"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges
29 de agosto de 2010
José Lezama Lima, el poeta barroco (artículo)
Por Armando Almada-Roche*
(Buenos Aires, especial para ABC Color)
José Lezama Lima, todas las tardes, convertía la sala de estar de su casa de Trocadero 162, en su cuarto de trabajo. Apoyaba una libreta sobre el brazo del sillón en que invariablemente se sentaba y escribía. A veces, cuando el asma no lo dejaba dormir, se iba a una segunda noche y sus manos volvían a penetrar el hálito de la palabra; pero al parecer las horas más productivas eran las del crepúsculo.
La generosidad era un rasgo que distinguía a Lezama; otro, era la ironía. Nadie, ni sus más íntimos amigos han podido librarse de ella. Si Paradiso dividió en dos su vida; la fama, sin embargo, no había logrado alterarla. Sencillo e inmodesto, amable y desdeñoso, apasionado e indiferente. Lezama, más allá del bien y del mal, insensible a la diatriba y al elogio, era el mismo de siempre. La fe en su obra, la convicción de su valor, de las que en su momento dio muestras, son idénticas a las que hizo patentes cuando era un escritor desconocido.
José Lezama Lima, poeta, ensayista y narrador cubano que un 9 de agosto moría en La Habana, su ciudad natal. Figura descollante del grupo Orígenes (en el que también participaron Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Octavio Smith, Ángel Gaztelu, José Rodríguez Feo y Virgilio Piñera), no sólo su gravitante poesía sino también su papel de animador cultural adquieren relevancia a partir de 1937, año en que aparece Muerte de Narciso, su primer título. Max Henrí- quez Ureña sostendría años más tarde que si ese libro inicial “fue una revelación”, el segundo, Enemigo rumor (1941) “fue una revolución”. La obra de Lezama se va completando posteriormente con Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949), Dador (1960), en poesía; Analecta del reloj (1953), La expresión americana (1957), Tratados de La Habana (1958), La cantidad hechizada (1970), ensayos; y Paradiso (1966), novela. El conjunto siempre ha sido altamente estimado, a nivel latinoamericano, por una élite intelectual que a menudo se envanece de su propia admiración, como si el mero hecho de entender a Lezama les otorgara una patente de talento y erudición.
Nouveau roman
¿Por qué escribir si de alguna manera ya todo ha sido escrito? Gide observó sardónicamente que como nadie escucha, hay que volver a decirlo todo, pero una sospecha de culpa y superfluidad mueven al intelectual europeo a la más extrema vigilancia de su oficio y de sus medios, única manera de no rehacer caminos demasiados andados...
Entre tanto, Lezama en su isla amanecía con una felicidad de preadamita sin corbata de pájaro, y no se sentía culpable de ninguna tradición directa. Las asumía todas, desde los hígados etruscos hasta Leopold Bloom, sonándose en un pañuelo sucio, pero sin compromiso histórico, sin ser un escritor francés o austriaco; él es un cubano con un mero puñado de cultura propia a la espalda y el resto es conocimiento puro y libre, no responsabilidad de carrera... No era un eslabón de la cadena, no estaba obligado a hacer más o mejor o diferente, no necesitaba justificarse como escritor. Tanto su increíble sobreabundancia como sus carencias procedían de esa inocente libertad, de esa libre inocencia...
José Lezama Lima era uno de los últimos escritores incorporados a ese movimiento espléndido, corrosivo y fulgurante que ha irrumpido en la literatura universal y que constituye la novela latinoamericana actual. Movimiento donde existen figuras muy dispares en edad, nacionalidad, estilo y actitudes ideológicas que engloba a escritores de todas las latitudes del subcontinente sobre cuyos libros los críticos más importantes del mundo se inclinan con una atención extremada y se vuelcan las grandes masas de lectores de Occidente. Consumida en sí misma la escuela de la nouveau roman francesa, agotado el neorrealismo italiano, mordiéndose la cola con sucesivas complejidades la narrativa estadounidense –donde los best sobrevivieron a duras penas ahogados por un intelectualismo creciente– y sumida en la pobreza estética la novela de los jóvenes airados ingleses, los novelistas argentinos, guatemaltecos, cubanos, peruanos o mexicanos irrumpen en el mercado internacional con un desenfado estético y una envergadura creadora verdaderamente excepcionales.
Pero, desde luego, no se trata de un grupo, de una escuela ni de un movimiento orgánico, sino de una actitud, de un talante creador que da lugar a resultados a veces divergentes; otras, dispares, aunque siempre nacidos de una actitud profundamente renovadora de desmitificación y desbordamiento expresivos. ¿Qué tiene que ver Juan Rulfo con su paisano Fuentes, Elizondo con Juan Carlos Onetti, Vargas Llosa con García Márquez, o Julio Cortázar con José Lezama Lima? Intentar “organizar” artificialmente este movimiento, sistematizar sus fuentes, sus resultados, o catalogar ordenadamente las ideologías de estos artistas –y mucho más intentar rastrear motivos políticos en el momento de su lanzamiento– es una empresa condenada de antemano al fracaso. Se trata, creemos, de una erupción en libertad, del hallazgo de una mecánica creadora similar que no es otra que la expresión barroca del mundo, y la utilización desenfrenada y crítica del lenguaje.
“...al piélago de la fantasía”.
Lezama Lima se incorporó a esta erupción en el año 1966, con la publicación de su gigantesca novela Paradiso, obra de casi toda una vida, cuyos primeros cinco capítulos habían aparecido ya en 1954 en la revista Orígenes, que por aquel entonces dirigía el escritor. Desde la aparición de este libro la figura de Lezama ha centrado la curiosidad de la crítica, se han multiplicado los panegíricos y ya han sido publicadas muchas ediciones de esta novela tan voluminosa como insólita y difícil de leer. Se habla de Lezama siempre de oídas, como “presumiblemente genial”, y los artículos que sobre él se escriben revisten un tono mágico donde la creación prima sobre la información y la crítica, y en los que es inútil la tentación de resistirse a seguir al propio escritor en sus meandros expresivos, en sus magias verbales y conceptuales, antes de efectuar un análisis medianamente explícito o clarificador. Parece como si Lezama contagiara a sus críticos, que dejan de serlo para lanzarse también al piélago de la fantasía.
El poeta, novelista y ensayista Mario Benedetti, cuya obra figura ya entre las mejores de América por su novedosa calidad, escribe: “Cuando en alguna entrevista me preguntan por mis poetas, nunca incluyo a Lezama Lima. Siempre he hallado que se levanta un muro entre su poesía y mi atención de lector, pero ese muro no es precisamente el hermetismo, sino cierta extraña sensación de que la poesía es en él una empresa estrictamente privada, un enfrentamiento entre esa mirada fija o retador desconocido, que, según Lezama, es la poesía, y el poeta que acepta su reto y la resiste. Quizá el voluntario aislamiento no se limite a la poesía, y tenga su clave en el propio carácter de Lezama”. Algo de eso mencionó en alguna de las jugosas entrevistas que a veces concedía:
Creo en la intercomunicación de la sustancia, pero soy un solitario. Creo en la verdad y el canto coral, pero seguiré siendo un solitario... Creo que la compañía robustece la soledad, pero creo también que lo ensencial del hombre es su soledad y la sombra que va proyectando en el muro.
