LA VENTANA ENREJADA
Autor: Eduardo Nabal Aragón
(Inspirada libremente en el relato homónimo de Klaus Mann y en el filme "Ludwig" de Luchino Visconti, que a su vez están basados en hechos históricos)
Autor: Eduardo Nabal Aragón
(Inspirada libremente en el relato homónimo de Klaus Mann y en el filme "Ludwig" de Luchino Visconti, que a su vez están basados en hechos históricos)
La libertad la libertad
La libertad es un olvido
En otro cuerpo es un olvido
Es un amor la libertad
Libértame o me muero
Luis Cernuda
Locura, Prisión y Muerte de Luis II de Baviera.
(El escenario, en semipenumbra, debe formar con ambigüedad una mezcla de estancia de castillo romántico, decimonónico y de frío y desnudo hospital psiquiátrico de nuestros días, predominando la segunda impresión sobre la primera. Para ello es necesario cubrir los muebles con sábanas blancas e introducir elementos ambivalentes. Una escalera de caracol metálica, un cuadro semicubierto por otra sábana, una camilla, un corredor sombrío, ruidos secos y metálicos, sobrios candelabros con bombillas eléctricas y un ventanal. El color blanco y el aspecto clínico deben dominar al comienzo para luego ser puestos en duda descubriendo los objetos, retirando las sábanas e iluminando algunos espacios. En primer término y en el centro derecha del escenario, fuertemente iluminada, se encuentra la estancia más importante de la obra, una pequeña pero coqueta celda, con una ventana oval enrejada, donde transcurrirá la mayor parte de la acción… Además del ventanal debe haber una cama funcional y unas pequeña mesa y silla de madera. Se encienden algunas luces, pocas, entre ellas la más potente sobre el cuarto con la ventana enrejada. La luz debe ser suficiente para ver a los criados que deben ir al principio vestidos de blanco como enfermeras y enfermeros de la clínica mental. Al comienzo de la obra formarán tres grupos, pictóricamente dispuestos. Dos junto al ventanal del salón, tres a la izquierda y otro, el más joven de todos los sirvientes que llamará la atención por no ir vestido de enfermero. Es CARLO, sentado hacia la mitad de la escalera que permanece en penumbra. Va vestido de un modo sobrio y muy correcto pero mundano. Se oye el sonido lejano y ascendente de una ambulancia)
CRIADOS 1 (Junto a la ventana) .Ya vienen. ¡Es el rey¡
CRIADOS 2: ¡Su majestad!. Vuelve aquí. Después de tantos años. Como un prisionero.
CRIADOS 1: Como un enfermo.
CRIADOS 2: Enfermo o prisionero, que más da.
CRIADOS 1: Dicen que ha perdido el juicio
CRIADOS 1: Está enfermo de paranoia.
CRIADOS 2: ¿Paranoia? ¿Qué enfermedad es ésa? ¿De los nervios?
CRIADOS 1: Al principio lo creyeron embrujado, luego solo triste y melancólico, un raro dolor de amores. Pero los médicos lo han visitado y han visto por fin al maligno en su interior.
CRIADOS 2: El maligno. No, el rey no. No puede ser. Lo han inventado. No, no….
CRIADOS 1. : Ahí está. El rey. Custodiado por médicos y policías.
CRIADOS 2: Médicos que hacen de policías y policías con el poder de los médicos.
CRIADOS 1: Primero su hermano Otto, Otto el hechizado, el niño embrujado, en un sanatorio donde puso fin a su vida. Y ahora el mismísimo rey. Luis II de Baviera. Traído por la fuerza a esta fortaleza dorada.
CRIADOS 2: Como un vulgar prisionero. Un criminal peligroso o un demente al que hay que encerrar.
CRIADOS 1 (Colocando el dedo índice frente a los labios) schssssssss! Bajad la voz, que ya vienen, bajad la voz.
