AL NORTE DEL YUCÓN.
Eduardo Nabal
Pieza teatral basada en un relato original de David Lorenzo Magariño.
VANESA: Ya teníamos que vestirnos, porque Ramón y sus amigos llegarían enseguida y no era plan que nos encontran desnudos, o así, a medio vestir, con la ropa desencajada y un preservativo con un nudo del que teníamos que deshacernos. Yo me ofrecí a guardarlo en el bolso (lo señala), porque no era plan, no era plan pasarse de la hora y que Ramón y sus amigos nos vieran a los dos de con estas pintas. Que no somos animales en celo, Jorge, que no. (Pausa) –Bastante que nos han dejado el local- decías tú, celoso de tus amigos. Y por eso tenían que saberlo todo, Ramón y sus amigos. Porque si no no nos lo dejan. (Pausa .Vanesa se muestra desafiante pero, progresivamente más dolida y abatida) Pues vaya, y a ellos que hostias les importa lo que hagamos, tú y yo. ¿No eras tú parte del local y de ese grupo musical, los "Sin ley"?. Que sí, que nos lo habían dejado, pero era hora de irse ya. No éramos bestias, no éramos como los osos que yo veía en los documentales de canal plus, no éramos como animales en celo, como esos osos que cazan salmones en los afluentes del Yucón; éramos seres humanos, con sentimientos humanos. Pero ¿Qué importaba ya eso? Había que vestirse, y rápido, yo tenía que guardar en preservativo amarillento en mi bolso, y salir corriendo los dos para no encontrarnos a nadie allí, porque a las ocho empezaría a haber un desfile de miradas lascivas paladeando que había una virgen menos en el mundo, y que tú me habías follado. Eso no era plan, Jorge. (Pausa) Pero tú, que no, que no, y dale, que diez minutos más, que te estoy mamando los pezones. Jorge, joder, vete a la mierda, de haberlo sabido jamás de los jamases habría hecho aquello. Y tú ¿Qué pasa? no es para tanto. Que "yo me había portado" y que si había sido o no había sido un buen polvo, que por qué me quedaba tan callada, ha sido un buen polvo ¿No? Yo ya entonces pensaba en dejarlo, sí Jorge, en cortar contigo y con los "Sin ley" cuando saliéramos zumbados de allí y tú te pusieras los calzoncillos porque yo llevaba ya una hora con las bragas subidas y tu, aquí, sentado, enseñando tu pene flácido, no se a quién, y después aún el "fruto" de la pasión bien guardado, dentro de mi bolso. Y tú, dale, que ¿Por qué me había quedado callada? Y que si ahora resulta que no había sido un buen polvo. Yo era la primera vez que lo hacía, y me hubiera gustado sentir del todo, no sólo a medias, y quedarnos un rato abrazados, sólo un ratito, en tus brazos, un pedacito de ternura, sentirme menos sola. (Pausa; se muestra indecisa, confesional) Pero no te lo podía decir eso yo allí, no podía, como iba a poder, con Ramón y sus amigos asediando ya el local, no se les oía pero yo les sentía llegar como a perros guardianes. No era plan, no era plan, y todo empezó en la motocicleta cuando paramos en la gasolinera a comprar los condones. ¿No habías tenido toda la semana para hacerlo? (Enfadada) Joder, no, no podías haberlo hecho antes y ahorrarme la mirada cómplice, febril, insana que te echó el tío de la gasolinera al pasar el código de barras por el lector láser del paquete de cigarrillos y la caja de condones. Yo entonces, ya había empezado a sentir un crujido en las tripas, como una advertencia maligna, como un signo de decepción en la mirada del tío de la gasolinera. (Se toca el vientre con suavidad, un instante, y retira la mano) Se me habían pasado ya las ganas cuando estábamos aquí y me gritaste: ¡Bájate las bragas! Aunque luego me dieras un beso para arreglarlo. ¡Quítatelas, quítatelas!.