Tal vez por eso en su poesía no hay puentes hacia el lector, o cuando los hay son tan frágiles que aquél teme emprender su travesía. Sin embargo, el hecho de que rara vez me haya atrevido a cruzar esos puentes precarios, no ha impedido que, desde mi orilla, distinga lo esencial de sus aventuras sigilosas y admire a plenitud la extraña coherencia y la deleitante libertad con que este poeta insólito se maneja en su mundo. Quizá haya en la poesía latinoamericana de este siglo sólo otros dos escritores pertenecientes a la misma familia de solitarios libérrimos: los argentinos Macedonio Fernández y Juan L. Ortiz.
Sus ensayos están también construidos como si fueran obras de creación, auténticos poemas en los que la metáfora conduce al razonamiento, y ambos se entrelazan estrechamente en un brillante chisporroteo cultural que, sin embargo, encierra siempre un proceso de conocimiento implacable. Entre sus ensayos estéticos de destacar “Las imágenes posibles” y “Sierpe de don Luis de Góngora”, incluidos ambos dentro de la recopilación de Analecta del reloj. Pero muy posiblemente sea La expresión americana el libro más típico en este aspecto. Está formado por cinco conferencias en las que Lezama expone los sucesivos pasos que ha recorrido la literatura latinoamericana, desde la mitología telúrica indígena hasta la sensibilidad contemporánea, pasando por el golpe del barroco español, el Romanticismo y el nacimiento de la expresión criolla con el modernismo. En estos ensayos pueden aparecer desde Marco Polo a la poesía medieval, de la cultura india al conde de Villamediana, desde los primeros arquitectos americanos a Simón Bolívar, a Picasso o a Walt Whitman, pero siempre en un contexto poético donde el silogismo se parapeta –hasta casi desaparecer– tras la imagen, la simbología, la mimesis, las analogías y las condensaciones históricas. En este sentido, se trata de un libro heterodoxo, con respecto a la razón tradicional y perfectamente sugestivo, que aparece, además, como perfectamente eficaz en sus esquemas generales.
La cubanidad de Lezama
Nada más fácil que equivocarse al leer Paradiso, la ya célebre novela de José Lezama Lima, del gran poeta cubano que había circulado –en el momento de su aparición– casi clandestinamente por todo el orbe hispánico. La edición original, publicada por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), constaba sólo de cuatro mil ejemplares, la mayor parte de los cuales no consiguió burlar el bloqueo cubano. De ahí que se conociera más la novela por lo que sobre ella habían opinado con entusiasmo que a veces rayaba en el delirio gente como Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, y hasta por alguna polémica que habían suscitado numerosos y brillantes episodios homosexuales. Pero el libro mismo circulaba entre unos pocos que el azar había hecho propietarios, a veces fugaces, de un ejemplar de la primera edición. Ahora que el libro anda por toda América Latina y Europa conviene detenerse a mirarlo un poco y apuntar algunas trampas que esperan al lector desprevenido.
En la obra de Lezama se podrían rastrear diversas influencias europeas (Proust y T. E. Eliot entre las más notorias). No obstante ello, si se expresa que Lezama es esencialmente cubano, se dice la verdad (el propio Lezama lo dice de sí mismo), pero también en esa verdad hay un malentendido, ya que la cubanidad de Lezama no le viene de la realidad tal cual es, sino de lo que Vitier llama “su experiencia vital de la cultura”. No importa que en varios capítulos de Paradiso y en muchos poemas (verbigracia: “Venturas criollas”, “Oda a Julián del Casal”) surja una terminología palmariamente cubana; Lezama nunca toma la fauna, el paisaje, o los simples objetos, en su estado natural, sino que “cada color tiene su boca de agua” y “el agua enjuta se trueca en la lombriz”, o sea que el mundo se le da en imágenes, que es un modo de decir que se le da en cultura. Lo cubano en Lezama pasa por la cultura; alguna vez, incluso, dijo que “las culturas entre el Paradiso y (su continuación inconclusa) el Inferno se hacen más cercanas, pues en realidad el júbilo del placer y el rechazo del dolor forman parte de un mismo éxtasis”. Nótese que dice: “las culturas”, o sea que cada novela tiene su cultura; yo agregaría que también la tiene cada poema.
Paradiso
Podemos decir que Paradiso se trata de una novela, más o menos autobiográfica, a la manera de A la Recherche du temps perdu, de Marcel Proust, recalcamos, uno de sus modelos más obvios y confesos. Para practicar esta lectura bastará advertir que, como su héroe, José Cemí, también Lezama es habanero, hijo de un militar, huérfano, estudiante rebelde en la época de Machado. También como José Cemí, el autor ha sufrido de asma desde la infancia (ese primer capítulo que describe los horrores de la asfixia no es reminiscencia de la obra proustiana sino profunda elaboración de vida vivida) y también como Cemí es dado a cultivar visiones y a ver el mundo entero bajo especie metafórica. Futuros biógrafos sin duda más sutiles hallarán enlaces entre el personaje y el autor. Pero lo que ya se sabe autoriza naturalmente a leer Paradiso como una transposición novelesca del mundo de la infancia y adolescencia de su autor.
La lectura autobiográfica no es, por sí misma, despreciable, ya que Paradiso contiene (entre otras cosas) una crónica deliciosa de La Habana de las primeras décadas del siglo. El libro crea hasta la mitad por lo menos una apasionante galería familiar en la que se destacan la sombría virilidad del padre, la ternura envolvente de la madre y esa constelación de parientes, que dan a toda narración un calor y un color inolvidables. Si la obra sólo funcionara en este nivel, si sólo fuera como el Combray de Proust, aun así sería el más notable libro de reconstrucción de infancia que han producido las letras latinoamericanas de este siglo: libro en que la pasión familiar, el subsuelo edípico, alimenta una lujuriosa flora de pasiones menores y en el que la comida, el ritual de la comida desde su preparación hasta su exégesis práctica, ocupa un lugar absolutamente central.
En la segunda parte, a partir del escandaloso capítulo VIII que contiene copiosas permutaciones sexuales, la novela pierde bastante de su carácter costumbrista, se hace más esquemática y hasta toma sus ribetes de tratado. Es que Cemí ahora es un adolescente y el mundo de las ideas, las discusiones sobre el sentido del universo, la búsqueda de explicaciones para todo (incluso para la homosexualidad), la amistad entendida como coloquio perpetuo, ocupan cada vez más las horas de la vigilia. También es Cemí un poeta y sus visiones, reales o literarias, empiezan a invadir cada vez más la crónica hasta ocupar un territorio enorme. Si la sombra de Proust preside la primera parte e inspira, tal vez, algunos episodios de la segunda en que la súbita revelación homosexual parece reconocer alguno de sus signos, es en El artista adolescente, de Joyce, donde se puede encontrar un modelo para la línea general de la segunda parte.
Pero, vuelvo a insistir, este tipo de lectura que persigue la anécdota de la novela, que se detiene en el decurso externo de sus personajes, que cataloga temas visibles, corre el riesgo de ser (aunque válida) una lectura apenas superficial. El libro de Lezama es algo más y algo menos que una novela y todo análisis que busque descifrarlo por el camino de la interpretación narrativa habitual se quedará sólo con la corteza. Sin perjuicio de reconocer que el capítulo VIII no aporta ningún mérito excepcional a una obra y una trayectoria que no necesitan motivaciones anexas para fundar su prestigio, conviene no obstante señalar que el fragmento aludido no es en absoluto pornográfico sino más bien erográfico, pero también que esa descripción de lo erótico está salpimentada, y en consecuencia reivindicada por un humor de redonda eficacia.