CRIADOS 2: Ya llega el rey, custodiado por curanderos, enfermeras y conspiradores.
(Entra el Rey, seguido de dos enfermeros y cuatro médicos, ataviado a la antigua, con un traje de levita y un sombrero de corte clásico. Ludwig, el rey, va vestido con ropas elegantes pero gastadas como su aspecto, cansino y desvaído, delgado y con la mirada perdida. Sus ojos denotan tristeza y abatimiento pero también fuego y rabia. Es, a pesar de su decadencia, hermoso. Cuando llegan a la celda los enfermeros se retiran y los médicos, cuatro, se detienen en la puerta observando al Rey. Ludwig recorre la estancia como hipnotizado, detiene su vista en la ventana, piensa en voz alta, y se dirige a los médicos a un tiempo. El tono de su voz, con altibajos, denotará cierto nerviosismo, sin exagerar)
LUIS II: Han puesto rejas en la ventana.
MÉDICO (Incómodo). Es por la seguridad de su majestad
LUIS II (Irónico y con voz apagada). Mi seguridad... mi seguridad...
MÉDICO: Su estancia aquí es sólo temporal, hasta que su majestad mejore y pueda llevar una vida digna de un rey. Todo pasará, no se preocupe.
LUIS II. ¿De verdad? Tengo la impresión de que no saldré nunca porque sigo sin saber cual es la vida digna de un rey.
MEDICO: No hable así, su majestad, está cansado. Ha sido un largo viaje desde Baviera.
LUIS II: Sí, muy cansado. Cansado de verdad. Estoy cansado.
MÉDICO: Descanse su majestad un rato, luego nos veremos.
LUIS II: Sí, bien, doctor Baler.
MEDICO: Su prima Elizabeth vendrá mañana misma a visitarle. Una agradable compañía.
LUISB II: Pobre Elizabeth. ¿Porque se habrá molestado?
MEDICO: Ahora, a descansar...
LUIS II: La palabra descanso en labios grises y helados suena como la palabra muerte. (Se lleva las manos a la boca en un gesto muy plumífero)
(Los médicos salen incómodos. Un enfermero pincha al monarca en una nalga. Luís II le lanza una mirada coqueta al subirse el pantalón)
(Con voz profunda)
El insomnio es el miedo a la muerte, a esta clase de muerte, a conformarse con todo, dormir es rendirse a algo, no sé, aun así es necesario...
(El enfermero sonríe levemente, sin comprender nada, y sale con todos, que abandonan la estancia mientras el rey se recuesta, visiblemente incomodo, en el lecho)
Pesadillas de Luís II
Sobre unas telas blancas (el cerebro de Luís) se representan en mimo y se suceden las pesadillas del monarca. Puede haber proyecciones - incluso breves secuencias de películas de Sissi- pero sin abusar. Los actores son importantes. Sus cuerpos, sus gestos sin palabras. Acompaña una música suave, bajita y triste de Wagner.
Luís niño juega en armonía con Elisabeth, su prima Sissi. Intercambian vestidos en un decorado color pastel, deliberadamente cursi, pero sin llegar al mal gusto. Elizabeth más diestra en el juego comienza a pintarle los ojos y los labios de rojo carmín y a continuación le muestra el resultado en un espejo de mano. Luego Sissi comienza a llamarle "niña" (esto debe oírse claramente por encima de la música fondo) sin maldad pero con burla, repetidas veces y elevando cada vez más la voz. Luís II se marcha llorando
Luís adolescente juega a la gallinita ciega con las niñas que hacen trampa y desaparecen dejándole solo. Luís se queda triste y pensativo. (Suena un momento una música de Wagner que le hace adquirir una expresión soñadora)
Luís y Sissi, ya jóvenes, tratan de hacer el amor. El resultado debe ser a la vez grotesco y tristísimo, con momentos de hermoso acercamiento. No hay penetración. Luís niega con la cabeza y Sissi suspira acariciándolo.