Como una orden proferida por el deseo, el hambre, la voracidad, me dolían las sienes (se toca la cabeza con dos dedos), oía el martillear en las sienes de la sangre reculando hacía abajo, hacía tus zonas íntimas, porque las mías, yo me había dejado todo limpio para ese día, sin una brizna de pelo apenas, más pura y más blanca que nunca, y tú solo me lamiste y cuando me pasaste la lengua por el cuello fue como si me pasaran una lija o un estropajo, como las garras de los osos que cazan salmones en los afluentes del Yucón, cómo un pájaro que escapa y deja su jaula tristemente vacía, y antes de eso, antes de eso, la prisa, la prisa porque me desnudara, me lo quitara todo, como si fueramos a rodar una mala peli porno. Si, eso ya había sido definitivo para mí y entonces pensé en decirte algo como que me dolía aquí, allí, en la tripa o me había bajado la regla (Pausa) Algo parecido para no tener que quitarme de una vez las botas de tacón, las medias, la falda, todo, todo, como si fuésemos animales y no seres humanos, a todo correr, y yo, en el fondo, sintiéndome llegar al fin del mundo, y tú tratándome como si fuera un pecado ser virgencita, como si hubiese prisa por santificarme, mamarme el pubis recién depilado, morderme los pezones y meterme tu miembro, torcido a la izquierda. Demostrarme algo a ti mismo. Te vi venir desde la motocicleta, en la mirada del hombre que nos abrió las puertas de La Nave, aquel hombre calvo y con perilla mal recortada, que nos miraba a los dos y sonreía sin parar, como si se le hubiese quedado la sonrisa congelada, en el rostro, en las zonas frías, allí donde cazan los osos, como si hubiera esperado nuestra llegada durante años y fuese un celador, un cancerbero de la voracidad…, ya desde aquel hombre te vi venir, desde ese hombre y el de la gasolinera.(Pausa)
(Dirigiéndose al público, con suavidad) – Nada más, ¿eso era todo? (Pausa)
Y tú que qué más quería yo, ¿había sido o no un buen polvazo? Porque hacía diez minutos que no me salían las palabras de la boca y antes sí me habían salido, porque Marta me había dicho que lanzase esos quejidos, que diera esos grititos, porque entre las dos habíamos estado ensayando los jadeos, ahhh, ummm, (breve pausa) porque las dos habíamos decidido hacerlo el mismo día. Marta me decía: Si sale mal, yo no puedo decirle a Emilio que ha salido mal. Y, en el fondo, era miedo lo que tenía Marta, miedo de que no le gustase, de que Emilio no llegase a ser el hombre de su vida y eso ella ya lo intuía, pero, yo pensaba, no es lo mismo con Jorge. Y pensé en Marta y en si ella también tenía el fruto dentro de su bolso, si se subía las medias y volvía a ceñirse el sujetador, se ajustaba la falda y ahora tenía las mismas prisas que yo, metidas en el cuerpo, y tú, Jorge, sí tú, con tu miembro ahí, colgándote cono un exiguo racimo de dátiles a la luz que yo había encendido y tú ya habías apagado, cuando al entrar me soltaste: Así mejor, nena, y nos quedamos a oscuras. (Pausa. Cierra los ojos y vuelve a abrirlos, se acerca un poco más al público)
Entonces mi decepción ya se había trasformado en trampa (se agarra a su cintura) y yo quería rescatar mi cuerpo, inventar un camino de huida, un agujero por el que rescatar mi cuerpo de la oleada de empujones, de todas las palabras malsonantes que soltaste, de tus lamidos de lija en el pubis y en las axilas, también en las axilas. Y ahora, además, los amigos de Ramón y Ramón mismo, que me mirarían todos como a un florero en el cual arraiga una rosa negra, una pequeña mancha de sangre, un coñito bonito para apostarse jugando al mus. Pues Jorge, Jorge, tú no eras lo que se decía mi novio, y repetías (se vuelve hacia el casco y vuelve a mirar al público) bueno nena, pero ha estado bien, sido un buen polvo. (Pausa)
- Nos quedaban diez minutos, antes de la llegada de los bárbaros con sus litronas y de que me dijeraís con vuestras miradas que yo sobraba allí, que tenías que ensayar de verdad, que yo no era parte de la banda. Que a lo mejor hasta grababais un tema. Vaya tema. Diez minutos quedaban y todos los segundos me azotaban la conciencia. Si lo supiera mí madre, aunque quizás ella ya lo sabía de sobra, quizás era ella cómplice discreto de todo aquello, hasta igual ella había preparado el clavo con que me enganché la falda nada más entrar en el local ¿te acuerdas? (se toca la falda) Aquél clavo esperando su cita con mi falda, como una prueba más de que yo estaba equivocada, no contigo solamente, Jorge, sino con la vida entera, y aquel enganchón, aquel agujero en mi ropa venía a ser como el "cuerpo del delito", una evidencia ridícula y pequeña de mi delito. Por eso te quedaste mirando como un pasmarote mientras yo intentaba desengancharme sin rasgar la falda, impaciente, esperando, quítatelas, quítatelas, quítate ya la falda y déjala ahí, que me gusta, me excita, nena.
