"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


9 de abril de 2011

Un regreso a La Habana (testimonio)


netoraton.es
Por Tony Pichs

Mi  regreso a La Habana comenzó por la casa de huéspedes que se encontraba frente a mi casa, un edificio de dos plantas ya muy abandonado desde muy antes que yo partiera hace   treinta años. Fui  directo a casa de Freddy, alguien que  influyó en mi vida. De él tengo gratos recuerdos de mi infancia y  muchas cosas de las que hoy le estoy agradecido que me permiten ser quien  soy. Comencé a   recordar los lugares donde él me sentaba cuando comenzaba a impartir sus primeras lecciones de guitarra. Era todo un personaje, y un gran músico que  tocaba con un grupo llamado Los Heraldos Negros. Allí estaba el famoso guitarrista y arreglista, Martín Rojas,  que hoy se encuentra en Miami, exilado como muchos.


Al  entrar al edificio, en el segundo piso,  encontré que no había nadie conocido y me sentí más cómodo, pues no sé cómo ni para qué regresé a La Habana. Fue algo de repente y no planificado. Estaba en jeans y una camisa de manga larga oscura y uno de mis relojes caros. Confieso que me asusté un poco y decidí coger un tenedor que estaba en una cocina y sin que me vieran lo puse detrás del bolsillo del jean. Por prevención, me dije, algo no me hacía sentir seguro en mi propio barrio  donde nací.

Continué en ese misterioso viaje. De repente ¿qué hago en La Habana? y  vi a alguien que estaba sin camisa y en  shorts,  con un cepillo de dientes en la mano y se dirigía  a un pequeño baño que recuerdo que todos lo usaban. En este edificio vivían como unas cuatro o cinco familias entre el primer y segundo pisos de diferentes culturas y personalidades, pero lograban milagrosamente convivir entre todos, a pesar de  la escasez compartían. Algunos se pedían e intercambiaban  café por leche, otros huevos por chícharos. Intercambios  que conseguían  por fuera, en el mercado negro, por cigarrillos, que a la vez las  madres lo cambiaban por una lata de leche para sus hijos, etc.

Le pregunté al individuo quién era y me dijo que su nombre era Roberto, que anteriormente vivía en Santiago de Cuba,  Oriente, pero las cosas no estaban muy bien y decidió trasladarse a La Habana y ahora le llaman Palestino,  o sea que era de otra ciudad y que llevaba ya unos 10 años en ese apartamento que pertenecía a Fredy. Le pregunté si lo conoció y me contó que no, pero sí a su hija Sonia que hoy está en España. Ella le hizo el arreglo de la permuta
- ¿Y Lucrecia? -le pregunté- Si, la madre de Sonia.  ¿La conoces?
- No personalmente, pero escuché  que era una mujer muy hermosa.
Seguí recorriendo el lugar y pasé al frente, donde vivía Tonito, otro amigo de la infancia,  corrí  con mucha esperanza de que siguiera viviendo allí o al menos alguien de su familia, ya que cuando me fui él tenía algunas ideas más partidarias al sistema comunista, no creí que él también se quisiera ir como la mayoría.
- No, no sé quién es Tonito- contestó Jorge -, las personas que vivían aquí, creo que la madre murió, sé que se llamaba Lolita o así le decían.
- Si,  estás en lo cierto - le dije con un tono de tristeza.
Jorge me contó que  el hijo, que es posible que sea el tal Tonito que buscaba, se casó y se fue a Oriente. De repente, veo el baño donde todos compartían y no me imaginé cómo tanta gente lograban convivir en tan pequeño espacio. En mi infancia yo veía ese baño como algo espacioso, cómodo, como algo normal que tanta gente lo usaba y se sentían felices. Recuerdo que más de una vez lo utilicé y me bañé cuando no había agua en mi casa. Hoy comprendo mejor  que no había de otra. La necesidad se impone en los casos más duros de la vida y aprendemos a convivir y a sobrevivir como seres inteligentes... y semejantes a los animales.