Quien se acerque a este paraíso –al intento de recobrar el paraíso de su infancia, que es el proyecto de Lezama en esta obra, repetimos, y así explicar toda su vida y concepción del mundo– como si fuera una historia novelada, con sus personajes y su argumento, se verá desagradablemente sorprendido; para llegar a Lezama Lima –según la feliz expresión de Cortázar–, hay que disponerse a leer un libro híbrido y gigantesco donde la búsqueda del sentido trastrueca todos los sentidos, donde se funden todas las hipotéticas arbitrariedades, se atirantan las significaciones y se enlazan los temas –como el sexo y el espíritu– de la manera más explosiva posible.
En este libro se realiza además la vieja aspiración de Lezama de cumplir cada palabra en su contexto más completo, con toda su carga histórica de significados. Esta densidad remansa el ritmo del libro, lo encierra en sí mismo en cada página y caracteriza asimismo su lectura como un permanente ejercicio estético. La fusión de estas palabras autónomas y universales, de estos episodios fulgurantes donde se interrumpe el pensamiento racional en la búsqueda del contacto catártico, artístico y espiritual, provoca la grandeza y la difícil complejidad de esta obra singular, verdadero fenómeno de la literatura de todos los tiempos, que está llamada a ser un eterno punto de polémica, discusión, centro de admiraciones y rechazos, monolito que solamente puede ser explicado desde su propio interior.
*Armando Almada-Roche nació en Formosa, Argentina, de padres paraguayos. Ha sido cantante, bailarín, dibujante, actor y periodista. Ha trabajado para los diarios más notables de Argentina y Paraguay. Actualmente colabora con el suplemento cultural del diario ABC Color.
(Buenos Aires, especial para ABC Color)
José Lezama Lima, todas las tardes, convertía la sala de estar de su casa de Trocadero 162, en su cuarto de trabajo. Apoyaba una libreta sobre el brazo del sillón en que invariablemente se sentaba y escribía. A veces, cuando el asma no lo dejaba dormir, se iba a una segunda noche y sus manos volvían a penetrar el hálito de la palabra; pero al parecer las horas más productivas eran las del crepúsculo.
La generosidad era un rasgo que distinguía a Lezama; otro, era la ironía. Nadie, ni sus más íntimos amigos han podido librarse de ella. Si Paradiso dividió en dos su vida; la fama, sin embargo, no había logrado alterarla. Sencillo e inmodesto, amable y desdeñoso, apasionado e indiferente. Lezama, más allá del bien y del mal, insensible a la diatriba y al elogio, era el mismo de siempre. La fe en su obra, la convicción de su valor, de las que en su momento dio muestras, son idénticas a las que hizo patentes cuando era un escritor desconocido.
José Lezama Lima, poeta, ensayista y narrador cubano que un 9 de agosto moría en La Habana, su ciudad natal. Figura descollante del grupo Orígenes (en el que también participaron Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Octavio Smith, Ángel Gaztelu, José Rodríguez Feo y Virgilio Piñera), no sólo su gravitante poesía sino también su papel de animador cultural adquieren relevancia a partir de 1937, año en que aparece Muerte de Narciso, su primer título. Max Henrí- quez Ureña sostendría años más tarde que si ese libro inicial “fue una revelación”, el segundo, Enemigo rumor (1941) “fue una revolución”. La obra de Lezama se va completando posteriormente con Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949), Dador (1960), en poesía; Analecta del reloj (1953), La expresión americana (1957), Tratados de La Habana (1958), La cantidad hechizada (1970), ensayos; y Paradiso (1966), novela. El conjunto siempre ha sido altamente estimado, a nivel latinoamericano, por una élite intelectual que a menudo se envanece de su propia admiración, como si el mero hecho de entender a Lezama les otorgara una patente de talento y erudición.
Nouveau roman
¿Por qué escribir si de alguna manera ya todo ha sido escrito? Gide observó sardónicamente que como nadie escucha, hay que volver a decirlo todo, pero una sospecha de culpa y superfluidad mueven al intelectual europeo a la más extrema vigilancia de su oficio y de sus medios, única manera de no rehacer caminos demasiados andados...
Entre tanto, Lezama en su isla amanecía con una felicidad de preadamita sin corbata de pájaro, y no se sentía culpable de ninguna tradición directa. Las asumía todas, desde los hígados etruscos hasta Leopold Bloom, sonándose en un pañuelo sucio, pero sin compromiso histórico, sin ser un escritor francés o austriaco; él es un cubano con un mero puñado de cultura propia a la espalda y el resto es conocimiento puro y libre, no responsabilidad de carrera... No era un eslabón de la cadena, no estaba obligado a hacer más o mejor o diferente, no necesitaba justificarse como escritor. Tanto su increíble sobreabundancia como sus carencias procedían de esa inocente libertad, de esa libre inocencia...
José Lezama Lima era uno de los últimos escritores incorporados a ese movimiento espléndido, corrosivo y fulgurante que ha irrumpido en la literatura universal y que constituye la novela latinoamericana actual. Movimiento donde existen figuras muy dispares en edad, nacionalidad, estilo y actitudes ideológicas que engloba a escritores de todas las latitudes del subcontinente sobre cuyos libros los críticos más importantes del mundo se inclinan con una atención extremada y se vuelcan las grandes masas de lectores de Occidente. Consumida en sí misma la escuela de la nouveau roman francesa, agotado el neorrealismo italiano, mordiéndose la cola con sucesivas complejidades la narrativa estadounidense –donde los best sobrevivieron a duras penas ahogados por un intelectualismo creciente– y sumida en la pobreza estética la novela de los jóvenes airados ingleses, los novelistas argentinos, guatemaltecos, cubanos, peruanos o mexicanos irrumpen en el mercado internacional con un desenfado estético y una envergadura creadora verdaderamente excepcionales.
Pero, desde luego, no se trata de un grupo, de una escuela ni de un movimiento orgánico, sino de una actitud, de un talante creador que da lugar a resultados a veces divergentes; otras, dispares, aunque siempre nacidos de una actitud profundamente renovadora de desmitificación y desbordamiento expresivos. ¿Qué tiene que ver Juan Rulfo con su paisano Fuentes, Elizondo con Juan Carlos Onetti, Vargas Llosa con García Márquez, o Julio Cortázar con José Lezama Lima? Intentar “organizar” artificialmente este movimiento, sistematizar sus fuentes, sus resultados, o catalogar ordenadamente las ideologías de estos artistas –y mucho más intentar rastrear motivos políticos en el momento de su lanzamiento– es una empresa condenada de antemano al fracaso. Se trata, creemos, de una erupción en libertad, del hallazgo de una mecánica creadora similar que no es otra que la expresión barroca del mundo, y la utilización desenfrenada y crítica del lenguaje.
“...al piélago de la fantasía”.
