"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


5 de noviembre de 2017

Paradiso, según el lente de Julio Cortázar

De izq. a der.: Julio Cortázar y José Lezama Lima, La Habana 1967


Leonardo Venta

            Paradiso fue la única novela publicada en vida por José Lezama Lima. El personaje José Cemí –si no es el protagonista, algo que el propio Lezama niega– sostiene la trama hacia su iniciación como poeta, en un viaje en que lo real y lo imaginario atraviesan eruditos corredores narrativos dentro del campo de la imagen.
            El calificativo hermético es quizá el más transitado por los críticos de esta novela, avenido a una complejidad marcada por un recorrido entre las sombras hasta alcanzar la luminosidad. A Lezama le desagradaba que lo tildaran de oscuro. En el texto Ensayos barrocos. Imagen y figuras en América Latina, el etrusco habanero afirma: "No empezar con la tontería de lo que se comprende y lo que no se asimila, con la vieja monserga arrinconada de lo oscuro y lo claro, con el imperativo tema de lo fácil y lo difícil. Pues es más fácil que el campesino saludable comprenda lo oscuro creador, que el bachillerismo internacional, creador de toda esa tópica infernal, comprenda lo que es germinativo en el momento justo".
             La publicación, en 1966, de Paradiso desató polémicas entre sus defensores y detractores. La recepción negativa vino de parte de ciertos elementos de la intelectualidad cubana, con estampada tendencia homofóbica, los cuales la imputaron de pornográfica e incompatible con la moral revolucionaria. De esa forma provocaron su desaparición de las librerías. En una misiva a su hermana Eloísa, Lezama comenta: “La forma en que ha sido combatida mi novela y, por otra parte, los elogios que ha despertado, me hacen pensar que todavía vivo”.
            Entre los partidarios de la novela, en el ámbito internacional, descuellan Julio Cortázar, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa; mientras en el temprano espacio cubano, el mismo año de su publicación, cabe mencionar a Salvador Bueno. “Te envío un artículo de Salvador Bueno sobre Paradiso –le comenta a su hermana Eloísa–. Es oportuno porque cierto público mojigato se sintió alarmado por ciertos temas que se tratan en el capítulo VIII. Las cosas que sucedían en las escuelas, el despertar del sexo. Las relaciones amistosas llenas de extrañeza y de misterio”.
            El apoyo de Cortázar a esta obra de Lezama es sumamente valioso, por ser el primero en exponerla favorablemente a la luz internacional, por el prestigio mundial que ya tenía el autor de Rayuela cuando equipara la grandeza literaria del escritor habanero con la de Jorge Luis Borges y Octavio Paz en el ensayo “Para llegar a Lezama Lima”. Cortázar asegura que Paradiso “en sus instantes más altos, es una ceremonia, algo que preexiste a toda lectura con fines y modos literarios”. Asimismo, insiste en la existencia de cierta singularidad inocente en el autor cubano, mientras establece diferencias cardinales entre el estilo lezamesco y el carpenteriano.
            “(…) en el caso especialísimo de Lezama [el barroquismo] se tiñe de un aura para la que sólo encuentro esa palabra aproximadora: ingenuidad. Una ingenuidad americana, insular en sentido directo y lato, una inocencia americana (...) Lezama en su isla amanece con una alegría de preadamita sin corbata de pájaro, y no se siente culpable de ninguna tradición directa. Las asume todas, desde los hígados etruscos, hasta Leopold Bloom”, asevera Cortázar en el antedicho texto.