Más adelante, por el mismo pasillo que te va guiando a la salida del edificio, está  la cocina, era bonita. También la imaginé más grande, pero tampoco era tan chica. Esas construcciones de Miramar eran  casas de ricos y muy modernas. Las cocinas estaban hechas con el propósito de que los criados o criadas o sirvientas, pudieran ejercer su trabajo en un lugar espacioso y como mi casa, por ejemplo, que ya tenía detrás de la cocina un cuarto especialmente para la que fuese criada o sirvienta.  Por su puesto que no encontré nada en la cocina, ni refrigerador, algo que cada cual tenía en su propio cuarto por seguridad y privacidad, y otros ni eso tenían. Era un articulo de lujo que no todos se podían dar y los mismos vecinos se ayudaban unos al otro guardándoles lo poco que encontraban o les pertenecía por la libreta de racionamiento. La Cocina era sólo eso. La Cocina, para sentarse a tomar café, fumar un cigarrillo, he intercambiar algún comentario como hablar de pelota.

Fui al apartamento de María Antonia,  donde vivía Jesús, otro de mis amigos de pesca submarina, jugar cancha, etc. Tocábamos guitarras en el mismo balcón de ese edificio al que le llamábamos ¨casas de huéspedes¨.
Está vacío-  me dijo Jorge, fue una sensación muy triste, el  tal Jorge me dijo que María Antonia  había fallecido y que su hija que era enfermera. Se casó y se mudó no sabe a dónde y que Jesús estaba para un país socialista. Jesús,  antes de irse,  era oficial del Ejército, algo que no me sorprendió ya que cuando le hablé de mi  inquietud de salir de Cuba cuando éramos jóvenes me dejó de hablar y dejamos de ser amigos, cosas que sucedían muy frecuente en esa época cuando nos llamaban escoria y gusanos a los que nos queríamos ir del país o no simpatizábamos con el sistema.

Pasé al cuarto del frente y ése era el de Zoraida, (Zoraidita) como le decíamos cariñosamente, que estaba casada con Jorge, alguien mayor que ella, y manejaba una ambulancia. Ella era una persona muy enferma. Estuvo siempre enamorada de Yuly, un corredor de motocicletas y amigo de los Arencibias que también corría en esa época por el Malecón Habanero. Se competía y venían corredores del mundo entero.
Los padres  de Zoraidita vivían en un pasillo detrás del edificio que vendría siendo como el garaje y también la madre se llamaba Zoraida ,y Carlos,  si no  recuerdo mal, era el nombre del papá. Resulta que Zoraidita, que era muy joven, había muerto. Nadie me supo decir bien la causa. Estaba habitando su apartamento una señora sola y muy amable que me dejó pasar y conversamos de mi infancia y de lo que significaba para mi el estar ahí en ese lugar, era como un deseo muy importante de cumplir, pues ya habían pasado treinta años de no regresar a mi casa o al barrio que me vio nacer.

La anciana me brindó café y le dije que no. Recordé la necesidad que mi mamá pasó para conseguir café, para cambiarlo por leche u otro producto más esencial y necesario para nuestra alimentación. No quise pensar que me aprovechaba de su amabilidad, algo que tenemos los cubanos, compartir lo poco que tenemos, es  algo que no había cambiado en mi viaje ni ha cambiado en nuestra esencia como cubanos. En ese instante recordé también que en casa de Fredy comí muchas veces huevos fritos. Bueno, si es que eran fritos porque nunca teníamos grasa. Nos ayudábamos el uno al otro, no importa que era lo que  teníamos en el diario vivir para alimentarnos, pero se compartía todo, hasta la ropa.


Finalmente salí al balcón que ya estaba cayéndose y confieso que tuve un poco de temor pero me dije: si esta pobre gente no tienen miedo por qué yo lo voy a tener. ¿O es que se me olvida que cuando vivía en Cuba hace treinta años atrás ya este balcón se estaba cayendo,  de lo tan cerca  del mar que se apoderaba el salitre de todos los balcones y de la gente, como si estuviesen zombis caminantes habitando La Habana?

