Autora: Juliana López Janeiro
Cuando conocì a Silvia, entiendase la primera vez que nos vimos, ni siquiera reparè en ella. Una vez fijada mi atenciòn. Un efluvio desconocido me arrastraba hacia su persona como el magnetismo atrae los metales al imàn.
¿Què era aquello? Por què esa necesidad de comuniones y aunque tardè tiempo en responderme, finalmente hallè la respuesta. Yo era Silvia, o mejor dicho Silvia era mi yo, partìcula escapada de mi alma.
Silvia era la dulzura personificada, paz, equilibrio, yo era esos conceptos sin el contenido. A los ojos de todos era lo mismo que ella. Solo que no se percataban de que soy un fruto tentador de alta peligrosidad. Era lo externo, lo comestible, lo fàcil de vender, en resumen, una càscada intacta a la que le han roìdo el interior. Muchos se acercaron a mi atraìdos por la apariencia, buscando lo que no tenìa y yo me acercaba a Silvia buscando desesperadamente lo que otros buscaban en mì y ella desbordaba, despilfarradora, por todos sus poros.
Dios y filosofìas extrañas contribuyeron a acercarnos, a comprender mejor que tenìamos cosas en comùn y la fusiòn para una nueva amistad ofrecìa solidèz de base para su realizaciòn.
Yo atravesaba una de mis crisis depresivas; en pocos dìas comencè a nutrirme de una vitalicia fuerza renovante. Silvia me abrìa las compuertas del paraìso de su alma para que yo bebiera, para que cobrara confianza y recopilara las fuerzas perdidas en la constante bùsqueda.
Muchas veces me reprochò el exceso de pensamientos, los creìa una limitante a mi desarrollo como ser viviente; como mortal que debe vivir el corto momento que los dioses nos predestinan con la vida. Pero a mì me interesaba màs el encuentro conmigo misma; ir al rescate de lo perdido, de todo aquello que me lleva al fondo y no encontraba còmo tornar a la superficie. No parecìa importarme que ese viaje al interior de mi alma me tomara toda la vida, que comsumiera el tiempo en contemplarme y ya luego para vivir socialmente, amar, crear, tener mi propia descendencia. Desafortunadamente nacì pensadora y si en mi interior deseaba por todas las cosas amar y vivir a plenitud libremente, tenìa aùn màs urgencia de reconocerme, de orientarme, de recuperar lo extraviado; porque sin esto, mis sueños los encontraba remotamente inalcanzables.
Porque llena de descontento y frustraciòn no se puede vivir, porque despojada de toda bondad, en mi interior solo reinaba lo malo, la desconfianza, el recelo, el miedo constante a continuar siendo lacerada, y mirando a travès de un ente distorcionado, todo resulta demasiado sombrìo.
Se imponìa el muro; Silvia reìa cuando yo explicaba que entre el mundo y yo, Dios habìa levantado el muro; entre el muro y yo el susto y el hacinamiento de todas las adversidades pasadas, entre el muro y el mundo mi vida por lograr, deslindada de mì, completamente incomunicada de mi ser. Yo debìa derribar el muro, pero antes era imprescindible la transformaciòn de todo lo malo en bueno.
Silvia no creìa en varitas màgicas, sòlo en la capacidad humana de borrar con el olvido; de aprender a vivir con los decepcionados, yo estaba de acuerdo,pero me costaba un esfuerzo sobrehumano aprender a vivir con el pasado y aunque me proclamaba ante todo realista y objetiva debo asumir con valentìa que creìa en esa vara y en los consabidos milagros.
Silvia se convertìa, por elecciòn, en un bastòn que me ayudaba a apoyarme; pasaba a ser el psicofàrmaco que auyentaba mis crisis y disipaba temores; por lo que me creè cierta dependencia. Creìa fielmente en que era la clave para el encuentro con mi mundo interior. Solo tenìa que aprender de ella su capacidad de asimilar las derrotas, la alquimia necesaria para su trasmutaciòn en provecho. Provecho que aumenta su caudal de bondad porque viendo la vida de modo positivo se redondea la esfera del equilibrio que aprisiona lo bueno.
