"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


31 de octubre de 2010

Presentación de El cenicero del Diablo, por la Editorial Voces de hoy


Ernesto Ravelo nace en Cienfuegos 1965, poeta y escritor.
Emigró a los Estados Unidos en el año 2000. En el año 2008 publicó el poemario Mis versos son tuyos (Libros En Red) y en el 2009 participa junto a otros poetas en la selección poética de Miami, La Ciudad de la Unidad Posible (Editorial Ultramar).

Tiene concluida una novela y dos poemarios como obra inédita.


Este joven talento de la narrativa nos presenta una variedad de cuentos, donde el terror y lo diabólico protagonizan cada trama, llevándonos sutilmente a un mundo de amplias latitudes, donde Ravelo demuestra su capacidad de saber contar, conduciéndonos por momentos espeluznantes, pero también de suspenso y reflexión.

Ernesto debuta en el género de la narrativa con este libro de cuentos que se nutre de una excelente selección de su obra inédita. Más de diez historias se van tejiendo en diferentes momentos y épocas, para dejarnos traspasar las puertas de la consternación en cada desenlace. Luces de tinieblas y sobresaltos van dibujando el cielo misterioso donde cada personaje toma vida propia.

Pedro Pablo Pérez Santiesteban
Editorial Voces de Hoy

29 de octubre de 2010

VIII Concurso Internacional de Poesía y Narrativa 2011

Instituto Cultural Latinoamericano
Lebensohn 239 – C.P. B 6000 BHE- Junín (B)
Tel. 02362-423734- de  8 a 14 hs.
E-mail: iclatinoamericano@yahoo.com.ar
Web: www.yclatinoamericano.com.ar
Blog: institutoculturallatinoamericano.blogspot.com


VIII  CONCURSO  INTERNACIONAL  DE  POESIA  Y  NARRATIVA  2011

      El Instituto Cultural Latinoamericano desde su nacimiento se propuso brindar un espacio de oportunidades, es por eso que invita a autores mayores de 18 años, a participar del VIII Concurso Internacional de Poesía y Narrativa 2011.   Las obras deberán ser inéditas, no premiadas con  anterioridad, tema libre, en idioma español.

PUEDEN PARTICIPAR CON:
POESIA: de 3 a 7 poemas, con un máximo de 30 líneas cada uno.
NARRATIVA: mínimo 90 líneas, máximo 210 líneas, ya sea en uno o varios trabajos.
Podrán participar en ambos géneros si lo desean.

PRESENTACIÓN DE LAS OBRAS: Las obras se presentarán en hojas tamaño A4, por triplicado, mecanografiadas o PC, escritas por una sola de sus caras, firmadas con seudónimo.

DATOS DEL AUTOR: En un sobre pequeño, que irá junto con las obras, tendrá que incluir los siguientes datos: Nombre y Apellido, DNI, Dirección, E-mail y Teléfono.

ENVIOS: VIII CONCURSO INTERNACIONAL DE POESIA  y   NARRATIVA 2011
                 INSTITUTO CULTURAL LATINOAMERICANO
                 Lebensohn 239, C.P. B 6000 BHE, Junín, Pcia. de BUENOS AIRES, ARGENTINA.

PRESELECCIÓN CON “MENCIÓN DE HONOR”: Las obras que resulten finalistas con “Mención de Honor”, tendrán la oportunidad de formar parte de la Antología cooperativa “Destacados 2011” y pasarán automáticamente a integrar la final por los Primeros Premios que son los siguientes:

PREMIOS: 1º PREMIO:  Edición de libro individual de 64 páginas, 200 ejemplares, Diploma y Trofeo,
                                             en poesía como en narrativa.
                    2º y 3º PREMIO: Trofeo y Diploma.
                    4º y 5º PREMIO: Medalla y Diploma.
Se entregarán las Menciones Especiales que el jurado estime conveniente, que recibirán Medalla y Diploma, el resto de los integrantes de la Antología recibirán Diploma y Medalla de “Mención de Honor”.

DISEÑO  DE ANTOLOGÍA:  “Destacados 2011” se presentará con atractivo diseño de tapa papel ilustración a todo color, interior papel obra y se registrará en la Cámara del Libro con N° de I.S.B.N y Código de Barras.
 
Beneficios al integrar “DESTACADOS 2011”:  Su obra llegará a distintos países (España, Perú, Chile, México, Francia, Uruguay, etc.) por medio de las distintas donaciones a: bibliotecas, centros culturales y talleres. Además será promocionada en nuestra página Web, Blog, diarios, televisión y radios. La campaña publicitaria se realizará por vías adecuadas a nuestro alcance.

CEREMONIA DE PREMIACIÓN Y ENTREGA DE ANTOLOGÍAS:  Se realizará en el mes de Mayo de 2011, (salvo que surgieran imprevistos de fuerza mayor), donde se entregarán los Premios a todos los ganadores y recibirán los ejemplares de la Antología, la ceremonia contará con pantalla gigante, exposiciones, etc. Luego, podrán compartir una cena, más detalles le serán informados cuando reciban la invitación especial para asistir a la Ceremonia.  Los autores que no puedan asistir a la ceremonia, podrán solicitar el envío de Antologías y demás por correo en forma Contrareembolso.

Confiamos en que Usted se unirá a este proyecto que le ofrece la oportunidad de trascender las fronteras de su propio país.

RECEPCIÓN DE OBRAS: Las obras se recibirán hasta el 15 de DICIEMBRE de 2010 inclusive.

JURADO: Estará integrado por personalidades del quehacer literario y su fallo será inapelable. El concurso no será declarado desierto. Los trabajos no seleccionados serán destruídos. Los participantes toman conocimiento y aceptación de las bases del mismo.
                                        

                               Nuestra misión es “construir un espacio de excelencia
                                           para difundir nuevos escritores”.
                                                                                                    
Instituto Cultural Latinoamericano con sede en Argentina

27 de octubre de 2010

La voz del pensamiento (poema), de Francisco Muñoz Soler


Autor: Francisco Muñoz Soler, poeta español.

¿Acaso es más que un sueño la voz del pensamiento?
ARTHUR RIMBAUD


Esa voz tan cercana e independiente
formaciones de ondas en su idioma
que reverberan audaces en la mente
vertebrando la consciencia indeleble
maestra llave del pensamiento
que abre espacios en lo ignoto
¿Acaso es más que un sueño?
ese magma de impulsos eléctricos
y transciende a otros niveles
o sólo es un pasajero embeleso
con articuladas resonancias
que brotan en fugaces terrenos.

21 de octubre de 2010

La silla frente a mi casa (prosa poética)



                 Nota: foto tomada de www.acambiode.com 



Autor: Tony Pichs, poeta cubano radicado en Miami, USA.

