De búsquedas y colchones nuevos
Al abrir los ojos, los sueños escurren sus patitas en las pestañas que uno refriega (como mamá la ropa) solo para despertarse. Para pasar de lado y dejar allá tiburones sangrientos, helados descomunales o una sonrisa pícara. Sin embargo anoche. No pudo ser un sueño. Las veredas altas, los cambia vías, las autopistas enredadas. Caminé por la noche la Ciudad de Cortázar. La misma de Héléne y Juan. Buscándote, claro. Esos espacios solo se transitan por necesidad. Nadie se mete entre trenes, autopistas y edificios enormes abandonados solo por placer. Asomas el inconsciente y este decide dejarte en el patio de tu colegio o en la cama de alguien pero no te lleva a la Ciudad porque sí, porque es preciso, porque correspondía mientras vos tenias unas carpetas, un sol de otoño y esa puerta enorme que empieza a ceder para que detrás de ella aparezcan espacios abandonados, llenos de polvo y silencio. Avanzas con mucho miedo pero nada ocurre. Nada. Atravesando el edificio todo se explica. Las veredas altas, los trenes y su infierno de vías entrecruzadas.
Es el momento.
Acá es donde tengo que encontrarte para Encontrarte. Acá es donde vas a ser las alas de la mariposa, ese imprescindible que nos lleva tanto tiempo desarrollar. Tengo que encontrarte. Corro por los bares que se amontonan de empleados de oficina que me impiden hablar con los mozos, alguien que te haya visto. Acá tenes que estar, estoy segura. Se puede confluir, no puede ser imposible. No quiero a Héléne. Nunca la quise. Nunca quise la complejidad de buscar en esta madeja de trenes y despedidas.
La noche no es tan larga ni en los sueños. Me habrá ganado la tristeza de entender que ya no estabas. Que no estarás nunca en la Ciudad si yo aparezco. Despacio levanté el cuerpo con sus cuadernos, también pinceles y colores. Ilusa, con la carita triste arrastrando zapatillas y mocos. Regresando a casa. Las casas con sus puertas altas y sus veredas finitas comienzan a vomitar desde abajo. Mares de agua que fluyen hacia la calle profunda. Ya no importa. El amanecer apretara los dientes con su resignación. En alguna esquina llegará un colectivo que tarda muy poco. Subí y estaba por sacar el boleto cuando el chofer se incorporó para abrazarme y llorar conmigo.
"- No te preocupes. A veces pasa. Dejá el boleto. Pasá, piba"
Y desperté.
Al abrir los ojos, los sueños escurren sus patitas en las pestañas que uno refriega (como mamá la ropa) solo para despertarse. Para pasar de lado y dejar allá tiburones sangrientos, helados descomunales o una sonrisa pícara. Sin embargo anoche. No pudo ser un sueño. Las veredas altas, los cambia vías, las autopistas enredadas. Caminé por la noche la Ciudad de Cortázar. La misma de Héléne y Juan. Buscándote, claro. Esos espacios solo se transitan por necesidad. Nadie se mete entre trenes, autopistas y edificios enormes abandonados solo por placer. Asomas el inconsciente y este decide dejarte en el patio de tu colegio o en la cama de alguien pero no te lleva a la Ciudad porque sí, porque es preciso, porque correspondía mientras vos tenias unas carpetas, un sol de otoño y esa puerta enorme que empieza a ceder para que detrás de ella aparezcan espacios abandonados, llenos de polvo y silencio. Avanzas con mucho miedo pero nada ocurre. Nada. Atravesando el edificio todo se explica. Las veredas altas, los trenes y su infierno de vías entrecruzadas.
Es el momento.
Acá es donde tengo que encontrarte para Encontrarte. Acá es donde vas a ser las alas de la mariposa, ese imprescindible que nos lleva tanto tiempo desarrollar. Tengo que encontrarte. Corro por los bares que se amontonan de empleados de oficina que me impiden hablar con los mozos, alguien que te haya visto. Acá tenes que estar, estoy segura. Se puede confluir, no puede ser imposible. No quiero a Héléne. Nunca la quise. Nunca quise la complejidad de buscar en esta madeja de trenes y despedidas.
La noche no es tan larga ni en los sueños. Me habrá ganado la tristeza de entender que ya no estabas. Que no estarás nunca en la Ciudad si yo aparezco. Despacio levanté el cuerpo con sus cuadernos, también pinceles y colores. Ilusa, con la carita triste arrastrando zapatillas y mocos. Regresando a casa. Las casas con sus puertas altas y sus veredas finitas comienzan a vomitar desde abajo. Mares de agua que fluyen hacia la calle profunda. Ya no importa. El amanecer apretara los dientes con su resignación. En alguna esquina llegará un colectivo que tarda muy poco. Subí y estaba por sacar el boleto cuando el chofer se incorporó para abrazarme y llorar conmigo.
"- No te preocupes. A veces pasa. Dejá el boleto. Pasá, piba"
Y desperté.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.