Lezama Lima se incorporó a esta erupción en el año 1966, con la publicación de su gigantesca novela Paradiso, obra de casi toda una vida, cuyos primeros cinco capítulos habían aparecido ya en 1954 en la revista Orígenes, que por aquel entonces dirigía el escritor. Desde la aparición de este libro la figura de Lezama ha centrado la curiosidad de la crítica, se han multiplicado los panegíricos y ya han sido publicadas muchas ediciones de esta novela tan voluminosa como insólita y difícil de leer. Se habla de Lezama siempre de oídas, como “presumiblemente genial”, y los artículos que sobre él se escriben revisten un tono mágico donde la creación prima sobre la información y la crítica, y en los que es inútil la tentación de resistirse a seguir al propio escritor en sus meandros expresivos, en sus magias verbales y conceptuales, antes de efectuar un análisis medianamente explícito o clarificador. Parece como si Lezama contagiara a sus críticos, que dejan de serlo para lanzarse también al piélago de la fantasía.
El poeta, novelista y ensayista Mario Benedetti, cuya obra figura ya entre las mejores de América por su novedosa calidad, escribe: “Cuando en alguna entrevista me preguntan por mis poetas, nunca incluyo a Lezama Lima. Siempre he hallado que se levanta un muro entre su poesía y mi atención de lector, pero ese muro no es precisamente el hermetismo, sino cierta extraña sensación de que la poesía es en él una empresa estrictamente privada, un enfrentamiento entre esa mirada fija o retador desconocido, que, según Lezama, es la poesía, y el poeta que acepta su reto y la resiste. Quizá el voluntario aislamiento no se limite a la poesía, y tenga su clave en el propio carácter de Lezama”. Algo de eso mencionó en alguna de las jugosas entrevistas que a veces concedía:
Creo en la intercomunicación de la sustancia, pero soy un solitario. Creo en la verdad y el canto coral, pero seguiré siendo un solitario... Creo que la compañía robustece la soledad, pero creo también que lo ensencial del hombre es su soledad y la sombra que va proyectando en el muro.
Tal vez por eso en su poesía no hay puentes hacia el lector, o cuando los hay son tan frágiles que aquél teme emprender su travesía. Sin embargo, el hecho de que rara vez me haya atrevido a cruzar esos puentes precarios, no ha impedido que, desde mi orilla, distinga lo esencial de sus aventuras sigilosas y admire a plenitud la extraña coherencia y la deleitante libertad con que este poeta insólito se maneja en su mundo. Quizá haya en la poesía latinoamericana de este siglo sólo otros dos escritores pertenecientes a la misma familia de solitarios libérrimos: los argentinos Macedonio Fernández y Juan L. Ortiz.
Sus ensayos están también construidos como si fueran obras de creación, auténticos poemas en los que la metáfora conduce al razonamiento, y ambos se entrelazan estrechamente en un brillante chisporroteo cultural que, sin embargo, encierra siempre un proceso de conocimiento implacable. Entre sus ensayos estéticos de destacar “Las imágenes posibles” y “Sierpe de don Luis de Góngora”, incluidos ambos dentro de la recopilación de Analecta del reloj. Pero muy posiblemente sea La expresión americana el libro más típico en este aspecto. Está formado por cinco conferencias en las que Lezama expone los sucesivos pasos que ha recorrido la literatura latinoamericana, desde la mitología telúrica indígena hasta la sensibilidad contemporánea, pasando por el golpe del barroco español, el Romanticismo y el nacimiento de la expresión criolla con el modernismo. En estos ensayos pueden aparecer desde Marco Polo a la poesía medieval, de la cultura india al conde de Villamediana, desde los primeros arquitectos americanos a Simón Bolívar, a Picasso o a Walt Whitman, pero siempre en un contexto poético donde el silogismo se parapeta –hasta casi desaparecer– tras la imagen, la simbología, la mimesis, las analogías y las condensaciones históricas. En este sentido, se trata de un libro heterodoxo, con respecto a la razón tradicional y perfectamente sugestivo, que aparece, además, como perfectamente eficaz en sus esquemas generales.
La cubanidad de Lezama
Nada más fácil que equivocarse al leer Paradiso, la ya célebre novela de José Lezama Lima, del gran poeta cubano que había circulado –en el momento de su aparición– casi clandestinamente por todo el orbe hispánico. La edición original, publicada por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), constaba sólo de cuatro mil ejemplares, la mayor parte de los cuales no consiguió burlar el bloqueo cubano. De ahí que se conociera más la novela por lo que sobre ella habían opinado con entusiasmo que a veces rayaba en el delirio gente como Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, y hasta por alguna polémica que habían suscitado numerosos y brillantes episodios homosexuales. Pero el libro mismo circulaba entre unos pocos que el azar había hecho propietarios, a veces fugaces, de un ejemplar de la primera edición. Ahora que el libro anda por toda América Latina y Europa conviene detenerse a mirarlo un poco y apuntar algunas trampas que esperan al lector desprevenido.
En la obra de Lezama se podrían rastrear diversas influencias europeas (Proust y T. E. Eliot entre las más notorias). No obstante ello, si se expresa que Lezama es esencialmente cubano, se dice la verdad (el propio Lezama lo dice de sí mismo), pero también en esa verdad hay un malentendido, ya que la cubanidad de Lezama no le viene de la realidad tal cual es, sino de lo que Vitier llama “su experiencia vital de la cultura”. No importa que en varios capítulos de Paradiso y en muchos poemas (verbigracia: “Venturas criollas”, “Oda a Julián del Casal”) surja una terminología palmariamente cubana; Lezama nunca toma la fauna, el paisaje, o los simples objetos, en su estado natural, sino que “cada color tiene su boca de agua” y “el agua enjuta se trueca en la lombriz”, o sea que el mundo se le da en imágenes, que es un modo de decir que se le da en cultura. Lo cubano en Lezama pasa por la cultura; alguna vez, incluso, dijo que “las culturas entre el Paradiso y (su continuación inconclusa) el Inferno se hacen más cercanas, pues en realidad el júbilo del placer y el rechazo del dolor forman parte de un mismo éxtasis”. Nótese que dice: “las culturas”, o sea que cada novela tiene su cultura; yo agregaría que también la tiene cada poema.
Paradiso
Podemos decir que Paradiso se trata de una novela, más o menos autobiográfica, a la manera de A la Recherche du temps perdu, de Marcel Proust, recalcamos, uno de sus modelos más obvios y confesos. Para practicar esta lectura bastará advertir que, como su héroe, José Cemí, también Lezama es habanero, hijo de un militar, huérfano, estudiante rebelde en la época de Machado. También como José Cemí, el autor ha sufrido de asma desde la infancia (ese primer capítulo que describe los horrores de la asfixia no es reminiscencia de la obra proustiana sino profunda elaboración de vida vivida) y también como Cemí es dado a cultivar visiones y a ver el mundo entero bajo especie metafórica. Futuros biógrafos sin duda más sutiles hallarán enlaces entre el personaje y el autor. Pero lo que ya se sabe autoriza naturalmente a leer Paradiso como una transposición novelesca del mundo de la infancia y adolescencia de su autor.
