www.razas-perros.com
Llamé con desgano a la puerta. Dos horas antes, cuando mi amigo me telefoneó, hubiera podido inventar una excusa y evitar cargar con el perro. Nunca se me ha ocurrido tener uno aunque los considero fieles y expresivos. A un amigo no se le niega un favor y él sabe que yo me aburro los sábados y domingos mirando tele o leyendo algún libro que tomo al azar del estante. El animal te mantendrá ocupado, me dijo.
Pero un perro en casa todo el fin de semana...
Fue el perro quien me abrió la puerta. Era hermoso. Mi amigo se encontraba en la cocina ultimando los detalles de su inesperado viaje a Oslo. Con la sonrisa de siempre me ofreció sentarme a la mesa y preguntó qué deseaba tomar. Yo estaba apurado y no quería molestar. Agua, respondí.
Mi amigo, con ademán brusco, indicó al perro que fuera a su rincón.
Es un perro obediente. No te va a dar problemas, dijo mientras me servía el agua y se sentaba a mi lado.
El perro se acercó y él le palmoteó la cabeza. Habló otra vez de su viaje y la necesidad de que alguien cuidara al animal. Me confesó que el perro no era suyo, sino de un conocido que se lo había prestado. Hacía varias semanas que lo tenía en el apartamento y se había encariñado con él. Como el dueño trabajaba en Estocolmo y venía a Malmo de manera esporádica, estaba pensando quedárselo; sin embargo, en las actuales circunstancias, no podía llevarlo consigo. Sólo estaría ausente un par de noches.
A continuación, sin dejarme interrumpir su monólogo, comenzó a hablar del perro.
Lo mejor que tiene es que no molesta. Habla sólo cuando le preguntas y está dispuesto a hacer lo que tú ordenes. Sabe cocinar, y lo hace muy bien. Hizo una breve pausa. Voy a extrañar su sazón.
Presionó la cabeza del animal y la llevó hasta el suelo. El perro comenzó a lamerle los pies. Mi amigo me miró con malicia y mostró sus dientes con una amplia sonrisa. Yo no sabía qué decir; creo que él se percató de ello. Sería la primera vez que tuviera un perro y tenía dudas si llevarlo o no.
Será divertido. Vas a pasar un fin de semana maravilloso. Inolvidable, añadió para darme ánimo.
Pateó con suavidad al perro y éste, por lo inesperado de la acción, cayó de espaldas con los ojos muy abiertos.
Juego con él a menudo. A veces soy malo y lo castigo por cualquier tontería. Para entretenerme. Pero no se enoja ni me guarda rencor; al contrario, parece que le gusta. Sin importar lo que tú le hagas, estará siempre a tu disposición. Obedece aunque no entienda lo que te propongas hacer. Me gusta llevarlo al límite, disparar sus nervios, ver su cara de susto. Míralo, con el tamaño que tiene es inofensivo.
Hizo un nuevo ademán para que el perro se me acercara. Primero lamió mi mano y luego mis pies. Yo apenas toqué su cabeza con timidez. Mi amigo continuó enumerando las cualidades del animal.
Por la comida no te preocupes. Él se la prepara y puedes pedirle que te cocine algo. Es hacendoso y en un santiamén te ordena la casa. Eso sí, como a todo perro, le gusta que lo mimen. Debes brindarle la atención que merece para que no se ofenda; la relación debe ser de hombre a animal. Nunca le permito sentarse a la mesa. Come en el piso, ahí está su plato en el rincón. Si se me antoja le tiro restos de comida o, para consentirlo, dejo que se siente a mis pies y le doy directamente la comida en la boca. Yo soy así de bueno. No debes quitarle el collar porque es lo que lo clasifica como perro. A mí me gusta que esté desnudo porque tiene un cuero hermoso; pero cuando recibo visita le cubro los genitales. Para no avergonzar a mis invitados, aclara. Toma un cigarro con distracción de mi cajetilla. El animal, solícito, le acerca el encendedor y dispara la mecha. Mi amigo suelta el humo con parsimonia y prosigue: Lo castigo una vez al día, como mínimo. Hay que tener mano dura. Le pego con una fusta en la palma de las manos hasta enrojecérselas. También en las nalgas. Y no se queja. Aguanta como una bestia y eso me excita. Se contorsiona y sé que le duele, pero resiste sin emitir sonido. Cuando veo que sus ojos lagrimean, como soy tan bueno, ya te lo dije, me compadezco y termino acariciándole la zona maltratada. Él se abraza a mis piernas como muestra de agradecimiento. ¿No es una escena conmovedora? También suelo atarlo de pies y manos. Así lo dejo un buen rato. Yo me voy a dar una vuelta por el barrio o me siento en una terraza a tomarme una copa. Cuando vuelvo a las tres horas se pone de lo más contento, el pobrecito, es tan fiel. En las noches, para recompensarlo, lo dejo dormir en la cama; aunque también lo obligo a dormir en el piso, a fin de cuentas es un perro.
El teléfono sonó un par de veces y mi amigo hizo una mueca porque no le gustaba ser interrumpido. Contrariado, abandonó la cocina para responder la llamada. Quedé solo con el animal. Yo no sabía qué hacer, ni qué decir. El perro, observándome, tomó la iniciativa y colocó su cabeza entre mis muslos. Tuve una erección y me avergoncé. Quise apartarlo pero él apoyó sus cachetes sobre el miembro endurecido y allí quedó tranquilo. Al regresar mi amigo y ver de qué manera el perro se familiarizaba con su nuevo amo, sonrió desde el marco de la puerta.
Lo que más te va a gustar es cómo te la empalma. Hace una felación mejor que cualquier profesional, y lo más excitante: siempre está dispuesto a ser penetrado. Rió esta vez con ganas para exclamar: Es una perra puta.
Mi visita llegaba a su fin. Mi amigo anunció que en unos minutos vendría el taxi para llevarlo al aeropuerto. Las pertenencias del animal, las esenciales, las tenía empaquetadas en un maletín. Como casi siempre andaba desnudo, no era mucho lo que necesitaba: una muda de ropa y juguetes de sadomasoquismo como correas, fustas, máscaras de goma, bozales, grilletes y mucha imaginación. Con impaciencia y mirada de chico malo, mi amigo esperó mi confirmación.
Sonreí para apoyar mi respuesta.
Creo que tienes razón. Será un fin de semana emocionante. Me llevo al perro.
La fidelidad no sólo es una utopía, sino también un deseo.
ResponderEliminarAtrapa, sin dudas, ese cuento bien escrito desde el comienzo hasta el final.
ResponderEliminar