Al frente de mi casa, en la Habana, Cuba, se encuentra abandonada una hermosa casa,
como tantas cosas que están abandonadas en mi hermosa tierra,
y ahí,  en su balcón está intacta una silla de madera fina que nadie usa, quedó encadenada a unos recuerdos y a miles esperanzas.

Y me digo a diario al pasar por su balcón,  que  me gustaría  fuese mía y que estuviese en mi casa.

Su  barniz está intacto como los deseos de las personas que quieren gritar libertad y se reprimen y mientras la tierra da vueltas, ahí, ella resplandeciente espera por sus dueños que la dejaron abandonada. 

Me gustaría prevenir que el fuego  la exterminara, que el Sol le quite su brillo.

Esta silla, antes de que sus dueños partieran, le cantaban y le leían unos versos a una  hora precisa para que conservara su belleza, como a una niña mimada. 

Es tan relativo y fácil su alcance, y a pesar de eso,  no me atrevo  a ponerla en el patio de mi casa.

Ella es como la noche que reluce,  como los ríos  y los montes que anchos  solos respiran.
Si la quito de su sitio, sería como quitarle las esperanzas, ella espera, ahí, sola, en  sus penumbras y atada a las barandas que esperan la llegada de las  aguas.

Temo que la cojan para hacer un ataúd, o para construir una balsa, aquí todo se acaba, ya de esa hermosa  casa  no quedan ni las ventanas, y sin embargo, la silla esta intacta como el coraje de mi gente, como los algodones, como las azucenas. 

Mi ciudad se a convertido en un pueblo que se embarga, y al mismo tiempo castigada con su ignorancia, por eso temo por la hermosa silla que está abandonada,  puede  que sea quemada, como los libros que nacieron antes de que esta mal revolución llegara.


Piltriquitron (cuento)




Autora: Elia Casillas, narradora mexicana


Mi expresión resplandecía en los momentos en que tomaste la mano y llevándome a tu mundo caí en la magia de tu duende. Tus ojos alternaban el tinte en cada valle, tu hechura sombría y yo en tu manto.
Protegidos en un cielo que no era mío, el río Azul al fondo, envidiaba nuestro enlace… La fogata golpeó nuestro duelo, sabíamos que la última etapa venía. No pude decir te amo y aunque me apretabas, sentí tu lejanía hallándome con el silencio. Imposible abrir mis labios, contemplé tu pecho sintiéndome herida por ausencias, que agrietaban mi costado.
Guardé el instante en que una flama vino alumbrar tu rostro bohemio, embotellándolo en mis enigmas cerré el corazón. Hoy sé que te llevo, es sólo buscar en lo profundo para amarte junto a la lluvia, cerca de las nubes que cubren los pies de la montaña, ahí donde nos conocimos protegida en ti, sin afectarnos nada. En mi afloraba la fantasía, radiante en tus relatos iba de sorpresa en sorpresa; de pronto en riña con un jabalí o en galería de arte defendiendo tu ropaje de vago.
Llevo un rostro frío para caminar mis rumbos- dijiste- en contra de los que no entienden la diferencia de pertenecer a otro gremio. Los que llevamos una señal de locura imposible para los ordinarios. Sólo vos podés contemplar mi espíritu, porque es como vos.
Presa en tus palabras bromeaba a ratos, el tiempo disminuía y el adiós en acecho cruelmente preparó la mano. Entonces el frío vino, aferrada a ti no quise ir a las maletas ni al tren de mi realidad. Cerré lo ojos. No pude emigrar, desenredándote dejé que marcharas solo.


Navojoa Son. Julio 5 de 2001.

19 de octubre de 2010

Mujer de agua (poema)

foto de Kelly Brook

 Autora: Carmen González Placeres


Sí, soy esa
no me busques
vivo a tu lado
sumisa

península

subiendo peldaños
ir de ganas
partidas del amanecer
y de la época

si, soy esa
la que se fue
ausente desafinada
matriz

golosina

pirámide de dignidad
loba matriarca
bahía de espasmos
de parirte

sí, soy esa
rescate y pésame
la impar madre
hembra

12 de octubre de 2010

Tragedia (cuento)


Autor: Alexei Dumpierre, escritor cubano exiliado en Brasil.

    Ya nos habíamos preparado para salir de compras. Ella se adelantó mientras yo cerraba la puerta de la casa. De forma inesperada sus gritos acompañados de un llanto casi agonizante me hicieron saltar como un resorte y correr en su auxilio. El rostro reflejaba una profunda angustia y dos lágrimas corrían por sus mejillas. Con una mano se aguantaba del pasamanos de la escalera que bajaba hasta el garaje y con la otra levantaba la saya larga debajo de la cual temblaban sus piernas. La derecha estaba ligeramente separada de uno de los escalones, por lo que pensé que se había lastimado un pie.
__ Mi amor –le dije con todo cariño–, apóyate en mi y vamos a sentarte en la sala.
__ ¡No, no puedo moverme! Sólo haz lo que te pido lo más rápido posible.
    Con voz titubeante me solicitó que le trajera urgente algunos curativos. Sin saber que hacer fui corriendo hasta el baño y conseguí encontrar con cierta rapidez lo que me fue encargado. Me palpé los bolsillos para ver si estaban las llaves del carro, mis documentos y cierto dinero por si tenía que correr con ella para el hospital. No podría describir con claridad todas las ideas que pasaron por mi cabeza. Si algo siempre me produjo un profundo estado de desesperación fue verla enferma o herida. Preferí en todo caso que sucediera cualquier cosa conmigo antes de verla sufrir.
__¡Apúrate, por favor! –me gritó con mayor angustia.
    Mi cuerpo tembló de pies a cabeza. Llegué a su lado en un santiamén. Con visible nerviosismo abrí el algodón y lo unté con desinfectante, destapé el spray anestésico y me agaché tratando de calmarme ante lo peor que pudiera aparecer frente mis ojos. Fue en ese instante que vi debajo de su zapato al pequeño animalito que ella aplastó levemente.
__¡Déjame! Yo misma voy a curarlo –me susurró entre sollozos–. Sé que los ratones son perjudiciales, pero me muero de tristeza pensando que pueda hacerle  daño.  

4 de octubre de 2010

Cabeza atrás, agua fría (fragmentos del relato)


Autor: Miguel Angel Fraga, narrador cubano residente en Suecia.

