El remisero y la dama
Después de ser madre nunca más recuperé mi cuerpo. Mis pequeños pantalones fueron para alguna amiga. Mi realidad me molestaba, pero no me esforzaba mucho para modificarla. Mi marido me ignoraba cada vez que podía. Tenía una amante, una nena vendedora en una tiendita cerca de su negocio. Preciosa. Fui a verla en cuanto lo supe, pero no pude decirle nada. Un nudo en la garganta me provocó su hermosura, su inescrupulosa juventud.
Tampoco le reclamé a él. Esperé a que la situación decantara. Una semana después, borracho, me confesó que no se iba por los chicos, que la rutina, que mi locura, que el hartazgo y sus ganas de vivir la vida antes que ya no pudiera. Tenía razón. Yo también estaba harta de él, de su mal humor, de su desprecio sexual constante.
Pero no íbamos a divorciarnos por los chicos. Había que aguantarse el perfume de la pendeja en la sábana por los chicos. Había que hacerse la boluda con la hora por los chicos. Y esos fines de semana de convenciones sobre el uso y abuso del dentífrico hechas en Mar del Plata, había que fumárselos por los chicos.
Alquilábamos un departamento en un segundo piso por escalera, hermoso para mi cuando iba al supermercado. Pero mirá que sos egoísta nena. El departamento es precioso, mirá estos ventanales. Sí, pero yo después los tengo que limpiar. Sos una hincha pelota. Alquilado, señor. Aquí le dejo la seña.
Así fue. Pero me acostumbré y era casi un ejercicio. Subir y bajar las escaleras para atender la puerta, comprar, ir por el diario.
Una noche de verano, tardísimo, me quedé en el comedor mirando la tele. O tal vez, esperando que él llegue. No lo sé.
Abrí las cortinas y las ventanas porque el calor era insoportable. Un motor gasolero interrumpió los diálogos de la película en su volumen tan bajo. Era mi vecino regresando del trabajo. Rápidamente metió el auto en el garaje y apagó el motor. Salió al jardín y me saludó con la cabeza. No me había dado cuenta que lo estaba mirando. Lo saludé y me cerré un poco la camisa. Él sonrió y se metió en su casa. Seguí mirando la película con una sensación extraña. Era bonito, un poco mayor que yo, casado, con hijos. Me reí con fuerza pensando cuán necesitada estaba de cariño que podía fantasear con una sonrisa. Sostuve el pensamiento y miré hacia su casa. Sobre su puerta se abría una pequeña ventana y detrás, una mano frotaba sin cesar algo que parecía un calzoncillo.
Me asusté y corrí a cerrar la puerta. Ese tipo estaba loco! Apagué la luz y abroché toda mi camisa. Era demasiado corta pero dejaba ver solo un poco la ropa interior. Estaba gorda, respiraba fuerte y sentía como la camisa me ceñía los pechos. Un botón salió disparado. Estaba asustada.
Despacio me fui acercando a la ventana. Él seguía allí. Podía distinguir su desnudez. Una porción de su torso se iluminaba con la luna. Su enorme erección tenía la bendición de la luz de calle.
Me quedé sin aire, él comenzó suavemente a masturbarse y abrió un poco más la ventana para que yo pudiera verlo. Con señas me hizo comprender que me desabrochase otro botón de la camisa. Lo hice. Bajé despacio el corpiño, sin llegar a los pezones. Su ritmo aumentaba. Abrió la puerta de su casa y se asomó al jardín, con el pantalón en los tobillos, se acomodó contra una pequeña pared que eventualmente lo cubría. Salí al balcón y desabroché despacio la camisa desde abajo. Eran las tres de la mañana. La calle estaba vacía. Mi mano buscó el elástico. Un perro cruzó de golpe y se quedó mirando. Tal vez por instinto. Una mujer con su mano sacudiéndose Un hombre con espasmos sobre unos jazmines. La mujer mirando asustada y tapándose pronto. Porque ahí estaba el ruido de la llave. Para que mierda me esperaste despierta. Salté encima de él e intenté besarlo. Me rechazó pero sintió mi cuerpo hirviendo, desesperado. Lo intenté nuevamente para demostrarle que no tenía pudor, ni escrúpulos, ni orgullo. Le bajé los pantalones y lo violé. Me rechazaba con palabras y haciendo fuerza para separarme las piernas. Me despreciaba Al fin logró quitarme y se puso de espaldas. Tuve mi orgasmo contra sus muslos, odiándolo, llorando su impiedad. Me separó bruscamente de él y se fue a dormir al comedor.
