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ALIENTO
DEL VIENTO ATENTO, fragmentos. Novela disponible en inglés.
A medida
que se agrandaban aquellas bolas de aguas, se reventaban y la imagen de otros seres también se desaparecía, pero
convertida en otra existencia. Varios miembros de la tribu de los Magcaguas que
aseguraron ver dichas bolas en tiempos inmemorables, no eran más que anécdotas,
cuyo comienzo estaba escrito en la espalda de varias ancianas. La escritura era
imborrable. Solo se perdía el hilo informativo en caso de que ese miembro
tribal soportara una quemadura o alguna lesión que le raspara o desprendiera la
piel. Astutamente, esa información se
diseminaba en jóvenes de ambos sexos para que la leyenda sobreviviera hasta el
día actual.
”Habían
llegado desde lo ALTO __decía parte de la leyenda__ para posarse en la
superficie”. Mucho antes de topar la tierra o el suelo, esas bolas de aguas
flotaban y flotaban más allá y más allá __afirmaban los ancestros que venían “
desde el otro lado”__. Tenían reflejos multicolores. Algunas ancianas
expresaban que podían ser contaminaciones de la muerte hacia la vida.
Algunos
bólidos o bolas de aguas se habían separado. Parecían formar una afinidad
mediante grupos de tres, siete y hasta diez y quince bolas.
Un grupo de
tres se distanció más que los demás.
Fueron deslizándose por entre montañas. Aquel grupo escogió la montaña más
grande. Encima de cada bola había una mínima cantidad de nieve. Parecía haber
raspado la cresta de unas montañas a través de su paso. La nieve se fue derritiendo al sentir el calor de la
superficie del suelo.
El tamaño
de los tres bólidos se fue reduciendo. Cada bólido reflejaba lo que existía a
su alrededor: follaje, animales y seres magcaguanos como testigos oculares del
acontecimiento.
Evidentemente,
los tres bólidos no tenían la misma masa corporal. Tampoco la misma fuerza al
rodar encima de unas copas de los árboles, de arbustos, de plantas más débiles
e insectos sobrevivientes de aquel encontronazo.
Habían
descendido tan abruptamente que el reflejo le anunciaba a cada cual de un
peligro cercano: una laguna o río.
Por lo
visto, evitaron contacto con la laguna. No les era conveniente acercarse a
aquel depósito acuoso. Quizá porque se les asemejaba físicamente. Tal vez porque
no querían rivalidades, no solo ese grupo de tres bolas sino los demás grupos
de cinco, siete, de diez y quince bolas que rotaban y se trasladaban de un
lugar a otro. A su paso quedaba una resequedad, en vez de humedad.
Apenas
avistaron el lago, se desviaron unos metros. Comprobaban que el itinerario no
les afectaría. Ya no caerían en la laguna. Aquel mar de aguas, como a
ellos no les llamaba la atención
confrontarle, se desviaban. Para siempre habían grabado en su intrínseco
razonamiento aquella porción acuosa como su enemiga.
Se dieron
cuenta que unos niños magcaguanos les espiaban.
Para los pequeños magcaguanos eran seres de otro confín que los buscaban
para jugar.
Las tres
bolas se detuvieron ante los pequeñines. Un adulto magcaguano había avistado el
suceso. Se dispuso a avisar a la tribu.
A ratos viraba el cuello y no quería admitir lo que veía: niños que trepaban
encima de esas bolas de aguas y se deslizaban por toda su masa corporal. Cada
bola reflejaba su presencia aún más grande de lo normal. Exageraban los rasgos
físicos de los pequeñines. Les adelantaba la edad.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.