"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


27 de junio de 2013

¿Qué ves cuando cierras los ojos?, de Eduardo Nabal Aragón

¿QUÉ VES CUANDO CIERRAS LOS OJOS?

¿Por qué hablar de ciencia ficción y teoría queer? Porque la realidad cotidiana  de la llamada “crisis” y de la llamada “teoría queer” nos invita a la acción pero también nos invita  a la reflexión sobre el futuro de la cultura, de nuestras sociedades  y la industria del cine.

“Eva”, de Kike Maillo, es una película de ciencia-ficción, humanos y robots que sorprendió por su sensibilidad, pero que sigue siendo un misterio. No es ningún misterio que muchos realizadores españoles (Bayona, Amenábar, Fresnadillo, Coixet, Torregrosa y, tal vez, el propio Maillo) tienen comprado ya el billete a Hollywood y, viendo el panorama del cine español actual (sacudido por los salvajes  recortes y la ignorancia de los que lo financian), quizá deberían también  ir haciendo  las maletas. No quiero hablar aquí de esta cuestión, que me revuelve las tripas,  ni de cómo  los políticos  achacan a las descargas en Internet y a la pereza del público -y no a la insuficiencia de recursos para terminar una película o a la subida inesperada del IVA- el descenso de la calidad en busca del rendimiento  o el  aumento  del precio de las entradas.
Quiero hablar, o intentaré hacerlo, del misterio de “Eva”, una película que me ha parecido, además de poética y evocadora, tan sugerente como finalmente  frustrante. Me explico: un trabajo digno, bien interpretado (con el siempre intenso Daniel Brüll a la cabeza), pero que se pliega finalmente a las concesiones más banales  del género para conquistar al gran público, en detrimento de los aspectos más espinosos de la trama, como las extrañas y complejas relaciones entre los protagonistas. “Eva” nos habla de algo que por lo visto está reservado a curas y jueces como es el amor intergeneracional; de nuestra naturaleza cyborg en una sociedad que vive entre la miseria y la dictadura del whasapp y los profetas de la ciencia y la medicina; de la deshumanización del mundo académico y también del “armario”. Tal vez Maillo se equivoca y Donna Haraway acierta en su confianza puesta en el “ciberfeminismo”, la tecnología   y en  su apertura a la diferencia,  pero hoy por hoy, aquí y ahora, éste sigue siendo un campo dominado por discursos fálicos, retrógrados, banales   y mercantilistas.   ¿Es “Eva” (Claudia Vega)  una niña bollo? ¿Consiste su maldad en su negativa feroz  a ser “domesticada” o en el que muestre su lado agresivo cuando se siente recluida? ¿Por qué el personaje del mayordomo que encarna  Lluís Homar es tan asexuado? ¿Por qué el asesinato de la “niña mecánica” a manos de Alex (Brüll) está rodado como una tensa escena de amor? ¿Por qué todos los personajes esconden secretos y guardan silencios? ¿Por qué el tema del “exilio” esta tan presente en la historia? ¿Por qué suena David Bowie en una secuencia crucial del filme? ¿Por qué la estética es tan “kitch” y el ambiente tan enrarecido? ¿Por qué el filme trata de alguien que vuelve a un sitio horrible y provinciano  a buscar un pasado hiriente e injurioso   que ya “no existe”? ¿Por qué esos dos hermanos son tan distintos y su rivalidad tan particular? ¿Por qué los lazos familiares son tan tensos y  frustrantes?” ¿Por qué el protagonista se marchó realmente? ¿Nos habla el filme de la cacareada  “supervivencia de la especie”?.  “Eva” es un “no lugar”, un momento raro en la historia de un cine que se tambalea y  emigra y un filme sobre cómo nos programan para amar, sentir, desear, ser masculinos o femeninos, activas o pasivos, fuertes o débiles, buenos y malos.  