Me tomé una pastilla pero no hizo efecto.
O si.
Comprendí que él tenía razón.Ya no nos amábamos y teníamos derecho a vivir, y él estaba haciéndolo a costas mías Unas vacaciones de padre, no iban a hacerle mal. Tal vez la nena venía a ayudarlo y terminaban todos juntos jugando a la soga.
Lo sentí irse al trabajo. Desperté a los chicos y mientras los llevaba al colegio les dije que me iba de vacaciones. El mayor me miró y solo dijo, está perfecto. Ya fue demasiado.
Una valija chiquita, algún lugar dónde descansar de tanto menosprecio e indignidad. Bajé a tomar el colectivo y ahí estaba el remisero. Yéndose tarde a trabajar. Sonrió al verme pero dejó de hacerlo cuando vio la valija, Cruzó la calle para presentarse. Pablo. Soy Pablo. Te deseo hace muchísimo tiempo, y te escuche llorar muchas veces, yo quisiera... yo quisiera besarte. La mujer de Pablo salió a despedirlo. Claramente un conflicto vecinal, el señalamiento de los kiosqueros, Oh! Si! Los vio besándose!
Pronto llegó el colectivo y Pablo se cruzó de hombros, abrió la puerta de su auto y arrancó. Llegó hasta la parada y me abrió la puerta. Subí, princesa. Y subí.
Pero bajamos pronto, en el primer hotel alojamiento
Después de ser madre nunca más recuperé mi cuerpo. Mis pequeños pantalones fueron para alguna amiga. Mi realidad me molestaba, pero no me esforzaba mucho para modificarla. Mi marido me ignoraba cada vez que podía. Tenía una amante, una nena vendedora en una tiendita cerca de su negocio. Preciosa. Fui a verla en cuanto lo supe, pero no pude decirle nada. Un nudo en la garganta me provocó su hermosura, su inescrupulosa juventud.
Tampoco le reclamé a él. Esperé a que la situación decantara. Una semana después, borracho, me confesó que no se iba por los chicos, que la rutina, que mi locura, que el hartazgo y sus ganas de vivir la vida antes que ya no pudiera. Tenía razón. Yo también estaba harta de él, de su mal humor, de su desprecio sexual constante.
Pero no íbamos a divorciarnos por los chicos. Había que aguantarse el perfume de la pendeja en la sábana por los chicos. Había que hacerse la boluda con la hora por los chicos. Y esos fines de semana de convenciones sobre el uso y abuso del dentífrico hechas en Mar del Plata, había que fumárselos por los chicos.
Alquilábamos un departamento en un segundo piso por escalera, hermoso para mi cuando iba al supermercado. Pero mirá que sos egoísta nena. El departamento es precioso, mirá estos ventanales. Sí, pero yo después los tengo que limpiar. Sos una hincha pelota. Alquilado, señor. Aquí le dejo la seña.
Así fue. Pero me acostumbré y era casi un ejercicio. Subir y bajar las escaleras para atender la puerta, comprar, ir por el diario.
Una noche de verano, tardísimo, me quedé en el comedor mirando la tele. O tal vez, esperando que él llegue. No lo sé.
