DEL ATAVISMO AL LESBIANISMO: SUBTEXTOS DE LA DIFERENCIA SEXUAL FEMENINA EN “LA MUJER PANTERA” de
Jacques Tourneur.
La mujer pantera (1941) ha sido un texto privilegiado en la relectura camp de los clásicos del cine de Hollywood. Homenajeada en la novela de Manuel Puig “El beso de la mujer araña”- como objeto de ensoñación- y objeto de apropiación tanto por críticas feministas como por estudiosos de la iconografía gay y campy del cine clásico es una de esas películas como “Rebeca” de Hitchcock,” Laura” de Otto Preminger, ”Gilda” de Charles Vidor o “La extraña pasajera” de Irving Rapper que forman parte del background cinéfilo de los gays al rescate de películas “curiosas”, clásicos bizarre y títulos de culto. Sin embargo uno de los subtextos que recorre más poderosamente el filme y que menos atención ha merecido ha sido el que hace referencia a una monstruosidad / alteridad femenina conectada con el lesbianismo y las sexualidades fuera de la norma.
No son pocos los ejemplos en la historia del cine y la literatura en que el lesbianismo es presentado como un rasgo animalizante, pre-humano, poco atractivo, antisocial que vincula la sexualidad femenina con un instinto depredador y unos rasgos cercanos a los de la fiera. No me refiero solo a las vampiras lesbianas de tantas películas de terror de serie B (como las mujeres vampiro del recientemente fallecido Jess Franco) sino también a como en melodramas y comedias la lesbiana es asociada a algún tipo de animal o figura siniestra, generalmente de carácter fiero, temible o cuando menos salvaje. La película de Chabrol “Las ciervas” (Les biches) sería un caso extremo de esta asociación entre la bestialidad y el amor sáfico, un amor presentado bajo rasgos de dominación, depredación y malsana dependencia. Algo similar ocurre en “La gata negra” donde una felina Bárbara Stanwyck vampiriza a una joven y atractiva femme encarnada por la sofisticada Capucine. En “Lilith”, la obra maestra y el canto del cisne de Robert Rossen la aproximación lésbica se compara con la voracidad de los insectos y en “El asesinato de la hermana George” con la masculinidad bestial de los toros. Esta abundancia de estereotipos degradantes no es ajena a la construcción que durante décadas el modelo médico hizo de la lesbiana como una mujer cuya sexualidad permanece en un estadio primitivo, aferrada a una corporalidad monstruosa, pre-edípica y una libido voraz, centrada en el orgasmo clitoridiano y envidiosa del pene y otros “privilegios masculinos”
“La mujer pantera” es la primera película del productivo tándem Lewton-Torneur (productor y director). Con esta película y la siguiente “Yo anduve con un zombie”, el director y el productor produjeron una pequeña revolución en el cine de terror de bajo presupuesto, sustituyendo la herencia de monstruos de los treinta por una elegante y refinada forma de provocar miedo mediante la elipsis, la ambigüedad y la insinuación. Películas pequeñas, de limitado presupuesto, que no obstante han trascendido como verdaderos clásicos por su imaginativa forma de crear atmósferas, personajes sugerentes y momentos de suspense valiéndose de medios exclusivamente cinematográficos (a través de la iluminación, el sonido, la escenografía o el montaje). Lewton sería también el productor de otros títulos del género, realizados también a principios de los cuarenta por directores como Robert Wise (“La venganza de la mujer pantera”, “El ladrón de cadáveres”) o Mark Robson (“La séptima víctima”, “Bedlam”). Todas estas películas tienen en común una poderosa atmósfera visual, una maravillosa fotografía (con operadores de lujo como Nicholas Musuraca, Lucien Ballard o J. Roy Hunt) y una espléndida dirección artística. Sin embargo, y aunque sería necesario revisar la totalidad de estos títulos, la pionera y seguramente la mejor de la serie sería “La mujer pantera” cuya concisión, precisión y encanto la han llevado a convertirse en un inolvidable título de culto.