Luís II esta enfermo. Ve crecer, madurar su cuerpo y alargarse sus cabellos. Se arranca mechones de pelo. Gime y llora desconsoladamente en su lecho.)
Luís II, ahora joven apuesto, coqueto y un poco arrogante, es expulsado de clase por defender con vehemencia frente a un anciano profesor que hay hombres superiores a otros, como Richard Wagner, el maestro. Los otros alumnos silban también o patean (sólo oímos sus voces). Su aspecto es insultantemente hermoso, con una chaqueta roja y aspecto de dandy orgulloso, con unos pocos seguidores que le aplauden.
En medio del bullicio la música de Wagner, va imponiéndose y elevando el volumen, Ludwig da un grito espantoso y se despierta tiritando. Debe transmitir frío. Se eleva una luz tenue. Tras un breve y profundo silencio entran tres enfermeros apurados que casi se abalanzan sobre el rey
ENFERMERO 1: ¿Qué ocurre? ¿Qué son esos gritos a estas horas de la noche? No son horas de gritos ni escándalos.
ENFERMERO 2: Vamos, calma, (autoritario) el palacio necesita descanso y su majestad también
ENFERMERO: Vuelva a tumbarse o tendremos que atarle al lecho… por su seguridad. (A sus colegas)¿Tenemos aquí correas suficientes? (Uno de ellos le vuelve una mirada de clara desaprobación por la propuesta de atar al rey)
LUIS II: ¿Atarme a mí, lacayos? ¿Al rey? Miserables criados. Basura en formol. Momias de hospital palaciego. Pediré vuestro destierro mañana mismo. Nadie sabrá nunca más de vosotros ni de vuestras familias.
(Los enfermeros salen avergonzados pero todavía inseguros de lo que deben hacer con el monarca. Entran los doctores Baler, Laing, Pontalis y Jung. Y con un gesto hacen salir a los enfermeros. Este último es el de aspecto más torpe y patán del grupo, por lo demás bastante estirado)
LUIS II (En el lecho. Suplicando y mirando repetidamente a unos y otros médicos)
Tengo frío, mucho frío, tápenme con las mantas, tápenme por favor, por favor, cúbranme con la manta.
PONTALIS: Sí, tiene cierta tendencia al espasmo muscular. (Al rey) Vamos, que es un poco friolero su majestad. (Sonríe forzadamente)
LUIS II: Tápenme ya, la nieve cubre Alemania y sus contornos, tengo el frío en las entrañas, tengo el corazón helado.
(Los médicos se miran de reojo y sin actuar. Debe percibirse su incomodidad. No es una tarea que corresponda a su rango, digna de su cargo y su estatus profesional. Esto debe hacerse de modo sutil pero evidente.)
BAUER (voz cantante del grupo): ¿Jung?
JUNG: Avisaré a una enfermera de guardia
(Sale Jun. servicialmente. Aparece una enfermera de aspecto suave y adusto a la vez, que decidida y tapa cuidadosamente al Rey)
REY: Gracias, muchas gracias (Ludwig se adormila)
BAUER: (En voz baja) El Rey duerme. Dejémosle descansar.
FIN DEL PRIMER ACTO
SEGUNDO ACTO
Amanece en la clínica, los barrotes tienen un color más suave. Hace un tiempo agradable, pero no caluroso. Entra decidida pero no apresurada Elizabeth. Su vestido elegante color oliva contrasta con la asepsia de la bandeja de desayuno que lleva. Sonríe al ver abrir los ojos a Ludwig. Elizabeth, o Sissi, transmite una vitalidad un poco exagerada porque lo requiere el desdramatizar la situación, pero su vitalidad resulta excesiva, simpática pero algo enfática en su aplomo... Es el polo opuesto de Ludwig que transmite enfermiza inseguridad por fuera y vigor por dentro. Tampoco se mueve con soltura total por la amplitud de su elegante vestido que le hace tirar sin querer algunos objetos que irá recogiendo malhumorada, un termómetro, un vaso de plástico etc.