            Al comparar a Lezama con Carpentier, Cortázar apunta: “Qué admirable cosa es que Cuba nos haya dado al mismo tiempo a dos grandes escritores que defienden lo barroco como cifra y signo vital de Latinoamérica, y que tanta sea su riqueza que Alejo Carpentier y José Lezama Lima puedan ser los dos polos de esa visión y manifestación de lo barroco, Carpentier el impecable novelista de técnica y lucidez europeas, autor de productos literarios a salvo de toda inocencia, hacedor de libros para leer, de productos refinadamente instrumentados para la aprehensión de ese especialista occidental que es el consumidor de novelas; y Lezama Lima, intercesor de oscuras operaciones de ese espíritu que antecede al intelecto, de esas zonas que gozan sin comprender, del tacto que oye, del labio que ve, de la piel que sabe de las flautas a la hora pánica y del terror en las encrucijadas con luna llena”.
            El viajero inmóvil, ante la aparición del oportuno ensayo a favor de su novela, no puede ocultar su jubilosa gratitud al autor en una misiva dirigida a su hermana Eloísa: “(…) ha sido un gran amigo mío y de mi obra. Ha mostrado por ésta una curiosidad, una comprensión verdaderamente excepcionales. El ensayo es, sin duda alguna, notable y revela una gran intuición de lo que yo he hecho. Llega con una gran oportunidad, pues Cortázar es hoy en día, uno de los mejores escritores americanos. Es muy leído por un público inteligente. Figúrate, aquí el Paradiso cayó como un batacazo, pues yo creo que no había la menor adecuación para recibir una obra de esa envergadura, modestia aparte. Y de pronto, el gran ensayo de Cortázar ha sido como un rayo que ha aclarado la visión de algunos y puesto furiosos a los más recalcitrantes envidiosos”.
            Sobre los personajes de la gran novela de Lezama Lima, anota Cortázar: "(...) están vistos en esencia mucho más que en presencia, son arquetipos antes que tipos. La primera consecuencia (que desencadena no pocas reacciones irónicas) es que mientras la novela cuenta la historia de algunas familias cubanas a fines del siglo pasado y principios del actual, con los más prolijos detalles de época, geografía mobiliario, gastronomía e indumentaria, los personajes en sí mismos parecen moverse en un continuo absoluto, ajenos a toda historicidad, entendiéndose entre ellos por encima del lector y de las circunstancias inmediatas del relato, con un lenguaje que es siempre el mismo lenguaje y que toda referencia a la verosimilitud psicológica y cultural vuelve inmediatamente inconcebible”.
            Luego, Cortázar sintetiza admirablemente con una pregunta, que se responde a sí misma, el rol supremo de la imagen en la poética lezamesca, que muy bien justifica el lenguaje afín de los personajes en Paradiso, en plena oposición a los roles tradicionales de la novelística, en que cada cual debe expresarse según su condición, el contexto en que se desenvuelve y el carácter de los interlocutores: "¿Por qué no ha de aceptar que los personajes de Paradiso hablen siempre desde la imagen, puesto que Lezama los proyecta a partir de un sistema poético que ha explicado en múltiples textos y que tiene su clave en la potencia de la imagen como secreción suprema del espíritu humano en busca de la realidad del mundo invisible?".
            Afirmamos, valiéndonos del texto cortasiano, que “leer a Lezama, es una de las tareas más arduas y con frecuencia más irritantes que puedan darse”, al mismo tiempo que agregamos, volviendo a citar al autor de Bestuario, que Paradiso “no es un libro para leer como se leen los libros, es un objeto con anverso y reverso, peso y densidad, olor y gusto, un centro de vibración que no se deja alcanzar en su coto más entrañable si no se va a él con algo que participe del tacto, que busque el ingreso por ósmosis y magia simpática”.