El tipo se ha sentado frente a la máquina con la intención de escribir una historia. No procura un melodrama, hace algún tiempo le rondan algunas imágenes y cree que es el momento de volcarlas sobre el papel.
No es su historia pero sin querer, los recuerdos lo mantienen disperso, está preocupado por lo que va a contar, una anécdota que trascienda el estrecho marco de su vida. Acentúa las variables, busca con insistencia una frase que despierte el interés de los futuros lectores, sin notarlo, una escena sustituye a la otra y a la otra y a la otra. Presiente ser una noria. Va a escribir una historia y resulta que lo que llega a su mente es la vanidad de su existencia, la torpeza de caminos mal cruzados, el tiempo que de tanto retorcerse se ha dilatado. Tiene que echar a un lado los pensamientos que lo dispersan; quizás debieran pasar la noche afuera. El aire se cuela y está frío, por el ventanal pasa toda la claridad de la luna. Tengo que concentrarme. Enciende el primer cigarro.
Estuvo parado cerca de la estación aproximadamente una hora. Su rostro reflejaba la juventud de los dieciséis años y la severidad de los que tienen que decidirse. Su cabello cayendo sobre la frente, rozando los ojos. Una mano se niega a temblar y aparta los mechones que le impiden la visión del mañana. Ha dejado partir dos trenes, el próximo determina su vida: viaja o se queda en casa. En su espalda carga una mochila con las pocas cosas que pudo tomar, las imprescindibles. La decisión fue inesperada, tanto ruido, tanto alboroto lo hizo saltar hacia los riesgos, apartarse de la mediocridad cada vez menos soportable de la familia. Todos le han echado en cara su abandono, su interés por un mundo diferente. No necesariamente tengo que convertirme en ingeniero, puedo ser mecánico o aprender algún otro oficio que me quede cómodo. Por qué tengo que soportar los libros si no los resisto; el uniforme de estudiante no va con mi carácter.  ¿Y los amigos? Ay, mi’jo te estás perdiendo, esas amistades van a acabar contigo. Anoche te vieron en el parque con gentes un poco rara. Mi vida la decido yo, toda esa gente no es rara; los raros son los que no comprenden a esa gente. Y la mujer que andaba contigo, ¿quién era? Debe de tener por lo menos cuarenta años, hasta puede ser tu madre. Y no sólo son las quejas, demasiados hermanos compartiendo la incomodidad de dos habitaciones, su catre tan cerca de la cocina, ábrelo, ciérralo. Siempre ha soñado una cama únicamente  para él. La vida de provincia no le entona el estómago, los requisitos van por encima de lo que le permite su ambición. En su mano aprieta el papel casi deshecho por la transpiración. Ahí está mi dirección por si alguna vez pasas por la Habana, recuerda aquella voz y se humedece los labios. Respira con prisa absorbiendo en bocanadas la mayor cantidad de aire posible, aspira también la nostalgia que carga en su mochila y avanza hacia el andén. En su pecho le acompaña una discreta esperanza que lo anima a seguir adelante. El cielo muestra el azul de un sueño.
No sabe por qué los dedos no presionan las teclas. La idea estaba ahí, pudo percibirla, la tenía prácticamente en sus manos. Pero el papel continúa en blanco. Mira a través de las rejas del ventanal y descubre a la luna, grande, como queriendo participar de la creación al oprimir su redondez contra el enrejado tratando de leer lo que escribirá el hombre, el tipo que ya perdió el hambre y el hábito de llamarse a sí mismo escritor. Siempre soñó su fama, escribir un gran libro, obtener el reconocimiento crítico, saber que sus libros se venderán edición tras edición por varios países del continente. Pero está aquí, esforzándose por escribir algo diferente que lo aleje de su realidad, de las contradicciones que no terminan su cotejo. ¿Vale o no la pena seguir? Pudiera enajenarse, inventarse otro sueño, pero la idea se mantiene, está  ahí y no piensa abandonarle. Ahora intenta dejar la  mente en blanco, al menos por unos segundos. Quiere echar a un lado los pensamientos invasores que sólo logran entorpecer la historia que se ha dispuesto a contar. Pero igual se mantienen las cosas, una música de fondo marca un ritmo no apropiado para el momento. Siempre en la misma cuerda. Cerca está la botella, al alcance de su mano. Es un buen pretexto para darse un trago. Llena el vaso y consume el contenido a sorbos. No hay prisa, sabe que tiene que escribir y va a comenzar ahora.
Un chiquillo baja las escaleras del tren  y pone sus pies en un andén que nunca antes ha visto. El final del viaje fue anunciado, los pasajeros se apresuran para ser los primeros en la cola de los taxis. El gentío lo confunde todo. El andén es inmenso y el cielo igualmente azul. Va con la multitud arrastrado por la marea, algo nuevo lo sacude y no es capaz de recuperarse. Todo es nuevo y se siente ajeno al universo al que recién penetra. Como el resto, se agolpa frente a la puerta estrecha de la salida. Desea superar esta prueba, escapar de los hombros y caderas que le oprimen y lo hacen sentirse pequeño, incapaz de defender el espacio insignificante al que se ve relegado, nunca antes ha experimentado esta sensación de asfixia, cuerpos ajenos unos sobre otros atropellándose, ejerciendo la fuerza bruta en medio de un oleaje humano que no lo toma en cuenta, tropieza con equipajes extraños, la gente fuma irrespetuosamente y su olfato aún remeda el óxido del tren que se le ha colado en la ropa. Evita caer sobre una mujer que carga a una niña de tres años y por fin gana la avenida para sorprenderse nuevamente. De inmediato es cautivado por una ciudad que exhibe sus antigüedades, edificios enmohecidos que descubren su tristeza de tantos años sobre el mundo, comercios semiabiertos, vendedores que ofrecen muy poca cosa, portales inmensos y grises que cuentan los estragos de los amantes trasnochados y de borrachos que han descargado su orina al pie de alguna columna, historias que conocerá muy pronto si no anuncia su regreso. Pero lo importante es que había llegado.
Su mirada viaja lejos, cruza las rejas de su escritorio y se extiende más allá de la maraña del jardín, del otro lado de la acera en la que cualquier mujer pasea un perro y la vida transcurre sin contratiempos. No sé por qué siempre llego tarde, qué fuerza me detiene y me hace ser el último. Sus recientes intentos son una malograda esperanza de algo que no conseguirá jamás, la tentativa de un hombre que busca lo imposible o lo que parece tener y no. ¿Qué objetivo tiene mi vida? El confort de unos libros, una casa, un prestigio, no alivian mi vacío o la maravilla de sentirse solo. No soy más que el desaliento, la inconformidad a largo plazo. Mi éxito lo he engavetado, perdido debe andar entre papeles. ¿Por dónde voy ahora? ¿A qué altura del siglo me encuentro? ¿A qué distancia estoy de mi muerte? Conmigo viaja todo de una vez porque marcho con el peso de las equivocaciones y los caprichos. Pero qué hago pensando en mí si lo que importa es ayudar al muchacho. ¿Cómo hacer para salvarlo? Buen oficio haré para que no llegue a mi edad con los miedos del principio. Un trago más. Si ella estuviera aquí para que me obligara a renunciar, la necesito tanto, si calmara al menos el fuego que me quema por dentro. Necesito beber algo, prometo que este será el último.
Sus dedos rodean el vaso que ya está lleno: su mano lo eleva hasta el nivel de los labios y se detiene. Los ojos van tomando la coloración de las ojeras, observan el contenido, el movimiento del líquido aumentado por la poca firmeza del brazo, se humedece la boca, acerca el vidrio, se abren los labios.   Qué puede pensar mientras baja por su garganta lo único que admite su anhelo. La historia, quiere seguir la historia.
Hace un esfuerzo para no disgregarse, trata de imaginar al muchacho caminando por las calles, haciendo algunas preguntas con el propósito de orientarse en busca de la dirección memorizada en el tren; intenta describir el ambiente, el encuentro con la urbe, no quisiera adelantar detalles que luego presentará en el conflicto. La introducción, piensa, debe ser pausada, con caracteres apenas apuntados. Prefiere centrar la atención en los ojos del recién llegado, ojos deslumbrados, abiertos y cansados, reaccionando a cada golpe de vista. Y los detiene frente al número colocado sobre el muro de la calle Inquisidor, que coincide con el que está dibujado en el papel. Acciona el timbre.
Debe recrear la escena, lograr tal vez cierta atmósfera de suspenso por lo que sucederá después, describir cada emoción del muchacho le dará más credibilidad a la historia, su preocupación por saber si habrá alguien en casa, si su visita será oportuna o si debió haber avisado previamente con un telegrama. Organiza sus pensamientos pero la puerta no se abre. Hace que el muchacho vuelva a tocar el timbre y alarga un poco más la espera. El joven piensa en el encuentro, en las palabras preconcebidas que ha ensayado para que se escuchen naturales. Abren. Ante sí una escalera muy inclinada y una voz profunda baja desde arriba preguntando quién está ahí. Inserta el diálogo, se hacen las presentaciones, se anuncia como un amigo de la dueña de la casa y la otra voz sube su intensidad aclarando que el único dueño de la vivienda es el que habla. La mujer que anda buscando el jovencito es su hija y no ha regresado del trabajo; si quiere puede volver más tarde, después de las cinco.
Media vuelta y otra vez la ciudad, sus calles, el tránsito de personas que van y vienen rumiando asuntos. Sus pasos han creado un recorrido de huellas sobre huellas por las manzanas de edificios plenos de balcones, rejas y guardavecinos hasta alcanzar las cinco de la tarde, hora en que nuevamente acciona el timbre.
Es el momento de enfrentar al muchacho con la mujer que conoció hace un mes. Ella no es tan amable, ya no es extranjera en provincia. Está en su medio y la sonrisa suena hipócrita, arrepentida. ¿Cómo va a presentar la conversación de un niño que busca refugio y una mujer que evita compromisos? ¿Hasta dónde llegará la embarazosa situación? ¿Quién dejará pasar la brisa? Tal vez ese aire que se cuela por la ventana sea bueno insertarlo en la historia, es un aire que hiela la piel y lo trastorna todo. Se levanta y va hacia el ventanal, busca en sus bolsillos la cajetilla de cigarros. Al azar escoge uno. ¿Dónde habré puesto el encendedor? Regresa al escritorio, busca entre los libros, el desorden de papeles, ceniceros, bolígrafos y todo lo que cabe suponer sobre la mesa de un creador de ficciones. Por fin lo encuentra debajo de unas revistas. Activa la llama. La imaginación retorna al muchacho que es invitado a tomar café y responder a preguntas convencionales en la que la mujer sabe de antemano las posibles respuestas. En el pueblo todo sigue igual, los mismos vecinos, el mismo aburrimiento, las habladurías, en fin, no soporté más y vine a visitarte. Gracias por acordarte de mí, no pensé que lo harías. La mujer se reclina sobre el sofá sin darle mucha importancia a las palabras del jovenzuelo. La siguiente frase también puede colocarse en boca de esta mujer. Apenas intimamos una semana, no pensé que lo tomarías tan en serio. Me dejaste escrita tu dirección, por eso he venido. Sí, ya lo sé, pero debiste haber avisado antes, así de sopetón, me desconciertas; por suerte mi marido está en el extranjero, pero aún así no puedes quedarte: qué podría inventar para justificar tu presencia, no se me ocurre nada. La cara del muchacho se ha contraído, la alegría de haber encontrado a la mujer de tantas promesas comienza a disiparse. ¿A qué hora sale el tren? Espera, no tienes que irte tan rápido. Por esta noche podrás quedarte, no aquí por supuesto, sino en casa de un amigo mío. Él te ayudará, estoy segura...