ELIZABETH: (Entra y coloca la bandeja en la mesa. Sin mirarle dice su frase y luego mirándole con una gran sonrisa, no del todo auténtica) Aunque el día es lluvioso el desayuno es mejor de lo habitual en estos sitios.
LUIS II: Elizabeth, ¿Por qué has venido?
ELIZABETH: Porque mi pariente favorito está enfermo y necesita compañía. (Breve pausa) Aunque sea femenina.
LUIS II: Tú impaciente favorito no está más enfermo de lo habitual
ELIZABETH: Bueno, no he venido a hablar de eso, menos a discutir sino a charlar y pasarlo bien.
LUIS II: ¿Pasarlo bien? ¿Aquí?
ELIZABETH: Todo tiene su encanto, mon cousin. Hay que saber buscarlo
LUIS II: No tengo fuerzas para discutir. ¿Has hecho un viaje largo? Estarás cansada…
ELIZABETH: He dormido todo el tiempo como un bebé, a pesar de tormentas, bandidos, lobos y guerras colaterales: Es decir, que sucedían lejos de nuestro coche de caballos blancos, más blancos que la nieve misma. La nieve que un día cubrirá por igual toda Germania. Y esas malditas Austria y Hungría que tantos corazones han destrozado. Esta puta Germania que goza con el horror y la muerte.
LUIS II: Sissi, cuida tu lenguaje o tendré que censurarte.
ELIZABETH: (lo mira con una sonrisa irónica) ¿A mí? ¿De verdad?
LUIS II: Yo he hecho un viaje horrible, custodiado por médicos gruñones, piadosas monjitas y dos enfermeros sanos y escultóricos que me hacían mezclar deseo y locura. (Breve pausa) Liz ¿tú que opinas de los médicos? Así, en general.
ELIZABETH: No me inspiran mucha simpatía, pero algunos hacen bien su trabajo. Cumplen. (Pausa y mirada intensa) Pero ¿qué saben ellos del dolor? Del verdadero dolor
LUIS II: ¿Los médicos?... ¿de nuestro dolor?
ELIZABETH: ¿Lo conocen de verdad?
LUIS II: Lo analizan, lo cuantifican y hasta le ponen nombres.
ELIZABETH: Nadie puede compartir el dolor de los otros, la impotencia que provoca, la humillación, y los médicos menos aun, porque para ellos es sólo…no sé… un objeto de estudio e investigación.
LUIS II: (Visiblemente exaltado) ¿No es obscena la forma en que los médicos poseen nuestros cuerpos?
ELIZABETH: ¿Los poseen?
LUIS II: Los tienen rendidos en sus manos. Carne y sangre que manosean sin amor.
ELIZABETH: Es esa debilidad nuestra la que les hace fuertes, en eso tienes razón.
LUIS II: Somos cuerpos pasivos, cuerpos que padecen y sin embargo...no tendríamos que renunciar a ser dueños de nuestros cuerpos.
ELIZABETH: ¿Otra conspiración para matarte?
LUIS II: No, ahora trataba de decirte otra cosa, algo diferente
ELIZABETH: Lo sé, claro que te entiendo. (Cambiando de tema)...Casi se me olvida. Te he traído dulces de Baviera.
LUIS II: ¿Dónde están esas golosinas?
ELIZABETH: En mi ropa interior. No imaginas que mal trago. Traigo castillos de caramelo, caballitos de fresa, corales de limón y cisnes de mascar...
LUIS II: (Sonríe nerviosamente) Cisnes de mascar. Mon Dieu! Si te descubren te encierran conmigo, de por vida.
ELIZABETH: No seas tan exagerado y comamos. (Saca golosinas de vistosos colores y comen).