Arquetipos femeninos en Primero Sueño

"Ganimedes con el águila de Zeus" (1817), obra del escultor neoclásico Bertel Thorvaldsen, Museo Thorvaldsen, Copenhague
Por Leonardo Venta

            Son numerosos los ejemplos en la obra de Sor Juana Inés de la Cruz que reflejan su preocupación por el tema de la mujer y su derecho al conocimiento en una sociedad patriarcal. El uso de las figuras mitológicas femeninas en su obra magna Primero Sueño (1692), una soberbia y singular silva de 975 versos, condiciona en parte su necesidad de afirmarse como mujer e intelectual en la entidad político-administrativa del Virreinato de Nueva España.
            El amanecer en los últimos versos del poema –en cuya atmósfera el alma se desprende del cuerpo para realizar un viaje asombroso hacia la cúspide del conocimiento– es anunciado por Venus y Aurora en un combate donde el día se establece y hace huir a las sombras de la noche: “Pero de Venus, antes, el hermoso / apacible lucero / rompió el albor primero, / y del viejo Tithón la bella esposa / –amazona de luces mil vestida, / contra la noche armada / hermosa si atrevida / valiente aunque llorosa–, / su frente mostró hermosa / de matutinas luces coronadas (...)”. 
                                          
" Nascita di Venere (El nacimiento de Venus)", obra de Sandro Botticelli, 1445-1510, Galería Uffizi, Florencia, Italia
            Venus, mujer de Vulcano, dios de la forja de los metales, es originalmente en la mitología romana diosa de los jardines y de los campos, pero después es identificada con Afrodita, la deidad griega del amor y la belleza. Por su parte, Aurora, equivalente a la griega Eos, es la diosa del alba y la bella esposa del veterano Titón, la cual aparece armada como una amazona vestida de mil luces en confrontación contra  la noche.
            Es sugestivo cómo la ya fallecida hispanista estadounidense de origen cubano Georgina Sabat de Rivers, en su análisis feminista del poema, propone que son figuras femeninas, como Venus y Aurora, las que exceden a las masculinas al final del poema, fundamentando su argumento en el hecho de que el hablante lírico al referirse al sol no lo identifica con nombre mitológico alguno, como bien pudiera haberlo llamado Febo o Apolo: “Llegó en efecto el sol cerrando el giro”.  Sin embargo, las figuras femeninas, como hemos observado, sí son aludidas mediante sus nombres y carácter mitológico de deidades.
                               
"Apolo y Aurora", de Gérard de Lairesse (1671)
               En la prosificación del poema que aparece en el Vol. 1 de las Obras Completas editadas por Alfonso Méndez Plancarte y Alberto G. Salceda (1951-56), en lo que hoy sigue siendo la versión más completa y autorizada de la que se dispone, leemos: "Antes, empero, la hermosa y apacible estrella de Venus –el Lucero matutino–  rompió en su primer albor; y la Aurora, la bella esposa de Thitón –tal como una Amazona vestida de mil luces, armada en guerra contra la Noche, y a un mismo tiempo hermosa y atrevida, y valiente aunque llorosa (por su rocío) –, mostró su gallarda frente, coronada de fulgores matutinos; tierno preludio, pero ya animoso, del llamante Planeta (el Sol), que venía reclutando sus tropas de bisoñas, (o nuevas) vislumbres, y reservando a la retaguardia otras luces más veteranas y fuertes, para lanzarse ya al asalto contra la Noche, que –Tirana usurpadora del imperio del Día– ostentaba por corona el negro laurel de miles de sombras, y con nocturno cetro pavoroso regía las tinieblas, que aun a ella propia le infundían terror".

Estatua de Júpiter en la que aparece con algunos de sus atributos:
el cetro, el orbe con la Victoria y el águila a sus pies
            Júpiter, a quien Sor Juana llama el “temido Tonante”, posee innumerables atributos: dios del trueno y del rayo, del tiempo atmosférico y de la luz matinal. Es una deidad eminentemente belicosa. Sin embargo, la imagen perifrástica del águila: “De Júpiter el ave generosa”, es más significativa dentro del poema por su rango alegórico que el dios en sí. 
            El águila sugiere el lado bienhechor y magnánimo del dios guerrero, pero su gran implicación tropológica es la de resaltar ciertas ideas que el yo poético está interesado en sugerir, tales como la naturaleza firme y afanosa del ave, la cual no se rinde al descanso, que considera un vicio: “De Júpiter el ave generosa / –como al fin Reina–,  por no darse entera / al descanso, que vicio considera”.  El águila simboliza, igualmente, la idea de elevación y osadía. El hablante lírico sugiere por mediación de esta ave majestuosa el movimiento ascendente del alma hacia el conocimiento.
            Minerva es otra figura que indica poder en el poema. Es la diosa intelectual por antonomasia, y según Luis Harss en su texto Sor Juana's Dream, esa característica la convierte en la figura preferida por la poetisa. La diosa griega Atenea, de quien Minerva es su equivalente para los romanos, es representada con atributos masculinos. Atenea salió ya adulta de la frente del dios Zeus, revestida de armas guerreras y blandiendo la lanza, mientras la cruel y belicosa Minerva era la patrona de los guerreros, la defensora del hogar y del Estado. 
                                                 