3 de octubre de 2010

El mejor remedio

Autor: Leonardo Venta



Hay pocos remedios eficaces frente a los grandes desengaños e intensos sufrimientos. No obstante, existe uno que opera infaliblemente, si lo ponemos en práctica con cuidado y constancia. Servir al prójimo, olvidando las propias aflicciones, es ese efectivo remedio.

Los resultados de la actitud solidaria hacia el sufrimiento ajeno son como prodigioso medicamento para el espíritu maltrecho. Cuando nuestras experiencias parecen estar plagadas de fracasos, acostumbramos a refugiarnos en la tenebrosa caverna de la lamentación, lamiendo nuestras propias heridas, en espera de frases que justifiquen ese estado lastimero, o proferimos emponzoñados gruñidos de rencor y protesta.

¿Por qué hemos de preocuparnos por los demás, si nadie se preocupa por nosotros?, nos preguntamos. Estamos solos ante nuestro dolor, pensamos. ¿Por qué, entonces, han de importarnos los otros?, alegamos. Este sentir es muy común en personas que han sido profundamente heridas, pero, al mismo tiempo, acarrea una actitud contraproducente. Sí, es posible experimentar paz en medio de la adversidad, afrontándola desde un nuevo paradigma.

Usted pensará, quizá, que la herida emocional que sufre nunca sanará (y probablemente no se equivoca). Se ha afanado infructuosamente en borrar los malos recuerdos. No obstante, existe un sentimiento que puede rescatarle, digo, rescatarnos: el amor.

Ese amor, al que me refiero, no viene determinado por el inexplicable instinto de fusión en otro organismo, egoísta al fin, ni las repetidas frases huecas que tanto hemos escuchado, sino en olvidarnos de nuestras propias necesidades, ya sean emocionales o biológicas, para ayudar a otros.

En momentos de aflicción, cuando el desaliento y la tristeza parecen nublar nuestras esperanzas, incorporar a nuestra agenda diaria las necesidades de quienes nos rodean acarrea un efecto increíblemente positivo en nuestras vidas. No soñemos con realizar obras lejos de nuestro alcance. En la sencillez de la cotidianidad radican las grandes conquistas del alma. "No podemos hacer grandes cosas, sólo pequeñas cosas con gran amor", decía Teresa de Calcuta.