Como si fueses el cantante de una banda de músicos desvergonzados, excitados todos ellos, masturbando sus instrumentos pero sin trasmitir nada. Ruido y silencio. Y para mí la masturbación es mil veces mejor que aquello Jorge, aunque Marta dijera que ella prefería sentirlo todo al mismo tiempo, todo con Emilio y no reservarse cosas para ella misma, claro que Marta era muy suya y algo falsa cuando quería. Para mí mi dedo, mis dedos funcionaban perfectamente, eran más un instrumento de mi voluntad que aquel colgante tuyo, hambriento de descarga y de sopor, aquel miembro ya engordado, cuando lo vi, por primera vez. La vez que te había hecho una paja no contaba, sólo había tocado, no había visto y ahora me daba cuenta de que tenía un tufo extraño, mezcla de orín y sudor, como una barra rancia de fuet, como un pedazo de embutido amargo o caducado y yo no quería probarlo, porque su textura me parecía ya rugosa, cálida y odiosa, a pesar de que tu me lo habías pedido ya: chúpamela, chúpamela. Yo no estaba dispuesta a rendirme del todo, y al menos me reservaría eso para mí misma, porque en el fondo ya me dabas igual cuando te estabas medio corriéndote dentro de mí, y aquel empujar para adentro y yo separando las piernas para darle cabida, y tú lengua de lija en mis pezones. Ah nena, si tú seguramente eras, te sentías entonces una estrella del rock, tocando la guitarra. Y una vez habías dicho a tus amigos "esto es como un coñito, la guitarra es como un coñito". Como un coñito suave al que había que tocar suavemente, saber tocarla. (Pausa) Dios mío, qué estupidez, Jorge, qué tontería, cómo iba a ser la guitarra como mi coñito; si por lo menos supieras tocar bien la guitarra. Tú ya te mosqueabas ¿qué pasa? ¿qué estas pensando tan callada? Y yo, vístete, vístete, que nos vamos. Y tú que no hay que ponerse así, que no sé como explicarte las cosas, que si no había sido, coño, un polvo sensacional. Pero ya era la hora de irse. Venían Ramón y los otros y me iban a encontrar allí, eso habías decidido ¿verdad Jorge? Para demostrarles algo. Pues no, yo había decidido que no, que jamás de los jamases, que ya había pasado todo, el láser de la gasolinera, la sonrisa complaciente del calvo con la perilla que había abierto la puerta de la Nave, el enganchado y el desgarrón de la falda, que, al final, con las prisas, me hice un pequeño siete. Porque tú no parabas de decir ¡quítatela! ¡quítatela!, y así no era plan, y el dolor en mis entrañas cuando me penetraste, la mancha de sangre, el condón dentro del bolso. Quería que te vistieras de una puñetera vez, nos vamos o por lo menos me voy yo, te grité. Y tú, el colmo, que si no quiero saludarles. No, ¿para qué? Para que una docena de miradas me tuvieran en vilo. Yo dije que me iba y me importaba un carajo si eran o no tus amigos o los amigos de cristo, mierda. Y tú que ¿A dónde? ¿A dónde tan temprano? Pues a casa, con la motocicleta, quería que me llevaras a casa de una vez. Y tú ¿a estas horas? Ni que fueras la cenicienta…
Y esas palabras desataron algo dentro de mí misma, alguna ligazón asfixiada, pues recordaba la película y el miedo que me daba el gato de pequeña, y tuve un pequeño mareo, se derrumbo mi corteza de decisión y aplomo y me eché a llorar como una tonta. Y tu que qué me pasaba, que no pasaba nada, que si me te pones así sí que te llevo a casa y se acabó y te pusiste, por fin, los calzoncillos, los calcetines, la camiseta, el abrigo, las zapatillas de deporte, de marca por supuesto. Me sequé las lágrimas, con disimulo, en el retal de la falda que se había desprendido con el clavo, porque tú, claro, no tenías pañuelos, ni un kleanex que ofrecerme, y en uno de los locales de al lado ya empezaban a tocar (canta, con voz desgarrada)
- Dámela, dámela, pásamela ya, baby.