La lectura lésbica de “La mujer pantera”, por otra parte nada ajena al filme, plantea algunas dificultades como, por otro lado, cualquier otra lectura coherente en un filme de género fantástico que se resiste a ser interpretado en clave sólida y racional. Y no es la racionalidad un punto de apoyo adecuado para la lectura del filme, a pesar de que ya en él encontramos algunos rasgos del cine psicoanalítico (un psicoanálisis algo vulgarizado y derechizado por la escuela estadounidense) tan de moda en el Hollywood de los cuarenta con sus teorías populares sobre la sexualidad, los sueños, los complejos y el inconsciente. Algo que veremos en filmes como “Vorágine”, “Noche en el alma” o “Angel face”.
El filme busca un equilibrio entre la explicación psicologista de lo que sucede en el filme y en el interior de su protagonista y el coqueteo con lo fantástico, lo legendario, lo irreal, lo que no puede ser explicado según parámetros lógicos o científicos sino solo a través de la luz de las narraciones inmemoriales y lo irracional. Así, a pesar de los momentos finales que inclinan la balanza a favor de lo siniestro y lo fantástico, nunca estaremos seguros de si Irena es una pantera, una mujer neurótica y desequilibrada, una descendiente de una raza maldita o, añadiría yo, “una lesbiana” con problemas de identidad y apresada en una sociedad gris y machista.
A lo largo de todo el filme el misterio de Irena, su relación con un origen animal o diabólico, su carácter bestial y atávico aparece relacionado con la incapacidad para llevar una vida matrimonial “normal”. Desde el principio hay algo que separa a Irena y a Oliver, algo que se hará más hondo cuando ella se niegue a tener relaciones sexuales después de recién casados. La atracción de Irena por la pantera, su adscripción a la estirpe legendaria de las mujeres gatos determina, pues, una negativa a formar parte de un orden sociosexual al uso y cumplir las expectativas que la institución matrimonial deposita en ella como esposa, amante y “mujer al uso”. Este aspecto del carácter y la sexualidad de Irena han llamado poderosamente la atención de algunos comentaristas de la película. Por ejemplo, Pilar Pedraza, comenta “La mujer pantera ha llamado la atención de la crítica feminista por razones obvias. En primer lugar, porque en su época los monstruos de las películas fantásticas y de terror solían ser masculinos y fálicos...”. Pedraza se aproxima a una lectura de género al hacer hincapié en la valentía de “Cat people” al exponer la sexualidad atenazada de Irena y al subrayar, en 1941, su negativa a tener relaciones sexuales con su marido. También apunta al carácter de “matriarcado maldito” de la estirpe de mujeres panteras enfrentadas al poder patriarcal del “Rey Juan” de Serbia, cuyas oscuras descendientes “reclaman” a Irena como “una de las suyas”, reconociéndola el día mismo de su boda, a lo que Irena responderá santiguándose. La mujer que saluda a Irena en el restaurante, el día de su boda con Oliver, llamándola “hermana” en un ancestral dialecto no sólo parece un gato, con sus rasgos felinos, sino también tiene un aspecto “masculino”. Sin embargo Pedraza se detiene ahí y no considera la posibilidad del lado lésbico de la sexualidad y la “diferencia” de Irena. Para mí no obstante el reconocimiento de dos mujeres pertenecientes a una subcultura maldita, la negativa de la protagonista a tener relaciones sexuales con hombres, la incapacidad del psiquiatra para modificar su “misteriosa orientación” y los celos de Irena hacia Alice (“hay cosas que una mujer no quiere que mujer otra sepa” le dice a Oliver cuando descubre que su marido le ha contado a su amiga que Irena visita a un psiquiatra) y otros muchos códigos visuales y temáticos que aparecen de un modo solapado pero nada arbitrario nos dan demasiados indicios como para pasar, hoy por hoy, por alto la lectura lésbica del filme y su protagonista. La modernidad indiscutible del filme, uno de los títulos de los cuarenta que mejor ha resistido el paso del tiempo, no se encuentra solo en la asociación entre lo fantástico y lo psicológico sino, sobre todo, en cómo el carácter mítico y misterioso de la protagonista va unida a su negativa a entrar en un orden sociosexual normativo.
