EL SAPO Y EL ABEJORRO
Feliz cantaba el sapo en el agua sobre un nenúfar florido y de hojas amplia. Llegó a la flor un abejorro a tomar el néctar y recoger polen en sus patas, y decía:
-A un lado gordo no estorbes, que mal aspecto le das a esta hermosa flor. No haces más que berrear con esa voz ronca y tu horrorosa presencia aquí.
El sapo escuchaba atento, y así le contestó:
-Este estanque es mi hogar, lo ha sido de mi papa, de mi abuelo, y de los abuelos de mis abuelos, por siempre ha sido así.
El abejorro pronto le contestó:
Pues mi hogar lo hago donde a mí me plazca, no soy de un solo lugar. Donde quiera que hay flores, allí las visito y ellas siempre me acogen con gusto y agradecimiento. Yo las escojo, no me gustan las flores viejas porque su néctar está pasado y su polen ya no sirve. Así que estoy en los mejores lugares, con las mejores compañías y bebiendo lo más dulce de la vida. En cambio tú con esa voz ronca y ese aspecto tan desagradable, quien puede estar junto a ti?
El sapo con mucha paciencia le contestó:
En cambio a mí me gusta mucho tu presencia aquí, bebe más de esa miel sabrosa…
El abejorro se extrañaba que el sapo no se molestara… Y el sapo siguió diciendo:
Aquí en mi hogar, vivimos muchos hermanos, aquí nacemos, nos alimentamos y morimos en este viejo estanque. Y le volvió a preguntar:
Ya bebiste todo el néctar de la flor?
El abejorro con mucho gusto pensaba entre sí…
Este panzón ha de ser tonto, pero es buen anfitrión, no le importa que me paré en esta flor en que vive él..
El sapo siguió hablando:
Mi canto es grabe, para que lo oigan personitas que vuelan allá en lo alto del cielo libando el dulce de las flores. Para que al escucharme se fijen en esta flor que los invita a visitarla, nosotros lo sapos no podemos tomar la miel directamente, por eso necesitamos de ustedes los abejorros y las abejas. Gracias a ello tenemos un dulce bocado cada vez que ustedes nos visitan, y sin decir más lanzó su larga lengua atrapando en su boca al abejorro, engulléndolo al instante.
Moraleja: El ego desbordado y sin medida es un camino directo a la perdición.
Feliz cantaba el sapo en el agua sobre un nenúfar florido y de hojas amplia. Llegó a la flor un abejorro a tomar el néctar y recoger polen en sus patas, y decía:
-A un lado gordo no estorbes, que mal aspecto le das a esta hermosa flor. No haces más que berrear con esa voz ronca y tu horrorosa presencia aquí.
El sapo escuchaba atento, y así le contestó:
-Este estanque es mi hogar, lo ha sido de mi papa, de mi abuelo, y de los abuelos de mis abuelos, por siempre ha sido así.
El abejorro pronto le contestó:
Pues mi hogar lo hago donde a mí me plazca, no soy de un solo lugar. Donde quiera que hay flores, allí las visito y ellas siempre me acogen con gusto y agradecimiento. Yo las escojo, no me gustan las flores viejas porque su néctar está pasado y su polen ya no sirve. Así que estoy en los mejores lugares, con las mejores compañías y bebiendo lo más dulce de la vida. En cambio tú con esa voz ronca y ese aspecto tan desagradable, quien puede estar junto a ti?
El sapo con mucha paciencia le contestó:
En cambio a mí me gusta mucho tu presencia aquí, bebe más de esa miel sabrosa…
El abejorro se extrañaba que el sapo no se molestara… Y el sapo siguió diciendo:
Aquí en mi hogar, vivimos muchos hermanos, aquí nacemos, nos alimentamos y morimos en este viejo estanque. Y le volvió a preguntar:
Ya bebiste todo el néctar de la flor?
El abejorro con mucho gusto pensaba entre sí…
Este panzón ha de ser tonto, pero es buen anfitrión, no le importa que me paré en esta flor en que vive él..
El sapo siguió hablando:
Mi canto es grabe, para que lo oigan personitas que vuelan allá en lo alto del cielo libando el dulce de las flores. Para que al escucharme se fijen en esta flor que los invita a visitarla, nosotros lo sapos no podemos tomar la miel directamente, por eso necesitamos de ustedes los abejorros y las abejas. Gracias a ello tenemos un dulce bocado cada vez que ustedes nos visitan, y sin decir más lanzó su larga lengua atrapando en su boca al abejorro, engulléndolo al instante.
Moraleja: El ego desbordado y sin medida es un camino directo a la perdición.
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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.