La lectura autobiográfica no es, por sí misma, despreciable, ya que Paradiso contiene (entre otras cosas) una crónica deliciosa de La Habana de las primeras décadas del siglo. El libro crea hasta la mitad por lo menos una apasionante galería familiar en la que se destacan la sombría virilidad del padre, la ternura envolvente de la madre y esa constelación de parientes, que dan a toda narración un calor y un color inolvidables. Si la obra sólo funcionara en este nivel, si sólo fuera como el Combray de Proust, aun así sería el más notable libro de reconstrucción de infancia que han producido las letras latinoamericanas de este siglo: libro en que la pasión familiar, el subsuelo edípico, alimenta una lujuriosa flora de pasiones menores y en el que la comida, el ritual de la comida desde su preparación hasta su exégesis práctica, ocupa un lugar absolutamente central.
En la segunda parte, a partir del escandaloso capítulo VIII que contiene copiosas permutaciones sexuales, la novela pierde bastante de su carácter costumbrista, se hace más esquemática y hasta toma sus ribetes de tratado. Es que Cemí ahora es un adolescente y el mundo de las ideas, las discusiones sobre el sentido del universo, la búsqueda de explicaciones para todo (incluso para la homosexualidad), la amistad entendida como coloquio perpetuo, ocupan cada vez más las horas de la vigilia. También es Cemí un poeta y sus visiones, reales o literarias, empiezan a invadir cada vez más la crónica hasta ocupar un territorio enorme. Si la sombra de Proust preside la primera parte e inspira, tal vez, algunos episodios de la segunda en que la súbita revelación homosexual parece reconocer alguno de sus signos, es en El artista adolescente, de Joyce, donde se puede encontrar un modelo para la línea general de la segunda parte.
Pero, vuelvo a insistir, este tipo de lectura que persigue la anécdota de la novela, que se detiene en el decurso externo de sus personajes, que cataloga temas visibles, corre el riesgo de ser (aunque válida) una lectura apenas superficial. El libro de Lezama es algo más y algo menos que una novela y todo análisis que busque descifrarlo por el camino de la interpretación narrativa habitual se quedará sólo con la corteza. Sin perjuicio de reconocer que el capítulo VIII no aporta ningún mérito excepcional a una obra y una trayectoria que no necesitan motivaciones anexas para fundar su prestigio, conviene no obstante señalar que el fragmento aludido no es en absoluto pornográfico sino más bien erográfico, pero también que esa descripción de lo erótico está salpimentada, y en consecuencia reivindicada por un humor de redonda eficacia.
Quien se acerque a este paraíso –al intento de recobrar el paraíso de su infancia, que es el proyecto de Lezama en esta obra, repetimos, y así explicar toda su vida y concepción del mundo– como si fuera una historia novelada, con sus personajes y su argumento, se verá desagradablemente sorprendido; para llegar a Lezama Lima –según la feliz expresión de Cortázar–, hay que disponerse a leer un libro híbrido y gigantesco donde la búsqueda del sentido trastrueca todos los sentidos, donde se funden todas las hipotéticas arbitrariedades, se atirantan las significaciones y se enlazan los temas –como el sexo y el espíritu– de la manera más explosiva posible.
En este libro se realiza además la vieja aspiración de Lezama de cumplir cada palabra en su contexto más completo, con toda su carga histórica de significados. Esta densidad remansa el ritmo del libro, lo encierra en sí mismo en cada página y caracteriza asimismo su lectura como un permanente ejercicio estético. La fusión de estas palabras autónomas y universales, de estos episodios fulgurantes donde se interrumpe el pensamiento racional en la búsqueda del contacto catártico, artístico y espiritual, provoca la grandeza y la difícil complejidad de esta obra singular, verdadero fenómeno de la literatura de todos los tiempos, que está llamada a ser un eterno punto de polémica, discusión, centro de admiraciones y rechazos, monolito que solamente puede ser explicado desde su propio interior.
*Armando Almada-Roche nació en Formosa, Argentina, de padres paraguayos. Ha sido cantante, bailarín, dibujante, actor y periodista. Ha trabajado para los diarios más notables de Argentina y Paraguay. Actualmente colabora con el suplemento cultural del diario ABC Color.
Presentación de Pan con tomates verdes y otros cuentos
La mitología en Primero Sueño
Autor: Leonardo Venta
Las referencias mitológicas forman la armazón del vasto y complejo poema Primero Sueño, de sor Juana Inés de la Cruz, soberbio ejemplar del barroco hispanoamericano del siglo XVII.
El poema comienza con la descripción de la llegada de la noche, en cuya atmósfera el alma se desprende del cuerpo para realizar un viaje asombroso hacia la cúspide del conocimiento. El lector, al llegar al último verso, es cuando justamente se da cuenta de que el alma del hablante lírico es la que ha efectuado tan impresionante viaje: “el mundo iluminado y yo despierta”.
17 de agosto de 2010
Acerca de Pan con tomates verdes y otros cuentos.
Escribir un cuento no es como escribir una anécdota. Aunque el arte, o, en este caso, la literatura, es libre, se necesita conocer de antemano las reglas, los conocimientos para adentrarse en una narración corta como el cuento.
Yo tenía escritas unas 150 anécdotas cuando comencé a asistir a varios talleres literarios en La Habana. De esas 150 anécdotas solo salvé unas pocas, no sé cuántas.
Mis escritores de cabecera en este género literario son: Maupassant, Poe, Chejov, Hemingway, Augusto Monterroso, Bukowski, etc.
También influyó la antología de cuentos Los últimos serán los primeros, compilada por el crítico literario cubano, Salvador Redonet. El decía que el cuento es síntesis e intensidad.
He procurado que el comienzo de mis cuentos tenga ¨un gancho¨, que atraiga al lector.
Además de esas características del cuento conocí otras como el conflicto, la elipsis (no decirlo todo, dejar que el lector razone), la economía de medios (adjetivación precisa, uno o dos personajes primarios, diálogos cortos, etc), la tensión en la historia también es muy importante.
Me di cuenta que ya no estaba escribiendo para mí, que escribía para otros. Y al lector hay que respetarlo.
Estos cuentos fueron escritos hace unos diez años en La Habana. Tenía escasez de recursos, imagínense todo lo demás.
También he procurado que la historia y el discurso, o sea, el contenido y la forma, marchen parejos. Que cada historia atrape al lector desde el principio hasta el final. Y que el discurso abarque los cambios de narradores, las mudas espaciales, temporales, y del nivel de realidad.
Espero disfruten de su lectura en Smashwords y en Amazón.
Acontinuación una reseña sobre Pan con tomates... publicada en el Diario las Américas, tanto en la versión impresa como en la digital. Pincha aquí
Yo tenía escritas unas 150 anécdotas cuando comencé a asistir a varios talleres literarios en La Habana. De esas 150 anécdotas solo salvé unas pocas, no sé cuántas.
Mis escritores de cabecera en este género literario son: Maupassant, Poe, Chejov, Hemingway, Augusto Monterroso, Bukowski, etc.
También influyó la antología de cuentos Los últimos serán los primeros, compilada por el crítico literario cubano, Salvador Redonet. El decía que el cuento es síntesis e intensidad.
He procurado que el comienzo de mis cuentos tenga ¨un gancho¨, que atraiga al lector.
Además de esas características del cuento conocí otras como el conflicto, la elipsis (no decirlo todo, dejar que el lector razone), la economía de medios (adjetivación precisa, uno o dos personajes primarios, diálogos cortos, etc), la tensión en la historia también es muy importante.
Me di cuenta que ya no estaba escribiendo para mí, que escribía para otros. Y al lector hay que respetarlo.