Desde el balcón se podía ver mi casa  al frente. No la reconocí. Ya no era de dos pisos, observé que había  mucha gente que no conocía. No importa que pase  delante de ella,  nadie me reconocerá, me dije, ya yo no era el mismo flaco con el pelo largo, ni con los pantalones rotos y apretados. Estaba más canoso, grueso, más refinado diría yo. El asunto es que decidí bajar y enfrentarme a mi realidad. En mi casa o frente a mi casa donde nací,  la primera persona que me encuentré, sin saber quién yo era, se acercaba por curiosidad, típico de algunos cubanos de ahora  que ven a un extranjero y se le pegan para ver qué se puede obtener de él y me dijo: "¡Hola! ¿Desea algo? Era una muchacha hermosa y joven. Pensé que era una de las hijas de Lidia, mi amiga,  y yo sin decir quién era, preferí pasar desapercibido y seguir jugando a que nadie me conocía.
- Sí - le respondí - Estaba tratando de encontrar algunos amigos, pero ya veo que no queda nadie en este barrio.
Y con una sonrisa me reiteraba:
- ¿Y quiénes son tus amigos? - insistió la chica-. Mi nombre es Angie.
¿Eres la hija de Lidia? - muy emocionado le pregunté.
Y ella me respondió:
- Sí,  mucho gusto - y le dije mi nombre-: ¿vivías por aquí?
Angie me respondió curiosamente.
- Sí,  precisamente aquí -le respondí-, pero no sé qué pasó que no veo mi casa de los altos. Aquí había una casa de dos pisos.
-  ¡Ah, sí,  es que los propietarios de abajo, mis abuelos... el Gobierno les regaló toda la tierra y dejó que ellos hicieran lo que quisieran con el terreno, tú sabes ¿no? Angie  me miró con cuidado y observando a los lados como para que nadie la escuchara:   Rogelio el Guajiro, es mi abuelo, como aquí le decimos,  es amigo de Tomas Sebich, el comandante de la revolución y de otros pinchos y como el guajiro es el patrón de su barco y se van de pesca y se emborrachan juntos, tienen sus privilegios ¿entiendes?  Aquí, donde manda capitán  -le dije-,  no mandan marineros. Y no hice comentarios ya que se trataba de la nieta. No comprendí  por qué ella me hablaba así de su propia familia y  me acosaron algunos recuerdos de  cuando chico, que Rogelio el pescador, cuando pescaba algunos de los grandes, nos regalaba la cabeza para que mi mamá nos hiciera una sopa y también recordé que una vez me dio una fatiga tremenda después de la sopa, ya que llevaba como tres días que no digería nada de alimento y mi mamá me contó luego  que fue el fósforo del pescado que era muy fuerte.

Sin comentario al respecto, por precaución, me sentí de nuevo  atado de pies y manos como cuando estaba en Cuba, en mi juventud. Mis ideas de que un hombre libre pueda expresar sus sentimientos y opiniones como las deseara , fue la razón por la que salí,  y volví a sentir la misma humillación e impotencia.
De pronto alguien me reconoció y me dijo:
- ¿Tony, el hijo de Conchita?
- Sí, el mismo.
- ¡Oh, mijito! ¿Cómo estás y qué haces por aquí? ¿Le pasó algo a tu mamá?
- No, es que en realidad no sé cómo estoy aquí, pero lo más importante es que pasé por el barrio y quise ver cómo estaban ustedes y saludarlos.
- Entra y  pasa, estás en tu casa.
Y, al entrar, me dije por dentro "sí, es cierto, estoy en mi casa, la casa que me arrebataron".

Nada ya era igual, Rogelio y Dulce, las personas más despreciables que he conocido, me entraron con arrogancia a ¨su casa¨ donde noté que no sólo habían derrumbado la parte de arriba sino que la extendieron de una cuadra a la otra apoderándose de los terrenos colindantes a ella, tenía parqueado su propio barco, un canal que salía al mar, una gasolinera que estaba cerrada desde hacía mucho tiempo y donde  fabricó un parque para sus nietos y sus amigos cuando iban a tomar y a fiestar. Era como si el Guajiro ahora fuese un magnate. Bueno, nunca como los de Miami. Era un lujo mediocre, ya que el barco era una lata  vieja y a lo que él  llamaba piscina, era la desembocadura al mar que lo ayudaba para sacar el barco de los pinchos (gente del Gobierno).
- ¿Y Andy?- pregunté- Era el hijo de Dulce que no conocí. Cuando salí de Cuba era muy chico ¿Está aquí?
- Sí, es ése que está ahí.
No sé qué pasó pero todavía lo vi chico, como si nunca hubiese crecido y el tiempo nunca hubiera pasado. Lo abrasé y sin querer le hice un rasguño  con mi cadena, parece que me dio tanta alegría reconocerlo que lo apreté y lo lastimé.
- Perdona, Dulce, es la emoción.
- No importa mijo, él está acostumbrado a caerse y darse golpes ¿y tú cómo estás?
- Yo, bien  ¿y cómo está Rogelio?
- Ahí,  ven para que lo veas. Se está bañando en la piscina.
Al ir, vi a Rogelio ya muy viejo. No tenía su bigote. Se bañaba en la mal llamada piscina con su sombrero de guajiro y me dije por dentro, Guajiro al fin, una fea costumbre que tenemos los cubanos de menospreciar a los que no son de La Habana. No sé qué sentí, si alegría o desprecio. Reconozco que fue un hombre muy trabajador y víctima de una mujer sucia, mal hablada y chismosa como Dulce, alguien que permanecía detrás de las ventanas espiando y chivateando ( delatando )  cada movimiento de las personas del barrio, siempre con una bata de casa para todos lados, y cochina.
- !Hola, Rogelio! se acuerda de mi ? Soy Tony, el hijo de Conchita.
- ¡Hola, mijo! ¿Cómo has estado? Ya ves cómo estamos, mejor que nunca - me dijo irónicamente-  Esta revolución nos ha dado lo que tú podrías haber tenido si no te hubieses ido.
-  No, gracias, -le respondí - . Sabes que yo no me fui por lo que me iban a dar o me dejaron de dar. Me fui por la más elementar razón de un ser humano, la de ser libre y expresar lo que siento. Ahí sí que me desahogué y sentí un alivio al poder expresar algo que tuve guardado durante tanto tiempo.
-  ¡Ah!  Esas cocas son de adolescentes- me dijo Rogelio - Recuerdo cuando tocabas guitarras  y tenías tu pelo largo. Eras muy rebelde pero ésa era la época de juventud. Ahora es diferente, ya eres un hombre.
Preferí no seguir la conversación y me dije por dentro "sí,  ya veo que es diferente".