Construida en el 1929 por el escultor italiano Angelo Zanelli, con 14.6 metros desde los pies hasta la punta de la lanza, siendo la tercera estatua mayor del mundo que se encuentra bajo techo, la estatua de la deidad griega Palas, o Atenea, se exhibe debajo de la cúpula del Capitolio de La Habana
            Ya en el Neptuno Alegórico el yo poético le rinde tributo a esta deidad femenina, superponiéndola al dios griego de los mares, quien cae rendido ante su sabiduría. Este tratamiento infiere la idea de que el poder, tradicionalmente simbolizado por Neptuno, pudiera muy bien relacionarse con la sapiencia femenina. En Primero Sueño contrastan, sin siempre oponerse, el sentido de oscuridad (que es el hábitat de las aves nocturnas) con el de la luz, aludido por Minerva, fuente del saber más elevado y puro. Harss, en sus anotaciones sobre el Sueño, señala que la contraposición existente entre Minerva, que habita en la luz, y su sierva Nictimene, que opera en el mundo de las sombras, hace más punzante y rico el contraste entre las figuras poéticas.
             
Estatua romana de la diosa Luna (Selena), reina del cielo de la noche
              Por su parte, Diana, la primera figura mitológica mencionada en el poema, es presentada mediante la perífrasis, “la Diosa / que tres veces hermosa / con tres hermosos rostros ser ostenta”, refiriéndose a sus tres rostros o fases, que a su vez coinciden con los de la luna. Harss puntualiza con respecto a dicha apariencia ternaria: “En la mitología clásica la luna es referida por su triple identidad: Luna (Selena), reina del cielo de la noche;  Diana (Artemis), diosa de la tierra; y Proserpina, la esposa cautiva de Plutón, diosa del mundo subterráneo”. En su fase de Luna se orienta como la dimensión cósmica más alta de la noche, a donde la Sombra, que es significada como un auténtico ser, no puede llegar: “(...) al superior convexo aun no llegaba / del orbe de la diosa”, leemos en nuestro poema.
                                       
"Alfeo y Aretusa" (1568–70), obra del escultor florentino Battista di Domenico Lorenzi
     
                Aunque el personaje de Faetón es considerado tradicionalmente como el más apropiado distintivo del alma en el Sueño, Aretusa, mediante su viaje intrépido en busca de la luz, ofrece una imagen más esperanzadora de las batallas en que se enfrasca el alma para alcanzar sus más ambiciosas metas. A diferencia de Faetón e Ícaro, Aretusa emerge victoriosa de su aventura. Todo ser humano, según la metafísica aristotélica, siente una atracción innata hacia el saber. Aretusa sugiere esta motivación natural mediante su pujante instinto de resistencia. Es, al mismo tiempo, un personaje que significa ayuda: revela a Ceres el paradero de su hija, aun encontrándose en la oscuridad avasalladora del Hades. 
            Al igual que Aretusa, Sor Juana tuvo que lidiar con la lobreguez de una sociedad hostil que rechazaba su condición de mestiza y mujer, así como su inclinación hacia el saber. Pero, incluso Sor Juana, entre las sombras de su claustro jerónimo; y Aretusa, en su agitada empresa subterránea, comparten la capacidad de adquirir e impartir información: conocimiento. Son mensajeras victoriosas del saber adquirido en medio de la oscuridad.

En el 107 aniversario del natalicio de Miguel Hernández

Además de la reconocida poesía hernandiana, esta nueva publicación contiene,
entre otros componentes, su menos conocida dramaturgia 
Por Leonardo Venta