LUIS II: Al menos sé que tus dulces no contienen veneno alguno
ELIZABETH: (Levantando la tapa de la bandeja) Y luego a desayunar. Leche, bollería fina (Irónica sostiene en su mano un croissant rancio), mermelada, un yogurt y los dos comprimidos de rigor.
LUIS II: No, no, no probaré nada que me den aquí esos asesinos del arte
ELIZABETH: ¿Y si lo pruebo yo primero y luego lo comes tu? ¿Te fiarás entonces?
LUIS II: Podemos morir los dos, llenos de cianuro, o de arsénico.
ELIZABETH. Oh, ¡qué teatral!… y qué prosaico a la vez en este decorado tan siniestro. Con un cristo flaco y sangrante sobre tu cama. Mon cousin, la muerte no es algo bello, no tiene nada de hermoso, ni divino, aunque tu amigo Wagner te lo haya hecho creer. La muerte es triste y sucia.
LUIS II: No hables de Wagner. No aquí, no así.
ELIZABETH: (Con abierto desprecio) No, mejor no hablar de semejante truhán
ELIZABETH. (Luís II va a replicar pero ella se adelanta y le cierra los labios un beso casto e inesperado en los labios)
Mon cousin, siempre en guerra consigo mismo.
LUIS II. Me gustaría sentarme a hablar contigo
ELIZABETH: Intentémoslo. A ver si podemos. (Sale. Luís se remueve inquieto en el lecho y no encuentra postura adecuada, ni sentado ni tumbado Ella vuelve acompañada de una enfermera fuerte que lo sientan en una silla frente a Sissi y lo ata)
ENFERMERAS (A Sissi) Tiene tendencia a caerse
LUIS II: Ya ves. Pero aún puedo levantarme sin su ayuda
(Las enfermeras salen)
ELIZABETH: (Cambiando el tono de voz por uno más confidencial) ¿Desde cuando no eres feliz, mon cousin?
LUIS II: Desde el principio. (Pausa) Desde que me alcanza la memoria. ¿Te acuerdas Liz cuando nos disfrazábamos de princesas? (hace un gesto a la vez elegante y amanerado)
ELIZABETH (Sonríe) Claro, cariño, nunca fuiste muy ortodoxo
LUIS II: Un día empezaste a llamarme niña y creo que fue entonces cuando me di cuenta de que todo iba a ser más difícil para mí que para ti. Aunque seas mujer en un mundo de varones.
ELIZABETH: ¿Ah, sí? ¿Qué tiene de sencillo ser mujer? ¿Qué sabes tú realmente de ello? Que te gusten los hombres no te convierte en una mujer, ni de lejos, tú no conoces el sufrimiento que conlleva, sus estigmas, sus enormes cargas y sus pequeñas recompensas. No hables de" más fácil" o "más difícil". Déjalo estar.
LUIS II: Pero tú eres quien eres a los ojos de los otros. No tienes que andar calculando, ni midiendo, ni negando tus sentimientos. Este lo sabe, aquél lo imagina, a ésta no le importaría saberlo...No tienes que esconderte, incluso de ti mismo.
ELIZABETH (Cambiando de tema y con voz misteriosa): Han puesto rejas en la ventana. Qué curioso.
LUIS II: ¿Para qué servirán? ¿Para proteger lo de dentro o resguardar lo de fuera?
ELIZBETH: Para que no vean en lo que se ha convertido la acaramelada princesa Sissi. En una solterona resentida, gordita y sin mucha gracia.
LUIS II: Pueden verte igual. Son las rejas de una cárcel. Me temo Sissi, que esta vez la cárcel es mía, hecha exclusivamente para mí.
ELIZABETH: Bueno, hacen bonito, y no tenemos intención de salir por la ventana. (Pausa. Le mira) ¿O tú sí?
(Silencio largo e incómodo)
ELIZABETH (Seria): ¿Estabas enamorado de… Wagner?
