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Por Alexei DumpierreUna de las principales causas de infelicidad y poco suceso en la vida es el poco gobierno que las personas tienen de si mismas, o sea, la falta de capacidad para dirigir conscientemente sus acciones y pensamientos. Se trata de una virtud cognitiva que depende, entre otros factores, del grado de instrucción, la personalidad y el temperamento sanguíneo de cada cual.
Infelizmente en la sociedad son pocos los que consiguen conducir de una manera lógica y racional su propia existencia, sin necesidad de someterse estrictamente al mandato de factores externos, como la conciencia social, las tradiciones, las normas arbitrariamente establecidas y hasta el poder de los que poseen mayor fuerza de convencimiento. Literalmente hablando son los seres llamados “dependientes”, pues requieren de orientación, alguien que piense por ellos, de quien guíe sus pasos, o cuando mínimo la aprobación por los otros de su propia conducta. En realidad son personas que no desarrollan su individualidad y permanecen siempre sometidas al colectivo y por ende, a quien conduce a esa masa amorfa que reacciona frente a estímulos manipulados por intereses particulares, muchas veces impulsados por el egoísmo y la codicia.
A menudo nos encontramos con ambientes caóticos en determinados colectivos, desde la familia, una sala de aula, una gran empresa o un país. Muchas veces esto sucede porque la persona a la que determinadas circunstancias colocaron al frente de ese conglomerado humano no reúne las condiciones necesarias para gobernar, comenzando por ella misma.
Para comenzar me gustaría decir que lo primero que debe tener una persona para gobernar, al menos a si mismo, es un equilibrio entre los factores emocionales y racionales que rigen su pensamiento y conducta. Es imprescindible tener plena conciencia de si mismo, de sus posibilidades y limitaciones, saber administrar el juego de la realidad y la fantasía y tener gran confianza en ella misma, sabiendo discernir entre errores y aciertos. La inconformidad, el optimismo, el arrojo, la fe en la capacidad humana, el espíritu creativo e innovador y la persistencia en la búsqueda del camino cierto son factores sin los cuales nadie se puede gobernar, mucho menos a los otros.
Ahora bien, tenemos que establecer una diferencia, una cosa es gobernar y otra someter. Cuando gobernamos estamos actuando racionalmente en función de determinados intereses que responden a una lógica, a una necesidad impuesta por el propio desarrollo de la vida, dentro de parámetros justos capaces de proporcionar el bienestar tanto a una persona como al colectivo. Es decir, estamos tratando de inserir de una forma coherente a cada individualidad dentro de un colectivo consciente de si mismo y de su papel dentro de la sociedad. De esa forma intentamos establecer relaciones armónicas entre factores externos e internos, ya sea dentro del individuo para el grupo, o del colectivo con la sociedad.
Por el contrario someter es imponer un régimen, un concepto de vida de forma violenta, tanto a nosotros mismos como a los otros. Esto lo podemos ejemplificar citando a aquellos individuos que se imponen de forma arbitraria una dieta macro biótica, una disciplina religiosa o hábitos y costumbres que no se avienen con la realidad y sus necesidades. A mayor escala unos individuos obligan a los otros por diversos métodos a vivir dentro de lo que ellos consideran idealmente justo, lo que generalmente se traduce en grupos radicales, dictaduras políticas, sectas religiosas herméticas e intolerantes, en fin, la vieja historia de los poderosos manipulando a los ignorantes.
Personalmente pienso que un factor importante para gobernar es el amor. No el falso símbolo vendido por los medios de comunicación, no. Se trata ante todo del amor a si mismo, a la especie humana, a la naturaleza, al poder de la inteligencia, a las verdaderas conquistas del homo sapiens. Los individuos fríos y calculadores no gobiernan, someten. Utilizan todas las armas para arrastrar a los otros en la consecución de sus ideas y propósitos. Sin sensibilidad y amor no podemos gobernarnos ni a nosotros mismos. Tenemos que ser cultos y sensibles para conseguir la libertad. Sin ella no podemos gobernar.
Dejarse guiar por prejuicios, tradiciones, convencionalismos, esquemas preconcebidos, opiniones amplificadas, estereotipos que corresponden a éticas particulares de un período de la sociedad, es limitar la posibilidad del auto gobierno. Vivir pendiente de lo que piensen los otros, desconfiar de si mismo, querer imponer una falsa imagen, creer en suposiciones, renunciar a la búsqueda de la verdad, contradecir su propia esencia es poner riendas a la libertad que requiere un ser para tener el gobierno de si mismo. Si queremos ser felices tenemos que cultivar en nosotros mismos el poder de gobernar nuestra mente, instintos y acciones. Podemos equivocarnos nosotros mismos, pero rectificar es de sabios.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.