"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


13 de abril de 2013

Trastornos de alimentación, Eduardo Nabal Aragón


TRASTORNOS DE ALIMENTACIÓN



 




Toda conversación empieza con una mentira
- leyó Cathy y luego apuntó la frase en su cuaderno de pastas duras y rojas. Lo llevaría consigo si la volvían a ingresar en aquél tétrico hospital. Una posibilidad que debía tener en cuenta. Que la volvieran a meter o que regresara voluntariamente allí. Respiró, cruzó las piernas y apartó la caja de donettes empezados. El chocolate que los recubría se había quedado petrificado. Miró la portada de "Fotogramas", desde dónde Charlize Theron le lanzaba una mirada desafiante. La revista se había cubierto de las migas de los últimos donettes. Pastelillos de crema y azúcar. Toda conversación comienza con crema y azúcar- se dijo a sí misma, mientras cerraba el cuaderno y lo metía en el cajón dando un golpe. Sobre la mesa sólo estaban los donettes, el flexo viejo y el cuerpo embutido en un vestido rojo, provocativo, sexy, de Theron. "En tierra de hombres", leyó y entonces pensó en Raúl. Hoy no había apuntado las cosas positivas que le habían pasado, las cosas que había cumplido y había hecho bien ese día, como le había mandado él. Pero Raúl, que tenía su consulta tres calles más allá de dónde ella vivía con sus padres, le pareció increíblemente lejano. Ahora mismo estaría jugando al mus con los amigos en algún café o viendo el fútbol en su casa. Más lejano aún que Theron y su vestido, caro y escotado, nominada a los oscars. Hoy no escribiría nada para Raúl, ni para mejorarse. Se levantó de la mesa, que empezaba a agobiarle, y se tumbó en la cama a seguir leyendo.



Willie lleva quince minutos en la puerta del vestuario de chicos, sin querer entrar. Se ha tomado ya dos botellas frías de agua de fresa. Muy vitamínica, dice la botella. Se ha gastado el dinero que le ha dado hoy su tía en líquido teñido de rosa. Ahora se siente culpable. Lo toman los ciclistas y los levantadores de pesas - piensa Willy. Y él no es ni será ningún ciclista, ni un gimnasta, ni un levantador de pesas. Aunque sienta un peso terrible cada vez que se acerca a una puerta como ésa. Hoy, se dice, se armará de valor, volverá a coger la bolsa y se meterá en el vestuario. Empujará la puerta como otros días y empezará a fingir. Esquivará sin temor los charcos de agua sucia, que sin duda contienen restos de sudor, orina y hasta piel. Si hay suerte no habrá chicos jóvenes como él. Sólo los dos viejos encorvados y voluntariosos de siempre. Intentando mejorar sus ya gastados cuerpos. Que se desnudan delante de él. No se molestan en venir cambiados de sus casas. A Willy le parece repugnante. Se imagina ahora vomitando toda el agua rosada delante mientras esos dos viejos que se quitan los calzoncillos sucios y siente vergüenza y un ligero mareo. Agua rosada en lugar de agua gris, chanclas, albornoces y canas. La imagen del suelo sucio, lleno de pisadas y pelos del vestuario cubierto ahora además manchas lunares de un líquido rosa y vitamínico, le hacen volver a dejar la bolsa en el suelo y seguir otro rato parado. Reúne hasta el último céntimo, escarbando en su cartera y se compra otra botella. Esta vez el líquido es verde y huele a menta. Le recuerda el que usa para enjuagarse la boca. Se ha gastado ya todo el dinero del día, hoy no podrá salir con sus amigos.