LUIS II: Entre nosotros "los raros" existen tantas variedades del amor como entre vosotros "los normales". Unas incluyen sexo y otras no. ¿Qué quieres saber?
ELIZAABETH: ¿Lo hubo? ¿Sexo?
LUIS II: No- no, mi querida y gazmoña Si-si, no lo hubo. Yo no quise. Sabes que siento aún debilidad por los jovencitos, los cadetes y ahora, bueno, también por los enfermeros, aunque pueden ser duros y crueles, crueles y sanguinarios. ¿Quién dijo que no hay peor amo que un esclavo con un látigo en la mano? No, pero con Wagner no, por Dios. No hicimos nada. Podía haber sido casi mi padre.
ELIZABETH: Mal padre hubiera sido (Pausa) Bueno hablemos de otra cosa que del músico ladrón, si puede ser
LUIS II: (Enfurecido) No, ladrón no, tal vez débil pero no ladrón, ladrón nunca. No lo fue. Yo lo quise todo para él y para el arte ¿Me oyes? (comienza a llorar, primero a gemir)
ELIZABETH: Sí, ladrón sí, mil veces truhán, estafador, aprovechado ¿dónde crees que está tu amigo Wagner? ¿En un manicomio de ventanas enrejadas o en un precioso castillo de fantasía en el corazón del país, rodeado de una corte de admiradores de ambos sexos? (Su furia hace caer la taza de café y ella se echa hacia atrás para que no manche su elegante vestido) Oh! El café, que desastre, en fin, no importa.
LUIS II: Si me vas a hablar así, es mejor que te vayas
ELIZABETH: Sí, saldré a dar una vuelta…. para respirar algo de aire puro, ya sabes que nunca soporté a ese truhán de músicas grandilocuentes. (Le mira desafiante) Ni a los que son tan débiles que no saben distinguir un amigo de una sanguijuela.
LUIS II: Oh! Si, claro. Vete ya... vete negra Sissi, vete con las niñas austriacas a las que haces felices antes de descubrir como es realmente el mundo. Vete a cazar patitos feos para convertirlos en cisnes decorativos para salones burgueses. Cisnes en formol. Llévate tus golosinas vienesas (Le arroja unas gominolas que no la alcanzan por la falta de fuerza del Rey atado. Sonríe de su propia ocurrencia y cuando su prima sale airadamente llora desconsoladamente, como un niño perdido)
ELIZABETH (Visiblemente ofendida) Lo mira con odio Lo empuja y le deja tirado, medio atado a la silla y de costado sobre el suelo). Si, desde luego. Será lo mejor. Pero no esperes que vuelva ahora, no quiero ni tengo porque aguantar esto, tanta vanidad, ni ahora, ni nunca, Su Majestad. A ver quien oye ahora tus gritos infantiles, quién te recoge del santo suelo, llorica. (Sale decidida y sin escuchar)
LUIS II: (Desesperado) No, no te vayas, no me dejes así y solo ahora ¡¡¡¡Elizabeth!!!! Lo siento. No quiero estar solo. Me duele el costado. No me dejes así. Secuestrado. ¡Elizabeth! Mi princesa. Ven, vuelve. Te necesito. Por favor, Liz. Nos necesitamos. (Lanza un grito amargo) ¡Sissi! ¡Elizabeth! ¡Vuelve! ¡Te lo ordeno! ¡Vuelve! ¡No te vayas ahora, así! ¡Ay! (elevando aun más el tono) ¡Ayúdenme! ¡Me han tirado! ¡Enfermeras! (Luís gime intentando levantarse con silla y todo. Entra CARLO. Un enfermero joven y atractivo. Destila tranquilidad y juventud)
CARLO:(Levanta con facilidad al Rey, lo desata y lo tiende suavemente sobre la cama) La Emperatriz ha ido a ver los jardines del hospital, volverá enseguida. Seguramente en cuanto deje de llamarla.