La secuencia en la que Irena entra en una pajarería provocando el alboroto y el pánico de todas las aves tiene algo de antecedente de la asociación de la feminidad poco convencional con el horror y lo primitivo que reaparecerá, de otro modo, en “Los pájaros” de Hitchcock.
En algunos aspectos “La mujer pantera” es un filme tremendamente clásico en su desarrollo temático, en su conclusión y en su lección moral(izante), pero en otras se trata de un cuento perverso para adultos saturado de ironía, suspense y abierto a posibles lecturas. La figura del psiquiatra de moda se separa de la imagen pulcra y respetuosa que el cine clásico de Hollywood dentro de la moda psicoanalítica de la época estaba dando estaba dando de la profesión (como la estoica Ingrid Bergman de “Recuerda”), al presentarlo como un verdadero crápula más interesado en obtener los favores sexuales de Irena que en su curación o mejoría. Hay en la posición del médico la misma actitud incrédula y altiva y el mismo afán de “darle a Irena lo que necesita realmente” que muchas lesbianas se han encontrado y seguramente se encontraban en la época en que fue realizado el filme en el caso que se atrevieran a contarle “su secreto” a un psiquiatra o un confidente del sexo masculino.
Si Irena es el lado oscuro de Alice, chica corriente, afable y comprensiva, el médico es el lado perverso de la masculinidad apacible, tolerante y comprensiva de Oliver. Al final armado con su bastón-espada-fálico el psiquiatra asesinará a Irena/Pantera ante la imposibilidad de poseerla ni de devolverla al lugar “femenino”, doméstico y tradicional que “le corresponde”. Así, “La mujer pantera” se erige en un filme mucho más rico y perverso de lo que parece a simple vista, ya bastante rico, ambiguo y perverso, y realmente pinero en su exploración y redefinición de los roles y posibilidades sexuales de un momento marcado por la guerra donde los hombres empiezan a abandonar sus hogares para unirse a la 2ª guerra mundial.
Jacques Tourneur.
La mujer pantera (1941) ha sido un texto privilegiado en la relectura camp de los clásicos del cine de Hollywood. Homenajeada en la novela de Manuel Puig “El beso de la mujer araña”- como objeto de ensoñación- y objeto de apropiación tanto por críticas feministas como por estudiosos de la iconografía gay y campy del cine clásico es una de esas películas como “Rebeca” de Hitchcock,” Laura” de Otto Preminger, ”Gilda” de Charles Vidor o “La extraña pasajera” de Irving Rapper que forman parte del background cinéfilo de los gays al rescate de películas “curiosas”, clásicos bizarre y títulos de culto. Sin embargo uno de los subtextos que recorre más poderosamente el filme y que menos atención ha merecido ha sido el que hace referencia a una monstruosidad / alteridad femenina conectada con el lesbianismo y las sexualidades fuera de la norma.