Siempre habrá alguien que sufra más que nosotros. Eh ahí, cuando, resistiendo el impulso de autocompasión, arribamos al escenario donde la necesidad ajena nos aguarda. Nuestras manos se transforman en instrumentos de luz. Nuestras palabras dejan de ser vehículos de nuestra propia queja, para emerger con virtuoso tono de buen samaritano. Acaso no seamos de mucha ayuda, pero nuestro hermano en sufrimiento mitigará en algo su dolor mediante nuestro gesto solidario, y en ese espacio se restablecerá un poco también nuestro bienestar.

Generosidad, caridad, cortesía, preocupación por las pequeñas inquietudes de los demás; incluso, paciencia para soportar las cosas que nos desagradan, nos harán elevarnos de nuestras propias flaquezas, transformándonos en mejores seres humanos. ¡Cuán admirable es alguien que colmado de cargas ayuda a llevar la carga ajena! ¡Nada es más impresionante que contemplar compasión y misericordia en aquellos que son vituperados e incomprendidos!

Un alma saludable es mejor que cualquier medicina para el cuerpo. Así, el mejor remedio para escalar la montaña del sufrimiento es socorrer al prójimo. Siendo de ayuda a otros, veremos nuestro propio dolor desvanecerse como una pesadilla tras la salida del sol.

El rostro de Gaya (cuento)

Autor: José Miguel Sánchez Gómez (Yoss)



Para Aymara.
Porque la idea me vino a la mente
hablando por teléfono contigo, niña.



Imagínate un artista plástico de estos tiempos. No de esos conceptuales, que tras pintar un cuadro con tres pinceladas escriben un libro de 500 páginas justificándolo, sino de los otros.

De los realmente talentosos, pero además tan fascinados por la tecnología que desde que descubrieron el ordenador nunca han vuelto a tocar un pincel.

No diré su nombre. Ni falta que hace.

Pero imagínate que de algún modo está obsesionado con las ciudades como expresión máxima de la convivencia humana moderna. Y que así como hay uno que ha llegado a la fama envolviendo en plástico grandes edificios en distintas metrópolis y otro que lo consiguió fotografiando desnudos multitudinarios también en algunas grandes urbes del mundo (y tampoco diré los nombres de esos, pero supongo que sí sabes quiénes son…), este ha logrado el éxito captando el rostro de las ciudades.

Pero no se limita a tirar cientos ni miles de fotos de rostros en cada ciudad y luego exponerlas todas en una galería o formar un collage gigante con ellas.

No; utiliza un software state of the art que reconoce y captura todas las imágenes de rostros referidas a una ciudad dada. Las que aparecen en su TV local, en las cámaras de circuito cerrado de sus centros comerciales, las que quedan en la memoria de los ordenadores de sus estudios de revelado de fotos digitales, las que se envían por los teléfonos celulares, por las webcams de los chats de Internet…

Decenas de miles cada segundo. Entonces, con otro software básicamente similar al que emplean los retratos-robot policiales, las funde en un único rostro. Y voilá: el milagro está hecho. Del simple promedio de rostros masculinos y femeninos, jóvenes y viejos de distintas razas que la habitan, ha nacido el rostro de la ciudad.

Imagínate muestras, premios, reconocimientos… y que un día, durante su tiempo libre, alguien casi literalmente da de bruces con la exposición Rostros de las Ciudades, y se le ocurre una idea tan interesante, traviesa y original que solo puede ser genial.

Ese alguien, además, no es un cualquiera, sino todo un graduado en Sociología de Harvard y además doctorado en Oxford de Antropología Poblacional. De esa clase de científico serio cuyo nombre ni reconocerías al oírlo, porque no pierde su tiempo apareciendo en TV como autoridad en los talk shows estilo Oprah Winfrey, sino escribiendo sesudos artículos que además de él no es capaz de leer ni otra media docena de especialistas en todo el mundo. Sus otros hobbies son coleccionar Ph. D de media docena de universidades europeas y soñar con el codiciado premio de la Academia Sueca.

¿Te imaginas ya qué clase de idea traviesa y genial fue la que tuvo?

Supongo que no. Así que te lo diré directamente, y en pocas palabras:

Utilizar el software del artista a una escala mayor. No metropolitana, ni siquiera nacional, sino global. Planetaria.

O, en menos palabras todavía: lograr ver el rostro de la Tierra.

Sigue imaginando que el científico en cuestión, además de talentoso en lo suyo, tiene una… digamos que habilidad secundaria, o si lo prefieres, sexto sentido para esa tan importante y menospreciada fase de toda investigación que es obtener fondos, subvenciones y patrocinios.

Así te resultará más fácil aceptar que, solo tres meses después de su visita a la exposición, y bajo el mecenazgo de la Microsoft y Bill Gates, de Donald Trump, la NASA y una buena media docena más de instituciones de esas cuyos directivos pueden firmar cheques con seis ceros sin ponerse bizcos, el científico, apoyado por un equipo de sabios casi tan sesudos y laureados como él, logra al fin echar andar (y en el más absoluto secreto) el proyecto Rostro de Gaya.

¿Qué o quién es Gaya? Por favor… espero que sea una pregunta retórica. Porque si no sabes la respuesta, casi mejor que ni sigas leyendo…

Bueno, bueno, seré magnánimo, porque al fin y al cabo existe una lejana posibilidad de que hayas estado preso e incomunicado los últimos diez años, que seas uno de esos mutantes que además de ser alérgico a los mass media en pleno nunca conversa con nadie, o que estuvieras de viaje por el Amazonas o por el cosmos.

Gaya, hijo mío, es el espíritu de la Tierra, o si lo prefieres la Tierra misma considerada como un superorganismo, para algunos incluso consciente. Un concepto muy ecológico, hippie y New Age que fue enunciado por primera vez por… no importa; quedamos en que nada de nombres ¿no?

¿Ya captas de qué va la cosa? Pues sí. De eso mismo.

De tomar TODOS los rostros que aparecen en TODOS los medios informáticamente codificables de la Tierra en un momento dado, y mezclarlos en una única cara que sería la media étnico-poblacional de todos los habitantes de nuestro muy atestado planeta. El rostro de Gaya.

Supongo además eres lo bastante listo como para darte cuenta de que, en términos de sofisticación de software, el asunto resulta ser mucho más fácil que lograr el rostro de una ciudad específica. Hay que usar un algoritmo más simple, que discrimine menos.

Pero mucha más potencia de cálculo, eso sí. Tanta, de hecho, que algunos sabios llegan a decir, medio en broma y medio en serio, que probablemente habría bastado para responder de una vez y por todas el viejo enigma bizantino de cuántos huevos de ángel caben en la punta de un alfiler.