LUIS II: (Lo observa detenidamente, incluso se incorpora un poco) Tú, pero tú, yo te conozco, eres Carlo, Carlo, el favorito de Caronte. (Pausa. Entre temeroso e interesado, curioso) He oído hablar mucho de ti.
CARLO. Si, pero no tenga miedo, ni prisa, tenemos tiempo de sobra para conocernos mejor y divertirnos y hasta sumergirnos juntos en el lago Bergg.
LUIS II: Si, tenemos tiempo antes de reunirnos con Otto... Ni siquiera tenemos que reunirnos con él, si no queremos.
CARLO: (Dubitativo) Estar juntos y no tener frío, no lo creo posible... Pero lo importante ahora es que estas aquí, que sigues entre nosotros. (Tiernamente)Y estamos muy juntos.
(Carlo besa en la mejilla a Ludwig que lo abraza con lujuria. Carlo se aparta un poco y sonríe.)
CARLO Despacio, con calma, mi princesa... (Suena una melodía romántica de Wagner)
(La luz va descendiendo)
ACTO TERCERO
Entra un equipo médico contemporáneo formado por tres enfermeros apurados y un policía que se limitara a mirar con curiosidad. Van con prisa y con dos camillas; en una va LUIS II, elegante y mojado, algo descompuesto, visiblemente muerto pero vestido y con los ojos abiertos. En otra la otra va CARLO prácticamente desnudo y con signos visibles de ahogamiento, moratones, ojos en blanco...Desaparecen por el corredor hacia la habitación que permanece a oscuras. Los criados permanecen en semipenumbra mientras hacen sus comentarios
CRIADOS I: Ya lo traen, lo han sacado del fondo de lago Bergg
CRIADOS 2: Que final tan indigno, suicidarse, no es propio de un monarca.
UNO DE LOS CRIADOS: No sé, no sé, en su situación... no lo sé.
CRIADOS 2: Dicen que fue Carlo, el criado epiléptico, el que le acompañó y juntos se sumergieron en el Bergg. Su cuerpo, el del criado, ha quedado como el azul del cielo, hinchado de agua, bichos y cieno.
CRIADOS 1: Qué extraño, qué extraño es todo, Su Majestad ha muerto. Suicidado.
Se enciende lentamente la luz en la habitación con la ventana enrejada. Sissi erguida recita su monólogo primero sola y enseguida con el cuerpo de Luis II en sus brazos, todavía chorreante y con signos leves de ahogamiento...
(Sobre la cama el cadáver de Luís. Esta visiblemente muerto. Mojado y muerto. Sissi junto a la ventana, vestida de negro y en silencio. Al principio se resiste a dejar de mirar por la ventana enrejada, ensimismada en el horizonte, algo temblorosa, con la mirada perdida, pero luego se arma de valor y con los ojos levemente enrojecidos se vuelve hacia Luís, desafiante, y lo toma muy lentamente en sus brazos formando progresivamente una especie de Pièta que se descompone al final quedando solo un hilo de luz que surge de la ventana.)
