Autora: Elia Casillas
Dedicado a Carlos Quiroz Narvaéz
En ese lugar no existen
Los cuerpos,
Sólo son almas flotando
En el tiempo.
Miguel Islas
Empecé a caminar en mi catástrofe, poco a poco fui escalando la nada; cuando menos me di cuenta, el pueblo estaba a mis pies y yo debajo de la Pick-up… un neumático apretaba mi cabeza. Era de noche y apenas empezaba mi pesadilla.
Esa tarde tuve que viajar a la metrópoli siguiente, del pueblo donde vivo, nos separan cincuenta y siete kilómetros, así que son suerte haría de camino como cuarenta y cinco minutos. Después de una charla en la biblioteca pública con el editor de la página Quehacer Cultural del Diario de la ciudad; entregué mis trabajos para su publicación semanal y me despedí del amigo, al que me une en esta vida un puño de letras y una amistad cargada de cariño y ni con diez vidas, pagaré esta mano incondicional, este señor es un cántaro de amor.
Saboreando al amigo, me dirigí al centro comercial; en el estacionamiento vi anunciada en cartelera Belleza Americana. Fui a la tienda más grande y con mi tarjeta de crédito compré una crema, de ahí al supermercado, a buscar dinero en el cajero automático para mi cartera. Cuando salía, una gran fila de personas esperaba ingresar al cine, no la pensé mucho y entré. Los Oscares que había acaparado esta película le daban un prestigio bien ganado, salí más que satisfecha rumbo a la carretera. De pronto y sin saber por qué puse la direccional que me desviaba a casa de mi amiga Perla, vi el reloj, las ocho treinta y pensé “si estoy una hora, llegaré a casa a las once de la noche, está bien, no es muy tarde”.
Mi amiga... No llamé para avisarle de mi visita. Reduciendo la velocidad fui directo a su casa, no sin antes librar un centenar de traileres que parecían encimarse en mi automóvil, su colonia quedaba en la frontera de la ciudad. La noche soltaba toda la frescura de abril, el cielo estaba encendido y la luna apenas se hacia campo entre tantas lucecitas. Cuando vi el anuncio del OXXO (el supermercado), el corazón relampagueó y di vuelta en la esquina que me llevaría a su casa, terminé la calle sin encontrarla, de regreso a vuelta de rueda lenta, inspeccioné de nuevo sin distinguir su hogar. Vi unas señoras platicando, detuve el automóvil y pregunté:
-Señora ¿No sabe dónde vive Perla? Tiene una hija que se llama Perlita. Y su esposo se llama Sergio.
-No, señora, no la conocemos.
-Ella es alta morena, bien dada –insistí-. Su esposo trabaja en el periódico local
-No, señora no los conocemos.
Avancé y estacionándome exactamente a media cuadra donde suponía habitaba mi amiga, pregunté a unos niños por los hijos de ella, dijeron no conocerlos. Una desesperación inexplicable me abrazó y continué preguntando. No los conocían, nadie los había visto… nadie. Un "no puede ser", retozaba en mi cerebro, regresándome a la entrada de la colonia recorrí la ruta nuevamente. La casa no apareció. Con una incertidumbre que no cabía en el cuerpo, tomé la vía a casa, mientras mil pensamientos buscaban acomodo en mi cabeza. “Qué raro, no di con la casa, ¿por qué no la llamé? Así estaría esperándome afuera, como siempre. ¿Y si cambió de domicilio? No, me lo habría dicho ¿Y la gente me dijo no conocerlos?”
Cuando llegué a casa lo primero que hice fue comunicarme con ella y empecé a llamarle. Una grabación repetía insistentemente. “El número que usted marcó no existe, favor de verificarlo, gracias. El número que usted marcó no existe, favor de verificarlo, gracias”. Una, diez, cincuenta veces hice la llamada. Desesperada y con dudas me vestí para dormir; cuando el cansancio cerró mis ojos, el sueño insistía; las señoras en la calle, los niños, el teléfono repite y repite, no existe, marqué de nuevo, no existe, su amiga no existe, revise de nuevo.