Abrí las cortinas y las ventanas porque el calor era insoportable. Un motor gasolero interrumpió los diálogos de la película en su volumen tan bajo. Era mi vecino regresando del trabajo. Rápidamente metió el auto en el garaje y apagó el motor. Salió al jardín y me saludó con la cabeza. No me había dado cuenta que lo estaba mirando. Lo saludé y me cerré un poco la camisa. Él sonrió y se metió en su casa. Seguí mirando la película con una sensación extraña. Era bonito, un poco mayor que yo, casado, con hijos. Me reí con fuerza pensando cuán necesitada estaba de cariño que podía fantasear con una sonrisa. Sostuve el pensamiento y miré hacia su casa. Sobre su puerta se abría una pequeña ventana y detrás, una mano frotaba sin cesar algo que parecía un calzoncillo.
Me asusté y corrí a cerrar la puerta. Ese tipo estaba loco! Apagué la luz y abroché toda mi camisa. Era demasiado corta pero dejaba ver solo un poco la ropa interior. Estaba gorda, respiraba fuerte y sentía como la camisa me ceñía los pechos. Un botón salió disparado. Estaba asustada.
Despacio me fui acercando a la ventana. Él seguía allí. Podía distinguir su desnudez. Una porción de su torso se iluminaba con la luna. Su enorme erección tenía la bendición de la luz de calle.
Me quedé sin aire, él comenzó suavemente a masturbarse y abrió un poco más la ventana para que yo pudiera verlo. Con señas me hizo comprender que me desabrochase otro botón de la camisa. Lo hice. Bajé despacio el corpiño, sin llegar a los pezones. Su ritmo aumentaba. Abrió la puerta de su casa y se asomó al jardín, con el pantalón en los tobillos, se acomodó contra una pequeña pared que eventualmente lo cubría. Salí al balcón y desabroché despacio la camisa desde abajo. Eran las tres de la mañana. La calle estaba vacía. Mi mano buscó el elástico. Un perro cruzó de golpe y se quedó mirando. Tal vez por instinto. Una mujer con su mano sacudiéndose Un hombre con espasmos sobre unos jazmines. La mujer mirando asustada y tapándose pronto. Porque ahí estaba el ruido de la llave. Para que mierda me esperaste despierta. Salté encima de él e intenté besarlo. Me rechazó pero sintió mi cuerpo hirviendo, desesperado. Lo intenté nuevamente para demostrarle que no tenía pudor, ni escrúpulos, ni orgullo. Le bajé los pantalones y lo violé. Me rechazaba con palabras y haciendo fuerza para separarme las piernas. Me despreciaba Al fin logró quitarme y se puso de espaldas. Tuve mi orgasmo contra sus muslos, odiándolo, llorando su impiedad. Me separó bruscamente de él y se fue a dormir al comedor.
Me tomé una pastilla pero no hizo efecto.
O si.
Comprendí que él tenía razón.Ya no nos amábamos y teníamos derecho a vivir, y él estaba haciéndolo a costas mías Unas vacaciones de padre, no iban a hacerle mal. Tal vez la nena venía a ayudarlo y terminaban todos juntos jugando a la soga.
Lo sentí irse al trabajo. Desperté a los chicos y mientras los llevaba al colegio les dije que me iba de vacaciones. El mayor me miró y solo dijo, está perfecto. Ya fue demasiado.
Una valija chiquita, algún lugar dónde descansar de tanto menosprecio e indignidad. Bajé a tomar el colectivo y ahí estaba el remisero. Yéndose tarde a trabajar. Sonrió al verme pero dejó de hacerlo cuando vio la valija, Cruzó la calle para presentarse. Pablo. Soy Pablo. Te deseo hace muchísimo tiempo, y te escuche llorar muchas veces, yo quisiera... yo quisiera besarte. La mujer de Pablo salió a despedirlo. Claramente un conflicto vecinal, el señalamiento de los kiosqueros, Oh! Si! Los vio besándose!
Pronto llegó el colectivo y Pablo se cruzó de hombros, abrió la puerta de su auto y arrancó. Llegó hasta la parada y me abrió la puerta. Subí, princesa. Y subí.
Pero bajamos pronto, en el primer hotel alojamiento
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.