Estos cuentos fueron escritos hace unos diez años en La Habana. Tenía escasez de recursos, imagínense todo lo demás.
También he procurado que la historia y el discurso, o sea, el contenido y la forma, marchen parejos. Que cada historia atrape al lector desde el principio hasta el final. Y que el discurso abarque los cambios de narradores, las mudas espaciales, temporales, y del nivel de realidad.
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13 de agosto de 2010
Capiteles (poema)
Autora: Carmen González Placeres
Inusitada bóveda
paladares
agujero y escarpia
mordisco tardío
nubes de piel
roseta
cáustico sabor
fortín de cuarteles
grieta de cimas
ciñe faroles al sol
voz inmaculada
áspera sede
calado
anhelo
hálito amasado
regala púrpura saliva
fruta dulcificada
sabor de capiteles
en el nirvana mojado
doncella
caramelo
sabor de amaneceres
volar pausado
síncope en trenzas
erizado núcleo
con sólido decanato
me procuras
te proveo
pasajera al infinito
lame tonos girasol
músculo a gotas
sofoco erótico
desconocido dulzor
adúltera
rumia
sutil envenena
ahoga y abraza
ligadura sin nombre
teatro de variedades
balcón atlántico
trono de levadura
succiona y lame
enseña protagonista
tu color salado
ven
lengua
2 de agosto de 2010
1 de agosto de 2010
Qué es poesía?
Autor: Leonardo Venta
“¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul”, leemos en la “Rima XXI” de Gustavo Adolfo Becker, para encontrar seguidamente la respuesta, desnuda, sobrecogida, como Diana sorprendida por Acteón, en el piropo del poeta a su amada: “Poesía... eres tú”. El neoclásico Andrés Bello, de esmerada versificación, la tutea y venera: “Divina poesía, tú, de la soledad habitadora”.
“El peso del sabor lo sentimos en la boca cuando no hablamos (…) Pero el peso poético lo sentimos en nuestro cuerpo al formar la poesía un cuerpo que no es el nuestro”, reflexiona el Lezama Lima de 1940. “Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía (…) el autor no ha escrito para ustedes”, apunta el Borges maestro a sus estudiantes de literatura inglesa en Buenos Aires.
Paz la llama el sueño que articula el lenguaje indecible del mundo: “Eres tan sólo un sueño, / pero en ti sueña el mundo / y su mudez habla con tus palabras”. Martí la padece como cisura en lo más íntimo : “Tajos son éstos de mis propias entrañas [sus versos] – mis guerreros –. Ninguno me ha salido recalentado, artificioso, recompuesto, de la mente; sino como las lágrimas salen de los ojos y la sangre sale a borbotones de la herida”.
Te internaste por un camino de zarzas (poesía)
Autor: Francisco Muñoz Soler
Te internaste por un camino de zarzas y espinos
sin saber que su maquiavélico sentido
te destrozaría cruelmente al transitarlo,
crepúsculo de una feliz infancia.
Cual poema abandonado y despojado
en una calle desierta adornada
por una violenta ventolera
que la mece aturdido sin dirección.
Tu delicada piel de espuma
blanca y suave se derritió
bajo un sol de resquemor
bordado en odio y avaricia.
De Juventud primera, 1980
¨Ana en el Trópico¨
“Ana en el Trópico” es el primer y único Premio Pulitzer (2003), en la categoría de teatro, que se le ha concedido a un autor hispano. Originalmente escrita en inglés por Nilo Cruz, un cubano que llegó a Estados Unidos a la edad de 10 años, ha sido traducida y adaptada al español por el propio autor.
Cruz – que se inició como director de teatro en Miami, con "Persecución", la única obra teatral escrita por Reinaldo Arenas, quien gracias al filme “Antes que anochezca”, saltó junto al actor Javier Bardem a la fama – es reconocido además por piezas como “Lorca en un vestido verde” y “Belleza del padre”.
El concurso de televisión (cuento anecdótico)
Autor: Alexei Dumpierre
Joaquín salió de la isla junto con dos amigos en cuatro cámaras de camión. Permanecieron en las peligrosas aguas del Caribe once días expuestos al ardiente sol de julio, apenas sin líquidos para hidratarse ni alimentos. Es fácil comprender las calamidades atravesadas durante ese tiempo. Finalmente fueron rescatados por las tropas guardafronteras americanas e internados en un hospital. Uno de ellos no sobrevivió a las fuertes quemaduras y el deshumedecimiento del cuerpo. Al salir cada uno de los dos que sobrevivieron tomó su rumbo.
En Cuba Joaquín había sido técnico en electrónica y se graduó después en ingeniería en la CUJAE (Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría). Pero, como buen criollo, había aprendido diversas profesiones y aunque contaba entonces con cuarenta y dos años, se sentía capaz de enfrentar la vida en el nuevo país con coraje y disposición. Era hijo de una familia de campesinos de San Antonio de los Baños, pero cuando se casó a los veintidós años fue a vivir al barrio del Cerro.
Era un hombre delgado, de piel morena, estatura mediana, pero de una gran resistencia física. Activo y emprendedor nunca estaba quieto y siempre dispuesto para todo, aunque fuera a riesgo de su propia integridad. Jovial y alegre no se perdía una fiesta, de la que generalmente salía al lado de una linda mulata, que eran de su preferencia.
Desde los primeros días de su estancia en Miami, ayudado por diversos amigos, realizó múltiples actividades como camarero de bar, ayudante de cocina, entregador de pizzas, lavador de carro, etc. Porque allí ejercer su profesión requería primero la revalidación del título, lo que era extremamente difícil. Pero por ello no se detuvo nunca y continuó buscando oportunidades mejores, batiendo puertas y reclamando ayuda de cuantos conocía. De cualquier forma se hacía difícil encontrar mayores posibilidades en un centro urbano donde la competencia es grande. Un sábado, sentado con un amigo en una cafetería, este le mostró un periódico donde aparecía la convocatoria para un concurso de televisión cuyo premio sería cincuenta mil dólares.
- Mira que oportunidad maravillosa, mi hermano. ¿Te imaginas disponer de esa cantidad? Podríamos montar un buen negocio –comentó el amigo.
- Pero, ¿de qué se trata el concurso?
- Bueno, eso no lo especifica el anuncio. Aunque soy capaz de hacer cualquier cosa por ese dinero.
Joaquín pasó el fin de semana dándole vueltas al asunto y el lunes por la mañana se presentó en el edificio donde radica el Canal 52. Ya había varias personas esperando para inscribirse, todas intrigadas con las características del concurso, pero nadie se refería a ello. Una hora después se aparecieron dos integrantes de la producción, les repartieron unas planillas para que las llenaran y les ofrecieron los datos sobre le lugar, la fecha y la hora del programa que sería transmitido al vivo. Pero no hubo una palabra sobre las características del concurso y ante las preguntas de los aspirantes ellos se reían y repetían que era una sorpresa.
Tres días después los concursantes fueron llevados a una sala de maquillaje, mientras en el escenario se encendían las luces, el director combinaba con los camarógrafos los tiros desde diversos ángulos y los técnicos de sonido ajustaban los micrófonos. En breve fue dada la orden y el animador realizó una fantástica presentación. Joaquín sería el último de los cinco concurrentes. Todos estaban muy nerviosos, aunque cada uno convencido de que sería el ganador del jugoso premio.