Cree en mi palabra: fue más bien complicado disponer en una red única a varios centenares de las computadoras más potentes del momento. Y además un poco caro. Kilómetros de fibra óptica, servidores de gran capacidad, baterías de back-up suficientes para alumbrar una aldea pequeña, etc. Pero, ya sabes: ¿qué no puede resolverse con suficiente dinero y contactos en este mundo? ¿O en el otro?

Imagínate entonces unos mil millones de rostros procesados para lograr una imagen común… sí, ambos sabemos que la población actual del tercer planeta del Sistema Solar rebasa ligeramente los seis mil millones de habitantes, pero considera que los otros cinco mil millones viven en sitios donde Internet no existe, así que no tienen modo de que sus rostros figuren en ella. Y en todo caso, incluso un sexto de la población total de la Tierra debería ser bastante representativo ¿no?

Entonces, ya tenemos el rostro de la Tierra en un momento dado… y resulta ser el de una mujer. Pero no te imagines un rostro femenino común. Nada de eso.

Es… la cara de una diosa. Hera, Minerva, Vesta, quizás Ishtar o hasta la Virgen María. Cabellos largos y ondeados, óvalo facial perfecto. Caucásica, pero con la piel tostada. Madura, no es ya una jovencita, pero sobre todo, inhumanamente hermosa, con una expresión a la vez serena, majestuosa… divina, en fin. Pero también… triste.

Bueno, tal vez dirás que no está tan mal como rostro de la Tierra ¿no?

100% de acuerdo contigo. Pero resulta que ese no es el problema.

El problema es que el programa Rostro de Gaya, siendo capaz de procesar mil millones de rostros, o sea, varios trillones de rasgos faciales o variables AL UNISONO, puede actuar en TIEMPO REAL.

¿Captas el quid de la cuestión? TIEMPO REAL. O sea, que resulta que, dado que cada segundo entran algunas caras en Internet y salen otras, se esperaba que el rostro de la Tierra cambiase obedeciendo a tales fluctuaciones. Más o menos como en aquel famoso video de ese superastro pop (tampoco mencionaré su nombre… baste decir que cantaba desde pequeño con sus cuatro hermanos, cuando era negro, que luego se convirtió en blanco y que adora a los niños… quizás demasiado) en el que una cara se iba transformando de femenina en masculina, de asiática en africana, en nórdica, en mestiza… ¿ya te ubicas?

Pues, el problema es que no pasa nada de eso.

En tiempo real, el rostro de la mujer serena, majestuosa y algo triste persiste.

PERSISTE ¿entiendes? Contra toda lógica, sigue siendo siempre el mismo.

Lo único que cambia es la expresión de sus labios. Como si hablara.

Imagínate entonces que, por pura coincidencia, en el competentísimo equipo reunido para su proyecto por el científico de la idea hay dos o tres especialistas que saben leer los labios. Y que comienzan a transcribir las palabras de Gaya, como lógicamente apodan todos ipso facto al inexplicable e imponente rostro femenino.

¿Que qué dice? Probablemente imaginas que recita algún texto antiguo, místico, trascendental. Versículos del Antiguo Testamento en arameo. El Mahabharata en hindi. El texto original de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. La Iliada en griego clásico. El Quijote en español del Siglo de Oro. Las cotizaciones deWall Street para el día siguiente, con el Dow Jones y el NASDAQ bien detallados…

Pues no. Nada de eso. En su mayoría son palabras aisladas. Al máximo, frases cortas. Pero pronunciadas, eso sí, en TODOS los idiomas.

En español; BASTA. En inglés; ENOUGH IS ENOUGH. En italiano; NON CHE LA FACCIO PIU. En francés; JE SUI TRE FATIGUE. En ruso; POSCHADÍTIE.

¿Y entonces?

Pues que el proyecto se cancela, que no se habla más de él porque se clasifica de ultra secreto y se amenaza con instruir cargos de alta traición a todo el que divulgue sus resultados, que se dispersa el equipo. Debió ser un error de procedimiento, señores, no se preocupen, analizaremos meticulosamente los datos obtenidos en la experiencia y les avisaremos cuando lleguemos a una conclusión. Y mejor esperen el aviso sentados.

Pero claro, como supondrás, no por eso se desmonta la red de supercomputadoras. El científico que tuvo la idea original permanece vigilando el monitor donde el rostro de Gaya sigue pronunciado sus palabras incansable, 24 horas por 24, y lectores de labios políglotas de la CIA, el FBI, la NSA y otras serias agencias por el estilo se relevan descifrando y tomando nota de cada término que forman los labios de la ¿personificación de la Tierra?

Imagínate que así pasan años, sin cambio.

Hasta que un día, la expresión del rostro y el vocabulario de Gaya cambian.

Ya no más tristeza ni majestad herida. Ya no más en italiano SONO STANCA, ni en inglés PLEASE, BE PITIFUL, ni en español POR FAVOR, PAREN.

Sino, de pronto, una determinación tan feroz que roza la ira:

En inglés: REVENGE. En italiano: VENDETTA. En francés: VENGANCE. En español: VENGANZA. En alemán: RACHE. En portugués: VENGANCA. En ruso: MYEST´.

Y en todos los idiomas, solo, siempre, la misma palabra.

¿No te asusta eso?

¿Todavía no?

Entonces mira por la ventana. Mira a la TV. Mira el calentamiento global que derrite los glaciares, eleva el nivel de los océanos y ha ya inundado a Venecia, New York, Tokio y tantas grandes ciudades costeras. Considera las epidemias del SIDA, la gripe aviar, el Ebola. El aumento de los terremotos y erupciones volcánicas. El incremento del ritmo de la deriva continental. La pérdida de la fertilidad de los suelos, la creciente vulnerabilidad a nuevas plagas de especies animales y vegetales domesticadas por el hombre y de las que depende directamente su alimentación. Recuerda cuándo viste por última vez un cielo con estrellas a través del smog.

Y ahora saca tus propias conclusiones. No quiero influirte.

Solo te daré un dato… aquel científico que tuvo la idea original soy yo… y ya estoy muerto de miedo.

De paso, déjame preguntarte: ¿conoces a alguien que venda algún pasaje para viajar a otro planeta ya mismo? Prometo cuidarlo mucho, mucho, mucho…

23 de febrero de 2007

¿ Por qué la aguja en lugar del abrazo..? (poema)


Autor: Carlos Barbarito

¿ Por qué la aguja en lugar del abrazo,
en qué círculo de qué infierno
residen el imposible desnudo,
la imposible dulzura? ¿ Por qué
nunca el rastro del caracol sobre el vidrio,
el retorno del olvidado instrumento,
otra casa para la infancia,
el vuelo del colibrí antes de la noche?
¿ Hacia dónde la imploración,
la analogía, el cansancio,
lo que sentí puro, libre, a salvo?
¿ Nací yo de un vientre,
como todos? ¿Cómo llegué a él
si yo siempre carecí de piernas
y adelante la dilatada selva?
Entonces, ¿ quién me llamó como me llamo
y, al hacerlo, me lanzó
a la tierra pelada, el fruto sin fibra
en la boca? ¿ Quién
me dijo éste es el sol,
ésta la luna, ésas las estrellas
y ésta, hijo, el agua que sacia
y todo, todo lo ocupa ?