Y aquella música, aquella letra, aquellos berridos casi me hicieron llorar porque yo quería que todo acabase bien y, de pronto, que tú no te decidías a salir, ni te ponías el casco, ni nos íbamos de allí. Pero salimos. (Coge en bolso)Había luna creciente y una ensalada de constelaciones y allí estaba en la puerta, el mismo hombre de antes, calvo y con perilla, que nos deseó las "buenas noches" con una sonrisa algo torcida, y llegamos al aparcamiento y tú pusiste en marcha la motocicleta y yo detrás, sin casco, muerta de miedo, agarrada a ti, odiando el cuerpo al que me aferraba para no matarme. (Se oye el ruido, lejano, de una motocicleta) Pero tú no oías mis lágrimas, ni sentías mi temblor, todo se lo llevaba el ruido del motor, el viento y la noche, sin que te dieras cuenta. Y yo me apretaba, más y más, pese a todo (Se aferra a si misma y cierra los ojos un momento) El viento, el frío, la noche, las calles que me reconocían y me señalaban. Nos dimos las buenas noches en la puerta y yo tenía que llamar a Marta y decirle que yo no era como la cenicienta, para poder llorar y que ella me hablara de Emilio. Pero sabía que Marta, esta vez, me mentiría, y diría que todo había salido perfecto, diría que había sido genial porque ella ya temía que él no fuese el hombre de su vida. Yo quería subir a casa y borrar de la historia el local de Ramón, borrar del mapa a los "Sin ley" y tú te despediste otra vez y me metiste tu lengua de estropajo hasta el paladar y yo me atraganté, casi vomité, corriendo hacia el portal, como una cenicienta vulgar, que se ha dejado su zapatito de cristal, y el zapatito, bien lo sabía yo, lo llevaba en mi bolso, anudado, húmedo y amarillo. En eso pensé mientras el ascensor alcanzaba el segundo, el tercero, se va a atascar, qué se va atascar si no se había atascado nunca, el quinto y, por fin, por fin el sexto. (Abre el bolso, lo explora y lo vuelve a dejar sin dejar de hablar) Y al abrir el bolso y buscar las llaves de casa de nuevo aquel olor amargo, había que sacar las llaves y abrir con mucho cuidado para que no se despertara el perro y empezase a ladrarme, pero ya había ruido dentro, voces desconocidas, el televisor encendido y mi madre delante con el mando en una mano, y una zapatilla en el suelo, y me dijo: ¿Qué tal te lo has pasado? Y yo, muy bien, muy bien. Y ella ¿Por qué vuelves tan pronto? Porque estaba cansada, agotada y porque creía de verdad que había perdido el zapatito. Y ella tienes mala cara, ¿has cenado? ¿Estás bien? Y yo pensando en el zapatito, en si me lo había dejado en el bolsillo de atrás o en el bolso y dije Me voy a dar una ducha. Y ella ya te has duchado antes, ¿Qué te ha pasado en la falda? Y yo, o alguien que no era yo, le soltó: ¿tu qué crees que me ha pasado en la falda? Y eso la hizo enmudecer y cambiar el canal de la tele, como si estuviera viendo muchos programas a la vez. Me encerré en el baño, con abrigo y todo, me desnudé rápidamente, me mire el cuerpo en el espejo, y pensé que ya no era mi cuerpo, que me lo habían canjeado como los tickets en el supermercado, el lunes tendría que ir a trabajar. Dejé correr el agua de la ducha. (Oímos hasta el final del monólogo, el sonido firme del agua de la ducha)Y mi madre escuchando, en la puerta, ¿estás bien?, contesta y ¡abre la puerta por favor! Y yo no la abría, porque no me daba la gana, y en cambio salí de la ducha, abrí el bolso cogí el preservativo anudado lo sostuve entre mis dedos y lo deje caer sobre el agua del bater con un chof de explosión. Y mi madre Vanesa, me estás asustando. Y sí, era cierto, hasta yo parecía asustada y temblorosa cuando cogí el pomo de la cadena y tiré hacia arriba, descargando un torrente de agua sobre el zapatito, el humeante sudor de un pequeño racimo de dátiles. (Se oye, levemente, bajo el sonido de la ducha, el ruido de la cisterna) Y yo me dejé caer en el suelo (se sienta en el suelo con las piernas encogidas), desnuda, pensando, ¿dónde irá a parar, donde?, y me dije, que lejos, que muy lejos, (mira hacia lo alto) hacia arriba, donde los osos cazan salmones, tan lejos como fuera posible, aún más lejos todavía, al final de las ciudades, de la tierra, donde los osos y los salmones, al norte, muy al norte, sí, al norte del Yucón…
Fin del monólogo
Eduardo Nabal
Pieza teatral basada en un relato original de David Lorenzo Magariño.