Una estruendosa música aumentó la tensión cuando anunciaron la entrada del primer concursante, mientras los otros permanecerían en un cuarto cerrado. Dos lindas modelos lo llevaron hasta el centro del escenario y lo situaron frente a una torre de un metro de altura donde había una pequeña caja cerrada.
- ¿Tiene usted idea de lo que hay aquí adentro? –le preguntó el animador.
- Ni la más mínima.
- Bueno, entonces vamos a tapar sus ojos –una de las modelos le puso una venda–.Y ahora, mi amigo, debo advertirle lo siguiente: el premio de cincuenta mil dólares, escuche bien, cincuenta mil dólares, sólo lo recibirá quien mastique y trague sin mirar las cinco criaturas de la naturaleza que hay aquí dentro. ¿Está entendido?
- Entendí. –respondió, nervioso, el joven.
- ¿Podemos empezar?
- Podemos.
Una de las modelos con un guante sacó algo de la cajita y lo puso dentro de la boca abierta del concursante, pero de repente este escupió y se llevó la mano a la barriga como queriendo vomitar. En ese instante sonó una aguda campana anunciando que el primer concursante había perdido. De similar forma sucedió con el segundo y el tercer concursante. Sólo el cuarto llegó a masticar y tragar la primera y después de intentar la segunda, fue retirado en mal estado del escenario. Llegó entonces el turno de Joaquín.
- Tenemos ante las cámaras a nuestro último concursante. Los otros perdieron la oportunidad de ganar cincuenta mil dólares. ¿Ustedes piensan que él lo conseguirá?
- ¡No! ¡No! –gritaba el público espectador.
La modelo colocó la primera con cuidado. Joaquín cerró la boca, masticó seguro y abrió nuevamente. La joven miró para ver si no había nada y colocó la segunda y el cubano reaccionó de la misma manera. La tercera, la cuarta, y la quinta no hicieron ninguna diferencia. El estruendoso aplauso y la algarabía del público hicieron retumbar el estudio. Algunos lo admiraban, otros lo despreciaban con repugnancia. La modelo le ofreció un vaso de agua y otra le quitó la venda de los ojos.
- ¡Muchas felicitaciones, mi querido amigo! –exclamaba el animador mientras le entregaba el cheque de cincuenta mil dólares-. ¿Sabe usted lo que ha comido?
- Claro –respondió él sonriendo–. Eran cinco cucarachas.
- ¡Qué coraje! –gritaban algunos del público- ¡Qué puerco! –exclamaban otros.
“No saben todo lo que comimos en Cuba durante estos cincuenta años”, pensó él entre sonrisas.
Nota: tomado del libro, Dispersos por el mundo.
Las palabras (prosa poética)
Autor: Tony Pichs
Para que las palabras hablen,
hay que dejarlas libres, desenterrándolas de sus enamoramientos y para
que el aceite les de brillo, hay que bañarlas como a las rosas y cuando
crezcan, regalarlas a la más hermosa.
Deja que vayan adelante como luces por el mundo, que corran como
criaturas del sol y de los crepúsculos, deja que se confundan por el
rapto intrépido de un beso, pero no dejes que se ahoguen en los
balcones de sangre de una sonrisa que engaña.
A las palabras hay que darles su descanso bajo los árboles que
enriquecen tus glorias y donde tu voz en el silencio entretenidas
quedan.
Para poder mirar con el corazón hay que quitar los obstáculos, hay que
correr las paredes que nos estorban y para no estar ciegos, hay que
recordar los caminos vividos.
Llevar la sangre herida es para sentir que vives; curarlas, es para
seguir viviendo; pero recuerda dejar tus palabras libres porque sin
ellas, no se oirán los cantos.
La función nociva del mito
Autor: Leonardo Venta
La definición tradicional establece que el mito describe y retrata en lenguaje simbólico el origen de los elementos y supuestos básicos de una cultura. No obstante, es un tipo de discurso, un modo de significación que va más allá de su acepción original. Cualquier cosa puede convertirse en un mito, ya que todo objeto, o realidad, puede pasar de una forma cerrada, o existencia silenciosa, a otro estado oral, explicito, disponible como agente activo.
La definición tradicional establece que el mito describe y retrata en lenguaje simbólico el origen de los elementos y supuestos básicos de una cultura. No obstante, es un tipo de discurso, un modo de significación que va más allá de su acepción original. Cualquier cosa puede convertirse en un mito, ya que todo objeto, o realidad, puede pasar de una forma cerrada, o existencia silenciosa, a otro estado oral, explicito, disponible como agente activo.
Todo comienza cuando no hay perdón... (poesía)
Autor: Carlos Barbarito.
Todo comienza cuando no hay perdón,
ni salida hacia una claridad
al final del pasillo, con una mano débil
que apenas puede aferrarse al pasamanos,
cuando es tarde y nadie riega
el jardín olvidado por la lluvia,
las palabras arden sin humo
en los invernaderos vacíos,
todo se desata cuando el porvenir
se disipa, el presente se disipa,
las caras, aún las más amadas, se esfuman,
la exploración acaba en el desierto,
todo se inicia cuando no queda follaje,
ni vuelo de ave, ni panes,
en el más crudo invierno,
en la más cerrada castidad,
en las ruedas hundidas en el barro,
en el desmayo de la invención,
en el fracaso del cálculo,
en la ceguera, en el exilio,
cuando sólo nos miran los animales, las estrellas.
La competición (cuento)
Autor: Miguel Ángel Fraga. Escritor cubano, reside en Suecia.
Se presenta el tercer concursante tan diestro como los anteriores que ya han sido retirados del área en discretas parihuelas. El nuevo deportista asegura que superará a sus rivales. Ciertamente deberá superarlos porque esta es su única oportunidad. El público frenético no cabe de regocijo. Desde lo alto del trampolín, a una altura exacta de treinta metros, el hombre se frota las manos, hace movimientos giratorios del tronco a ambos lados, atrás y al frente; comprueba su elasticidad, sus óptimas condiciones. Listo para saltar saluda a la concurrencia. Ovación generalizada. Un enfoque panorámico permite ofrecer un aproximado de doce mil espectadores. Camarógrafos, fotógrafos y reporteros toman las incidencias del espectáculo para más tarde ofrecer testimonios de primera mano. Válida la afirmación: es un gran día. El auditorio no quiere perder nada relacionado con el salto que promete ser espeluznante. Pendientes de las evoluciones del concursante han quedado en una sola pieza (puede escucharse el zumbido de los insectos.) El aliento ha sido contenido. El pequeño bebé de siete meses que una madre carga concentra su atención en el hombre parado en puntas de pies que poco a poco va tomando impulso hasta elevarse en el aire a unos cuatro metros y medio por encima del trampolín. ¡Magnífico! En verdad nadie ha logrado este alcance. Comienzan las piruetas, el alarde de las habilidades aprendidas durante años para demostrarlas de una sola vez en esta gran fiesta del deporte. Dos volteretas, tres, cuatro volteretas y una quinta para iniciar el descenso en forma de tornillo. Imposible contar los giros con nuestra minusválida vista. Nadie puede pestañear o se perderá el final, el gran final, el instante definitivo. Viene de cabeza, trata de dominar el reflejo incondicionado de anteponer sus manos para amortiguar el golpe. Por eso las coloca, apretándolas con resistencia, a ambos lados de su cuerpo. El cráneo es lo primero que impacta sobre la superficie pulida de granito. Exclamación ampliada, ayes, contorsiones, desmayos, alaridos, música rock. El cuerpo ha caído a un metro del círculo rojo de veinte centímetros de diámetro. Qué pena, no hizo diana pese a que la trayectoria del salto ha sido la mejor hasta el momento. Pocos han saltado como este hombre. El personal auxiliar se aproxima raudo para retirar los desperdicios y limpiar el piso con los trapeadores.