Javi detesta a la gente que se encuentra allí pero le encanta ir al video-club, aunque sólo sea a ojear. Su afición favorita es repasar esas estanterías siempre tan mal puestas, a ver si se le ha pasado algún título interesante. Pero él sólo busca clásicos, películas antiguas. Para él el cine de Hollywood murió con el macartysmo y la televisión, el technicolor y el cinemascope. Lo que se ha hecho después es todo morralla. Y las películas europeas le aburren, le dejan más dormido que los tranquilizantes que sigue tomando, aunque su cuerpo ya se haya habituado a ellos y corran rutinariamente por su sangre de chico gordo de venticinco años. Javi, no obstante, conserva en sus rasgos faciales algo de la belleza adolescente y la mirada intensa que tuvo un día. Se ha dejado un poco de barba, unas cuantas greñas a las que da forma con ayuda de unas tijeras de cortar papel, para disimular que sus pómulos empiezan a ser como su barriga. Siempre ve las películas acompañado de sus padres, no quiere que se separen de él, quiere que le sigan en su camino en blanco y negro hacia Dios sabe dónde. Hoy Javi ha llegado un poco más tarde de lo habitual al videoclub y se ha encontrado con algunos clásicos nuevos, reeditados en DVD. Está feliz: "Eva al desnudo", "El crepúsculo de los dioses", "La venganza de la mujer pantera" y "Al borde del peligro". Todas las ha visto más de una vez, se sabe diálogos y fotogramas de memoria. Pero sólo con ver las carátulas siente que va a pasárselo en grande, que va a revisitar el paraíso, empieza ya, en ese mismo momento, a soñar y pasárselo en grande. Entre ellas descubre "La gardenia azul". Esta no la ha visto. Y cuantas ganas tenía de verla. Le tiembla la mano al sacar el DVD con dificultad de las atestadas estanterías del local y se le cae al suelo. Ahora la foto de Anne Baxter está cubierta de serrín. Ve que le mira el dueño y siente un nudo en el estómago. Un hombre joven, de unos treinta y tantos, se agacha, la recoge, le quita el serrín y se la da. Javi le da las gracias tartamudeando, sin mirarle, y el hombre sonríe por aquella presencia tan insegura. El hombre es alto y guapo pero Javi no lo mira. Le ha visto agacharse y ha podido ver la forma perfecta de su culo marcándose en los vaqueros y el nudo en la garganta se ha convertido en otro en el apéndice. Javi coge la película y se dirige temblando al mostrador. Pero para llegar a él tiene que atravesar la sección que más detesta, aquella donde las películas están tontamente agrupadas por actores: George Clonney, Mel Gibson, Nicole Kidman, Keannu Reeves, Gywneth Palthrow, Matt Dillon, Charlize Theron…se le antoja un mercadillo horrible, para espectadores horribles que no saben nada de la magia del blanco y negro y que seguramente no conozcan a Anne Baxter de la que él está enamorado. Al pasar por los estantes de los actores sus cuerpos le ofenden. Esa portada con la entrepierna de Val Kilmer bajo un vaquero gris le hace bajar los ojos y su mirada choca con violencia en aquella en la que River Phoenix con unas gafas oscuras va pegado a Keannu Reeves. Los dos con chaquetas de cuero. O esa donde se ven las piernas desnudas de Colin Farrell, insolente y rubio. Luego el torso moreno y surfero de Patrick Swayze. Cierra un momento los ojos y los vuelve a abrir mientras se encamina al lugar donde se paga el alquiler. Se agarra más a "La gardenia azul" y trata de deshacer su nudo en la garganta para decir su número de socio al dueño, que le mira con cierta curiosidad. ¿Me la das para que pueda pasarla por el desmagnetizador?- le dice él. Javi se siente ridículo, quisiera que se lo tragara la tierra.