Todo era fàcil, solo debìa lograr la traslaciòn de esa partìcula de Silvia a mi persona. Desgraciadamente no resultò. Silvia no estaba dispuesta a despojarse de un solo tomo que pudiera descompletar una de sus molèculas, molèculas necesarias para la ecuaciòn de su equilibrio.
Ella ofrecìa otra variante, nada de traslaciones, tan sòlo la fusiòn de su ecuaciòn a la mìa, incorporarnos en un solo proceso donde ambas resultarìamos beneficiadas. Aportaba màs, entregaba todos los sentimientos que abarrotaban su corazòn, esta vez abierto al mundo. Libre la entrada en toda su extensiòn para que yo franqueara sus lìmites.
Silvia jugò tan limpio que el impacto de su sinceridad me dejò perpleja; desconcertada, tan desarmada como ella. No podia dar crèdito a lo que escuchaba porque no habìa sido mi objetivo semejante meta. Y es que en mi egoìsmo, en el absolutismo de mi propio problema la ignorè como ser, por mistificarla, no pude percibir que en su afàn de acoger o protegerme fue dejando mucho de sì misma, obviamente, no adivinè, que aquel halo de equilibrio tal vez fuera pura apariencia, apariencia que nada tiene que ver con su entereza para enfrentar adversidades.Mientras me ocupaba en llenarme de fuerzas no notè que se llenaba de esperanzas.
La confesiòn me dejò afàsica y mi miedo surgiò con nuevos matices de temblores ante esta persona que me inspiraba tanta confianza. En un momento volvì a quedarme desnuda, nuevamente en cero, me tornò al punto de partida. Con la cabeza baja; no sè si culpable por equivocarse o porque tal vez la halla decepcionado, escuchò mi respuesta, en mi torpeza le ofrecì mi amistad incondicional pero debiò resultar muy poco, porque con los dìas se fue escapando, aumentando la distancia.
Me duele este aislamiento, los ìndices que la separan con desprecio, y la sitùan del otro lado de la vida con falsos dogmatismos. Lamento encontrarme en ese banco de intolerantes, incapaz de comprender la naturaleza de su esencia.
Rezo todas las noches a la misma hora, en silencio, de vuelta obligada a la pared, sobre la cama y es que me apena que me vean rezar, a mì misma me cuesta convencerme es ocasiones de esta doctrina que abrazo a fragmentos, que se me vuelve añicos fragmentada por la flaqueza y la pèrdida de fè.
Còmo he de rogarte Dios, me cuestiono, y no hallo las palabras correctas para que recibas mi alma y entres en mì con la luz, me devuelvas el sosiego y termine este loco enfrentamiento. Necesito comprender mejor la cosas; ser justa a la hora de juzgar a mis semejantes.
Por momentos pienso que no he sido una de tus elegidas, que para vivir conforme a ti, a tu igual y semejanza hay que saber escoger la estrella.
Muchas veces te roguè para que pusieras en mi camino un hombre que me amara y a quien poder amar y que hallas ofrecido todo esto en la persona de Silvia ha sido la peor y màs terrible de tus bromas.
He de confesar que de no ser como soy habrìa aceptado el reto a la aventura. Pero hay normas que se llevan tatuadas en el alma, que existe en nuestro espìritu antes de que existamos y no se pueden violar porque serìa dejar de reconocernos.
Tal como Silvia lleva sus patrones, llevo los mìos por los siglos de los siglos y eso nada puede cambiarlo ni siquiera un boleto a la felicidad sin retorno que es la mayor tentaciòn que he tenido.
Estoy segura de que habrìa sido feliz de poder amarla, creànme, no miento, porque Silvia es todo lo que espero de un hombre.
Nota: tomado del Proyecto Cultural Banco de Ideas Z, La Habana, Cuba
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.