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Un guiño a la gratitud
"La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes".
José Martí
En nuestra sociedad estadounidense, más que en ninguna otra de las que yo tenga conocimiento, damos las gracias por casi todo y constantemente. Las damos personalmente, por teléfono, por correo postal y electrónico, en las redes sociales y otros medios. Por lo general, lo hacemos instintivamente, por puro formulismo, como una simple norma de urbanidad, carente de suficiente sinceridad. El legítimo agradecimiento va más allá de la mera cortesía.
En contraste, la ingratitud sigue multiplicándose. Es una forma de egoísmo, un defecto incluso mayor que la envidia. “No des a nadie lo que te pida, sino lo que entiendes que necesita; y soporta luego la ingratitud”, son palabras de Miguel de Unamuno. José Martí, mientras preparaba la Guerra de Independencia de Cuba, escribió en una misiva dirigida a Máximo Gómez: “… no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”.
Comúnmente, el que otorga favores espera reconocimiento. No se trata de recibir el favor de regreso, sino de recoger muestras de gratitud. Sin embargo, no siempre se reciben dichas manifestaciones. Existe una gran diferencia entre dar las gracias y el estar agradecido. El filósofo chino Lao-tsé afirma que “el agradecimiento es la memoria del corazón”. Agradecer, en cierto sentido, es recordar. “Nadie da gracias al cauce seco del río por su pasado”, sentencia Rabindranath Tagore.
En la obra cumbre de la literatura española, leemos en la carta que le envía don Quijote a Sancho, al ser nombrado el singular escudero gobernador de la ínsula de Barataria: “Escribe a tus señores y muéstrateles agradecido; que la ingratitud es hija de la soberbia y uno de los mayores pecados que se sabe, y la persona que es agradecida a los que bien le han hecho, da indicio que también lo será a Dios, que tantos bienes le hizo y de continuo le hace”.
Hay seres que ignoran (al menos así lo aparentan) las mercedes recibidas, o las retribuyen con prisa para no quedar moralmente endeudados. “Demasiado apresuramiento en pagar un favor ya es una muestra de ingratitud”, afirma François de la Rochefoucauld, autor francés del Siglo XVII, célebre por sus máximas morales.
En ocasiones, la amargura causada por la envidia recibe las dádivas como ofensas. Otros consideran el agradecimiento como una muestra de debilidad, de sentimentalismo, es decir, una manera de otorgar a los sentimientos la dirección de la conducta. Existe el caso de aquellos que reciben favores como si se les pagara una deuda. Los peores pagan con la traición.
Existen dadores, aunque parezca extraño, que pueden hacer más mal que bien al brindar ayuda. Se puede dar para resaltar una generosidad inexistente. "Por eso, cuando des a los necesitados, no lo anuncies al son de trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente les rinda homenaje. Les aseguro que ellos ya han recibido toda su recompensa" (Mateo 6:2); algunos, después de ayudar, se lo echan en cara a los beneficiados, humillándolos; lo comentan por doquier o emiten juicios que violan la intimidad de los receptores del aludido favor.
No hay mejor obsequio que el desinteresado, fomentado en la relación vencedor-vencedor, en la que ambas partes se benefician. Debe causar la misma satisfacción dar que recibir. Toda ayuda que rebaje la dignidad y estima personal de quien la reciba, es indigna. Por eso, debemos saber cómo pedir y ofrecer.
Cuando ofrecemos, no debemos esperar nada a cambio y realizarlo con alegría, tal como lo sugiere el apóstol Pablo: "Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría" (2 Corintios 9:7).
Del mismo modo, es saludable recibir con humilde gozo y gratitud. Aunque no nos lo propongamos, siempre recibiremos favores (somos entes sociales); de la misma forma, nos veremos involucrados en situaciones que nos presionen a otorgar ayuda.
En esta celebración a la gratitud y el amor, cuyo irrefutable origen es honrar a Yahvé –"Dios Padre, de quien todo procede y para quien somos nosotros, y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros también" (1 Corintios 8:6) –, nos preguntamos: ¿qué lugar ocupa la gratitud en la lista de nuestro sistema de valores éticos?
Cuerpo de espiritu (novela de realismo magico, ciencia ficcion, e historica)
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CUERPO
DE ESPIRITU, fragmentos. Novela disponible en inglés.
Gary tosió
un poco. Había tragado un poco de agua. Volvió a coger el objeto. Le resbalaba
entre sus manos. Pudo asirlo por una
parte que se había dejado coger como si fuera un pez ciguato o borracho. Por un
instante creyó que el objeto cobraba vida o tenía algo similar a baterías en su
interior que lo hacía moverse. Al rato lo perdía. Se le perdía a través del
roce con las yemas de los dedos. Febles no podía creer que pudiera ser un pez
extinguido o una nueva especie aún por descubrir. Juró que jamás había visto
algo así, atrapado entre arrecifes y luego emerger y moverse por las ondas del
mar y las suyas, sí, y las suyas.
Se mueve,
¿se mueve?
No, tío. Es
la corriente marina.
Gary se
reía como un muchacho que había encontrado un juguete extraviado. Solo que
ahora tenía que hacerlo suyo. De su propiedad.
Claro que
sí, repetía, es mío, mío. Lo encontré yo.
Para que
sea tuyo, expresó Febles, tienes que nadar hasta aquella orilla.
Dónde...
¿allá?
Febles le
señaló un punto de la costa por donde podía acceder a un trillo. Desde el bote
tenía una mejor ubicación del itinerario. Le pidió calma a su sobrino. Que no
lo abandonaría, pero que no podía subir el objeto a bordo.
Al cabo de
unos instantes, Gary se dio cuenta que el objeto reposaba sin preocupación como
él. Se había dejado domesticar como una mascota. Solo faltaba que hablara o
emitiera un gemido.