Hoy hace diecinueve días que Sandra cumplió dieciocho años y sus padres están cada vez más preocupados. No ha salido apenas de la habitación. Al principio, cuando le regalaron el hámster, creyeron haberla defraudado por la extraña expresión de su cara, por como entornó sus ojos de niña asustada. Incluso le dijeron que si quería podía cambiarlo por un disco de Bisbal. No, ella los tenía ya todos. Pero por la tarde Sandra sacó el hámster de la jaula y se pasó toda noche jugando con él, poniéndole nombres, dándole de comer sin parar todas las bolsas de pipas y otros frutos secos y pequeños que venían con la jaula y el bicho. Su madre no quería entrar si el hámster, que definitivamente se llamaba David, no estaba bien guardado en la jaula. No me gustan esos bichos, le había dicho a su marido junto antes de ir a comprarlo. Por eso llamaba a la puerta del cuarto de su hija, esperaba a que lo guardara en la jaula y luego entraba. Sandra había empezado a engordar, apenas salía ya con sus amigas. Sabía que se había peleado con una de ellas pero no sabía en que había consistido la riña. Cosas de crías, había dicho su marido. Mientras limpiaba miraba las cada vez más pronunciadas ojeras de su hija que, en su mesita y con la luz de su flexo encima, fingía estudiar matemáticas o inglés. El padre no está tan preocupada por el hámster de Sandra: Ya se le pasará y al final le tendrás que dar de comer tú le dice a la madre. El padre de Sandra protestó cuando esta reveló el nombre definitivo de su mascota. "Pero si es una hembra, nos lo dijeron en la tienda". Sandra se encerró en la habitación dando un portazo. Esta chica está muy consentida se dijo su padre mientras ojeaba las páginas deportivas del diario. Pasaron los días pero la pasión de Sandra por David no disminuyó. Su madre habló de ello con su amiga Maite, la profesora de francés del instituto al que iba Sandra. ¿Era normal encariñarse tanto con una mascota? Pero Maite no le habló del tema, ni de Sandra, a la que alguna vez había definido como "demasiado calladita", sino que empezó a hablar de la tragedia familiar que supuso la muerte de su perro, Boris. Desde entonces no he vuelto a querer tener animales en casa. La madre de Sandra volvió todavía más agitada a casa. Mientras ella regresaba en un autobús lleno de gente, con dos bolsas de compra, que le parecía cada vez más lento, Sandra, encerrada en su cuarto, comparaba los ojos de David con los de Alejo Sauras cuyo póster acababa de poner en la pared, encima de un desconchado, después de sacarlo de la revista VALE. Sandra, que llevaba mucho tiempo sin hacerlo, volvió a empezar a masturbarse con la ayuda de David. Ponía al bicho sobre su vientre y dejaba que recorriera su cuerpo desnudo. El pestillo de la puerta estaba cerrado y con un oído estaba atenta a los pasos de sus padres en la casa. Su madre todavía no había vuelto. David recorrió, como había hecho otras veces, los pechos pequeños de Sandra y luego bajo a husmear su vagina. Entonces ella ya excitada, se levantó y lo volvió a meter en la jaula. Tumbada en la cama observaba a David dar vueltas frenéticas en su rueda, su metálico tiovivo. De reojo miró el póster de Alejo, que la observaba. Y empezó a acariciarse. Entonces sonó el timbre. Sandra dio un respingo y empezó a vestirse. Sería su madre que, como de costumbre, se había dejado las llaves junto al fregadero. Pero una voz masculina, conocida, odiada invadió el pasillo e inició una conversación ininteligible con su padre. Era su primo Eusebio, el granuloso y salido Eusebio. Un verdadero cabrón que la llamaba Sandrita y le decía que cuando iba a crecer de una puñetera vez, aprobar sus asignaturas y dejar de oír esos discos tan horteras de Operación Triunfo. Esteban avanzó por el pasillo dando grandes zancadas y dio tres golpes en su puerta. Sandra dijo ¿Qué quieres? – con una voz más bien hostil y recelosa. Saludarte, Sandrita, te quiero enseñar algo.- dijo Eusebio con su voz ya ronca. Sandra se abrochó la chaqueta azul y le abrió la puerta pero no se detuvo a mirarle ni le saludó sino que se sentó sobre la mesa donde permanecían el flexo encendido y el libro de matemáticas con los ejercicios sin hacer. ¿Estudiando, prima? ¿No me das un beso de cumpleaños? Mira esto. Sandra volvió sus ojos saltones y se encontró con que su primo sacaba un hámster enorme del bolsillo de su parca. ¿Qué quieres? Yo ya tengo uno.-. El primo abrió la jaula dónde David, cansado de la rueda, había empezado a beber agua y metió al nuevo animal en la jaula. Sandra se levantó dando un respingo. ¿Qué haces? Idiota, sácalo de ahí, se van a matar. La voz de Sandra era temblorosa y a la vez furibunda. Temía a su primo pero le odiaba todavía más. Es curioso, no se pelean-dijo Esteban, riendo. Y eso que son dos machos. El hámster empezó a husmear a David. Sandra dio un salto, se levantó de la silla y llamó a gritos a su padre: ¡Papá, papá, dile que pare! ¡Mira lo que ha hecho! Vete Esteban. Muérete Esteban. Fuera de mi habitación. Sácalo de la jaula. Vas a matar a mi hámster: ¡Papá, ven corre! Pero el padre tardó unos minutos en aparecer y Sandra se echó a llorar sobre la cama, con un llanto rabioso y desesperado. Esteban la contempló, luego miró su habitación, lanzó una mirada hostil a su decoración, sacó a su hámster de la jaula, que estaba encima de David y salió cerrando la puerta. ¿Qué ocurre Esteban? preguntó su tío. Nada, le había traído un hámster para que jugara con el suyo, pero se ha puesto histérica. El padre de Sandra se puso serio. – No molestes a Sandra, no está bien últimamente y le tiene mucho cariño a su rata. Vale, tío- dijo Esteban, pero el lunes me dejas el coche. Si, si, en eso hemos quedado, replicó el padre de Sandra. Pero ahora vete, que está disgustada, ya nos vemos. Esteban le miro un rato en silencio y luego torció la cabeza. Bueno, vale, si además tengo prisa- dijo el sobrino algo ofendido por la actitud de su tío y añadió con expresión seria: pero te doy un consejo, lleva a esa niña al psiquiatra.