            Difícil es encontrar un escritor que, a pesar de los 75 años transcurridos desde su desaparición física, se mantenga vigente en el gusto de los amantes de la virtud y la sensibilidad en la buena literatura. Una prueba fehaciente de ello es el considerable número de actividades que, en reconocimiento al 107 aniversario del natalicio de Miguel Hernández (30 de octubre de 1910), se celebran en toda la geografía española y en diversos rincones del mundo.  
            Como muestra de estos homenajes, el pasado 31 de octubre, en la sede del Instituto Cervantes en Madrid, se presentó el libro editado por el investigador y catedrático Jesucristo Riquelme, que lleva como título La obra completa de Miguel Hernández, un volumen de 1899 páginas, algunas de ellas ilustradas, con 30 textos inéditos y 3 mil modificaciones a la obra completa anterior, de Espasa Calpe, compilada en 1992 por Carmen Alemany, Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira.
            Esta nueva publicación, bajo el sello de la editorial Edaf, incluye un estudio preliminar de la vida y obra del poeta de Orihuela, así como una revisión crítica, con notas y comentarios de los géneros que recoge, desde su poemario hasta dos cuentos infantiles inéditos, biografías de toreros (de sus años como redactor de El Cossío), teatro, prosa y crónicas periodísticas.
            El autor de El rayo que no cesa, para la crítica su obra más lograda, falleció, con tan sólo 31 años de edad, hace más de siete décadas, en una prisión de Alicante, entre hemorragias y dolores ocasionados por una infección de tifus complicada con tuberculosis pulmonar aguda.
            En una época en que sobresalía el filosofismo de la Generación del 27 y la renovación culta de Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora, el juglar pastor atavió la lírica castellana con el sencillo y admirable atuendo de un campesino que además de apacentar ovejas sabía articular admirablemente los más íntimos clamores del alma.
            Su obra, abierta, original y conmovedora, está escrita en versos pulcros y musicales. Su gran valor ante el sufrimiento marca una pauta en la expresión más genuina de la postguerra. Su primer libro, Perito en lunas, refleja el trabajo autodidacta del aldeano enamorado de los versos de Góngora. En 1936, cuando se aleja de los moldes expresivos gongorinos para asentarse en una cosmovisión libre de la estética burguesa, sentimos al poeta que ya ha encontrado su tono inconfundible.
            El comienzo de la Guerra Civil española adentra a Miguel Hernández en un piélago de calamidades, en el que se contempla a sí mismo “sentado sobre los muertos, ruiseñor de las desdichas, eco de la mala suerte”.
            Dentro de lo que el poeta llamó “poesía de guerra”, están incluidos sus poemarios Viento del pueblo (1937) y El hombre asecha (1939), libros que ya muestran al escritor comprometido. En 1937, ya involucrado en la Guerra Civil como voluntario en el 5.º Regimiento del movimiento de izquierda antifascista, Hernández logra escapar fugazmente a Orihuela para casarse con la andaluza Josefina Manresa con la que mantenía relaciones desde 1934.
            De esta unión nacieron dos hijos, Manuel Ramón, en marzo de 1937, que muere a los pocos meses de nacer y a quien están dedicados los siguientes versos: “Hijo del alba eres, hijo del mediodía. / Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas, / mientras tu madre y yo vamos a la agonía, / dormidos y despiertos con el amor a cuestas”. A su segundo hijo, Manuel Miguel, nacido en enero de 1939, le escribe “Nana de las cebollas”, la tristeza más enternecedora jamás modulada en una canción de cuna.  
            En “Nana de las cebollas” hallamos un retorno a los procedimientos de la poesía popular de tipo tradicional, en forma de seguidilla. La historia detrás de este poema es simplemente emotiva. Con la victoria del bando nacional, Hernández es condenado a muerte, pena que fue reducida posteriormente a 30 años de prisión. Preso, recibe una carta de su esposa en la que le comunica que por muchos días no hay otra cosa que comer que cebolla. El poeta le responde en misiva fechada el 12 de septiembre de 1939: “Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche”.
           Con la licencia de mis estimados lectores, reproduzco algunos versos de esta sublime composición: “En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba (…) Una mujer morena / resuelta en lunas / se derrama hilo a hilo / sobre la cuna. / Ríete niño / que te traigo la luna / cuando es preciso. // Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca. / Boca que vuela, / corazón que en tus labios / relampaguea”. Es tu risa la espada / más victoriosa, / vencedor de las flores / y las alondras. / Rival del sol. / Porvenir de mis huesos / y de mi amor (...)”.