El televisor programado me despertó a las siete de la mañana, unos círculos oscuros engalanaban mis pequeños ojos. Me preparé un café y con la taza en mano caminé a casa de mi vecina Emma, ella, extrañada de verme tan temprano de visita dijo riendo:
-¿Y eso?... ¿Te caíste de la cama?
-No, Emma, necesito hablar con alguien, quiero contarte lo que me pasó.
Tratando de no hacer un relato fantasioso le platiqué lo vivido la noche anterior, Emma, escuchando tranquila, empezó a cuestionarme.
-Mira, ¿no te equivocarías de colonia?
-No, Emma, no. He ido muchas veces.
-¿Y cómo que nadie la conoce?
-No lo sé, tú si te acuerdas de ella ¿verdad?
-No, no la conozco.
-Si, Emma, está conmigo en la escuela de escritores...
-Oye, ¿sabes que a la única persona que he escuchado hablando de esa escuela eres tú?
-Emma, Emma, está en el ayuntamiento, en el Salón de Presidentes, asistimos todos los sábados de diez de la mañana a dos de la tarde, y después de clases ella se viene conmigo.
-No, nunca la he visto, lo siento.
Confundida y arrastrando mi desconcierto, regresé a mi hogar.
Cuando llegaron mis hijos, les platiqué mi aventura, argumentando que tal vez Emma no vio a Perla; pero no era creíble, ella jamás pasaría desapercibida. Ellos escucharon pacientes, y al no obtener respuesta los cuestioné:
-Gaby, ¿por qué Emma no vio a Perla?
-Mamá, nosotros tampoco la conocemos, tú siempre hablas de tus amigos de la Escuela de Escritores...
-Sí, mamá –afirmó Luis-, nunca han venido a la casa, sabemos que vas a la escuela, pero es todo...
-No, no puede ser –dije desesperada-, algo no está bien.
Me dirigí al periódico del pueblo, aunque no pude hablar con el administrador, la secretaria me puso al tanto.
-Señora, si hay una página de Escritores del Sur de Sonora, él encargado de publicar trabajos de personas que escriben en el sur, no se encuentra, salió a hacer un reportaje. Pero cada quien trae su material, ésta página, no depende de ninguna escuela, es la primera vez que escucho hablar de una Escuela de Escritores. Lo que le hemos publicado a usted son trabajos que han traído, o nos ha hecho llegar.
-Gracias, señorita...
“No puedo creerlo, Perla, la escuela, mis amigos, la página... ¡La maestra Emérita! Iré al COBACH.
Llegué a la escuela decidida a no regresarme hasta esclarecer todo. Después de mucho preguntar di con ella.
-¡Maestra Emérita!
-¿Qué se le ofrece señora?
Aunque habló amablemente, su respuesta fue fría, yo no esperaba tal recibimiento, si convivíamos cada sábado. Su contestación no logró bajar mis ánimos y le dije:
-Maestra, ¿verdad que usted está en una escuela de Escritores conmigo?
-¿Escuela de Escritores? No, no estoy en ninguna escuela... ¿Y con usted?
-Si, maestra, hemos estado juntas cuatro semestres, además, yo la he visto en la presentación de libros en el Salón de Presidentes con sus alumnos. Ahora que vino Paco Luna con Misa Cantada allí la vi.
-Bueno, Educación y Cultura, nos invita. Efectivamente, cada alumno que asiste, recibe puntos extras de calificación; pero yo no estoy en ninguna Escuela de Escritores y no sé nada al respecto.
-Si, maestra, vamos todos los sábados de diez a dos de la tarde.
-No, señora, además cada día tenemos más trabajo, no tengo tiempo ni para mí.
La mirada de la maestra tratando de penetrar mis miedos me hizo retroceder y fui perdiéndome en el enjambre de alumnos que terminaban sus labores. “La escuela no existe, el diplomado... El diplomado María de la Luz de Quiroz. Ella, ella era la abuela de Carlos Quiroz Narvaéz, el Presidente Municipal. Él sabe, él es el fundador. Si, iré al Ayuntamiento. Un aliento me motivó a ir al Palacio Municipal; absorta, no me di cuenta que entraba por la Comandancia de Policía y en ese instante vi que él descendía de una suburban blanca.