Ya está preparándose el siguiente competidor. Este sí ha jurado dar en el blanco y el público lo recibe con entusiasmo.
Los ratones poniendo el cascabel al gato (fábula)
Autor: Esopo el fabulista
Un hábil gato hacía tal matanza de ratones, que apenas veía uno, era cena servida. Los pocos que quedaban, sin valor para salir de su agujero, se conformaban con su hambre. Para ellos, ese no era un gato, era un diablo carnicero. Una noche en que el gato partió a los tejados en busca de su amor, los ratones hicieron una junta sobre su problema más urgente.
Desde el principio, el ratón más anciano, sabio y prudente, sostuvo que de alguna manera, tarde o temprano, había que idear un medio de modo que siempre avisara la presencia del gato y pudieran ellos esconderse a tiempo. Efectivamente, ese era el remedio y no había otro. Todos fueron de la misma opinión, y nada les pareció más indicado.
Uno de los asistentes propuso ponerle un cascabel al cuello del gato, lo que les entusiasmó muchísimo y decían sería una excelente solución. Sólo se presentó una dificultad: quién le ponía el cascabel al gato.
-- ¡Yo no, no soy tonto, no voy!
-- ¡Ah, yo no sé cómo hacerlo!
En fin, terminó la reunión sin adoptar ningún acuerdo.
Moraleja
Nunca busques soluciones imposibles de realizar
Aún no he besado tus labios (poesía)
Autor: Julio Rodríguez Santana
Aún no he podido conocer
el sabor a sensualidad de tus labios
puedo imaginarlo,
recrearme en ese deseo infinito
de dibujar el deseo en un simple
roce, en un toque de dos imágenes
que ardientes se enfrentan cada noche
en conversaciones irrepetibles
Aún no he llegado a tus labios
y he perdido ese fragmento de mi alma
que me protege del amor imprevisto
has entrado en mi ciudad favorita
y convertido mis calles
en bulliciosas fiestas con tu presencia
y no puedo hacer nada
no quiero impedirlo
porque estás escribiendo
tu nombre en cada pared
que encuentras
dejando caricias escondidas
para que yo las encuentre
mientras voy detrás
de tu aliento.
Aún no he llegado a tus labios
y ya no siento ese temor
que provoca con su presencia
las nuevas canciones
porque eres ese beso estrellado
que no necesito imaginarme
para entender sus palabras
para disfrutar de su abrazo
más cotidiano
Aún no he llegado a tus labios
y ya esta tatuado tu corazón
en las paredes más íntimas
de mi corazón
Aún no he podido conocer
el sabor a sensualidad de tus labios
puedo imaginarlo,
recrearme en ese deseo infinito
de dibujar el deseo en un simple
roce, en un toque de dos imágenes
que ardientes se enfrentan cada noche
en conversaciones irrepetibles
Aún no he llegado a tus labios
y he perdido ese fragmento de mi alma
que me protege del amor imprevisto
has entrado en mi ciudad favorita
y convertido mis calles
en bulliciosas fiestas con tu presencia
y no puedo hacer nada
no quiero impedirlo
porque estás escribiendo
tu nombre en cada pared
que encuentras
dejando caricias escondidas
para que yo las encuentre
mientras voy detrás
de tu aliento.
Aún no he llegado a tus labios
y ya no siento ese temor
que provoca con su presencia
las nuevas canciones
porque eres ese beso estrellado
que no necesito imaginarme
para entender sus palabras
para disfrutar de su abrazo
más cotidiano
Aún no he llegado a tus labios
y ya esta tatuado tu corazón
en las paredes más íntimas
de mi corazón
Sin argumentos (prosa poética)
Autor: Tony Pichs
Ahora no argumento nada, dejo que los ríos corran.
No hago bautismos, pues sólo vienen a mentirle al evangelio y a recibir pascuas, no quiero argumentos inútiles que malgasten la Fe y las palabras.
Por mas que se ultraje la verdad que hoy se calla, la ignorancia caerá por si sola, pues acabada quedará satisfecha aun cuando la vida no paga.
Sólo entiendo, mas no siento, porque yo, el que desde aquí quisiera echar un no a los sentidos y limpiar con el olvido, la desdicha se conforma con el orden natural que tiene la naturaleza, donde algunos son y otros parecen, consolando el eco de mi corazón para otros seguir pisoteando la infamia.
Los humildes, pedimos amor, fineza,o voluntad, cariño, deseo y lealtad.
Nada temo ya, nada espero ya, recibí un breve aplauso a tanta gloria cuando nací.
Vinculando a mis aciertos y llevándolos a un gran paseo, logré sobrevivir a tanto incierto, sin argumentos, con discursos, con caricias, con respeto y con la devoción que traía mi obra.
Una acción que es sólo mía, y a mi únicamente me concierne, pues soy yo, el que altamente brilla cuando la futura esperanza esta presente.
Disfrutar'e hoy de los cantares pues servidumbre hay y mucha, entender mis prisiones internas mientras que la verdad declara es ya mucho pedir.
No hay argumentos añadidos, es la razón que falta, enterraré mis mayores palabras junto al silencio que lleva mis memorias y mis penas a la playa donde mi infancia creci'o y fui feliz sin nada.
Ahora no argumento nada, dejo que los ríos corran.
No hago bautismos, pues sólo vienen a mentirle al evangelio y a recibir pascuas, no quiero argumentos inútiles que malgasten la Fe y las palabras.
Por mas que se ultraje la verdad que hoy se calla, la ignorancia caerá por si sola, pues acabada quedará satisfecha aun cuando la vida no paga.
Sólo entiendo, mas no siento, porque yo, el que desde aquí quisiera echar un no a los sentidos y limpiar con el olvido, la desdicha se conforma con el orden natural que tiene la naturaleza, donde algunos son y otros parecen, consolando el eco de mi corazón para otros seguir pisoteando la infamia.
Los humildes, pedimos amor, fineza,o voluntad, cariño, deseo y lealtad.
Nada temo ya, nada espero ya, recibí un breve aplauso a tanta gloria cuando nací.
Vinculando a mis aciertos y llevándolos a un gran paseo, logré sobrevivir a tanto incierto, sin argumentos, con discursos, con caricias, con respeto y con la devoción que traía mi obra.
Una acción que es sólo mía, y a mi únicamente me concierne, pues soy yo, el que altamente brilla cuando la futura esperanza esta presente.
Disfrutar'e hoy de los cantares pues servidumbre hay y mucha, entender mis prisiones internas mientras que la verdad declara es ya mucho pedir.
No hay argumentos añadidos, es la razón que falta, enterraré mis mayores palabras junto al silencio que lleva mis memorias y mis penas a la playa donde mi infancia creci'o y fui feliz sin nada.
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