Comenzó a
nadar como un profesional, con estilo libre, a la vez que empujaba con su
cabeza el objeto. Febles lo siguió mientras pudo. Por detrás del bote Gary nadaba
en dirección a una parte de la costa donde no se divisaba a ningún bañista.
Febles
desistió. Ya no podía cubrirlo más. Pensó que era copartícipe de un robo. De
algo que tenía que devolver. Recordó las veces cuando su sobrino le hablaba de
la fragata española Navegador. También dudó que ese raro objeto perteneciera a
ese barco español. Volvió a pensar en
tantas cosas que le dio unos dolores de cabeza. Creyó que todo le daba
vueltas: el bote, los guardacostas, su privilegiada licencia de pescador, los
bañistas, un buzo furtivo que vio rondar próximo al bote y muy cerca de Boca
Chipiona, su sobrino, y otra vez el mentado objeto que no sabía su estructura,
pero que ´podía ser un baúl de media braza, sí, debe medir media braza´.
¡Recuerda
envolverlo bien!, le gritó a Gary.
Casi no lo
escuchó. Seguía nadando a estilo libre mientras empujaba el objeto con su
cabeza. Supuso que debía envolver el regalo del mar en un saco de yute que
Febles le había tirado dentro de una mochila. Apenas llegara a la costa tenía que
envolverlo. No quería que nadie lo viera llegar. Al dar pie sacó el saco de
yute. Metió el objeto cilíndrico dentro del saco y lo encestó en la mochila.
Comprobó que la táctica de Febles iba a dar resultado. Que sí cabía el objeto
en el saco de yute. Que la mochila camuflaba
el interior, el regalo del mar. Entonces respiró feliz. Pero caviló que
aún no tenía seguro ese antiquísimo objeto. Tendría que andar por la calle;
esperaría que su ropa se secara; abordaría un ómnibus público y luego llegaría
a casa. Solo hasta allí, hasta su
casa, estaría seguro.
Jamás
imaginó que un huracán le iba a evitar comprar equipos de inmersión para buscar
lo que había encontrado, asido entre arrecifes.
Aliento del viento atento (novela fantasia juvenil)
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ALIENTO
DEL VIENTO ATENTO, fragmentos. Novela disponible en inglés.
A medida
que se agrandaban aquellas bolas de aguas, se reventaban y la imagen de otros seres también se desaparecía, pero
convertida en otra existencia. Varios miembros de la tribu de los Magcaguas que
aseguraron ver dichas bolas en tiempos inmemorables, no eran más que anécdotas,
cuyo comienzo estaba escrito en la espalda de varias ancianas. La escritura era
imborrable. Solo se perdía el hilo informativo en caso de que ese miembro
tribal soportara una quemadura o alguna lesión que le raspara o desprendiera la
piel. Astutamente, esa información se
diseminaba en jóvenes de ambos sexos para que la leyenda sobreviviera hasta el
día actual.
”Habían
llegado desde lo ALTO __decía parte de la leyenda__ para posarse en la
superficie”. Mucho antes de topar la tierra o el suelo, esas bolas de aguas
flotaban y flotaban más allá y más allá __afirmaban los ancestros que venían “
desde el otro lado”__. Tenían reflejos multicolores. Algunas ancianas
expresaban que podían ser contaminaciones de la muerte hacia la vida.
Algunos
bólidos o bolas de aguas se habían separado. Parecían formar una afinidad
mediante grupos de tres, siete y hasta diez y quince bolas.
Un grupo de
tres se distanció más que los demás.
Fueron deslizándose por entre montañas. Aquel grupo escogió la montaña más
grande. Encima de cada bola había una mínima cantidad de nieve. Parecía haber
raspado la cresta de unas montañas a través de su paso. La nieve se fue derritiendo al sentir el calor de la
superficie del suelo.
El tamaño
de los tres bólidos se fue reduciendo. Cada bólido reflejaba lo que existía a
su alrededor: follaje, animales y seres magcaguanos como testigos oculares del
acontecimiento.
Evidentemente,
los tres bólidos no tenían la misma masa corporal. Tampoco la misma fuerza al
rodar encima de unas copas de los árboles, de arbustos, de plantas más débiles
e insectos sobrevivientes de aquel encontronazo.
Habían
descendido tan abruptamente que el reflejo le anunciaba a cada cual de un
peligro cercano: una laguna o río.
Por lo
visto, evitaron contacto con la laguna. No les era conveniente acercarse a
aquel depósito acuoso. Quizá porque se les asemejaba físicamente. Tal vez porque
no querían rivalidades, no solo ese grupo de tres bolas sino los demás grupos
de cinco, siete, de diez y quince bolas que rotaban y se trasladaban de un
lugar a otro. A su paso quedaba una resequedad, en vez de humedad.
Apenas
avistaron el lago, se desviaron unos metros. Comprobaban que el itinerario no
les afectaría. Ya no caerían en la laguna. Aquel mar de aguas, como a
ellos no les llamaba la atención
confrontarle, se desviaban. Para siempre habían grabado en su intrínseco
razonamiento aquella porción acuosa como su enemiga.
Se dieron
cuenta que unos niños magcaguanos les espiaban.
Para los pequeños magcaguanos eran seres de otro confín que los buscaban
para jugar.
Las tres
bolas se detuvieron ante los pequeñines. Un adulto magcaguano había avistado el
suceso. Se dispuso a avisar a la tribu.
A ratos viraba el cuello y no quería admitir lo que veía: niños que trepaban
encima de esas bolas de aguas y se deslizaban por toda su masa corporal. Cada
bola reflejaba su presencia aún más grande de lo normal. Exageraban los rasgos
físicos de los pequeñines. Les adelantaba la edad.
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