. Con esa fastidiosa preocupación fui a enfrentar la dura jornada de trabajo. Confieso que el hecho no me permitió un buen desempeño en mis labores. Decidí salir un poco más temprano que el día anterior y dirigí más aprisa.
Sentí un gran alivio al ver que la puerta estaba allí, cerrada. Entré y fui directo al cuarto a quitarme la ropa y darme un baño. Pero al entrar en la bañera me quedé nuevamente perplejo. No había ningún grifo. Habían substraído toda la instalación hidráulica. Lo mismo sucedía en el lavamanos. Corrí desnudo hasta la cocina y encontré igual panorama. Temblé como una hoja de impotencia y pavor. Rápidamente comprendí que no tenía condiciones de dormir allí esa noche. Al día siguiente tendría una reunión importante y debería descansar. Me vestí nuevamente como un autómata espantado, tomé el coche y fui hasta el hotel más cercano. El fin de semana me ocuparía con calma de todo.
El viernes me sentí agobiado en el trabajo. Las ojeras cubrían casi todo mi rostro y el aspecto general era el de una persona destruida. Finalmente llegó la hora de almuerzo y decidí salir a resolver el problema. Conduje con pánico pensando en el nuevo misterio que me depararía a la llegada a la casa. Varias veces sentí las manos temblar sobre el volante. No había comentado nada con nadie, lo que me hacía el único portador de la pesada carga.
Antes de llegar, busqué un plomero y compramos juntos todas las piezas que debían reponerse. Acompañado por él me sentí más seguro. Por suerte esta vez no encontramos ninguna nueva anomalía. Como buen profesional no demoró mucho tiempo en terminar un excelente servicio. Tuve que volver con él a la ciudad porque no tenía suficiente dinero en efectivo para pagarle. En el banco no demoré mucho, lo llevé hasta el taller y decidí comer algo antes de regresar a casa.
Ya era de noche cuando me bajé del carro. Abrí la puerta y accioné el interruptor, pero las luces no encendían. Fui hasta el carro, tomé una linterna y observé el reloj que controla la energía. Estaba funcionando normalmente. Entré de nuevo y apunté con la linterna hacia la lámpara del techo de la sala, pero allí no había nada. Un tenue resplandor parecía venir del cuarto. Con pasos leves comencé a caminar en esa dirección. Un fuerte olor a flores estridentes me dejó paralizado. Hice un esfuerzo y continué andando, aunque el sudor me cubría y parecía que me iba a desmayar. Antes de llegar a la puerta que estaba abierta pude apreciar que en cada una de las cuatro puntas de la cama había una vela encendida. Mi cuerpo se estremeció con fuerza. ¡Allí había alguien acostado!
No lograba mover un pie. Permanecí estático no sé que tiempo, hasta que una fuerza mayor me hizo continuar. Escuché el llanto de mujeres, aunque no había nadie, sólo coronas de flores por el piso. Continué avanzando y perdí el sentido al ver que sobre la cama yacía mi propio cadáver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.