Anne Baxter e Ingrid Bergman están colgadas en la pared, en glaumorosas fotos juveniles, seguramente hechas a través de filtros y gasas, una en "Eva al desnudo" y otra en "Luz que agoniza". Con una larga y hermosa trenza que parece apresarla, volviéndose loca en "Luz que agoniza". Javi está incómodo, a cuatro patas, mirándose las nalgas en el espejo, de espaldas y girando la cabeza. Se sujeta a sí mismo con una sola mano que siente quemarse en la moqueta. Con la otra se acaricia el pene y comienza a moverlo. ¿Qué pensarían esas diosas de Hollywood si le vieran realmente? Javi no se responde a esa pregunta, casi ni se la hace. Esta es otra parte de su vida. Y además ellas estaban ya muertas, aunque a veces creía que no, que vivían para él Después de comer van a ver "La gardenia azul", va a volver a arroparse en el blanco y negro estremecedor de Fritz Lang y Nicholas Musuraca. Un grito suave, amable pero insistente, le interrumpe. Es su madre ¡A coomeeeer! Javi sigue masturbándose, está a punto de correrse. Se imagina que sus hermanos ya estarán en la mesa, y todos le estarán esperando. Pero no, igual no han hecho tampoco caso. Aprieta la marcha, aprieta con más fuerza su glande, contiene la respiración y llega el orgasmo. Pierde el apoyo de una de sus manos y se corre con la cabeza aterrizando en el suelo. Ahora puede ver a Anne Baxter en un terrible contrapicado en que su sonrisa de mujer malvada le parece especialmente cruel. Luego respira, se relaja, se sienta en el suelo. Tiene un nudo en el estómago y ganas de borrar todas las huellas y el recuerdo de lo sucedió. El espejo no puede retener la imagen de sus nalgas ofreciéndose a la nada. Limpia las gotitas blancas sobre el parqué verde oliva, se deshace del trozo de papel en el inodoro, tira ruidosamente de la cadena y se dirige hacia el comedor mientras oye a la voz de su madre, ahora muy de cerca, rompiéndole el oído ¡Javi, A coomeeeer!