Cuando los perros ladran (cuento)

Autor: Danny Echerry (narrador cubano, Santa Clara, 1981)


- Papá, déjame abrir la puerta, quiero ver la luna. – dice Yaima mientras trata de abrir la ventana.

Afuera se escucha un silencio pesado. Yaima está dibujando en el aire muchas letras. Con el dedo índice pone el nombre de su padre. El de su madre. Me mira y se sacude haciendo repiquetear las bolas que tiene en cada punta de sus trenzas: dos trenzas gruesas y castañas. Parecen sogas.

El padre la mira con una seriedad neutral, tan neutral que no sugiere orden. Se confunde a veces con desgano, incertidumbre, y muchas emociones más. La madre, por su parte, tiene una mirada ojerosa, triste y no me la quita de encima.

La luz del candil comienza agonizar. La oscuridad se cuela poco a poco. A lo lejos se escucha una guitarra. Es como un lamento. Tan lamentable que no se puede describir. Más lamentable que estos últimos tiempos llenos de luto y procesiones nacionales. Unos llorando, otros disimulando la alegría. Las calles están pintadas de negro. Los edificios vestidos con banderas oscuras. Todo el país de luto. Qué será de nosotros.

Está anunciado un huracán de grandes magnitudes: “Hasta la naturaleza o Dios están en contra nuestra”, dijo la abuela antes de quitarse la vida con un batido de pastillas. Dijo que una vejez así no valía la pena. La enterramos en el cementerio. Desde hace más de dos meses los cuerpos se botan por las ventanas. Nadie sale a la calle. Hay a miedo enfrentar el futuro:

- Papá, déjame abrir la puerta, quiero ver la luna. – dice Yaima mirando por la ventana.

Armando no responde y se recuesta a su mujer. La claridad de la luna nos permite ver un poco los movimientos. No sé como mi tío dejó entrar a esta gente. Amigos del campo, con dinero y comida, han hecho fortuna en los mercados y ahora aquí: sin una idea que aportar.

Armando saca de un nylon el último pedazo de carne salada. La devoramos rápido, nos chupamos los dedos y Yaima juega con su pedazo. Los demás nos apuramos en comer. Un día terminaremos comiéndonos. Se me ocurre que un día nos vamos a comer.

Se han acabado los chistes. Ellos llegaron hace dos días y ya están agotados los recursos para evadir la realidad que tenemos: El galón de agua y unas viandas crudas. Y la fe, la fe también.

La mujer reza. Toma cada bolita del rosario en sus manos. No sé como se llaman exactamente esas bolitas. Mi formación atea y mi falta de curiosidad en temas religiosos me niegan la posibilidad de conocer sus nombres y cuántas hay que rezar, o qué oraciones decir según el momento. Pero la escucho pedir. Conchita pide por su hija, por su marido, por mi tío tan bueno que les dio abrigo para que el huracán no se los llevara junto con su casa.

Mi tío de pronto se pone en pie. Dice que va al baño. No tropieza con nada pues conoce bien cada rincón. Lo conoce ya mejor que mis padres tan alejados de estas tierras y ajenos a lo que nos pasa. Ahora viven pegados a un televisor comiendo papas fritas y atentos a Walter Mercado que hace pronósticos sobre nuestro país. Mis padres odian los noticieros, desgracias, los noticieros son para decir desgracias, el mundo se ha vuelto loco- Siempre ha estado loco- les diría- por eso da igual donde estés.

Yaima raya las paredes con una de las bolas de sus trenzas. Lo hace para sentir que está viva. Armando se levanta y le da un bofetón. La niña no dice nada, y siento a mi tío en la cocina que agita un vaso de agua. Parece música, se detiene y luego siento su andar seguro llegar hasta mí. Se sienta a mi lado. Me da un beso y un abrazo fuerte y me dice que extraña la cama y le duele que estemos viviendo como miserables. Había que pagar las deudas de la abuela. No sabíamos de donde salía tanta comida. Nunca se cansó de pedir prestado y tuvimos que vender todo. Tío dice que por lo menos esta gente nos ha ayudado a subsistir un poco. Tío se tira boca arriba a mirar el techo como si fuera la noche, y no un pedazo de cemento lleno de marcas de humedad que deja caer un humito blanco de polvo y que Yaima trata de atrapar como si fuera un regalo del cielo. La niña aún tiene fuerzas.

Conchita ahora se me acerca. Se arrastra lentamente y me dice en el oído que tiene miedo y que la lleve al baño. Armando no dice nada cuando Conchita y yo nos paramos. Se queda junto a la pequeña.

Conchita entra al baño. El baño no tiene puerta y la taza está muy sucia. Le noto el asco al orinar. El sonido de las gotas refleja descuido y salpicaduras que tiemblan. Conchita se limpia con un trozo de periódico viejo que tiene la noticia de que nos sobreviene un huracán de grandes magnitudes y nadie sabe qué hacer.

- Armando hace mucho no me toca-dice bajito mientras se quita el blumer- le preocupa más la familia que cuidar los deberes con su mujer. ¿Tú me entiendes?

Le digo que sí con la cabeza. Conchita me toca la cabeza con sus manos gastadas. Yo le digo que sí acercándome a su cuello. Le digo que entiendo todo. Ella toca mi vientre peludo- soy flaco y con muchos pelos-un gato, así me diría mi novia: “eres un gato” y comienzo a lamer a Conchita. Ella baja su boca hasta mi glande y frota despacio. Luego más fuerte y se sube la saya. Lo hacemos rápido. Ella tapa mi boca y yo tapo la suya, rápido, como engañando al cuerpo:

- A lo mejor es nuestra última oportunidad- me dice- hace rato te estaba mirando y me dieron ganas- .

Ella va delante de mí. Entra a la sala caminando a tientas y se tira al lado de Armando. Yo busco acercarme a Tío.

Armando ha dejado de jugar con la niña:

- Papá, ¿y ese olor?

Conchita y yo tosemos un poco. Disimulamos. Armando se levanta y agarra a su mujer por el cuello. La lleva a la cocina:

- Vigila a Yaima- me dice Armando mientras se alejan.

Yaima me dice que su papá le da golpes a su mamá casi todos los días. Mamá es muy confianzuda con los amigos de papá. ¿Tú eres amigo de papá? Le digo que no.