(El "chamizo" o local donde ensaya un grupo musical juvenil. A la izquierda los instrumentos, sin sus dueños, sobre una tarima, en semipenumbra. Un cartel o una tela negra encima de "la orquesta", en letras blancas, dónde puede leerse "Sin ley" y verse dibujada la imagen de un chico joven tocando la guitarra en posición viril y agresiva. Estos elementos enriquecerían el monólogo pero no son imprescindibles. Si es imprescindible, no obstante, la presencia de un sillón raído a la derecha, sobre el que cae toda la luz, donde se encuentra Vanesa, que está acabando de vestirse. En un extremo del sillón un casco de moto negro, con pegatinas, sin dueño, pero en de aspecto pulcro y recién comprado. En el otro, su bolso, un bolso pequeño y con lentejuelas. Ella, sola en el escenario, se levanta del sillón pesadamente, se atusa un poco el pelo, se ata la blusa y la falda, se ajusta en cinturón. Está cansada y se la ve algo abatida, pero comienza a hablar, alternativamente al público o al casco – sobre todo cuando dialoga, figuradamente, con Jorge, su chico. También puede, en determinadas partes del monólogo pasearse por la orquesta, compuesta por una batería, una guitarra eléctrica, dos baffles y un sintetizador, acariciar o abrirse paso entre los instrumentos -particularmente la guitarra-, pero sin perder de vista ni alejarse mucho ni del sillón y ni del bolso, ni del casco. En la parte final del monólogo se acercará más al público).
VANESA: Ya teníamos que vestirnos, porque Ramón y sus amigos llegarían enseguida y no era plan que nos encontran desnudos, o así, a medio vestir, con la ropa desencajada y un preservativo con un nudo del que teníamos que deshacernos. Yo me ofrecí a guardarlo en el bolso (lo señala), porque no era plan, no era plan pasarse de la hora y que Ramón y sus amigos nos vieran a los dos de con estas pintas. Que no somos animales en celo, Jorge, que no. (Pausa) –Bastante que nos han dejado el local- decías tú, celoso de tus amigos. Y por eso tenían que saberlo todo, Ramón y sus amigos. Porque si no no nos lo dejan. (Pausa .Vanesa se muestra desafiante pero, progresivamente más dolida y abatida) Pues vaya, y a ellos que hostias les importa lo que hagamos, tú y yo. ¿No eras tú parte del local y de ese grupo musical, los "Sin ley"?. Que sí, que nos lo habían dejado, pero era hora de irse ya. No éramos bestias, no éramos como los osos que yo veía en los documentales de canal plus, no éramos como animales en celo, como esos osos que cazan salmones en los afluentes del Yucón; éramos seres humanos, con sentimientos humanos. Pero ¿Qué importaba ya eso? Había que vestirse, y rápido, yo tenía que guardar en preservativo amarillento en mi bolso, y salir corriendo los dos para no encontrarnos a nadie allí, porque a las ocho empezaría a haber un desfile de miradas lascivas paladeando que había una virgen menos en el mundo, y que tú me habías follado. Eso no era plan, Jorge. (Pausa) Pero tú, que no, que no, y dale, que diez minutos más, que te estoy mamando los pezones. Jorge, joder, vete a la mierda, de haberlo sabido jamás de los jamases habría hecho aquello. Y tú ¿Qué pasa? no es para tanto. Que "yo me había portado" y que si había sido o no había sido un buen polvo, que por qué me quedaba tan callada, ha sido un buen polvo ¿No? Yo ya entonces pensaba en dejarlo, sí Jorge, en cortar contigo y con los "Sin ley" cuando saliéramos zumbados de allí y tú te pusieras los calzoncillos porque yo llevaba ya una hora con las bragas subidas y tu, aquí, sentado, enseñando tu pene flácido, no se a quién, y después aún el "fruto" de la pasión bien guardado, dentro de mi bolso. Y tú, dale, que ¿Por qué me había quedado callada? Y que si ahora resulta que no había sido un buen polvo. Yo era la primera vez que lo hacía, y me hubiera gustado sentir del todo, no sólo a medias, y quedarnos un rato abrazados, sólo un ratito, en tus brazos, un pedacito de ternura, sentirme menos sola. (Pausa; se muestra indecisa, confesional) Pero no te lo podía decir eso yo allí, no podía, como iba a poder, con Ramón y sus amigos asediando ya el local, no se les oía pero yo les sentía llegar como a perros guardianes. No era plan, no era plan, y todo empezó en la motocicleta cuando paramos en la gasolinera a comprar los condones. ¿No habías tenido toda la semana para hacerlo? (Enfadada) Joder, no, no podías haberlo hecho antes y ahorrarme la mirada cómplice, febril, insana que te echó el tío de la gasolinera al pasar el código de barras por el lector láser del paquete de cigarrillos y la caja de condones. Yo entonces, ya había empezado a sentir un crujido en las tripas, como una advertencia maligna, como un signo de decepción en la mirada del tío de la gasolinera. (Se toca el vientre con suavidad, un instante, y retira la mano) Se me habían pasado ya las ganas cuando estábamos aquí y me gritaste: ¡Bájate las bragas! Aunque luego me dieras un beso para arreglarlo. ¡Quítatelas, quítatelas!.