Cathy está harta de visitar a Raúl. No puede contarle la verdad. Que sigue comiendo una gran cantidad de dulces variados y deliciosos y que, luego, después de comer, los vomita. Hoy es el primer día que no ha ido. Sus padres ya se han enterado. Lo sabe por la mirada severa de su padre y los ojos bajos de su madre. Tendrás que llamarle y pagarle la sesión- le dice su padre. Silencio, ella levanta los ojos del plato y los dirige incadensecentes hacia su padre – Págasela tú, si quieres- musita. El padre de Cathy le da una sonora bofetada. Cathy se limita a sonreír, trazando una mueca ácida en su mejilla enrojecida. Hacía mucho tiempo que esto no sucedía. Cathy se levanta y vuelca los garbanzos hirviendo sobre el mantel. Su madre, salpicada por alguna gota del potaje, lanza un grito. Cathy se encierra en su habitación. Habla con ella, no está bien- dice la madre de Cathy. El padre da un puñetazo sobre la mesa. -¡Después de comer tranquilos, que esta cría nos deje comer tranquilos, por lo menos una vez…-. A la madre de Cathy le han salido ojeras por la preocupación, por las noches de insomnio leyendo libros de ayuda para jóvenes bulímicas. Mientras ella lee o finge dormir su marido ve el partido de la Liga o baja al bar de abajo a echar unas cartas con los amigos. Cathy sólo sale los sábados. Pero vuelve tarde. Y a veces medioborracha. Su madre hace todo lo posible para que su entrada en casa, de madrugada, sea lo más silenciosa posible, para que su esposo, que tarda también en dormirse pero cuando lo hace es profundamente, no se despierte. Conduce a Cathy a su habitación, la ayuda a desnudarse y la arropa. Luego trata de hablar con ella pero Cathy se limita a mirarla con una sonrisa irónica que le intimida. – Que una chica tan lista se esté echando a perder así- dijo una vez el padre de Cathy. Y su mujer se prometió que no lo permitiría. Su Cathy no iba a autodestruirse, no iba dar esa satisfacción ni a su padre ni a los que la tenían envidia por ir tan adelantada en el colegio, ser tan especial, tan inteligente y por leer tanto.



Sandra observa con preocupación el engorde progresivo de David. – No pueden haber sido sólo las pipas y los trozos de fruta que le he pasado por los barrotes. Le cambia el agua del grifo, por el agua mineral. Pero David parece haber entrado en otro tipo de vida, en un extraño declive. Se mueve con torpeza y apenas intenta subir a la noria. – Algo le ha hecho el ratón asqueroso del primo Esteban- le dice a su madre. Ella guarda silencio. Un día lo rompe y le plantea a Sandra, en la privacidad de su cuarto, la verdad sobre tema. Vamos a esperar y si está embarazada le ponemos algodones y un trapito para que tenga a las crías. Y luego- dice su madre para animarla- se las damos a tus amigos. David no está embarazado- es la réplica angustiada y enigmática de Sandra. Si lo estuviera mataría al cerdo de Esteban. Luego se sienta en la mesa de estudio, con su pequeña cabeza hundida en los codos, y mira sin ver esos cuadrados y esos triángulos equiláteros. Esos problemas y esos números y cifras que le agobian, que se amontonan. Falta poco para el examen y Sandra no se ha preparado lo suficiente.



Willie compra caramelos de regaliz, una bolsa, un euro y luego lo reparte entre sus amigas de clase. A los chicos de adelante, que forman una pandilla, no se atreve ni a ofrecérselos ni a acercarse demasiado a ellos. Hoy ha comprado dos euros y algún chico, de los que se sientan atrás, como el que quiere ser misionero, le han cogido alguno. Willy está contento. Ha pasado el recreo y ahora hay clase de música su asignatura favorita. A Willy le encanta la música. Aunque lo que más le gusta es oirla en su walkman, el que le regaló su tía, porque así el puede oirla como si estuviera en un gran concierto y sin que los demás se enteren. Pone su libro de música en la mesa, pero lo aparta sorprendido. Hay dibujos extraños y palabras pintadas en su mesa. "No te las ligas ni con caramelos, maricón", "Te vamos a robar el walkman, hijoputa" y hay, a lápiz, una caricatura suya, delgado y con ojeras. Le han pintado con los cascos puestos. "Además de loco, sordo" pone debajo. Willy saca una goma de su estuche e intenta borrar. La profesora ha empezado poniendo un disco de Bach. "Lo primero escuchad", "dejaros llevar por la música y luego hablamos del autor". A la salida, justo en la entrada, está el grupo de los mayores. Willy pasa sin mirarles, aunque de reojo puede ver sus sonrisas irónicas, sus cuerpos arqueados, como esperando una respuesta o una venganza de Willie. Pero Willie camina sin detenerse y se dirige a la tienda de caramelos. Pide otra bolsa, la necesitará para soportar el camino a casa. A Willie le gusta la señora de la tienda de caramelos, aunque esté tan gorda. Le trata con un cariño maternal que no ve en sus profesoras ni en sus profesores. Hoy con su desparpajo le hace olvidarse un momento de los mayores de la clase. Ella hace una broma sobre Willy y el regaliz y el ríe, en lugar de enfadarse. Pero al salir siente que el camino de vuelta va a ser largo y pesado, va a tener tiempo para pensar demasiado, en sí mismo, en su tía, en la música, en el gimnasio, en los chicos de adelante. Hoy no se ha traído el walkman, lo dejó en casa con los deberes a medio hacer. Sin embargo oye una extraña música en su cabeza. Es Bach, ahora puede oírlo. Antes, absorto en lo que había pintado en su mesa, no le había prestado atención. "Tocata y fuga" había dicho la profesora, nada más quitar el disco y empezar a escribir en la pizarra.



