NOSTALGIA DEL VHS
Iba siempre al mismo videoclub, pero rara vez llevaba dinero para alquilar. Esto me provocaba una situación de creciente incomodidad. Yo era un mirón, un voyeur en un pequeño país reservado para los voyeurs que, al menos, pagan por mirar. Practicaba el placer de contemplar las carátulas. Bueno, esto no es del todo exacto. En ocasiones, alquilaba algo, unas veces por sincera pasión, otras con simple curiosidad o interés y otras para espantar el miedo que me producía que aquel joven dependiente me reprendiese por no alquilar. Me riñese por limitarme a mirar por fuera. Aunque eso nunca sucedió.
Sabía que se llamaba Israel, porque en ocasiones venía a buscarle una chica muy habladora, tirando a gritona, a la que yo, equivocadamente, había catalogado como su novia. Israel parecía sacado de una comedia romántica hollywoodiense de las de ahora, con su flequillo rubio, sus ojos verdes y su talle de deportista. Solo su nariz, demasiado chata, estropeaba la belleza de su estampa. No obstante, era reservado, no tanto como yo, pero si bastante. Rara vez establecía largas conversaciones con los que pasaban por allí. Eso sí, parecía haberlo visto todo, no era maniático como yo, y sabía que película convenía a cada cliente. No los juzgaba. Yo en cambio catalogaba a la gente por el tipo de películas que cogían, incluso me atrevía a imaginar su ideología política. No se de donde sacaba tiempo para ver tanto cine, ya que trabajaba mañana y tarde y, a veces, cuando yo pasaba por allí al caer la noche lo veía todavía en la penumbra del interior, ordenando los dvds que los buscadores de películas habían puesto manga por hombro. No soportaba que un drama estuviera en el lugar de las comedias o que una película colombiana apareciera en el estante del cine español.
Hubo unos días en el que lo noté especialmente taciturno y pronto intuí la razón. El VHS había sido sustituido con una velocidad apabullante por el nuevo formato y las viejas cintas, algunos recipientes de historias maravillosas, se iban apelotonando en los rincones más insospechados de la tienda. Luego empezaron a venderse muy baratas, primero a diez euros luego a dos y hasta a uno. Y aún así pocos las compraban. Yo, no obstante y, aunque como la mayoría, prefería la comodidad manejable e interactiva del nuevo formato no dejaba de repasarlas como hacía con los nuevos títulos. Esto provocó la primera frase que me dirigió aparte de los habituales hola, adios, esta la has llevado, tienes un día de retraso, esta es novedad la tienes que traer mañana… Sin levantar la voz y al ver como yo revolvía algunos clásicos, que acumulaban polvo sobre sus cajas de colores, me espetó: Es una pena, una verdadera pena, algunos de esos títulos son joyas y ya no van a reeditarse… Me di la vuelta, algo sobresaltado y vi que, casi por primera vez, me miraba fijamente a los ojos. Como si sus palabras hubieran atraído alguna maldición fruto de la nostalgia empezó a llover fuera de la tienda con una furia poco habitual en la ciudad. Llovía, y llovía, y estábamos aislados entre la luz de neón del pequeño videoclub y la inmensa oscuridad aguada del exterior por donde los transeúntes, sin paraguas, iniciaban una carrera hacia los portales.
Se ofreció a llevarme a casa, yo ni siquiera sabía que conducía, y acepté, aunque podía haber ido andando o, mejor dicho, corriendo bajo la lluvia, pues tampoco vivía tan lejos. Bajó la verja con ese golpe seguro y metálico con el que se lo había visto hacer tantas veces y me señaló su coche, pequeño y sucio pero de aspecto cómodo.
- Tiene mas polvo que el VHS- le dije, para arrepentirme después de la descortesía de mis palabras
El se limitó a sonreír. – Este no esta en venta
Nos montamos en el auto, Israel puso el limpiaparabrisas para ahuyentar los chorretones de gotas que se habían acumulado en el cristal delantero y que se resistían a dejar de surcarlo y me conminó a ponerme el cinto. Ahora era obligatorio para el copiloto.
Por si hiciera falta aclararlo no me llevó a casa. Mandé desde mi móvil un mensaje a mis padres diciendo que tenía un cumpleaños. Una excusa tonta pero a medias creíble. Israel vivía en una buhardilla donde me invitó a compartir los espaguetis que habían sobrado del mediodía. Para mí supieron como si estuvieran recién hechos. Busqué infructuosamente en sus estanterías algún video, VHS o DVD pero solo encontré algunos libros, novelas, ensayos y algún tebeo.
Creo que leyó en mis ojos lo que iba a preguntarle, ¿como podía asesorar tan bien a todos aquellos clientes si no le gustaba el cine, si ni siquiera había a la vista un aparato de televisión?
Me besó suavemente en los labios y susurró mientras me acariciaba la rabadilla- A mí, como a ti, me basta con leer la carátula para saber quien es para quién
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.