Como una orden proferida por el deseo, el hambre, la voracidad, me dolían las sienes (se toca la cabeza con dos dedos), oía el martillear en las sienes de la sangre reculando hacía abajo, hacía tus zonas íntimas, porque las mías, yo me había dejado todo limpio para ese día, sin una brizna de pelo apenas, más pura y más blanca que nunca, y tú solo me lamiste y cuando me pasaste la lengua por el cuello fue como si me pasaran una lija o un estropajo, como las garras de los osos que cazan salmones en los afluentes del Yucón, cómo un pájaro que escapa y deja su jaula tristemente vacía, y antes de eso, antes de eso, la prisa, la prisa porque me desnudara, me lo quitara todo, como si fueramos a rodar una mala peli porno. Si, eso ya había sido definitivo para mí y entonces pensé en decirte algo como que me dolía aquí, allí, en la tripa o me había bajado la regla (Pausa) Algo parecido para no tener que quitarme de una vez las botas de tacón, las medias, la falda, todo, todo, como si fuésemos animales y no seres humanos, a todo correr, y yo, en el fondo, sintiéndome llegar al fin del mundo, y tú tratándome como si fuera un pecado ser virgencita, como si hubiese prisa por santificarme, mamarme el pubis recién depilado, morderme los pezones y meterme tu miembro, torcido a la izquierda. Demostrarme algo a ti mismo. Te vi venir desde la motocicleta, en la mirada del hombre que nos abrió las puertas de La Nave, aquel hombre calvo y con perilla mal recortada, que nos miraba a los dos y sonreía sin parar, como si se le hubiese quedado la sonrisa congelada, en el rostro, en las zonas frías, allí donde cazan los osos, como si hubiera esperado nuestra llegada durante años y fuese un celador, un cancerbero de la voracidad…, ya desde aquel hombre te vi venir, desde ese hombre y el de la gasolinera.(Pausa)
- Nada más ¿esto es todo?
Y tú que qué más quería yo, ¿había sido o no un buen polvazo? Porque hacía diez minutos que no me salían las palabras de la boca y antes sí me habían salido, porque Marta me había dicho que lanzase esos quejidos, que diera esos grititos, porque entre las dos habíamos estado ensayando los jadeos, ahhh, ummm, (breve pausa) porque las dos habíamos decidido hacerlo el mismo día. Marta me decía: Si sale mal, yo no puedo decirle a Emilio que ha salido mal. Y, en el fondo, era miedo lo que tenía Marta, miedo de que no le gustase, de que Emilio no llegase a ser el hombre de su vida y eso ella ya lo intuía, pero, yo pensaba, no es lo mismo con Jorge. Y pensé en Marta y en si ella también tenía el fruto dentro de su bolso, si se subía las medias y volvía a ceñirse el sujetador, se ajustaba la falda y ahora tenía las mismas prisas que yo, metidas en el cuerpo, y tú, Jorge, sí tú, con tu miembro ahí, colgándote cono un exiguo racimo de dátiles a la luz que yo había encendido y tú ya habías apagado, cuando al entrar me soltaste: Así mejor, nena, y nos quedamos a oscuras. (Pausa. Cierra los ojos y vuelve a abrirlos, se acerca un poco más al público)
Entonces mi decepción ya se había trasformado en trampa (se agarra a su cintura) y yo quería rescatar mi cuerpo, inventar un camino de huida, un agujero por el que rescatar mi cuerpo de la oleada de empujones, de todas las palabras malsonantes que soltaste, de tus lamidos de lija en el pubis y en las axilas, también en las axilas. Y ahora, además, los amigos de Ramón y Ramón mismo, que me mirarían todos como a un florero en el cual arraiga una rosa negra, una pequeña mancha de sangre, un coñito bonito para apostarse jugando al mus. Pues Jorge, Jorge, tú no eras lo que se decía mi novio, y repetías (se vuelve hacia el casco y vuelve a mirar al público) bueno nena, pero ha estado bien, sido un buen polvo. (Pausa)
- Nos quedaban diez minutos, antes de la llegada de los bárbaros con sus litronas y de que me dijeraís con vuestras miradas que yo sobraba allí, que tenías que ensayar de verdad, que yo no era parte de la banda. Que a lo mejor hasta grababais un tema. Vaya tema. Diez minutos quedaban y todos los segundos me azotaban la conciencia. Si lo supiera mí madre, aunque quizás ella ya lo sabía de sobra, quizás era ella cómplice discreto de todo aquello, hasta igual ella había preparado el clavo con que me enganché la falda nada más entrar en el local ¿te acuerdas? (se toca la falda) Aquél clavo esperando su cita con mi falda, como una prueba más de que yo estaba equivocada, no contigo solamente, Jorge, sino con la vida entera, y aquel enganchón, aquel agujero en mi ropa venía a ser como el "cuerpo del delito", una evidencia ridícula y pequeña de mi delito. Por eso te quedaste mirando como un pasmarote mientras yo intentaba desengancharme sin rasgar la falda, impaciente, esperando, quítatelas, quítatelas, quítate ya la falda y déjala ahí, que me gusta, me excita, nena.