Sandra no le ha dicho todavía a sus padres que ha suspendido matemáticas. Está demasiado preocupada por la gordura creciente de David, que ahora, se niega a comer. Su madre asegura que su hámster está embarazada y le ha metido unos algodones y un pañuelo arrugado en la jaula. David está tumbado allí con los ojos abiertos mientras Sandra mira desde su cama los rizos dorados de Bisbal. Se está cansando de Bisbal, pero no se le ocurre nadie que ocupe su lugar. Naím Thomas también le gusta, le gustan sus ojos oscuros, parecidos a los de David, pero sus amigas de clase, las que se sientan juntas, y a veces con ella, le aseguran que es marica. Sandra ha guardado ya los libros de matemáticas y mientras se tumba a pensar con los ojos abiertos se va comiendo las pipas y las golosinas saladas de David que su madre ha traído, por si acaso le vuelve el apetito. Está atardeciendo, pero no se asoma a la ventana, porque no va a ver ninguna puesta de sol sino el edifico de La Campofrío y el colegio donde está acabando de estudiar su primo Esteban. Él es el culpable de todo. Como le pase algo a David, se va a enterar…piensa Sandra. Luego vuelve a mirar a Bisbal y le encuentra ridículo. Piensa que si sus padres se enteran de que ha suspendido matemáticas le podrán un profe o una profesora particular, pero Sandra no quiere que nadie entre en su cuarto y menos ahora con David en este estado. Cierra los ojos y mordisqueando algunos kikos salados se va quedando profundamente dormida.



Cathy chatea con cuatro chicos a la vez. Le ha dicho a su padre que tiene que mirar Internet para hacer un trabajo de historia. "La historia de las rutas del Cid". No se le podía haber ocurrido un tema más tonto. Pero su padre se lo ha tragado. Bueno, que se ponga en Internet pero después tiene que comer que está cada vez más delgada- ha dicho su madre. Cathy chatea con cuatro a la vez, sus respuestas son ágiles e ingeniosas, y lo hace de tal manera que ninguno se entera de que está hablando a la vez con otros. Es un chat de "chica busca chico". Cathy no espera encontrar gran cosa en él pero se lo está pasando en grande. Uno de ellos se ha empeñado en quedar con ella, en que se conozcan y Cathy le dice que tiene que estudiar, que le deja hasta otro día, que va a seguir en Internet pero tiene que acabar su trabajo sobre el Cid. "Hasta luego, Doña Jimena" ha puesto él a modo de despedida. Y Cathy se ha limitado a cerrar la ventana de ese idiota. Ahora chatea sólo con tres chicos. Pero en realidad sólo le interesa hablar con uno. El único que cree que no le está mintiendo. Se llama Willy y le ha mandado una foto. "Que delgado estás" le ha puesto Cathy mientras piensa que si él pudiera verla a ella diría lo mismo. Tiene una caja de donettes al lado del ordenador de su padre. Y cuando hay algún silencio o alguno se piensa mucho una respuesta se come uno. Luego irá a vomitarlos. Willy le cuenta unas historias muy raras pero interesantes. Ahora habla del caramelo de regaliz. Luego habla de la música y del walk-man tan guapo que le ha regalado su tía. ¿Vives con tu tía? Le ha preguntado Cathy, tecleando, con sus dedos nerviosos. Pero Willy no ha contestado y, en cambio, ha empezado a hablar de grupos de música que Cathy no conoce. Se come dos donettes de golpe. Uno se le atraganta. Abandona el ordenador y la habitación a todo correr y vomita sobre el lavabo, dejando la puerta abierta. Desde fuera su madre la mira con severidad y preocupación. Su padre ha aprovechado para entrar en el despacho donde está el ordenador y ha visto lo que está haciendo Cathy. ¿Esto es la ruta del Cid? piensa ¿o el comportamiento de una adolescente idiota y salida? No oye las arcadas de fondo de Cathy, a su mujer llorando, y se dispone a cerrar todas esas ventanas virtuales, a apagar el ordenador y a acabar de una vez por todas con las tonterías de esta niña.