No son pocos los ejemplos en la historia del cine y la literatura en que el lesbianismo es presentado como un rasgo animalizante, pre-humano, poco atractivo, antisocial que vincula la sexualidad femenina con un instinto depredador y unos rasgos cercanos a los de la fiera. No me refiero solo a las vampiras lesbianas de tantas películas de terror de serie B (como las mujeres vampiro del recientemente fallecido Jess Franco) sino también a como en melodramas y comedias la lesbiana es asociada a algún tipo de animal o figura siniestra, generalmente de carácter fiero, temible o cuando menos salvaje. La película de Chabrol “Las ciervas” (Les biches) sería un caso extremo de esta asociación entre la bestialidad y el amor sáfico, un amor presentado bajo rasgos de dominación, depredación y malsana dependencia. Algo similar ocurre en “La gata negra” donde una felina Bárbara Stanwyck vampiriza a una joven y atractiva femme encarnada por la sofisticada Capucine. En “Lilith”, la obra maestra y el canto del cisne de Robert Rossen la aproximación lésbica se compara con la voracidad de los insectos y en “El asesinato de la hermana George” con la masculinidad bestial de los toros. Esta abundancia de estereotipos degradantes no es ajena a la construcción que durante décadas el modelo médico hizo de la lesbiana como una mujer cuya sexualidad permanece en un estadio primitivo, aferrada a una corporalidad monstruosa, pre-edípica y una libido voraz, centrada en el orgasmo clitoridiano y envidiosa del pene y otros “privilegios masculinos”
“La mujer pantera” es la primera película del productivo tándem Lewton-Torneur (productor y director). Con esta película y la siguiente “Yo anduve con un zombie”, el director y el productor produjeron una pequeña revolución en el cine de terror de bajo presupuesto, sustituyendo la herencia de monstruos de los treinta por una elegante y refinada forma de provocar miedo mediante la elipsis, la ambigüedad y la insinuación. Películas pequeñas, de limitado presupuesto, que no obstante han trascendido como verdaderos clásicos por su imaginativa forma de crear atmósferas, personajes sugerentes y momentos de suspense valiéndose de medios exclusivamente cinematográficos (a través de la iluminación, el sonido, la escenografía o el montaje). Lewton sería también el productor de otros títulos del género, realizados también a principios de los cuarenta por directores como Robert Wise (“La venganza de la mujer pantera”, “El ladrón de cadáveres”) o Mark Robson (“La séptima víctima”, “Bedlam”). Todas estas películas tienen en común una poderosa atmósfera visual, una maravillosa fotografía (con operadores de lujo como Nicholas Musuraca, Lucien Ballard o J. Roy Hunt) y una espléndida dirección artística. Sin embargo, y aunque sería necesario revisar la totalidad de estos títulos, la pionera y seguramente la mejor de la serie sería “La mujer pantera” cuya concisión, precisión y encanto la han llevado a convertirse en un inolvidable título de culto.
La lectura lésbica de “La mujer pantera”, por otra parte nada ajena al filme, plantea algunas dificultades como, por otro lado, cualquier otra lectura coherente en un filme de género fantástico que se resiste a ser interpretado en clave sólida y racional. Y no es la racionalidad un punto de apoyo adecuado para la lectura del filme, a pesar de que ya en él encontramos algunos rasgos del cine psicoanalítico (un psicoanálisis algo vulgarizado y derechizado por la escuela estadounidense) tan de moda en el Hollywood de los cuarenta con sus teorías populares sobre la sexualidad, los sueños, los complejos y el inconsciente. Algo que veremos en filmes como “Vorágine”, “Noche en el alma” o “Angel face”.
El filme busca un equilibrio entre la explicación psicologista de lo que sucede en el filme y en el interior de su protagonista y el coqueteo con lo fantástico, lo legendario, lo irreal, lo que no puede ser explicado según parámetros lógicos o científicos sino solo a través de la luz de las narraciones inmemoriales y lo irracional. Así, a pesar de los momentos finales que inclinan la balanza a favor de lo siniestro y lo fantástico, nunca estaremos seguros de si Irena es una pantera, una mujer neurótica y desequilibrada, una descendiente de una raza maldita o, añadiría yo, “una lesbiana” con problemas de identidad y apresada en una sociedad gris y machista.