- Dulce ¿y Lidia, su hija, cómo está, vive con ustedes?
- Si, ahora te la busco.
Y me llevó más adentro y vi cómo la casa era más larga y los jardines más extensos. Lidia estaba sentada en una hamaca y se veía triste. Al verme me abrazó con un gran sentimiento y le pregunté qué era éso.
- Nada, todo sigue igual, Tony- ella respondió y  me hizo una pregunta que me sorprendió - ¿Has visto a Pedro Ceballos?
Pedro  Ceballos fue el amor de su vida.
- Sí - le respondí - Él está en Miami. No me digas que todavía estás enamorada de él ¿Nunca lo has dejado de amar?
- No, y no  le perdono que no me haya sacado de esta mierda. 
- Pero si estás bien, tus papás viven mejor que otros.
- Sí,  pero no puedo salir de aquí, estoy metida dentro de un  mediocre palacio, fíjate alrededor,  todos bebiéndose cuanto encuentran y las muchachas regalándose por cualquier cosa a los hombres,  yo fui puta en aquella época pero por amor. Ahora es distinto, ellas se regalan por una coca cola.
No quise que siguiera y le pregunté:
- Lidia ¿y tu hijo?
- No sé. No recuerdo haber tenido uno.
Ahí me di cuenta que algo no le funcionaba bien en su cabeza y le pregunté a Dulce, su madre, qué es lo que tenía  Lidia y me contó que desde que Pedro partió a los Estados Unidos tuvo muchos problemas con su marido y se ha vuelto medio  loca.
- Pero si ella estaba casada con Pepito ¿qué fue lo que pasó? - insistí.
Y Dulce me contó que ella se casó con Pepito ¨para darle en la cabeza a Pedro¨, porque el Guajiro nunca los iba a aceptar en su casa.

En eso llegaron tres muchachos con una pinta de delincuentes y se pegaron a mí. Me dijeron:
- Dame tu reloj.
Y yo les dije que era un recuerdo de familia. Que no se los  podía dar y uno de ellos me lanzó un  golpe y lo  esquivé. Les dije que era mejor que se fueran que no me gustaría demostrar lo que aprendí de kárate en  Estados Unidos y no me creyeron ,  tuvimos una pelea donde salí como todo un héroe y la gente me aplaudió. Estaban harto de los abusos de las pandillas y después me enteré que era el hijo de Lidia, la que se había vuelto loca. El pobre chico, con los abuelos que se mandaban mal y la madre con esa demencia, tuvo que optar por las pandillas.

Pues como han podido apreciar en esta historia, no fue bueno regresar a La Habana. Fue una pesadilla,  ni tampoco tomé  clases de Kárate. Fue una experiencia más a través de los sueños y una desilusión más que nos  ha tocado vivir a muchos de nosotros, los cubanos. Todos tenemos algo que contar,  todos tenemos nuestras historias,  buenas o malas, divertidas, etc., pero muy nuestras.

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.