Como si fueses el cantante de una banda de músicos desvergonzados, excitados todos ellos, masturbando sus instrumentos pero sin trasmitir nada. Ruido y silencio. Y para mí la masturbación es mil veces mejor que aquello Jorge, aunque Marta dijera que ella prefería sentirlo todo al mismo tiempo, todo con Emilio y no reservarse cosas para ella misma, claro que Marta era muy suya y algo falsa cuando quería. Para mí mi dedo, mis dedos funcionaban perfectamente, eran más un instrumento de mi voluntad que aquel colgante tuyo, hambriento de descarga y de sopor, aquel miembro ya engordado, cuando lo vi, por primera vez. La vez que te había hecho una paja no contaba, sólo había tocado, no había visto y ahora me daba cuenta de que tenía un tufo extraño, mezcla de orín y sudor, como una barra rancia de fuet, como un pedazo de embutido amargo o caducado y yo no quería probarlo, porque su textura me parecía ya rugosa, cálida y odiosa, a pesar de que tu me lo habías pedido ya: chúpamela, chúpamela. Yo no estaba dispuesta a rendirme del todo, y al menos me reservaría eso para mí misma, porque en el fondo ya me dabas igual cuando te estabas medio corriéndote dentro de mí, y aquel empujar para adentro y yo separando las piernas para darle cabida, y tú lengua de lija en mis pezones. Ah nena, si tú seguramente eras, te sentías entonces una estrella del rock, tocando la guitarra. Y una vez habías dicho a tus amigos "esto es como un coñito, la guitarra es como un coñito". Como un coñito suave al que había que tocar suavemente, saber tocarla. (Pausa) Dios mío, qué estupidez, Jorge, qué tontería, cómo iba a ser la guitarra como mi coñito; si por lo menos supieras tocar bien la guitarra. Tú ya te mosqueabas ¿qué pasa? ¿qué estas pensando tan callada? Y yo, vístete, vístete, que nos vamos. Y tú que no hay que ponerse así, que no sé como explicarte las cosas, que si no había sido, coño, un polvo sensacional. Pero ya era la hora de irse. Venían Ramón y los otros y me iban a encontrar allí, eso habías decidido ¿verdad Jorge? Para demostrarles algo. Pues no, yo había decidido que no, que jamás de los jamases, que ya había pasado todo, el láser de la gasolinera, la sonrisa complaciente del calvo con la perilla que había abierto la puerta de la Nave, el enganchado y el desgarrón de la falda, que, al final, con las prisas, me hice un pequeño siete. Porque tú no parabas de decir ¡quítatela! ¡quítatela!, y así no era plan, y el dolor en mis entrañas cuando me penetraste, la mancha de sangre, el condón dentro del bolso. Quería que te vistieras de una puñetera vez, nos vamos o por lo menos me voy yo, te grité. Y tú, el colmo, que si no quiero saludarles. No, ¿para qué? Para que una docena de miradas me tuvieran en vilo. Yo dije que me iba y me importaba un carajo si eran o no tus amigos o los amigos de cristo, mierda. Y tú que ¿A dónde? ¿A dónde tan temprano? Pues a casa, con la motocicleta, quería que me llevaras a casa de una vez. Y tú ¿a estas horas? Ni que fueras la cenicienta…
Y esas palabras desataron algo dentro de mí misma, alguna ligazón asfixiada, pues recordaba la película y el miedo que me daba el gato de pequeña, y tuve un pequeño mareo, se derrumbo mi corteza de decisión y aplomo y me eché a llorar como una tonta. Y tu que qué me pasaba, que no pasaba nada, que si me te pones así sí que te llevo a casa y se acabó y te pusiste, por fin, los calzoncillos, los calcetines, la camiseta, el abrigo, las zapatillas de deporte, de marca por supuesto. Me sequé las lágrimas, con disimulo, en el retal de la falda que se había desprendido con el clavo, porque tú, claro, no tenías pañuelos, ni un kleanex que ofrecerme, y en uno de los locales de al lado ya empezaban a tocar (canta, con voz desgarrada)
- Dámela, dámela, pásamela ya, baby.