ELIZABETH: (En voz baja, justo antes de volverse hacía su primo) Yo te maldigo infernal Dios si existes... que no. (Al principio su voz es temblorosa pero va adquiriendo un gran aplomo, desafiante seguridad, rabia o sentimiento dependiendo de sus palabras) No deja de ser gracioso o podría hasta serlo... Hasta para morir han tenido que ayudarte. No te has bastado tú sólo. Carlo, el favorito de Caronte, ha tenido que acompañarte al lago, sumergirte en el Bergg. Nunca fuiste muy independiente querido, a pesar de ser en el fondo un pájaro huraño y solitario. Esos malditos psicoanalistas te ayudaron bien poco a serlo. Odias a tu padre, te decían, cuando sólo has odiado a tu madre, con furia asesina… y a todas las mujeres… especialmente a mí. Tanto como yo odiaba las gorduras de mi cuerpo, la deformidad de la elegante gaviota convertida en paloma callejera, casi morí yo también de odio hacia mí misma. (Recitando) Una mujer con forma de monstruo, un monstruo con forma de mujer. De ellas están llenos los cielos (Retoma el tono anterior e incluso lo eleva en serenidad y aplomo). Con un odio revestido de amor, amor sincero, doloroso odio en el amor. Se vuelve hacia Luís y comienza, lentamente, a colocarlo en su regazo, observándolo sólo a ratos y en otros momentos mirando al frente. (Van dando forma a la Pièta. Pausa breve)
Sí, Luís, yo también odie mi cuerpo (Le acaricia la cabeza, el cabello, lo peina) Tus cabellos mezclados con las algas sucias del lago siguen siendo los más hermosos del Imperio Austrohúngaro. Igual que tus ojos pintados de cieno y sangre. Por fin has visto a tu amiga la muerte, tu compañera de juegos más fiel, tu verdadera Sissi. (Breve pausa) Sí, dime ¿Qué he sido yo realmente en tu mundo? ¿Una amiga de quien sólo tiene enemigos? ¿Es eso posible? ¿Te quiero?... ¿Me has querido? Que más da eso ahora. No puedo creerlo. Estamos aquí, juntos. Y tú ya no estás. Estas en los brazos de una muerte que nunca tuvo fondo de música de Opera, ahora ya lo sabes, mon cousin. (Pausa. Con furia) Maldito maricón (solloza con rabia) Ya no tendrás jóvenes que te acompañen en las tardes solitarias. No comerás más golosinas ni piernas de soldado. Oh! ¿Cuándo renuncié a poseerte? ¿A hacerte parte de mí? ¿Cuándo? ¿Alguna vez te vi realmente como algo distinto a una prima peculiar, rarita, juguetona? Lo intentamos, si, pero estuvo claro desde el principio que sólo fue un juego. ¿Has tenido un sexo verdadero para mí? ¿Lo tuve yo para ti? ¿Qué importa ya?. Si, yo me burlé de tu afeminamiento, era lo que me habían enseñado ellos, lo que había que hacer entonces, (pausa) y ahora. Pero tú tuviste ocasión de vengarte, excluyéndome de aquellas reuniones intelectuales sólo para varones. De aquellas salidas nocturnas donde sólo querías compañía masculina. Nada de mujeres, por supuesto. Nada de chochos, como decía el cerdo cebado de Wagner. Cuan sola me sentí, y como me hubiera gustado entonces ser uno de vosotros. La gaviota convertida en pájaro loco, en plumífero intelectual, en ave de paso (Pausa. Mira con ternura al Rey. Componen al fin una Pièta algo destruida. Acaricia de nuevo los cabellos de Luís, esta vez con suavidad y ternura) Descansa ya tranquilo, mi impaciente príncipe. Mi inmortal muerto. Monarca sin reino ni reinado. Qué absurdo ha sido todo... y qué previsible a la vez. Alguien dijo, no morimos si vivimos en el corazón de los que nos han amado, si permanecemos en su recuerdo…en su recuerdo sí, no en la fantasía enloquecida de los hermosos castillos sobre el río... Pero ¿nos hemos amado, mon cousin? ¿Tú y yo? ¿O sólo nos hemos juntado contra los que se reían de las dos testas coronadas más torpes y lúcidas, las más peligrosas del Imperio? Despreciando a los que nos despreciaban. Cuidando de los que nos querían, pese a todo. Una mujer que piensa incongruencias en voz alta y un marica vanidoso y genial. Ellos han vencido, esta vez, Luís. Nos han destruido. Me he quedado sin mi reflejo en el agua, sin ese reflejo que tanto me costó sostener… Mi espejo se ha hecho añicos para siempre…
FIN DE "La ventana enrejada"
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.