Sandra abre los ojos. Está amaneciendo. Su madre ha tenido que salir fuera, a un congreso la empresa donde trabaja ayudando a hacer perfumes y cosméticos. Si no la habría despertado, arropado y habría bajado la persiana. Pero ahora Sandra está despierta. Cae una luz matutina sobre su estantería con cinco libros: El de Mates, el de ciencias, el libro de Bill Cosby, Platero y yo, del año pasado y La Regenta. Aún no lo ha empezado. Es demasiado gordo y la letra demasiado pequeña. Y tiene que leerlo para la semana que viene. Mira a Bisbal, como pidiéndole ayuda pero su sonrisa bobalicona no le hace ninguna gracia. Oye unos ruiditos extraños que vienen de encima de la mesa. Es en la jaula de David. Se levanta de espacio y se asoma. Sus ojos saltones, como de pez, tardan en registrar lo que ha sucedido. David ha parido. Está tumbado con expresión de cansancio, y cinco bichitos rosa, como insectos de caramelo, le están chupando las tetillas. Sandra querría avisar a su madre, la única capaz de ayudarle ahora, pero no volverá hasta mañana por la tarde. Se acerca, tambaleándose por el pasillo, hasta la habitación de sus padres. Oye los ronquidos de su padre. Dice en voz baja papa, papa, es David, pero a sus palabras se ven sepultadas por otro ronquido más profundo y desagradable. Sandra vuelve llorosa a su habitación. Vuelve a asomarse a la jaula. David está empezando a comerse a sus crías, una por una. Con deleite y delicadeza las va devorando. Sandra da un grito. Los ronquidos de su padre cesan. El algodón y el pañuelo se van llenando de sangre, mientras David sigue comiendo, empezando por la cabeza, a aquellos ratoncillos rosados, minúsculos. Sandra arranca el póster de Bisbal y lo pone sobre la jaula para no ver más. Se pincha con una de las chinchetas. Tira los libros de la estantería, después parece serenarse, y trata de abrir la jaula pero no puede. Empieza a temblar, a agitar la jaula. Llora y grita. ¡Papa, Papa, Papa! Se aparta de la jaula y tropieza con la silla de estudio. Ahora se ha dado con el borde de la cama. Pero no le duele. Está demasiado asustada. Vuelve a la jaula, que ahora está en el suelo. David está persiguiendo a la última de las crías que quiere escaparse y se ha escondido en el comedero. Sandra lanza un grito parecido al de una vaca al ser sacrificada. Su padre esta en la puerta. Y ella ahora le tiene miedo. Va a comérsela. ¿Qué ocurre? Sandra abre la jaula. Vete- le dice a su padre. Pero su padre, frotándose los ojos, vuelve a preguntar ¿Qué coño pasa, Sandra? Sandra grita, llora, le tira los libros. Se baja los pantalones del pijama y pone a David entre sus piernas. El suelo está lleno de papeles manchados, trocitos de fruta, sangre y pipas. No le hagáis daño, lo ha hecho por mí, no ha sido culpa suya, no quería que estuvieran encerradas- grita ferozmente. Trata de introducir al hamster en su vagina. Su padre se vuelve para no mirar y sale dando zancadas de la habitación de Sandra. Coge el teléfono de la entrada y llama a Urgencias de Psiquiatría. Marca un número, se lo sabe de memoria. Ya lo ha hecho otras veces. Por fin cogen y suspira aliviado. – Mándenme una ambulancia al cinco de Arzobispo Pérez Platero, por favor, dice con voz serena, la paciente es Sandra Antón.



Eduardo Nabal Aragón




 

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.