A lo largo de todo el filme el misterio de Irena, su relación con un origen animal o diabólico, su carácter bestial y atávico aparece relacionado con la incapacidad para llevar una vida matrimonial “normal”. Desde el principio hay algo que separa a Irena y a Oliver, algo que se hará más hondo cuando ella se niegue a tener relaciones sexuales después de recién casados. La atracción de Irena por la pantera, su adscripción a la estirpe legendaria de las mujeres gatos determina, pues, una negativa a formar parte de un orden sociosexual al uso y cumplir las expectativas que la institución matrimonial deposita en ella como esposa, amante y “mujer al uso”. Este aspecto del carácter y la sexualidad de Irena han llamado poderosamente la atención de algunos comentaristas de la película. Por ejemplo, Pilar Pedraza, comenta “La mujer pantera ha llamado la atención de la crítica feminista por razones obvias. En primer lugar, porque en su época los monstruos de las películas fantásticas y de terror solían ser masculinos y fálicos...”. Pedraza se aproxima a una lectura de género al hacer hincapié en la valentía de “Cat people” al exponer la sexualidad atenazada de Irena y al subrayar, en 1941, su negativa a tener relaciones sexuales con su marido. También apunta al carácter de “matriarcado maldito” de la estirpe de mujeres panteras enfrentadas al poder patriarcal del “Rey Juan” de Serbia, cuyas oscuras descendientes “reclaman” a Irena como “una de las suyas”, reconociéndola el día mismo de su boda, a lo que Irena responderá santiguándose. La mujer que saluda a Irena en el restaurante, el día de su boda con Oliver, llamándola “hermana” en un ancestral dialecto no sólo parece un gato, con sus rasgos felinos, sino también tiene un aspecto “masculino”. Sin embargo Pedraza se detiene ahí y no considera la posibilidad del lado lésbico de la sexualidad y la “diferencia” de Irena. Para mí no obstante el reconocimiento de dos mujeres pertenecientes a una subcultura maldita, la negativa de la protagonista a tener relaciones sexuales con hombres, la incapacidad del psiquiatra para modificar su “misteriosa orientación” y los celos de Irena hacia Alice (“hay cosas que una mujer no quiere que mujer otra sepa” le dice a Oliver cuando descubre que su marido le ha contado a su amiga que Irena visita a un psiquiatra) y otros muchos códigos visuales y temáticos que aparecen de un modo solapado pero nada arbitrario nos dan demasiados indicios como para pasar, hoy por hoy, por alto la lectura lésbica del filme y su protagonista. La modernidad indiscutible del filme, uno de los títulos de los cuarenta que mejor ha resistido el paso del tiempo, no se encuentra solo en la asociación entre lo fantástico y lo psicológico sino, sobre todo, en cómo el carácter mítico y misterioso de la protagonista va unida a su negativa a entrar en un orden sociosexual normativo.
La secuencia en la que Irena entra en una pajarería provocando el alboroto y el pánico de todas las aves tiene algo de antecedente de la asociación de la feminidad poco convencional con el horror y lo primitivo que reaparecerá, de otro modo, en “Los pájaros” de Hitchcock.
En algunos aspectos “La mujer pantera” es un filme tremendamente clásico en su desarrollo temático, en su conclusión y en su lección moral(izante), pero en otras se trata de un cuento perverso para adultos saturado de ironía, suspense y abierto a posibles lecturas. La figura del psiquiatra de moda se separa de la imagen pulcra y respetuosa que el cine clásico de Hollywood dentro de la moda psicoanalítica de la época estaba dando estaba dando de la profesión (como la estoica Ingrid Bergman de “Recuerda”), al presentarlo como un verdadero crápula más interesado en obtener los favores sexuales de Irena que en su curación o mejoría. Hay en la posición del médico la misma actitud incrédula y altiva y el mismo afán de “darle a Irena lo que necesita realmente” que muchas lesbianas se han encontrado y seguramente se encontraban en la época en que fue realizado el filme en el caso que se atrevieran a contarle “su secreto” a un psiquiatra o un confidente del sexo masculino.
Si Irena es el lado oscuro de Alice, chica corriente, afable y comprensiva, el médico es el lado perverso de la masculinidad apacible, tolerante y comprensiva de Oliver. Al final armado con su bastón-espada-fálico el psiquiatra asesinará a Irena/Pantera ante la imposibilidad de poseerla ni de devolverla al lugar “femenino”, doméstico y tradicional que “le corresponde”. Así, “La mujer pantera” se erige en un filme mucho más rico y perverso de lo que parece a simple vista, ya bastante rico, ambiguo y perverso, y realmente pinero en su exploración y redefinición de los roles y posibilidades sexuales de un momento marcado por la guerra donde los hombres empiezan a abandonar sus hogares para unirse a la 2ª guerra mundial.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.