En ese sentido, y sin hacer gala de ningún bagaje teórico, podemos ver en “Eva” un filme más perverso de lo que parece. Y no porque  yo quiera hacer una lectura “gratuitamente queer” de una película de ciencia-ficción medianamente inteligente, modesta  y visualmente cautivadora sino porque encuentro en ella demasiadas preguntas sin contestar. No viene al caso el cotilleo -me dan igual las preferencias sexuales de Brüll, Maillo, Belbel, Amman o Etura- lo que trato de explicar es por qué una película como ésta puede ser leída de muchas formas. Indiscutiblemente no hay final subversivo y la “niña rarita” es finalmente  desactivada,  se nos obsequia con un final cursilito (que parece tomado de lo peor de Coixet) y cada personaje queda en su lugar. Pero la película continúa en mi retina como un océano ¿helado? de interrogantes. “Eva” fue  retirada en el último momento  del Festival Gay y Lésbico de Barcelona ¿por qué? Aburrido (¿tal vez?) de ver cine gay “comme il faut” he sido capaz de disfrutar con las ambigüedades sexuales, parentales  y sociales de “Eva” y lo que la envuelve, aprisiona, idealiza, niega, amenaza. El cine español puede ser bueno y sorprendente, pero cada vez va a ser más difícil que veamos películas como “Eva”, “Pan negro”, “La buena nueva”, “20 centímetros”, “Los niños salvajes”,   “Sevigné” o “Animals” (también producida por Escándalo films) , en unos casos porque los autores han tirado la toalla  y en otros porque la Academia con mayúsculas  (que tal mal parada queda en el filme de Maillo) parecía ser un refugio y también un lugar de  sutil adoctrinamiento  que ahora se ve  a su vez amenazado por quienes como el señor Wert ven un lujazo en la “fuga de cerebros” o en  las “mentiras y gordas”. No nos engañemos hay poco cine gay y lésbico de calidad en España, y no digamos mejor nada  del llamado “cine queer” o independiente y “desviado”;   al menos fácilmente  visionable y menos aún  comercial. Tenemos a Almodóvar soezmente insultado en la prensa  o ciegamente adorado por sus seguidores , directores como Jesús Garay, Ventura Pons,  Antonio Hens, Ramón Salazar, Daniel Sánchez Arévalo, Miguel Albadalejo, Chus Gutiérrez,  Balletbó-Coll,  debutantes prometedores pero  con pocas expectativas de futuro, cuyos trabajos todavía son tergiversados por los críticos,  y  las mujeres “fuera del armario del celuloide” son pocas o poco  conocidas  y   siguen siendo una “gran minoría”. También da la sensación de que solo a los catalanes/as  les queda dinero para producir películas o que sus voces son, en ocasiones, más europeas. Vamos que las ruedan en catalán y en inglés. Casi antes que en catalán y castellano.
 “Eva” nos invita a reflexionar sobre el cuerpo, las sensaciones, las mentiras, los silencios   y las emociones, sobre la falsa infancia y sobre la falsa madurez, sobre la incomunicación y el secretismo  en una sociedad saturada de plataformas de comunicación. Pero “Eva”, como el niño de “Pan negro” (internado  en un ominoso  colegio de curas), ha sido expulsada del “paraíso” y convertida en un robot más, un caso “sin arreglo”, un “pequeño monstruo”. El público pide tsunamis a lo Hollywood  o tal vez tengamos que esperar a que pase el tsunami para que el buen cine vuelva a llenar las salas, y los espectadores puedan volver a sentarse en una butaca ante una ópera prima tan cautivadora como alarmante. Porque “Eva” parece presagiar la España de hoy: helada, dirigida por burócratas sin escrúpulos, mediocres con poder, políticos corruptos y mas-media voceros  y donde los sentimientos y las inquietudes  valen cada vez menos. No obstante, he descubierto que “Eva” tiene un final alternativo en el que la niña robot abre los ojos desafiando al científico e invocando al  “amigo” visible. Un final eliminado, descartado finalmente.  ¿Esperanzador o premonitorio?

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.