-Señor Presidente, disculpe.
-Si, señora ¿en qué puedo servirle ya que Dios la puso en mi camino?
-Mire, ¿verdad que Usted inició una escuela con el nombre de su abuela, María de la Luz de Quiroz? “Que diga que sí, que diga que sí”, pensaba.
-No, señora, bueno fuera; si Dios me diera esa oportunidad, le iba a dar todo mi apoyo, lucharía junto a los estudiantes para despertar la conciencia de mis gobernados, buscaría subsidios para la publicación de su obra. En todos los eventos de este pueblo y sus alrededores, yo sería el principal promotor. Pero, bueno ¿Quién querría estar en la Escuela de Escritores? La gente no lee, menos va a escribir.
-Señor Presidente, su hija Irmita, inició con nosotros, luego no volvimos a saber de ella.
-¿Mi hija...? No, que va. Ella escribe, pero lo hace sola y en la casa.
-Si, Señor Presidente, venimos cada sábado.
-Ahora que recuerdo, los señores que hacen el aseo, dicen que una señora se aparece todos los sábados, que llega a las diez de la mañana y permanece hasta las dos de la tarde escribiendo; también dicen, que en vacaciones escolares no vuelven a saber de ella. ¿No me diga que es usted?
-Si, soy yo. Pero no vengo sola, de sesenta y cuatro que éramos sólo quedamos seis...
-Señora, discúlpeme, tengo que irme, me esperan muchos asuntos por resolver. Que Dios la bendiga.
La escuela, mis amigos, la página, el diplomado... Nada es cierto.
Empecé a caminar en mi catástrofe, poco a poco fui escalando la nada; cuando menos me di cuenta, el pueblo estaba a mis pies y yo debajo de aquella Pick-up. Un neumático apretaba mi cabeza.
Era de noche y apenas empezaba mi pesadilla.
NAVOJOA, SON. 5 DE ABRIL DEL 2000
En ese lugar no existen
Los cuerpos,
Sólo son almas flotando
En el tiempo.
Miguel Islas
Empecé a caminar en mi catástrofe, poco a poco fui escalando la nada; cuando menos me di cuenta, el pueblo estaba a mis pies y yo debajo de la Pick-up… un neumático apretaba mi cabeza. Era de noche y apenas empezaba mi pesadilla.
Esa tarde tuve que viajar a la metrópoli siguiente, del pueblo donde vivo, nos separan cincuenta y siete kilómetros, así que son suerte haría de camino como cuarenta y cinco minutos. Después de una charla en la biblioteca pública con el editor de la página Quehacer Cultural del Diario de la ciudad; entregué mis trabajos para su publicación semanal y me despedí del amigo, al que me une en esta vida un puño de letras y una amistad cargada de cariño y ni con diez vidas, pagaré esta mano incondicional, este señor es un cántaro de amor.
Saboreando al amigo, me dirigí al centro comercial; en el estacionamiento vi anunciada en cartelera Belleza Americana. Fui a la tienda más grande y con mi tarjeta de crédito compré una crema, de ahí al supermercado, a buscar dinero en el cajero automático para mi cartera. Cuando salía, una gran fila de personas esperaba ingresar al cine, no la pensé mucho y entré. Los Oscares que había acaparado esta película le daban un prestigio bien ganado, salí más que satisfecha rumbo a la carretera. De pronto y sin saber por qué puse la direccional que me desviaba a casa de mi amiga Perla, vi el reloj, las ocho treinta y pensé “si estoy una hora, llegaré a casa a las once de la noche, está bien, no es muy tarde”.
