"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


3 de junio de 2013

Nestor López..., de Noe Fajardo Pérez

NESTOR LÓPEZ GUAJARDO

La vida se pasó como si hubiera sido una resbaladilla, metido en la fronda de aquel bosque, su mirada perdida en lo alto del cielo mientras recordaba hechos de su pasado…
Su padre al igual que su madre, venidos de provincia a buscar un mejor futuro y radicar en la  gran ciudad, acompañados de su hijo, el primogénito, el orgullo del papá. Ernesto, como su papa, su abuelo y aún más allá el tatarabuelo que también se llamaba así. Creció obediente de su padre, del que tenía un enorme temor desde pequeño, sobre todo cuando llegaba borracho a casa. Un jacalón de piedra que tenían en la orilla de la ciudad, allá junto al cerro mismo, ese cuartucho que igual les servía de recamara, cocina y sala a cinco hijos que nacieron después de él.

Cuando caía la tarde y la oscuridad ya estaba encima, su mama los metía a casa y les decía que se acostaran porque seguro que su papá llegaría borracho otra vez. Recordaba aquel alambre de acero retorcido caer sobre su espalda, a él era al que frecuentemente “zumbaban”, pues era el más grande y, según su padre el responsable de los actos de sus hermanos. Su madre cansada de batallar con la mala vida y los maltratos que su padre le dio, un día se fue y los dejó a merced del borracho que ahora recargaba su ira contra ellos culpándolos de que su madre se halla  ido.
Hasta la secundaria iba bien en la escuela, era un excelente estudiante y ayudaba en lo posible a sus hermanos. Pero cuando entró al nivel bachillerato ya no tenía a los prefectos obligándole a entrar a la escuela o asistir a cada clase, así que a veces se iba de “pinta” adentrándose entre la fronda de la naturaleza que estaba a un lado de su Colegio de Bachilleres. En estas correrías es que conoció a Juanita, una compañera del Colegio a la que le gustaban las “pastas” (pastillas psicotrópicas), aunque nadie lo sabía, ni Ernesto. Juanita era hija de una familia acomodada que no tenía carencias económicas y “Neto”, como ella le llamaba de cariño le había caído muy bien por serio e inteligente. Ella llevaba a diario muy buena cantidad de dinero y, viendo que él a veces no tenía ni para el pasaje de regreso a casa.., pues lo invitaba a comer todos los días. A Neto no le quedaba de otra, el orgullo le decía que no aceptara pues no tenía conque pagar, pero el hambre era más fuerte.
En esas charlas es como fueron conociendo la vida de los dos. Ella la “pequeña” de su mama, y la segunda de las dos hijas que habían tenido sus padres. Su hermana era mayor, le llevaba 10 años y era una perfecta extraña pues no había compartido ninguno de sus juegos de niña. Sus padres trabajaban todo el día para darles la vida que ellos no habían tenido. Y en efecto dinero no les faltaba nunca, lo que si le faltó a ella en particular fue afecto, convivencia con sus padres y con su hermana con la cual peleaba a diario. Un día se le ocurrió tomarse una pastilla de las que usa su mama cuando está muy estresada y ¡¡Ho maravilla¡¡. Su soledad y sus penas parecían desaparecer, aquellas pastillas tenían magia dentro de sí, pensaba Juanita.
La primera vez que Neto probó una “pasta” no se dio cuenta pues Juanita se la puso disuelta en el jugo, ese día él se sintió ligero, diferente, sin ganas de regresar a casa. Se la pasaron charlando de sus familias y más tarde juanita le confesó lo de la pastilla, lo que a Neto también le pareció fantástico. Calló la noche sin que se dieran cuenta ya que ese mismo día descubrieron las delicias del sexo. Ya pasaban de las doce de la noche cuando ella prendió su celular y se dio cuenta de la cantidad de llamadas perdidas. Neto ni celular tenía, era mucho lujo para él, según decía su padre. Pero estaba muy nervioso al pensar que su papá le volvería a hincar el alambre de acero sobre su espalda.
Juanita habló a su casa y aunque la regañaron fuertemente, pronto irían a recogerla. Neto espero hasta que fueron por ella y cuando se marchó,  se internó entre los árboles del cerro con un par de pastillas fuertemente agarradas con su  mano. Al siguiente día pensaría que hacer con su vida, ya que había tomado la decisión de ya no regresar a su casa, no estaba dispuesto a que su papa le pegará nuevamente. Con las pastillas en su mano y en la soledad de aquella fronda espesa sentía una libertad que no estaba dispuesto a perder nunca más…

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.