Y aquella música, aquella letra, aquellos berridos casi me hicieron llorar porque yo quería que todo acabase bien y, de pronto, que tú no te decidías a salir, ni te ponías el casco, ni nos íbamos de allí. Pero salimos. (Coge en bolso)Había luna creciente y una ensalada de constelaciones y allí estaba en la puerta, el mismo hombre de antes, calvo y con perilla, que nos deseó las "buenas noches" con una sonrisa algo torcida, y llegamos al aparcamiento y tú pusiste en marcha la motocicleta y yo detrás, sin casco, muerta de miedo, agarrada a ti, odiando el cuerpo al que me aferraba para no matarme. (Se oye el ruido, lejano, de una motocicleta) Pero tú no oías mis lágrimas, ni sentías mi temblor, todo se lo llevaba el ruido del motor, el viento y la noche, sin que te dieras cuenta. Y yo me apretaba, más y más, pese a todo (Se aferra a si misma y cierra los ojos un momento) El viento, el frío, la noche, las calles que me reconocían y me señalaban. Nos dimos las buenas noches en la puerta y yo tenía que llamar a Marta y decirle que yo no era como la cenicienta, para poder llorar y que ella me hablara de Emilio. Pero sabía que Marta, esta vez, me mentiría, y diría que todo había salido perfecto, diría que había sido genial porque ella ya temía que él no fuese el hombre de su vida. Yo quería subir a casa y borrar de la historia el local de Ramón, borrar del mapa a los "Sin ley" y tú te despediste otra vez y me metiste tu lengua de estropajo hasta el paladar y yo me atraganté, casi vomité, corriendo hacia el portal, como una cenicienta vulgar, que se ha dejado su zapatito de cristal, y el zapatito, bien lo sabía yo, lo llevaba en mi bolso, anudado, húmedo y amarillo. En eso pensé mientras el ascensor alcanzaba el segundo, el tercero, se va a atascar, qué se va atascar si no se había atascado nunca, el quinto y, por fin, por fin el sexto. (Abre el bolso, lo explora y lo vuelve a dejar sin dejar de hablar) Y al abrir el bolso y buscar las llaves de casa de nuevo aquel olor amargo, había que sacar las llaves y abrir con mucho cuidado para que no se despertara el perro y empezase a ladrarme, pero ya había ruido dentro, voces desconocidas, el televisor encendido y mi madre delante con el mando en una mano, y una zapatilla en el suelo, y me dijo: ¿Qué tal te lo has pasado? Y yo, muy bien, muy bien. Y ella ¿Por qué vuelves tan pronto? Porque estaba cansada, agotada y porque creía de verdad que había perdido el zapatito. Y ella tienes mala cara, ¿has cenado? ¿Estás bien? Y yo pensando en el zapatito, en si me lo había dejado en el bolsillo de atrás o en el bolso y dije Me voy a dar una ducha. Y ella ya te has duchado antes, ¿Qué te ha pasado en la falda? Y yo, o alguien que no era yo, le soltó: ¿tu qué crees que me ha pasado en la falda? Y eso la hizo enmudecer y cambiar el canal de la tele, como si estuviera viendo muchos programas a la vez. Me encerré en el baño, con abrigo y todo, me desnudé rápidamente, me mire el cuerpo en el espejo, y pensé que ya no era mi cuerpo, que me lo habían canjeado como los tickets en el supermercado, el lunes tendría que ir a trabajar. Dejé correr el agua de la ducha. (Oímos hasta el final del monólogo, el sonido firme del agua de la ducha)Y mi madre escuchando, en la puerta, ¿estás bien?, contesta y ¡abre la puerta por favor! Y yo no la abría, porque no me daba la gana, y en cambio salí de la ducha, abrí el bolso cogí el preservativo anudado lo sostuve entre mis dedos y lo deje caer sobre el agua del bater con un chof de explosión. Y mi madre Vanesa, me estás asustando. Y sí, era cierto, hasta yo parecía asustada y temblorosa cuando cogí el pomo de la cadena y tiré hacia arriba, descargando un torrente de agua sobre el zapatito, el humeante sudor de un pequeño racimo de dátiles. (Se oye, levemente, bajo el sonido de la ducha, el ruido de la cisterna) Y yo me dejé caer en el suelo (se sienta en el suelo con las piernas encogidas), desnuda, pensando, ¿dónde irá a parar, donde?, y me dije, que lejos, que muy lejos, (mira hacia lo alto) hacia arriba, donde los osos cazan salmones, tan lejos como fuera posible, aún más lejos todavía, al final de las ciudades, de la tierra, donde los osos y los salmones, al norte, muy al norte, sí, al norte del Yucón…
Fin del monólogo
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.