Mi amiga... No llamé para avisarle de mi visita. Reduciendo la velocidad fui directo a su casa, no sin antes librar un centenar de traileres que parecían encimarse en mi automóvil, su colonia quedaba en la frontera de la ciudad. La noche soltaba toda la frescura de abril, el cielo estaba encendido y la luna apenas se hacia campo entre tantas lucecitas. Cuando vi el anuncio del OXXO (el supermercado), el corazón relampagueó y di vuelta en la esquina que me llevaría a su casa, terminé la calle sin encontrarla, de regreso a vuelta de rueda lenta, inspeccioné de nuevo sin distinguir su hogar. Vi unas señoras platicando, detuve el automóvil y pregunté:
-Señora ¿No sabe dónde vive Perla? Tiene una hija que se llama Perlita. Y su esposo se llama Sergio.
-No, señora, no la conocemos.
-Ella es alta morena, bien dada –insistí-. Su esposo trabaja en el periódico local
-No, señora no los conocemos.
Avancé y estacionándome exactamente a media cuadra donde suponía habitaba mi amiga, pregunté a unos niños por los hijos de ella, dijeron no conocerlos. Una desesperación inexplicable me abrazó y continué preguntando. No los conocían, nadie los había visto… nadie. Un "no puede ser", retozaba en mi cerebro, regresándome a la entrada de la colonia recorrí la ruta nuevamente. La casa no apareció. Con una incertidumbre que no cabía en el cuerpo, tomé la vía a casa, mientras mil pensamientos buscaban acomodo en mi cabeza. “Qué raro, no di con la casa, ¿por qué no la llamé? Así estaría esperándome afuera, como siempre. ¿Y si cambió de domicilio? No, me lo habría dicho ¿Y la gente me dijo no conocerlos?”
Cuando llegué a casa lo primero que hice fue comunicarme con ella y empecé a llamarle. Una grabación repetía insistentemente. “El número que usted marcó no existe, favor de verificarlo, gracias. El número que usted marcó no existe, favor de verificarlo, gracias”. Una, diez, cincuenta veces hice la llamada. Desesperada y con dudas me vestí para dormir; cuando el cansancio cerró mis ojos, el sueño insistía; las señoras en la calle, los niños, el teléfono repite y repite, no existe, marqué de nuevo, no existe, su amiga no existe, revise de nuevo.
El televisor programado me despertó a las siete de la mañana, unos círculos oscuros engalanaban mis pequeños ojos. Me preparé un café y con la taza en mano caminé a casa de mi vecina Emma, ella, extrañada de verme tan temprano de visita dijo riendo:
-¿Y eso?... ¿Te caíste de la cama?
-No, Emma, necesito hablar con alguien, quiero contarte lo que me pasó.
Tratando de no hacer un relato fantasioso le platiqué lo vivido la noche anterior, Emma, escuchando tranquila, empezó a cuestionarme.
-Mira, ¿no te equivocarías de colonia?
-No, Emma, no. He ido muchas veces.
-¿Y cómo que nadie la conoce?
-No lo sé, tú si te acuerdas de ella ¿verdad?
-No, no la conozco.
-Si, Emma, está conmigo en la escuela de escritores...
-Oye, ¿sabes que a la única persona que he escuchado hablando de esa escuela eres tú?
-Emma, Emma, está en el ayuntamiento, en el Salón de Presidentes, asistimos todos los sábados de diez de la mañana a dos de la tarde, y después de clases ella se viene conmigo.
-No, nunca la he visto, lo siento.
Confundida y arrastrando mi desconcierto, regresé a mi hogar.
Cuando llegaron mis hijos, les platiqué mi aventura, argumentando que tal vez Emma no vio a Perla; pero no era creíble, ella jamás pasaría desapercibida. Ellos escucharon pacientes, y al no obtener respuesta los cuestioné:
-Gaby, ¿por qué Emma no vio a Perla?
-Mamá, nosotros tampoco la conocemos, tú siempre hablas de tus amigos de la Escuela de Escritores...
-Sí, mamá –afirmó Luis-, nunca han venido a la casa, sabemos que vas a la escuela, pero es todo...
-No, no puede ser –dije desesperada-, algo no está bien.
Me dirigí al periódico del pueblo, aunque no pude hablar con el administrador, la secretaria me puso al tanto.
