Autor: Alexei Dumpierre
Joaquín salió de la isla junto con dos amigos en cuatro cámaras de camión. Permanecieron en las peligrosas aguas del Caribe once días expuestos al ardiente sol de julio, apenas sin líquidos para hidratarse ni alimentos. Es fácil comprender las calamidades atravesadas durante ese tiempo. Finalmente fueron rescatados por las tropas guardafronteras americanas e internados en un hospital. Uno de ellos no sobrevivió a las fuertes quemaduras y el deshumedecimiento del cuerpo. Al salir cada uno de los dos que sobrevivieron tomó su rumbo.
En Cuba Joaquín había sido técnico en electrónica y se graduó después en ingeniería en la CUJAE (Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría). Pero, como buen criollo, había aprendido diversas profesiones y aunque contaba entonces con cuarenta y dos años, se sentía capaz de enfrentar la vida en el nuevo país con coraje y disposición. Era hijo de una familia de campesinos de San Antonio de los Baños, pero cuando se casó a los veintidós años fue a vivir al barrio del Cerro.
Era un hombre delgado, de piel morena, estatura mediana, pero de una gran resistencia física. Activo y emprendedor nunca estaba quieto y siempre dispuesto para todo, aunque fuera a riesgo de su propia integridad. Jovial y alegre no se perdía una fiesta, de la que generalmente salía al lado de una linda mulata, que eran de su preferencia.
Desde los primeros días de su estancia en Miami, ayudado por diversos amigos, realizó múltiples actividades como camarero de bar, ayudante de cocina, entregador de pizzas, lavador de carro, etc. Porque allí ejercer su profesión requería primero la revalidación del título, lo que era extremamente difícil. Pero por ello no se detuvo nunca y continuó buscando oportunidades mejores, batiendo puertas y reclamando ayuda de cuantos conocía. De cualquier forma se hacía difícil encontrar mayores posibilidades en un centro urbano donde la competencia es grande. Un sábado, sentado con un amigo en una cafetería, este le mostró un periódico donde aparecía la convocatoria para un concurso de televisión cuyo premio sería cincuenta mil dólares.
- Mira que oportunidad maravillosa, mi hermano. ¿Te imaginas disponer de esa cantidad? Podríamos montar un buen negocio –comentó el amigo.
- Pero, ¿de qué se trata el concurso?
- Bueno, eso no lo especifica el anuncio. Aunque soy capaz de hacer cualquier cosa por ese dinero.
Joaquín pasó el fin de semana dándole vueltas al asunto y el lunes por la mañana se presentó en el edificio donde radica el Canal 52. Ya había varias personas esperando para inscribirse, todas intrigadas con las características del concurso, pero nadie se refería a ello. Una hora después se aparecieron dos integrantes de la producción, les repartieron unas planillas para que las llenaran y les ofrecieron los datos sobre le lugar, la fecha y la hora del programa que sería transmitido al vivo. Pero no hubo una palabra sobre las características del concurso y ante las preguntas de los aspirantes ellos se reían y repetían que era una sorpresa.
Tres días después los concursantes fueron llevados a una sala de maquillaje, mientras en el escenario se encendían las luces, el director combinaba con los camarógrafos los tiros desde diversos ángulos y los técnicos de sonido ajustaban los micrófonos. En breve fue dada la orden y el animador realizó una fantástica presentación. Joaquín sería el último de los cinco concurrentes. Todos estaban muy nerviosos, aunque cada uno convencido de que sería el ganador del jugoso premio.
Una estruendosa música aumentó la tensión cuando anunciaron la entrada del primer concursante, mientras los otros permanecerían en un cuarto cerrado. Dos lindas modelos lo llevaron hasta el centro del escenario y lo situaron frente a una torre de un metro de altura donde había una pequeña caja cerrada.
- ¿Tiene usted idea de lo que hay aquí adentro? –le preguntó el animador.
- Ni la más mínima.
- Bueno, entonces vamos a tapar sus ojos –una de las modelos le puso una venda–.Y ahora, mi amigo, debo advertirle lo siguiente: el premio de cincuenta mil dólares, escuche bien, cincuenta mil dólares, sólo lo recibirá quien mastique y trague sin mirar las cinco criaturas de la naturaleza que hay aquí dentro. ¿Está entendido?
- Entendí. –respondió, nervioso, el joven.
- ¿Podemos empezar?
- Podemos.
Una de las modelos con un guante sacó algo de la cajita y lo puso dentro de la boca abierta del concursante, pero de repente este escupió y se llevó la mano a la barriga como queriendo vomitar. En ese instante sonó una aguda campana anunciando que el primer concursante había perdido. De similar forma sucedió con el segundo y el tercer concursante. Sólo el cuarto llegó a masticar y tragar la primera y después de intentar la segunda, fue retirado en mal estado del escenario. Llegó entonces el turno de Joaquín.
- Tenemos ante las cámaras a nuestro último concursante. Los otros perdieron la oportunidad de ganar cincuenta mil dólares. ¿Ustedes piensan que él lo conseguirá?
- ¡No! ¡No! –gritaba el público espectador.
La modelo colocó la primera con cuidado. Joaquín cerró la boca, masticó seguro y abrió nuevamente. La joven miró para ver si no había nada y colocó la segunda y el cubano reaccionó de la misma manera. La tercera, la cuarta, y la quinta no hicieron ninguna diferencia. El estruendoso aplauso y la algarabía del público hicieron retumbar el estudio. Algunos lo admiraban, otros lo despreciaban con repugnancia. La modelo le ofreció un vaso de agua y otra le quitó la venda de los ojos.
- ¡Muchas felicitaciones, mi querido amigo! –exclamaba el animador mientras le entregaba el cheque de cincuenta mil dólares-. ¿Sabe usted lo que ha comido?
- Claro –respondió él sonriendo–. Eran cinco cucarachas.
- ¡Qué coraje! –gritaban algunos del público- ¡Qué puerco! –exclamaban otros.
“No saben todo lo que comimos en Cuba durante estos cincuenta años”, pensó él entre sonrisas.
Nota: tomado del libro, Dispersos por el mundo.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.