Se demoran. Mi tío no está roncando. Duerme con la boca abierta y la niña me pregunta por qué mi tío se llama Ismael. Le digo que los nombres tienen mucho que ver con la época. Con la gente. Que cuando crezca lo va a entender. Armando entra con Conchita. Vienen de mano. Yaima escribe Mamá y Papá en el aire, mamá y papá en aire. La luna deja ver la silueta de sus dedos.

- ¿Y ese olor? Ahora es diferente al de ahorita.

Armando me mira. Está muy serio. Llama a la niña y de pronto quedamos divididos en dos bandos. Yaima está en el medio:

- ¿Tú no tienes novia?-pregunta Yaima.

- Ya no, se fue del país. Todos mis amigos se fueron también.-le digo.

- Y tú te quedaste.

- Me gusta mi país.

Armando saca una tijera de la jaba donde estaba la última carne con sal. Chasquea la tijera. Entonces llama a la niña y le da dos tijeretazos secos. Uno por cada trenza: “pueden servir para algo”. Le quita las bolas y se las da a la niña que comienza a llorar- parezco un varón- dice, y da un alarido fuerte, grande, y de pronto, como cuando los perros ladran, todo el espacio se llena de lamentos. Vienen de la calle, de las casas, de todos los rincones de la ciudad. Los gritos duran mucho, unos primeros, otros después, gritos guturales, finos, melódicos incluso. Yaima se queda callada. Como si fuera la directora de orquesta y la gente para de llorar también. A lo lejos se escucha uno que se pierde poco a poco, muriendo en la oscuridad.

Yaima está en el centro. Armando dice que mi tío apesta. Armando acerca su cara gorda y pone su bigote en mi oreja:

- Está muerto, encontré pastillas regadas en la cocina cuando subí a mi mujer en la meseta. Está muerto, hay que botarlo.

Yo abrazo a mi tío. El cuerpo es como el de una rana seca. Tengo deseos de llorar pero no puedo. Es como si una barrera de hierro aprisionara mis lágrimas. Un dique de lágrimas. Sí, ahorita se descompone, lo arrastramos. Abrimos rápido la puerta. El tío ya estaba viejo y los huesos pesan. Lo tiramos a la calle. Luego se escuchan unas puertas abrirse y cuerpos cayendo al contén.

Me pongo boca arriba para buscar el sueño. Conchita y Armando hablan en secretos. Yaima ríe pícaramente. No puedo dormir. La imagen del Tío. El miedo al futuro. No puedo.

Siento de pronto una bota en mi vientre. Entonces Conchita me tapa los ojos. Yaima se ríe y me tapa la boca:

- Estamos jugando a la guerra-me dice entre risas-.

Armando ha juntado las trenzas de Yaima. Las siento muy fuerte en el cuello. Armando aprieta y yo pataleo incesantemente. Yaima ríe pero siente mi miedo en sus manos. El aliento apagándose en sus dedos. Me suelta la boca y empuja a su padre:

- Lo matas, si sigues lo matas, papá.

Conchita se aparta asustada. Me pongo en pie y corro. Yo conozco estas cuatro paredes. Corro por toda la casa, qué comida, qué compañía, él me obligó Armando, dale, mátalo, queda poca comida. Armando me alcanza. Le pongo una zancadilla. Forcejeamos y Conchita observa riendo mientras Yaima chasquea la tijera que ha recogido del piso. Yaima me da la tijera y mira a su padre con odio. “Parezco un varón”, le dice, le clavo las tijeras en un ojo. Armando grita y lo tiro como a un tronco viejo. Lo pateo. Él grita como un Polifemo, grita. Conchita se me encima furiosa y la tumbo a patadas. También le doy muy duro y los llevo a empujones. Así medio muertos. Al medio de la calle.

Yaima está en una esquina. Solloza casi en silencio. No dice nada. Camino hasta ella y trata de gritar pero no puede. Como pasa en los sueños. La abrazo y le digo que esta es la guerra. Por eso la gente está trancada. Porque ahora no saben como ponerse de acuerdo. No juegues a la guerra. Ni jugando hagas la guerra. Ella dice que abra la puerta porque quiere ver la luna.

Caminamos. La luna inmensa alumbra los cuerpos. Nos tapamos la nariz. Y vemos que algunas personas comienzan a seguirnos, luego se desvían. Yo quiero ir a un lugar tranquilo para que Yaima mire la luna:

- ¿Por qué la luna no se cae?

- Porque siempre brilla, las cosas que se apagan siempre caen- le digo- cuando crezcas lo entenderás mejor.

Ahora nos dirigimos hacia el mar. Buscamos un poco de aire sano. Atrás dejamos los edificios. Las grandes avenidas.

Frente al mar encontramos mucha gente ordenadas unas al lado de las otras. Como era antes del duelo nacional. Yaima pregunta por qué están así. Tan bien ubicadas -Buscando el orden- le digo-anhelan un orden espontáneo.

La noche se aclara. Pero arriba se ven las sombras grises de las nubes. De pronto la gente, sin decir palabras, se sientan de espaldas al mar y miran lo que tienen en frente: su mundo. Yaima se ríe y los demás también. Yaima dice A y los demás también. Yaima escribe en el aire la palabra miedo y todos hacen lo mismo. Ya están acostumbrados- Yaima, tienen miedo- le digo.

El sol sale. Alumbra pero no muy fuerte. Las nubes se muestran negras, apocalípticas. Llamo a Yaima y le digo que repita muchas veces: “Necesitamos quien nos prepare para lo que está por venir”. Yaima lo repite y ellos también y yo digo que sí, que es verdad y ellos también. Sobre todo ahora, es verdad. Nos sobreviene un huracán de grandes magnitudes.

La expulsión (cuento de ciencia-ficción), de Pedro Merino


Pintora colombiana Patrizia Corzo
título: Taumante
óleo sobre lienzo
120 x 70 cms

Autor: Pedro Merino

La profundidad nerviosa movía y emergía pesadas basuras por la playa. Los bancos de arenas se desmoronaban y dejaban precipicios que los microorganismos vivos y muertos subían de repente impregnados en un objeto cilíndrico, cuya masa sonaba como metal contra los caracoles y piedras, embarrado de algas.

La marea subía y empujaba, entre el agua y la arena, los restos perdidos. El objeto iba y venía de un lado a otro por su forma. Rodaba sin pararse en un lugar. Brincaba porque no se dejaba dominar después de varios siglos tragado por las arenas. Volvía a emerger por la corriente que quería echarlo fuera de su hábitat.
Silbaba por los choques con otros desechos antiquísimos. Daba vueltas y se postraba, hasta que varias olas lo impulsaron hacia la orilla. Giraba y brillaba el cobre. Las puntas de las olas tendidas no lo rozaban, mientras el viento le hacía remolinear por la superficie arenosa. Aún sin brisa se movía.