-Señora, si hay una página de Escritores del Sur de Sonora, él encargado de publicar trabajos de personas que escriben en el sur, no se encuentra, salió a hacer un reportaje. Pero cada quien trae su material, ésta página, no depende de ninguna escuela, es la primera vez que escucho hablar de una Escuela de Escritores. Lo que le hemos publicado a usted son trabajos que han traído, o nos ha hecho llegar.
-Gracias, señorita...
“No puedo creerlo, Perla, la escuela, mis amigos, la página... ¡La maestra Emérita! Iré al COBACH.
Llegué a la escuela decidida a no regresarme hasta esclarecer todo. Después de mucho preguntar di con ella.
-¡Maestra Emérita!
-¿Qué se le ofrece señora?
Aunque habló amablemente, su respuesta fue fría, yo no esperaba tal recibimiento, si convivíamos cada sábado. Su contestación no logró bajar mis ánimos y le dije:
-Maestra, ¿verdad que usted está en una escuela de Escritores conmigo?
-¿Escuela de Escritores? No, no estoy en ninguna escuela... ¿Y con usted?
-Si, maestra, hemos estado juntas cuatro semestres, además, yo la he visto en la presentación de libros en el Salón de Presidentes con sus alumnos. Ahora que vino Paco Luna con Misa Cantada allí la vi.
-Bueno, Educación y Cultura, nos invita. Efectivamente, cada alumno que asiste, recibe puntos extras de calificación; pero yo no estoy en ninguna Escuela de Escritores y no sé nada al respecto.
-Si, maestra, vamos todos los sábados de diez a dos de la tarde.
-No, señora, además cada día tenemos más trabajo, no tengo tiempo ni para mí.
La mirada de la maestra tratando de penetrar mis miedos me hizo retroceder y fui perdiéndome en el enjambre de alumnos que terminaban sus labores. “La escuela no existe, el diplomado... El diplomado María de la Luz de Quiroz. Ella, ella era la abuela de Carlos Quiroz Narvaéz, el Presidente Municipal. Él sabe, él es el fundador. Si, iré al Ayuntamiento. Un aliento me motivó a ir al Palacio Municipal; absorta, no me di cuenta que entraba por la Comandancia de Policía y en ese instante vi que él descendía de una suburban blanca.
-Señor Presidente, disculpe.
-Si, señora ¿en qué puedo servirle ya que Dios la puso en mi camino?
-Mire, ¿verdad que Usted inició una escuela con el nombre de su abuela, María de la Luz de Quiroz? “Que diga que sí, que diga que sí”, pensaba.
-No, señora, bueno fuera; si Dios me diera esa oportunidad, le iba a dar todo mi apoyo, lucharía junto a los estudiantes para despertar la conciencia de mis gobernados, buscaría subsidios para la publicación de su obra. En todos los eventos de este pueblo y sus alrededores, yo sería el principal promotor. Pero, bueno ¿Quién querría estar en la Escuela de Escritores? La gente no lee, menos va a escribir.
-Señor Presidente, su hija Irmita, inició con nosotros, luego no volvimos a saber de ella.
-¿Mi hija...? No, que va. Ella escribe, pero lo hace sola y en la casa.
-Si, Señor Presidente, venimos cada sábado.
-Ahora que recuerdo, los señores que hacen el aseo, dicen que una señora se aparece todos los sábados, que llega a las diez de la mañana y permanece hasta las dos de la tarde escribiendo; también dicen, que en vacaciones escolares no vuelven a saber de ella. ¿No me diga que es usted?
-Si, soy yo. Pero no vengo sola, de sesenta y cuatro que éramos sólo quedamos seis...
-Señora, discúlpeme, tengo que irme, me esperan muchos asuntos por resolver. Que Dios la bendiga.
La escuela, mis amigos, la página, el diplomado... Nada es cierto.
Empecé a caminar en mi catástrofe, poco a poco fui escalando la nada; cuando menos me di cuenta, el pueblo estaba a mis pies y yo debajo de aquella Pick-up. Un neumático apretaba mi cabeza.
Era de noche y apenas empezaba mi pesadilla.
NAVOJOA, SON. 5 DE ABRIL DEL 2000