MADRUGADA EN EL VEDADO
Eran casi las tres de una cálida madrugada
cuando me desperté -quizás- por la sacudida
producida por la descarga de haber finalizado
los ajetreados momentos de sucesivos eventos
llenos de improvisación y hermosos espacios poéticos,
bajé al lobby repleto de poetas a punto
de partir hacia Chile y México
y decidí pasear un rato desde el Hotel Vedado
en O por todo 23 , calle arriba, calle abajo
quizás pararme por los alrededores del cruce de la Rampa,
era una noche cálida y mis pesados pasos
empezaron sorteando taxistas
y toda clase de animadas ofertas
que ese cogollo festivo invitaba con destellos
de forzadas sonrisas,
como sonámbulo me agregué
a una marea de jóvenes
que ascendían desde el malecón
o de alguna cercana discoteca
que acababa de cerrar
y en tropel vomitó una espesa muchedumbre
variopinta y alejada de cualquier sustancia
parecida a un tenaz e importado viento
que se instaló llegado de un frío Este.
Mi distraído ánimo no pudo sustraerse
de la diversidad ambulante
y embullado llegué
hasta la Avenida de los Presidentes
allí aún quedaban restos de un tremendo botellón
jóvenes, botella y basuras
teñían aceras y jardines
y como si estuviese en una ciudad española
observé lo cercanos que somos los humanos
y lo absurdo de querer hacernos sentir diferente,
que el futuro será siempre de los jóvenes y estos
están muy alejados
de aquellos a los que apalearon
en los sesenta centinelas del hombre nuevo
que nacería puro y ajeno a los males de occidente,
bajé cruzándome los rostros de grupos de toda índole
pero empezaban a destacarse
los de ostentosos homosexuales
como si esas noches y calles
les pertenecieran dejando patente
sus dominios con todo detalle, en un barecito terraza
junto a La Zorra y El Cuervo
compré un botellín de agua y unos metros arriba
me senté sobre un altillo de la acera
viendo como el tiempo transformaba la calle.
Las guaguas paraban frente a mí y se llevaba
a los últimos grupos de jóvenes heterosexuales,
ya la escena era de ellos
de parejas de lesbianas y de apostados trasvestidos
que se atrevían a caminar por en medio de la calzada
contorneando las caderas con toda la libertad
que le faltó a Hiram en la falsaria noche.
Con densos pensamientos
volví sobre mis pasos
clavando mis ojos
en cansados rostros
deteriorados por la madrugada,
vidas de arrabales
en el centro del alma
de esa Habana festiva
y lujuriosa que grita
al cielo por una alborada
muy, muy distinta,
llena de luces variadas.
Eran casi las tres de una cálida madrugada
cuando me desperté -quizás- por la sacudida
producida por la descarga de haber finalizado
los ajetreados momentos de sucesivos eventos
llenos de improvisación y hermosos espacios poéticos,
bajé al lobby repleto de poetas a punto
de partir hacia Chile y México
y decidí pasear un rato desde el Hotel Vedado
en O por todo 23 , calle arriba, calle abajo
quizás pararme por los alrededores del cruce de la Rampa,
era una noche cálida y mis pesados pasos
empezaron sorteando taxistas
y toda clase de animadas ofertas
que ese cogollo festivo invitaba con destellos
de forzadas sonrisas,
como sonámbulo me agregué
a una marea de jóvenes
que ascendían desde el malecón
o de alguna cercana discoteca
que acababa de cerrar
y en tropel vomitó una espesa muchedumbre
variopinta y alejada de cualquier sustancia
parecida a un tenaz e importado viento
que se instaló llegado de un frío Este.
Mi distraído ánimo no pudo sustraerse
de la diversidad ambulante
y embullado llegué
hasta la Avenida de los Presidentes
allí aún quedaban restos de un tremendo botellón
jóvenes, botella y basuras
teñían aceras y jardines
y como si estuviese en una ciudad española
observé lo cercanos que somos los humanos
y lo absurdo de querer hacernos sentir diferente,
que el futuro será siempre de los jóvenes y estos
están muy alejados
de aquellos a los que apalearon
en los sesenta centinelas del hombre nuevo
que nacería puro y ajeno a los males de occidente,
bajé cruzándome los rostros de grupos de toda índole
pero empezaban a destacarse
los de ostentosos homosexuales
como si esas noches y calles
les pertenecieran dejando patente
sus dominios con todo detalle, en un barecito terraza
junto a La Zorra y El Cuervo
compré un botellín de agua y unos metros arriba
me senté sobre un altillo de la acera
viendo como el tiempo transformaba la calle.
Las guaguas paraban frente a mí y se llevaba
a los últimos grupos de jóvenes heterosexuales,
ya la escena era de ellos
de parejas de lesbianas y de apostados trasvestidos
que se atrevían a caminar por en medio de la calzada
contorneando las caderas con toda la libertad
que le faltó a Hiram en la falsaria noche.
Con densos pensamientos
volví sobre mis pasos
clavando mis ojos
en cansados rostros
deteriorados por la madrugada,
vidas de arrabales
en el centro del alma
de esa Habana festiva
y lujuriosa que grita
al cielo por una alborada
muy, muy distinta,
llena de luces variadas.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.